18 agosto 1986

Muere Juan José Rosón Pérez, que pasó del franquismo a dirigir el ministerio de Interior con UCD en los años de plomo de ETA

Hechos

El 18 de agosto de 1986 falleció D. Juan José Rosón Pérez.

20 Agosto 1986

En la muerte de Rosón

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

Leer

LAS CONTRADICCIONES que presiden la biografia política de Juan José Rosón, ex ministro del Interior, fallecido el lunes en Madrid, son las de buena parte de su generación. Nacido en 1932 en una aldea lucense, en el seno de una familia tan numerosa como conservadora, hace carrera en el aparato franquista, se alinea, ya en el crepúsculo del régimen, con los sectores reformistas del mismo y evoluciona luego hacia posiciones claramente democráticas.El día en que se escriba una historia solvente de la transición española será obligado incluir un capítulo dedicado a explicar el decisivo comportamiento de estas personas que aportaron sinceramente sus conocimientos y experiencia para lograr la transformación inequívoca del Estado. Y probablemente su papel resultará más engrandecido si se les compara con las actitudes pusilánimes de quienes, procedentes del sector más moderado de la oposición democrática, se opusieron a reformas progresistas en materias como la legislación sobre el divorcio o la descentralización política del Estado. Algunos políticos profesionales, como el propio Suárez o el ex ministro ahora fallecido, demostraron una insospechada audacia a la hora de desbloquear muchos de los complejos problemas planteados por la transición.

Es cierto que su biografía les permitía una mayor capacidad de maniobra ante las fuerzas involucionistas, pero no lo es menos que, en general, supieron utilizar esa ventaja al servicio de la normalización democratica del país. Rosón llegó al Ministerio del Interior en un momento en que, por una parte, era evidente el descontrol por parte del Gobierno de su propia policía, y por otra, el terrorismo había alcanzado su máxima eficacia mortífera y capacidad desestabilízadora. En el período 1978-1980, el terrorismo produjo 239 víctimas mortales, es decir, un promedio de 80 muertos al año. En los dos años siguientes, con Rosón en Castellana, 5, el promedio descendió a menos de la mitad: 30 víctimas mortales en 1981 y 40 en 1982.Rosón llegó al ministerio con unas credenciales contradictorias. Antiguo secretario general del SEU, presidente luego del Sindicato Nacional del Espectáculo, en 1974 fue nombrado director general de Radiodifusión y Televisión Española, fracasando -por efecto de las propias limitaciones del proyecto Arias- en su intento de apertura informativa. Nombrado gobernador civil de Madrid en agosto de 1976, con Suárez ya en la Moncloa, hubo de enfrentarse a algunas de las situaciones más conflictivas de la transición, combinando casi a partes iguales mano dura y capacidad de diálogo en sus relaciones con la oposición. Vista retrospectivamente, el principal mérito de su gestión en el cargo fue seguramente su capacidad para disciplinar a las fuerzas de seguridad a sus órdenes, incluyendo las unidades encargadas de investigar y perseguir a las bandas ultraderechistas que hasta entonces campaban por sus fueros en la capital. Como ministro del Interior, supo poner orden en el departamento, utilizando su autoridad para recortar la tendencia a la autonomización de los cuerpos policiales, y, sobre todo, tuvo la audacia necesaria para impulsar, con notable éxito, la vía de la reinserción social de los terroristas dispuestos a dejar las armas, cuyo fruto más visible sería la disolución de ETApm. Rosón, a quien incluso sus adversarios reconocieron siempre una gran capacidad para escuchar los argumentos de los demás, encontró razonables los expuestos por Mario Onaindía en una entrevista cuya mera celebración ilustra el valor moral de ambos interlocutores, y aceptó los riesgos de la línea emprendida. Con inteligencia y prudencia, logró comprometer en la misma a altas e influyentes instituciones del Estado, garantizando así su éxito y dejando abierto el camino para iniciativas posteriores. En el momento de su desaparición, víctima de una enfermedad cuyo carácter irreversible conocía desde 1982, esa mezcla de audacia y prudencia que presidió su gestión como mínistro, y que hizo que se le reconociera desde ámbitos muy diversos como el mejor titular de Interior de la transición, se impone sobre cualquier otra consideración. Juan José Rosón merece hoy el reconocimiento público de la sociedad española por su profunda honestidad personal y su probada eficacia política. Por paradójico que pudiera resultar, una de las mejores imágenes públicas se ha logrado en España desde uno de los ministerios más duros, desagradecidos y desgastantes como es en todo el mundo occidental el del Interior.

