24 noviembre 2006

El ex agente ruso Alexander Litvinenko muere envenenado después de lanzar acusaciones contra el Gobierno de Vladimir Putin

Hechos

El 24.11.2006 la prensa del mundo informó de la muerte Alexander Litvinenko.

Lecturas

El componente letal ‘Polonio’ fue el que acabó con su vida.

24 Noviembre 2006

El ex espía ruso envenenado muere en un hospital de Londres

Walter Oppenheimer

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El ex agente ruso Alexander Litvinenko, presuntamente envenenado el pasado 1 de noviembre, murió anoche en el hospital de Londres en el que estaba ingresado. El estado de Litvinenko, conocido por sus feroces críticas hacia el presidente ruso, Vladímir Putin, había sufrido un «grave deterioro». El hospital admitió ayer que desconocía qué veneno pudo ingerir, descartó que fuera talio y dudó de que fuera una sustancia radiactiva.

La muerte del ex coronel de los servicios secretos soviéticos se produjo a las 21.21 horas, según un portavoz del centro sanitario, que añadió: «El paciente estaba muy enfermo cuando ingresó el 17 de noviembre, y el equipo médico ha hecho todo lo posible por salvar su vida».

Alexander Goldfarb, un amigo de Litvinenko, explicó ayer que el ex agente había sufrido una parada cardiaca en la madrugada del jueves, mientras estaba acompañado por su esposa. Así lo había confirmado también el doctor Geoff Bellingan, director de la unidad de cuidados intensivos del London’s University College Hospital, unas instalaciones de nueva planta situadas en el centro de la capital británica. Litvinenko, de 43 años, estaba fuertemente sedado y con ventilación asistida, pero los médicos dudaban de que se le pudiera hacer, en esas condiciones, el trasplante de médula necesario para que pudiera generar anticuerpos.

«Se estudiaron todas las vías para establecer la causa de su estado, y el asunto ahora forma parte de una investigación que dirige Scotland Yard», explicó el portavoz hospitalario. No obstante, el doctor Belligan desmintió las informaciones de la BBC de que las radiografías practicadas habían puesto al descubierto tres objetos metálicos de considerables dimensiones en el sistema digestivo del paciente, que aparentemente no podría haber ingerido de manera forzada. El médico explicó que «las sombras que se han detectado a través de los rayos X se deben, como era de esperar, a Prussian Blue, un agente terapéutico no tóxico que le fue administrado como parte del tratamiento». También desmintió que Litvinenko hubiera sido envenenado con un metal pesado como talio y cuestionó la tesis de que pudiera ser un veneno radiactivo. «A pesar de los detallados análisis practicados, todavía no está claro cuál es la causa de que se encuentre en ese estado».

Tampoco se sabe cómo pudo ingerir el veneno. Scotland Yard investiga el encuentro de Alexander Litvinenko con dos hombres rusos en el Hotel Millenium de Londres en la mañana del 1 de noviembre y su cita con un profesor italiano, ese mismo día a la hora del almuerzo en un restaurante japonés cercano a Piccadilly. Aunque la sospecha más extendida es que fue envenenado por el FSB -Buró Federal de Seguridad, la agencia de inteligencia que sustituyó al KGB con la caída del sistema soviético-, del que había desertado, no falta quien cuestiona esa tesis y apunta hacia un ajuste de cuentas o a una maniobra para desprestigiar a Putin. Ayer mismo los servicios secretos rusos volvieron a rechazar toda implicación en el caso.

03 Diciembre 2006

Carambolas asesinas

Pilar Bonet

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Las pistas de la muerte de Alexander Litvinenko pueden llevar a varias direcciones verosímiles o fantásticas, pero, sea quien sea el criminal, los analistas de la política interior rusa dan por sentado que el asesinato del ex oficial del Servicio Federal de Seguridad (FSB) de Rusia se inscribe en la lucha encarnizada por el poder en el Kremlin tras los comicios presidenciales del 2008. De momento, es una pieza sin encaje de un rompecabezas inacabado. Las tradiciones rusas producen bizantinos esquemas de pensamiento y acción, y por eso hay que considerar también una eventual carambola asesina, es decir, el sacrificio de víctimas inocentes para golpear a un adversario en el rebote.Con la llegada de Putin, los veteranos de la seguridad se han instalado en todas partes.

