2 septiembre 1986
El Sr. Esteve será Consejero Delegado mientras Fernando Ónega deja el YA para pasar a la COPE
La CEOE se hace con el control del diario YA a través de Ramón Guardans y nombra a Ramón Pi nuevo director del periódico
Hechos
El 2.09.1986 D. Ramón Guardans asumió la presidencia de la Editorial Católica y D. Manuel Esteve el cargo de Consejero Delegado.
Lecturas
D. Ramón Guardans y D. Manuel Esteve
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UNA PRESENTACIÓN RETRASADA
Tanto D. Ramón Guardans, el nuevo propietario del YA como D. Ramón Pi, el nuevo Director firmaron en abril de 1987 sendos artículos presentándose a sus lectores.
A pesar de que el Sr. Guardans como propietario y el Sr. Ramón Pi como director llegaron en septiembre y octubre de 1986, ninguno de los dos escribió un artículo de presentación a los lectores hasta abril de 1987. Eso sí, el Sr. Ramón Pi ya había publicado un artículo en noviembre para replicar a uno de sus propios periodistas. El franquista reconvertido en socialista D. Emilio Romero apuntó a la condición del Sr. Pi de presidente del ‘Cículo Liberal’ y su intención de convertir el YA en un periódico liberal, ideología de la que el Sr. Romero (de origen falangista) recelaba.
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D. Ramón Pi habla a J. F. Lamata sobre su llegada a la dirección del YA en 1986:
27 Noviembre 1986
La conferencia de un periodista
No puede asistir a la conferencia del Director de YA, Ramón PI, en la famosa tribuna del Club Siglo XXI, porque a esa misma hora estaba yo hablando en Alicante, en una residencia católica de universitarios, y en la que había sido elegido padrino de una promoción, por ellos mismos. Entonces pedía a Ramón Pi que me enviara el texto para ver la reflexión pensante de una periodista de refriega. De vez en cuando, estos sosiegos intelectuales son necesarios. El texto de la conferencia es un verdadero Manifiesto Liberal. En muy poco tiempo Ramón Pi ha alcanzado estas dos funciones de responsabilidad y espero que de ilusión: la presidencia del Club Liberal, y la Dirección de un periódico, con tanta historia encima, como es YA. Pero antes de referirme a este Manifiesto, voy a decir algunas cosas espontáneas de agrado por lo de Alicante. Resulta que también estoy escribiendo en las tres provincias de la Comunidad Autónoma de Valencia y con las tres tengo –además – historias afectivas. En Alicante, y en los finales de la segunda guerra mundial, dirigí el periódico y hasta fundé una revista literaria llamada ‘Tabarca’ y estrenó mi primera obra de teatro aquella gran actriz que fue Társila Criado. La inclinación de Alicante a las Bellas Artes – especialmente a la narrativa, al verso, a la pintura y a la música – es extraordinaria. Esta residencia en la que estuve ahora tiene un clérigo, Espinosa, que también fue periodista y tiene ahora un aire bíblico. El director Antonio Vivo tiene un aire de Obispo joven prematura y muy inteligente y allí se ha levantado el Colegio San Pablo. El sentido crítico de los jóvenes tiene ya verdadero retrato político de España en el humor y en la caricatura. La cultura política no es el dramatismo, sino la ironía y la sátira.
La conferencia
Pero vamos al Manifiesto liberal de Ramón Pi. La conferencia está escrita por un profesional del periodismo, y por eso tiene transparencia, lenguaje directo y comunicación fácil. Nunca he aceptado que las exigencias intelectuales impongan textos indescifrables. Las ideas y el lenguaje tienen que ser conciliables. El ejemplo máximo de este siglo fue el de José Ortega y Gasset. En esa escuela nos hicimos muchos. Pienso muchas veces que algunos intelectuales que quieren evitar también es el riesgo, independientemente de que caigan de bruces en la pedantería. Ramón Pi acusaba a las intromisiones del poder político en nuestras vidas particulares, con estas palabras: “El entusiasmo de nuestros gobernantes por modificar la vida individual de los ciudadanos es muy notable. Se meten en la escuela, se meten en casa por la televisión, se meten en nuestras bolsas, nuestros ahorros y nuestras herencias con su política fiscal, y alguna vez he dicho – con humor – que cualquier noche de éstas no vamos a encontrar metido en la cama a un subsecretario, dispuesto a aconsejarnos acerca de como extraer la mayor cantidad de rendimiento placentero a nuestas relaciones conyugales. La afición de nuestros gobernantes a meterse, como se dice castizamente, hasta en la sopa, es uno de los fenómenos más llamativos de estos tiempos nuevos’. Eso es verdad, pero lo que tampoco se puede profesar a estas alturas del siglo XX es un ‘liberalismo romántico’. Cuando nació el liberalismo, tras el absolutismo, se quería un Estado espectador porque – en el fondo – se relacionaba Poder del Estado con el absolutismo destruido. Pero entonces aparecieron los grandes vacíos sociales de la explotación, de la represión, de la pobreza, de las desigualdades inhumanas y de todo eso, y empezó a nacer u nuevo Estado con protagonismo. Y aquí está la cuestión: ni sirve un Estado como el de antes, para la sociedad de este siglo, ni tampoco es admisible un Estado con exceso de protagonismo, que es al que aspiran los totalitarios.
