2 septiembre 1986

El presidente de AP lo reemplaza por Alberto Ruiz-Gallardón, hijo de su mano derecha José María Ruiz-Gallardón

Fraga destituye a Jorge Verstrynge como Secretario General de Alianza Popular acusándole de deslealtad

Hechos

El 2 de Septiembre de 1986 D. Manuel Fraga Iribarne compareció públicamente para anunciar que había destituido a D. Jorge Verstrynge como Secretario General de AP y nombrado en su lugar a D. Alberto Ruiz Gallardón.

Lecturas

El 8 de agosto de 1986 el secretario general de Alianza Popular, D. Jorge Verstrynge Rojas defendió en Radio Nacional de España que el presidente de AP, D. Manuel Fraga Iribarne, debía ser el candidato de AP a la alcaldía de Madrid en las elecciones municipales del 10 de junio de 1987 en lo que suponía su retirada de la política nacional para pasar a la política municipal. El 14 de agosto de 1986 la federación de Alianza Popular en Madrid, D. Carlos Ruiz Soto, emitió un comunicado defendiendo la candidatura del Sr. Fraga Iribarne a la alcaldía de Madrid en lo que suponía solicitar su retirada de la política nacional. El 21 de junio de 1986 D. Alfonso Osorio García se sumará a los que respaldan en pública esa opción. En el lado contrario D. Fernando Suárez González declara el 19 de agosto de 1986 que sería ‘una barbaridad’ que el Sr. Fraga Iribarne se retirara del liderazgo nacional del partido.

El 2 de septiembre de 1986 D. Manuel Fraga Iribarne zanjó la cuestión anunciando la destitución de D. Jorge Vestrynge Rojas como secretario general de AP por juzgar el presidente que su actitud era desleal. El nuevo secretario general de AP es D. Alberto Ruiz Gallardón Jiménez.

El 9 de septiembre de 1986 se reúne la Junta Directiva Nacional de Alianza Popular en la que se establece una votación para ratificar el liderazgo de D. Manuel Fraga Iribarne y D. Alberto Ruiz Gallardón Jiménez como presidente y secretario general de AP. D. Jorge Vestrynge Rojas pide que la votación sea secreta y, ante la negativa del Sr. Fraga Iribarne a ello, se niegan a participar la reunión y abandonan la sala D. Jorge Verstrynge Rojas, D. Carlos Ruiz Soto, D. Gabriel Camuñas Solis, D. Luis Olarra, D. Carlos Manglano, el senador D. Jesús Díaz, Dña. Elena Utrilla, D. Antonio Fernández Jurado y D. Antonio Martín Beaumont, mostrando así su apoyo al secretario general cesado.

Ante el anuncio por parte del Sr. Fraga Iribarne de apertura de expedientes a los críticos, todos ellos abandonarán el partido, incluyendo los cuatro que son diputados. Esto lleva a Alianza Popular a perder cuatro diputados en el Congreso: D. Jorge Verstrynge Rojas, D. Carlos Manglano, D. Carlos Ruiz Soto y D. Gabriel Camuñas Solis, que se pasan al Grupo Mixto.

03 Septiembre 1986

La caída del valido

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La destitución de Jorge Verstryrige como secretario general de Alianza Popular (AP), prólogo al parecer de otras medidas significativas de similar índole en la cúpula del principal partido de la oposición, constituye el inicio de la contraofensiva de Manuel Fraga frente a quienes pusieron en cuestión su liderazgo. Pero es también síntoma de la crisis de fondo que afecta a la derecha española.La propuesta de Verstryrige de promover la candidatura de Fraga a la alcaldía de Madrid parece el desencadenante inmediato del episodio que ha costado al primero la secretaría general. La escasa diferencia que el pasado 22 de junio separó a Coalición Popular del PSOE en la capital hacía verosímil, aunque no probable, la hipótesis de una victoria de Fraga en las elecciones locales del próximo año. Esa victoria, por su significado simbólico, sería el trampolín para relanzar al líder aliancista como eje de una alternativa de centro-derecha al socialismo gobernante. Se trataba, sin embargo, de una apuesta arriesgada, si no de una trampa para osos, pues una derrota de Fraga en esa elección, que resultaría particularmente personalizada, significaría en la práctica su jubilación política.