El presidente Vladímir Putin insiste en que no desea cambiar la Constitución para seguir en el cargo que ha ocupado ocho años. Numerosos paisanos y ex colegas de Putin en los servicios de seguridad tienen puestos claves en la Administración, en el Gobierno y en los consorcios estatales cebados con los despojos del imperio petrolero de Mijaíl Jodorkovski. Estos funcionarios tienen motivo para aferrarse a sus sillones y a las oportunidades materiales que éstos les han brindado.

El ciudadano ruso es ajeno a la lucha entre bastidores que, en algunos de sus retorcidos aspectos, recuerda la que precedió a los comicios presidenciales de 1996. La popularidad de Borís Yeltsin estaba entonces por los suelos y los llamadosoligarcas decidieron proteger las inmensas fortunas que amasaban y apoyaron a aquel hombre enfermo. Para movilizar al electorado tuvieron que escenificar (con calumnias e informaciones fabricadas) un dramático dilema. El comunismo, que estaba ya en plena decadencia, resucitó como una amenaza para las reformas, y Yeltsin, en un proceso paralelo, resurgió como el salvador de Rusia. Había otras opciones, pero el Kremlin no quería verlas.

En 1996 el objetivo era reelegir a Yeltsin. Hoy se trata de hacer que Putin, un líder sano y popular, quiera seguir presidiendo para evitar males mayores. Uno de ellos sería la llegada al poder de durosantioccidentales, incluso fascistoides, y dispuestos a recuperar el imperio. Otro, una revolución naranja a la rusa caótica y amenazadora para el Estado.

La forma de presentar el supuesto envenenamiento del ex jefe del Gobierno ruso, Yegor Gaidar, indica que los sectores liberales supervivientes de la época de Yeltsin tratan de transmitir a la sociedad una sensación de peligro como en 1996. Anatoli Chubáis, que fue el ideólogo de las privatizaciones y el jefe de la Administración de Yeltsin, ha opinado que el problema de salud de Gaidar en Irlanda fue un intento de asesinato, relacionado con el de Litvinenko y el de Politkovskaia. La muerte de Gaidar habría sido muy atractiva para «los partidarios de las variantes anticonstitucionales y violentas del cambio del poder en Rusia», ha dicho Chubáis, que no implica a los servicios secretos rusos en el caso.

Chubáis, que hoy dirige el monopolio estatal de la energía eléctrica, fue, junto con Gaidar, uno de los pilares de la reforma económica de Rusia a principios de los noventa. Ambos evitan entrar en conflicto con Putin y se abstienen de declaraciones y acciones que pudieran irritarlo. Gaidar dirige un instituto económico que colabora con el Kremlin.

Todas las hipótesis sobre el «presunto asesino» de Litvinenko son posibles, dada la falta de transparencia en la política rusa y la opacidad del FSB, que no ha sido reformado a fondo ni sometido verdaderamente al Parlamento. En cuestión de días, la comentarista Yulia Latinina, considerada una experta en temas relacionados con los servicios de seguridad, ha cambiado radicalmente de opinión. En su programa El eco de Moscú, Latinina consideró primero que el envenenamiento de Litvinenko era una farsa de Borís Berezovski, el magnate exiliado en Londres, y, cuando el ex agente murió y apareció polonio en su cuerpo, que se trataba de un crimen perpetrado desde instituciones del Estado ruso.

Con la llegada de Putin al poder, los veteranos de los servicios de seguridad se han instalado en todas partes. La socióloga Olga Kryshtanóvskaia, especializada en el estudio del FSB, calculaba en 2005 que uno de cada cuatro miembros de la élite son siloviki, como se les llama a los militares, policías y miembros de los servicios de seguridad, y que la cifra de siloviki metidos en política se duplicó de 1993 a 2003. Esta invasión ha hecho que la mentalidad gremial de los servicios de seguridad -con un hiperatrofiado sentido del enemigo- se extienda a las instituciones, incluidos los medios de comunicación.

