10 abril 1984

El ex sacerdote Gabriel Urralburu elegido primer presidente de Navarra tras casi un año de bloqueo parlamentario desde las primeras elecciones de 1983

Hechos

En abril de 1984 se produjo la primera investidura de un Presidente de la Comunidad Foral de Navarra.

Lecturas

La primera composición del parlamento de Navarra surgida de las primeras elecciones de 1984 dejó este paralmento autonómico en una situación de bloqueo durante casi un año por no alcanzar ningún candidato mayoría absoluta de la cámara.

D. Gabriel Urralburu (PSOE) es proclamado presidente de Navarra el 14 de abril de 1984 después de fracasara hasta cuatro votaciones del candidato de Alianza Popular, D. José Luis Monge, que podría haber gobernado si se producía un acuerdo entre Coalición Popular, el PNV y UPN, que sumaban mayoría absoluta. A pesar de que la dirección de EBB del PNV de D. Xabier Arzallus Antia, dio la orden de respaldar al candidato del centroderecha, los diputados del PNV en Navarra, afines al lehendakari D. Carlos Garaicoetxea Urriza votaron ‘no’ al Sr. Monge. La actitud del PNV que ha facilitado que el primer presidente de Navarra sea el candidato del PSOE, en función que es el candidato de la lista más votada. El Sr. Urralburu toma posesión el 4 de mayo de 1984.

10 Abril 1984

Navarra y el PNV

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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EL CANDIDATO socialista, Gabriel Urralburu, será designado, el próximo día 17, presidente de la Comunidad Autónoma de Navarra, una vez que el candidato de Coalición Popular, José Luis Monge, fuera rechazado el domingo por los 22 votos sumados de los parlamentarios del PSOE y el PNV, exigua mayoría respecto a los 21 votos favorables de la propia Coalición Popular y UPN. De esta manera, los tres escaños obtenidos por el partido de Garaikoetxea en las elecciones autonómicas de 1983 han sido decisivos para inclinar en sentido favorable a los socialistas el equilibrio de fuerzas resultante de aquellas elecciones. Al mantener su voto negativo, en contra de lo acordado por la asamblea nacional del PNV, los parlamentarios navarros se colocan en rebeldía respecto a la dirección de su partido, al que ponen en delicada situación.Este papel jugado por los nacionalistas navarros en el desenlace de la crisis del viejo reino y en la abierta con su actitud en el PNV contrasta, por una parte, con la escasa representatividad del nacionalismo moderado en Navarra, pero también con el escaso peso de la organización navarra en el conjunto del partido que preside Arzallus. A diferencia de lo que ocurre en las provincias que integran hoy la comunidad autónoma vasca, el nacionalismo fue siempre una fuerza minoritaria en Navarra, territorio en el que su espacio sociológico estuvo cubierto tradicionalmente por el carlismo en sus diferentes expresiones. Los sectores que se identificaron con el carlismo hasta fines de los años sesenta, y que evolucionaron luego hacia posiciones nacionalistas vascas, tendieron más bien a alinearse en el sector más radical de dicha corriente, representado actualmente por Herri Batasuna. La ausencia de sus escaños de los electos de dicha coalición ha distorsionado el reflejo de las corrientes reales que operan en Navarra, favoreciendo el protagonismo del PNV en la reciente crisis.

De los más de 40.000 afiliados con que cuenta el PNV, apenas uno o dos millares son de la organización en Navarra. No obstante, la peculiar estructura confederal de este partido, que otorga idéntica representación en órganos de dirección a cada una de sus organizaciones regionales, independientemente del número de afiliados con que cuente, contribuye a amplificar los efectos de cualquier disidencia surgida en un territorio determinado. Los arcaicos estatutos del PNV, apenas modificados desde hace medio siglo, pese a los intentos de Arzallus en esa dirección, permiten a los disidentes navarros ampararse en el principio interno según el cual «las asambleas regionales son autónomas en su ámbito».

Pero, más allá de la crisis navarra, la disidencia ha acabado por convertirse en síntoma de la encrucijada en que se encuentra el PNV. La confirmación por parte del ex senador Mitxel Unzueta de la existencia de un acuerdo entre su partido y Coalición Popular hace un año, y por dos veces incumplido en la parte que les correspondía por los representantes del PNV, ha venido a corroborar la impresión de quienes insistieron en la necesidad de una más precisa definición de los rasgos ideológicos y políticos del PNV. Ni el grave incidente de la LOAPA, ya superado, ni otras potenciales amenazas que pudieran cernirse sobre el despliegue de la autonomía vasca, pueden hacer olvidar que dicho proceso está, si no plenamente concluido, sí suficientemente encarrilado. En esas condiciones, la tentación de seguir manteniendo como único contenido programático la permanente reivindicación frente al poder central, podría resultar electoralmente rentable a corto plazo, pero sería suicida en una perspectiva de futuro.

El PNV no puede dejar de ofrecer a sus potenciales electores, junto a una firme defensa de la plena aplicación del Estatuto de Guernica, perspectivas políticas y programas sectoriales concretos. Más específicamente: no puede permanecer al margen de debates que, aun no teniendo que ver directamente con la reivindicación nacionalista, afectan de lleno a la vida de los nacionalistas.

Xabier Arzallus participó la semana pasada en un pleno de la Internacional Demócrata Cristiana, a la que pertenece el PNV desde hace más de 40 años, celebrado en Roma. Cuando se anuncian para antes de fin de año elecciones al Parlamento europeo, el PNV no tiene más remedio que plantearse si en el futuro se alineará en el grupo parlamentario demócrata cristiano europeo, o si intentará la convergencia con irlandeses, flamencos, catalanes, etcétera, en un grupo representante de los partidos nacionalistas del continente o, en fin, si buscará sus afinidades por otros derroteros.

Todo ello no hace sino confirmar, a siete años de la celebración de su último congreso, la encrucijada en que se encuentra el PNV, abocado a plazo más o menos largo, a redefinir su propio espacio político y su estrategia de alianzas tanto en el ámbito de la política española como en el de la política internacional. La crisis navarra ha venido a recordarlo.