Acusación al socialismo
“La arrogancia específica de los que hoy ostentan el poder – dijo Ramón Pi- y que ganaron con mayoría absoluta en 1982, parece como si en lugar de haber ganado unas elecciones, hubieran ganado una guerra, como si subsistiera en ellos un oscuro poso de rencor histórico que les llevase a la convicción de que han ganado ahora en las urnas lo que perdieron hace medio siglo con las armas, sólo que considerando ahora derrotados a todos los que no son ellos mismos sean quienes sean, y estuvieran o no hace medio siglo en las filas de los que ganaron”.
Hay que convenir que algo de esto hubo, porque era un partido en la clandestinidad y en el destierro. Pero fueron moderando aquel radicalismo, porque también eran ya otra generación. El pueblo español puso en sus manos demasiado poder político, una mayoría hegemónica en el Parlamento. En la Oposición estuvieron exacerbados y ahora en el Poder – ya en la segunda legislatura – son otra cosa y hasta han asumido sus rectificaciones políticas e ideológicas con bastante talento. A veces hasta con sutileza. Políticamente tienen más destreza que la derecha. Pero es verdad: tienen más características de clase instalada que de partido político a la usanza europea. Y en algunas Comunidades Autónomas, y provincias, todavía no ha llegado la moderación y el realismo, instalados en el palacio de la Moncloa. “El Poder – continúa Ramón Pi – no contento con meterse en todo, aspira a sustraer su actividad a un control eficaz. Aspira a poder hacer sencillamente lo que le de la gana y se fundamente para sostener esa pretensión en la mayoría de la proporcionan las urnas periodísticamente. Esta actitud, además de constituir un error profundo en sí misma, contiene el germen de todo totalitarismo”. Este es un precio democrático que hay que pagar, querido Ramón Pi, aunque en ocasiones sea con exceso. Nunca es verdad que los tres poderes clásicos de la democracia funcionen con independencia cada cual. Ni siquiera esto es posible en la reciente ‘cohabitación’ francesa. El objetivo, sin embargo, es aliviar al Ejecutivo de un exceso de poder y de influencia. Esta frase de Ramón Pi es estupenda. ‘Porque no es verdad el tópico manido según el cual el pueblo español es un pueblo magnífico que no tiene los dirigentes que se merece. No. El pueblo español tiene los dirigentes que se merece, porque ellos se extraen del pueblo español, y porque tal tiesto, tal flor. Esto me aconsejaría otra crónica, y hasta un libro. Es un asunto capital. Pero la frase invita a la meditación, y a desvelar muchas cosas. Solamente si me asomo a estos diez años de nuestra democracia, mis tentaciones de respuesta a Ramón Pi me parecen apasionantes.
La exaltación
El Director de YA se manifestó resueltamente por el refuerzo de la vida privada ante el riesgo de acaparamiento por parte de la vida pública. En este asunto se descubría de manera transparente, el entusiasmo liberal de Ramón Pi. La experiencia histórica me dice todo esto: que hay que profesar algún socialismo, pero sin exceso; que hay que ejercer algún liberalismo, pero sin pasarse de rosca; que hay que admirar ciertas obligaciones del Estado, pero sin sacralizar el Estado; que hay que tener miedo al poder, pero tampoco está mal tener miedo a los grupos de presión. Que hay vidas públicas insoportables y también hay vidas privadas inaguantables. En resumen, querido guerrillero Ramón Pi: lo recomendable para nuestro país es que ni el socialismo ni el liberalismo se parezcan a los del pasado. No tenemos que fabricar otros. Parece que estamos en eso.
Emilio Romero
28 Noviembre 1986
Desde la libertad
Es cosa sabida, porque pertenece a los modos clásicos del periodismo, que las opiniones de los colaboradores no comprometen el criterio de las publicaciones en que escriben. Así ocurre también en este diario, aun con los colaboradores habituales cuyos artículos se suelen presentar con cierto lujo tipográfico.
Pero el texto publicado ayer en YA por Emilio Romero se refería a la conferencia que pronuncié en el Club Siglo XXI, tribuna que fui invitado a ocupar precisamente por mi condición de director de este periódico. Es fácil que algún lector poco avisado pueda verse inducido a confusión a la vista de la neta discrepancia entre las opiniones del articulista y las que, como director de YA, expuse en mi conferencia. Por eso entiendo que ésta en una buena ocasión para ofrecer la interpretación auténtica de mis propias palabras, y celebro en este sentido la ocasión que el artículo de Emilio Romero me brinda para dejar las cosas en su lugar.