La existencia en el seno de AP de corrientes que cuestionan, bien que siempre de manera prudente, el liderazgo de Fraga era sabida desde al menos el VII Congreso del partido. Ya entonces, la oposición mostrada por dirigentes corno Alfonso Osorio, Fernando Suárez o el propio Verstryrige a determinadas iniciativas del portavoz parlamentario, Miguel Herrero, apuntaba en realidad a quien constituía el principal respaldo de éste, el propio presidente. El VII Congreso reveló la aparición en el partido de una creciente sensibilidad hacia los problemas relacionados con la democracia interna. La práctica de los usos y costumbres democráticos en las instituciones en que participaban los representantes de AP, incluso sus quejas sobre lo que consideraban abuso de poder por parte de los socialistas, tuvo el efecto de familiarizar a dirigentes y militantes aliancistas con valores de los que habían tenido poco antes una concepción meramente instrumental. Comenzó a hablarse de la necesidad de una dirección colegiada, de institucionalizar de manera más precisa la capacidad de decisión personal del presidente en relación a determinadas cuestiones; de limitar, en fin, los poderes de Fraga.

Esa nueva sensibilidad se tradujo, en el curso del congreso, en innovaciones como la existencia de listas abiertas para la elección de los órganos directivos, pero no llegó a poner en cuestión la impronta presidencialista del partido. Nacido éste como emanación de Fraga, sobre cuyas espaldas habían depositado los sectores conservadores la responsabilidad de reconstruir la derecha, su configuración y funcionamiento resultaron deudores de esa personalidad. Así se consideró por parte de la mayoría poco menos que de derecho natural que Fraga se reservase facultades como la de designar -y destituir- a los principales cargos del partido, incluyendo al secretario general, los adjuntos de éste, los vicepresidentes, etcétera. Pero la semilla de la discordia potencial había quedado sembrada.

Esa semilla germinó al calor dé divergencias surgidas ante el referéndum sobre la OTAN o tras los resultados de las legislativas de junio y ulterior fuga de Alzaga al Grupo Mixto. La crítica a las decisiones adoptadas fue asociándose al cuestionamiento del liderazgo de Fraga. La polémica sobre su candidatura a la alcaldía de Madrid se ha producido así en un contexto interno previamente recalentado, y lo que en teoría podía haber sido un debate sobre estrategia y táctica política se convirtió rápidamente en una discusión sobre la figura misma del virtual candidato. Éste se mostró cauto al comienzo, reticente luego y francamente desconfiado al final. «Algunos que han hablado demasiado se van a arrepentir», advirtió hace días desde su retiro gallego. Desde sus tiempos de ministro de la información franquista se sabía que Fraga no advierte nunca en balde. Pero su gesto de autoridad, si bien será aplaudido por muchos militantes aliancistas, no resuelve el problema de fondo planteado. La derecha española, si quiere convertirse en alternativa de poder, necesita un candidato capaz de encarnar esa alternativa desde un partido inequívocamente democrático, tanto por los principios que postula de cara a la sociedad como por su funcionamiento interno.

03 Septiembre 1986

Crisis Aliancista

ABC (Director: Luis María Anson)

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La destitución de Jorge Verstrynge como secretario general de Alianza Popular, decidido al parecer en los últimos días por el presidente del partido, Manuel Fraga Iribarne, ha sido el suceso político más relevante en la recién reanudada actividad pública nacional. Verstrynge desempeñó sus responsabilidades en tal relevante puesto del partido conservador con notoria brilantez en algunos momentos, mientras que en otros su labor fue discutida. El debate sobre esto y la polémica sobre otras cuestiones han compuesto, en medida importante, el proceso de la crisis interna de Alianza Popular zanjada ayer con la destitución.