El pasado verano, el Parlamento aprobó una modificación a la ley sobre los servicios de seguridad que permite liquidar a los terroristas en el extranjero y legitimó así una práctica ejercitada en 2004 en Qatar, cuando varios agentes rusos (en parte, bajo cobertura diplomática) hicieron volar por los aires a Zelimjan Yandarbíev, ex presidente separatista de Chechenia. Según la prensa rusa, los agentes recibieron el material para el crimen por valija diplomática. Dos de los agentes fueron juzgados y condenados a cadena perpetua, pero el Kremlin consiguió liberarlos y en Moscú les recibieron con alfombra roja. Antes de sacar conclusiones, conviene recordar la muerte del guerrillero Jatab, que luchaba en Chechenia y que era conocido como el Árabe Negro. Jatab fue víctima de una carta envenenada en 2002. La jactancia rusa sobre el invento sirvió para que el mensajero fuera detectado y eliminado por la guerrilla chechena. La prensa rusa ha contado incluso que el comandante Shamíl Basáyev volvió a empaquetar el veneno y lo colocó en un escondrijo de armas, sobre cuya existencia fueron alertadas las tropas federales. El efecto bumeránse habría cobrado la vida de un alto mando ruso.

En los noventa, muchos profesionales capacitados del FSB abandonaron el cuerpo, en parte para dedicarse a los negocios. La socióloga Kryshtanóvskaia cree que la pérdida de los profesionales expertos está siendo sustituida por una nueva generación de jóvenes ambiciosos y cínicos.

Cuando los cuerpos de seguridad estaban mal pagados, aparecían grupos de oficiales que denunciaban abusos y prácticas corruptas, sin que fuera posible saber si actuaban así por sentido del deber o por intereses propios. En noviembre de 1998, un grupo de oficiales del FSB, entre ellos Litvinenko, dijo haber recibido la orden de matar a Borís Berezovski, por entonces secretario de la Comunidad de Estados Independientes. «No somos adversarios del FSB ni de Putin personalmente. Somos parte de este sistema. Y por eso esperamos que el FSB encontrará fuerzas para depurarse de todos aquellos mandos que dan órdenes ilegales», dijo. La respuesta vino en la prensa rusa de entonces y la formulaba un colega de Litvinenko: «Has de saber que no se perdona a los traidores», le advertía.

21 Noviembre 2006

Veneno político

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Alexandr Litvinenko, ex agente del KGB que ha denunciado el régimen de Putin, fue envenenado, supuestamente con talio, un raticida, el pasado 1 de noviembre en Londres cuando un supuesto ciudadano italiano estaba pasándole supuestas pistas sobre el asesinato de Anna Politkóvskaya, la periodista que investigó y crítico acerbamente la política de Putin en Chechenia. Decenas de periodistas, banqueros y otros, críticos con el Gobierno o simplemente molestos, han sido asesinados en los últimos años en Rusia y fuera de ella. Cabe recordar que en 2004, Víktor Yúschenko, el entonces candidato a las presidenciales de Ucrania tras la revolución naranja, fue envenenado por sus propios servicios, que mantenían estrechas relaciones con el SFS (Servicio Federal de Seguridad) ruso, sucesor del KGB.

Naturalmente, el Kremlin ha negado toda vinculación y el SFS no se ha dado por enterado. En este caso, y pese a que Litvinenko sigue vivo, aunque en estado grave, es difícil creer que alguien termine aclarando lo ocurrido, por más que Scotland Yard ponga todo de su parte. Hay demasiados crímenes rusos en los últimos años sin explicación. La cadena que vincula lo ocurrido a Litvinenko con el asesinato de Politkóvskaya sugiere que podría haber una trama para silenciar a todo el que trate de desvelar secretos sobre la forma de actuar de los servicios rusos en relación con Chechenia y otras acciones del Kremlin. Litvinenko había afirmado en un libro que estos servicios, y no los chechenos, fueron los responsables de un atentado en un bloque de pisos en Moscú en 1999 y de que le habían ordenado asesinar al oligarca Borís Berezovski.

No es que Putin haya dado alas al KGB, sino que con el líder ruso, que fue jefe de estos servicios secretos, se han institucionalizado en el Kremlin los malos usos de esta organización, históricamente diestra a la hora de envenenar y asesinar a quien le interesaba. La obligación del Estado era proteger incluso a un agente traidor como es Litvinenko, cuya casa londinense ya fue objeto de una bomba incendiaria en 2004.

Putin y el putinismo quieren controlarlo todo. La noticia de este envenenamiento se conoció en Rusia hace unos días, pero, significativamente, las grandes cadenas de televisión todavía no la han recogido. Putin no se puede presentar a las elecciones presidenciales de 2008 pero pretende controlar el proceso para dejar el cargo, aunque no el poder. Por mucho que pesen el gas y el petróleo, el déficit de confianza externo en la Rusia de Putin aumenta. El precio de la estabilidad da pavor.