Dije en mi conferencia y transcribo literalmente:
“… primero, tener presente en todo momento que no todo es política, que Gramsci no tenía razón cuando sostenía lo contrario. La vida es mucho más rica que la política; la vida no está supeditada a la político, sino que debería ser justamente al revés. Segundo, que aun siendo la actividad del poder del mayor interés, no es menos interesante la información de lo que hace la gente, de lo que ocurre a la gente, de las iniciativas de la propia ciudadanía para mejorar la vida. Tercero, que junto a la información de lo que ocurre, el periódico habrá de mantener su criterio al respecto, en el bien entendido de que se observará escrupulosamente la sentencia, ya clásica en el periodismo solvente de todo el mundo, según la cual los hechos son sagrados y las opiniones son libres. Parecería ocioso tener que repetir estas cosas rudimentarias, pero no está hoy de más el hacerlo, porque también corremos el riesgo de que nuestro periodismo acabe subvirtiendo esta máxima elemental convirtiendo las opiniones en sagradas y los hechos en algo que se presenta según convenga. Cuarto, que si bien es cierto que todo poder experimentar la propensión a extenderse más y más, no es menos verdad que según quiénes lo ostentan en cada momento esa propensión se acelera o disminuye su velocidad; y en virtud de nuestra percepción de bulimia de poder, así será nuestra vigilancia más estrecha o más distendida. Quiero decir con esto que no todos los gobernantes son iguales, contra lo que suelen sostener los interesados en defender a los peores y el periódico habrá de saber orientar a la opinión acerca de quiénes son más peligrosos para la ciudadanía y quienes resultan más inofensivos.
Y todo eso aspiramos a realizarlo en un clima de serenidad, no sin buen humor cuando lo requiera la ocasión, sin espasmos informativos o de opinión que no conducen más que a desorientar a la clientela, y con el sentido de la responsabilidad que nos lleva al convencimiento de que la primera obligación de un periódico es que se lea, que interese, que se venda bien.
Lo que el diario YA no va a hacer es erigirse en plataforma de conspiraciones políticas grandes, medianas o pequeñas; no cederá a la tentación de poseer la fórmula mágica para hacer o derribar Gobiernos. El diario YA no renuncia – faltaría más – a informar y a opinar sobre política, pero no tiene entre sus proyectos el de hacer política.
Estas palabras están en perfecta congruencia con el resto de la conferencia y responden a lo que será el diario YA bajo mi dirección. Emilio Romero ha creído ver un ‘manifiesto liberal’ de corte romántico en estas consideraciones. Está en su derecho, porque las opiniones son libres; como yo estaría en mi derecho de leer su tesis según la cual ‘hay que profesar algún socialismo, pero sin exceso’ hay que ejercer algún liberalismo, pero sin pasarse de rosca’, e interpretar a continuación que ésta es la frase arquetípica de quien se ve en la necesidad de mantener alguna presencia pública a lo largo de tantos años y en circunstancias políticas tan distintas.
Pero ésta no es la cuestión, porque carece de sentido una polémica entre el director de un periódico y uno de sus colaboradores en las páginas de la propia publicación. La cuestión está en sentar con nitidez la posición del diario YA de ahora en adelante, y nadie mejor que el propio director para eliminar de raíz cualquier atisbo de confusión. El diario YA apuesta resueltamente por la libertad, por la defensa de las libertades de todos, y especialmente de quienes más sufren el riesgo de perderlas. Y esta actitud no derivad de ningún doctrinarismo, sino de extraer las consecuencias lógicas del respeto a la propia estimación de los ciudadanos responsables y libres.
Por último, quiero expresar que el diario YA ha experimentado en los últimos meses tal vez la más profunda mutación que cabe en una empresa de comunicación: el cambio de propiedad. La Conferencia Episcopal Española ha pasado a ceder el control de la Editorial Católica a una nueva mayoría formada por empresarios dispuestos a arriesgarse en la iniciativa. Pero la Conferencia no desaparece del capital de Edica, sino que se mantiene con una minoría importante. Eso quiere decir que este periódico ya no es el ‘periódico sin los obispos’. Bajo mi dirección, YA será un diario que se lea con gusto por los católicos, porque todo él estará inspirado en una concepción cristiana de la vida, aunque no ostente ningún carácter confesional. Los católicos y, en general, quienes valoran el concepto trascendente de la vida, deben saber que en YA tienen un medio de comunicación que aspira a servir a la verdad y a la libertad, como desde una concepción cristiana no podía ser de otro modo: casi produce sonrojo tener que decir, como si fuera una noticia, que ‘la verdad os hará libres’.
Ramón Pi