Son muchas, naturalmente, las cuestiones que se han concitado en el apartamiento del señor Verstrynge. En muchas de ellas no se encontraría a primera vista directa relación. Sería dislate atribuir a la ejecutoria de Verstrynge el fracaso padecido por la derecha en los últimos comicios. Tampoco se puede afirmar sin matizaciones muy precisas y sin salvedades de mucho bulto que la responsabilidad de tal desenalce corresponda por entero al actual presidente del partido. Pues si cierto es que, en el escenario europeo, ha sido esta la derrota más importante padecida en los últimos tiempos por el partido más representativo de la derecha, no es menos cierto que desde la derecha también no se había producido una indecisión tan notoria en la apuesta y en la propuesta electoral.

Por lo que sea, parece fuera de duda que la crisis de reajuste posterior a las elecciones en el partido de Alianza Popular no ha sido abordada, ni menos aún conjurada, con el relevo producido en su secretaría general. La cuestión de fondo continúa intocada. La destitución del señor Verstrynge se interpreta en algunos medios con efecto en alguna manera indirecto de las tensiones y desacuerdos habidos en lo concerniente a la táctica y a la estrategia del partido ante las elecciones municipales, aunque también se hace la observación de que tales disenso sobre el método y el camino a seguir encubrían realmente una polémica sobre el liderazgo de las fuerzas conservadoras, cuestionado inevitablemente después del fracaso de las elecciones generales.

De cualquier modo, la destitución de Verstrynge, que según Manuel Fraga es ‘operación que se agota en sí misma’, es de esperar que se traduzca en la apertura de un proceso de renovación en el seno del partido, especialmente en el plano de las provincias; renovación que permita zanjar muchos pleitos personales de consecuencias funestas para las posibilidades electorales de Alianza Popular. La derecha española necesita una representación mejor equipada, con un aparato político más moderno: diseñado para la eficacia, vigorosamente implantado en las regiones y capaz de dar la respuesta que España necesita. El nombramiento de un hombre joven y capaz como Ruiz Gallardón abre una evidente esperanza.

Memorias de un maldito

Jorge Verstrynge

1999

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Como es sabido Chirac, tras alcanzar la alcaldía de París, fue catapultado al puesto de primer ministro. Posteriormente repetirá la hazaña,, pero esta vez saltando desde la alcaldía de Paris hasta nada menos que la presidencia de la República. La idea de Osorio era, pues, buena y tenía precedentes en España, incluso uno reciente: el de Arias Navarro. Claro que cabía el riesgo de que Fraga perdiese la elección. Pero hacer política es también arriesgar; por lo demás para cuando se convocasen las elecciones ya no estaría al frente de la alcaldía el pobre Tierno Galván.

Yo no pretendía mandar a Fraga al matadero, sino a un sanatorio democrático donde aprendiese de verdad democracia, pudiera demostrar que se había enterado y que se podía confiar en él, y donde curara o calmara, su renacida tendencia a usar vías de acceso al poder incompatibles con la práctica democrática. Que yo me sintiera cada vez más en la izquierda no debía ser obstáculo sino al revés, para que yo contribuyera al menos en algo, a que la derecha de este país fuera de una puñetera vez democrática como mínimo en cuanto a su líder máximo. Se lo debía a mi pueblo. Lo que supe después es que algunos (Rogelio Baón, José María Ruiz Gallardón, Antonio Navarro, Miguel Herrero, ciertas personas añaden que también el padre de Federico Trillo, pero me cuesta creerlo) se dedicaron a calentarle la cabeza a Fraga con otras consideraciones. Lo que para mí no tiene perdón es que Fraga se dejase calentar.

La respuesta de Fraga fue fulminante: nada más volver de Sánchez Domingo, Ángel Sanchís me comunicó que, por orden de Fraga, mi escolta puesta por el partido quedaba suprimida, al igual que mi chofer y que también se me suprimía mi sueldo como secretario general del partido… Eso es lo crematístico, me imagino que como castigo o como forma de presión sobre mí. Partidarios míos me llamaron, suplicándome que tomara una avión y me fuera a ver a Fraga a explicarme. Pero yo no tenía nada que explicar, además me repugnaba ese gesto de sometimiento, cual burgués de Calais, con las cadenas al cuello a implorar el perdón del monarca absoluto. Fraga se había dejado calentar por unos mangantes que iban a su rollo personal o filial, además sin pedir explicaciones al presunto culpable, y eso era propio de un político indigno… Entonces sí que no merecía dirigir, no ya el país, sino tampoco el principal partido de la oposición.