20 Agosto 1986

Rosón, el hombre

José María Martín Patino

Leer

No quería que le vieran sufrir. Consiguió que ni, sus mayores amigos siguiéramos de cerca su larga enfermedad. Pertenecía a una especie rara de la fauna política. Se escondió para morir. No he conocido a nadie más reacio al aplauso y enemigo del autobombo. Los gestos grandilocuentes,, las victorias pregonadas y los optimismos de pura estrategia, no tenían nada que ver con su manera de entender la política. Su sinceridad y su realismo entorpecían su discurso habitual. En esta tierra de vanidosos y simplistas él era un gigante de la complejidad. Nació para desentrañar los conflictos; tenía una habilidad especial para dar con los cabos sueltos de la madeja. Su tenacidad le llevó en los momentos más difíciles a estar día y noche a pie de obra hasta dañar gravemente su, salud. Vivió tan naturalmente para los demás que probablemente nunca pensó que estaba dando su vida por ellos.Un hombre con tanta verdad dentro no podía menos de suscitar cariño y simpatía aun en sus propios adversarios políticos. Era gobernador de Madrid cuando la masacre de la calle de Atocha y cuando los asesinatos de ETA empezaron a crear tensiones de autoridad con las fuerzas de orden público. Él solito salió al encuentro de todos los problemas. Estoy seguro de que ese valor le nacía de su profundo sentido de la responsabilidad.

Como ministro del Interior fue un campeón del diálogo. Alguna vez pensé en aquella sentencia de Larra: «¡Bienaventurados los que no hablan porque ellos se entienden!». Era una mezcla de fidelidad castrense y de astucia clarividente. Yo me lo figuro conduciendo siempre con los faros de carretera, mirando lejos y cuidando los detalles más humanos. Su ambición de política estaba tan dominada que toda ella se convertía en fuerza y motor de la andadura diaria. Sabía que los pasos cortos, en determinadas ocasiones, daban sentidos definitivos. No jugaba con la política pero entendía perfectamente el juego de los políticos. Yo conozco a Juan José Rosón humano, entrañable, de convicciones profundas, fiel hasta la muerte, superdotado para el análisis, imaginativo para la política, protagonista silencioso, huidizo de las candilejas y apasionado por la convivencia. Tengo el mejor recuerdo de un amigo patriota.

El amor a su familia y a su tierra gallega le hicieron más español. Comprendía mejor que nadie a los otros pueblos de España. Me enseñó a comprender y amar a los vascos y a los catalanes. Nunca escuché de sus labios una palabra despectiva de sus correligionarios políticos ni de sus adversarios ideológicos. Cuando no estaba de acuerdo con otros políticos sabía concretar las distancias sin generalizarlas. Un hombre que había vivido las entrañas del franquismo vivió con el oído pegado a la realidad social y política, supo ser demócrata sin traicionar creencias.

Ahora se le reconoce como el mejor ministro del Interior en nuestra democracia. Habría que decir además que fue el mejor ejemplo del gobernante justo y tolerante. Hemos perdido un amigo. España ha perdido uno de sus mejores servidores. La democracia española se ha quedado sin uno de sus principales artífices. Fue el peón de brega indispensable que nunca quiso adornarse con el capote y fue maestro en fijar el toro para que otros realizaran las grandes faenas. Hasta su mutis definitivo de: la escena política se ha producido lenta y silenciosamente. Consiguió que su larga enfermedad no se convirtiera ni en el homenaje merecido ni en una tragedia de huera política. Quienes le conocíamos estamos seguros de que se enfrentó una vez más valientemente con su destino. Un¡do a los suyos, pensó hasta el último momento en la convivencia de los españoles.

He aquí el hombre a quien sus creencias cristianas y ciudadanas han ido exigiendo día a día el esfuerzo hasta la extenuación. Encontró la vida allí donde se la fue jugando por los demás.