Asistí a varias reuniones en Marbella, con Camuñas, Hernández Mancha y varios presidentes provinciales. Los que allí nos reunimos decidimos pisar claramente el acelerador: algunos porque se veía que ya no había vuelta de hoja a la hora de ser muy próximamente represaliados por Fraga; otros por una convicción parecía a la mía de que Fraga se estaba revelando como un bluff, otros porque pensaban que con un líder así era imposible cualquier posibilidad, no ya de alternancia, sino de sacar a AP del atolladero, y otros, en fin, por intereses puramente personales (caso por ejemplo de Antonio Hernández Mancha, que se comprometió a apoyar, siempre y cuando él fuera en su momento apoyado para ser candidato a la presidencia de AP: Camuñas y yo nos miramos cuando escuchamos la petición y, tras un imperceptible guiño de ojos entre Gabriel y yo, le contesté que de acuerdo si yo seguía siendo el secretario general del partido; la cuestión eral era que ambos – pero no Mancha, cuyo nivel de inteligencia ha sido siempre muy notoriamente sobreestimado – sabíamos que yo cesaría en cuanto volviéramos a Génova 13).

A favor de mis propuestas estaban muchos, con aportaciones incluso que yo no esperaba: parte de Lugo, Mariano Rajoy y parte de su provincia, parte de Burgos. Y se sumaron apoyos periodísticos – no por indeseables en el fondo, inútiles en la coyuntura: me refiero en este caso al ABC, que se inclinó rápidamente por la operación Chirac y por la colegiación del liderazgo y que cuando fui cesado nos propuso – y por cierto lo llevó a cabo – mandar, por ofrecimiento directo de Luis María Anson, ante testigos, a Fraga a Perbes ‘con sólo tres portadas’ – en la misma línea intentó José Frade situar al a revista ÉPOCA – cuán verdad es que a veces la política hace extraños compañeros de cama – pero muy pronto el director de la revista Jaime Campmnay le convenció de que había que apoyar a Fraga y a Gallardón en la línea de EL ALCÁZAR; Frade nos ofreció incluso ayuda económica que rechazamos tras alguna vacilación.

Yo no iba a dimitir (sería reconocer una culpa en realidad inexistente: el propio Fraga había dado su aprobación a la operación Chirac, y yo no había pecado alguno en pedir una dirección colegiada, la democratización interna y un pacto con los centristas), sino que debía ser cesado por Fraga. Aquello implicaba mi salida del partido, no cabía duda: por no ser un partido democrático porque la aplicación del terror sobre sus subordinados por parte de Fraga hacía imposible cualquier veleidad duradera, no ya de oposición, sino incluso de discrepancia.

Fraga me pidió mi dimisión, ante mi negativa me comunicó mi cese y me dio dos horas para desalojar mi despacho tras mi negativa a decir unas palabras de bienvenida a Alberto Ruiz Gallardón, mi sucesor, que para mí era, en aquel entonces, un perfecto facha cuya definición política se resumía entonces en ‘no soy tan religioso como debiera’.

Fraga presentaba al nuevo secretario general frente a la sonrisa beatífica de los que creían que el escalafón iba a correr y que eso les beneficiaba, como cada cerdo tiene su San Marín, no recuerdo que ninguno de ellos haya tenido un gran destino político, excepto el propio Gallardón hijo e Isabel Tocino.

Memorias de Estío

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón

1993

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Pag. 331.

Fraga me remitió a Verstrynge, que me invitó a cenar en O´Pazo. Me expuso sin ambages el meollo del problema: “Soy un perro sin amo y busco quién quiera serlo”, me dijo y aclaró a continuación tan sublime metáfora. Daba a Fraga por acabado y buscaba quién le garantizase en el partido su oficio y, más aún, sin beneficio. Cometí el tremendo error de defender el liderazgo de Fraga, de confesar lo poco que me agradaban los perros como interlocutores y mi esperanza de tratar a mi anfitrión como persona. Nunca, después de aquella conversación conseguí entenderme bien con él. (…)

Manuel Fraga me citó el 30 de abril en su domicilio. Quería saber mi opinión y se la di. El fracaso se debía a una mala estrategia política y electoral, al servicio de una pésima candidatura y fruto de la mala dirección y gestión del partido. Me preguntó quiénes eran a mi juicio los responsables y le dije que el director de aquella campaña había sido Jorge Verstrynge y que su dimisión era la lógica consecuencia de su fracaso. (…)

A la fulminante destitución de Verstrynge siguió una escandalosa depuración de los posibles conspiradores, jóvenes cachorros, algunos de ellos, antiguos colaboradores de Fraga y otros y la extraña personalidad del propio Olarra, que el mismo Fraga había integrado no hacía mucho en Alianza.

No deja de ser significativo que Verstrynge, entre otros que no había sido destituido por su mala gestión, por su derroche económico o por errores políticos tan graves como el caso Flick o la campaña catalana de 1984, lo fue por lo que el presidente nacional, Fraga, consideró ofensivo a su persona.

Parece que los conjurados proponían a Fraga como candidato para la alcaldía de Madrid, a elegir en mayo de 1987, idea no mala desde el punto ve sita estratégico que Osorio ya había lanzado en 1983, pero en la que el propio Fraga vio un trampa mortal. Llevado por la gigantomanía, explicó en la Junta Directiva Nacional de aquel septiembre que la izquierda y los sindicatos unidos a otras fuerzas oscuras imposibilitarían la vida ciudadana de la apital si él llegaba a la alcaldía. La tesis era impropia de quien pretendía ser presidente del Gobierno y en todo caso falsa, como ha demostrado la experiencia gallega.

El Análisis

LA OPERACIÓN FARO

JF Lamata

El Sr. Fraga montó en cólera al enterarse que el Secretario General de AP, D. Jorge Vestrynge y el presidente de AP en Madrid, D. Carlos Ruiz Soto, maniobraban para que él fuera candidato a la alcaldía de Madrid. Su ira era porque entendía que le querían de alcalde de Madrid para quitárselo de en medio en el liderazgo de AP. Tanto el Sr. Vestrynge como el Sr. Ruiz Soto me aseguraron que no, que su único objetivo era potenciar la imagen del Sr. Fraga para que así llegara a ser Presidente del Gobierno siguiendo el modelo de Chirac en Francia, que había pasado de ser alcalde de París a ser primer ministro.

Sin embargo una lectura diferente adquirimos de las declaraciones que, por esas mismas fechas hizo D. Luis Olarra (aliado de los Sres. Vestrynge y Ruiz Soto en la operación) en ÉPOCA, donde venía a decir que la derecha tenía que librarse de una vez del Sr. Fraga si quería ganar electoralmente en España. Por tanto aquella ‘Operación Faro’ ¿buscaba promocionar al Sr. Fraga? ¿O buscaba destruir al Sr. Fraga? Teniendo en cuenta la ‘evolución’ de algunos de los defensores del pacto podría parecer más lógico la segunda opción: a la semana tanto el Sr. Vestrynge, como su fiel D. Carlos Manglano, como el Sr. Ruiz Soto y como D. Luis Olarra abandonarían el partido. Según me aseguraron, para evitar una inminente expulsión.

Lo que es innegable es que era AP vivía la crisis más fuerte desde que el Sr. Fraga era presidente y que, tras la liquidación del Sr. Vestrynge salían dos figuras en alza: D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón, el auténtico ‘gran enemigo’ del Sr. Vestrynge que cada vez parecía tener más despejado el camino al liderazgo de la derecha y D. Alberto Ruiz-Gallardón, que aparecía como el nuevo fiel escudero de ‘don Manuel’, considerado entonces un joven del sector más derechista, pronto modernizaría su imagen. Su padre, el fiel aliado del Sr. Fraga, D. José María Ruiz-Gallardón, no podría disfrutar mucho tiempo del ‘ascenso’ de su hijo, puesto que moriría tan sólo unos meses después.

J. F. Lamata