2 septiembre 2004
Albiac había pertenecido a la plantilla del diario EL MUNDO desde la fundación y no aprobó que Pedro J. Ramírez no le quisiera publicar una columna en la que critica el modus operande de la forma de titular una colaboración suya
El filósofo Gabriel Albiac rompe con EL MUNDO por considerar ‘censura’ que no se le publicara una columna y se pasa al diario LA RAZÓN
Hechos
- El 19.07.2004 D. Gabriel Albiac publicó su última columna en el diario EL MUNDO.
- El 2.09.2004 D. Gabriel Albiac se estrenó como columnista en el diario LA RAZÓN.
Lecturas
D. Gabriel Albiac, columnista de EL MUNDO desde la fundación del periódico en 1989 justificó su marcha del diario de Unidad Editorial en la decisión del director de EL MUNDO D. Pedro J. Ramírez y del jefe de opinión D. Pedro G. Cuartango de no publicar el artículo que mandó el 5 de febrero de 2003. En aquella columna el Sr. Albiac afeaba a EL MUNDO que en una crónica en la que se recogían distintas opiniones, incluida la suya, sobre la guerra de Irak, se había incluido un titular que, a su juicio, manipulaba su opinión de cara a los lectores.
Memorias: En tierra de nadie
El fin de EL MUNDO
Hice mi primer viaje a Nueva York en la resaca de una ruptura sin retorno. Y eso tiñe mi recuerdo de Manhattan bajo la nieve de febrero de 2003 con un tono de honda melancolía.
Lo he escrito más arriba: un juego de equilibrios muy frágil tensa los hilos entre el columnista y la línea editorial de su periódico. Y cuando ese equilibrio se resquebraja, es hora de decir adiós con cortesía. A mí, esa hora se me reveló el 5 febrero de 2003.
Yo había enviado, como cada miércoles en los anteriores catorce años, mi columna poco antes de mediodía. Recibí, pasadas unas horas, la llamada de los responsables de opinión para pedirme cortésmente que la retirada y la cambiara por otra. Nunca me había sucedido. Cogí un taxi y me acerqué a hablar con Pedro J. No había solución. Pedí que se me adelantase mi mes anual de vacaciones para poder reflexionar tranquilamente. Y a la mañana siguiente saqué un billete de avión a Manhattan. Necesitaba estar lejos. Y en el lugar en el que las cosas de verdad pasaban.
La columna rechazada (la que hacía el 1.269 de mis ‘Zooms’ para EL MUNDO) era esta:
Nunca dejes que la realidad te arruine un buen titular. Todo estudiante aprende en la facultad que ese es el pilar del periodismo que vende. Nunca dejes que unas declaraciones aburridas te arruinen un titular en letras gordas.
Alguien me llama por teléfono, la semana pasada, para pedirme un análisis sobre la guerra. Sé cómo funciona esto, y difícilmente hubiera respondido sin la presencia de mi abogado a no ser porque se trataba del medio en el cual escribo. Sé cómo funciona esto. Así que, antes de cualquier cosa, especifico lo esencial para mí. Lo que he escrito media docena de veces. Que cualquier valoración – positiva o negativa – de una guerra me parece obscena, además de necia. Las guerras se analizan. Valorar es proyectar deseo. Y a mí me pagan por razonar. No por dar doctrina. Para hacer eso hay gente. Resumo, pues, mi tesis: que no puede iniciarse una guerra en Iraq, porque la guerra sigue abierta desde 1990, no habiendo sido lo del 91 otra cosa que un armisticio técnicamente anulado por su incumplimiento desde, al menos, 1998.
Luego, la entrevista sale. Junto a otras diez. Y bajo un titular que me atribuye – en concordancia con los otros entrevistados – la defensa de ‘argumentos a favor de la guerra’. Leo la transcripción de mis palabras. Es impecable. Dicen exactamente lo contrario de lo que el titular dice que dicen. Pero ¿quién lee una entrevista cuando el titular ya se la cuenta en una línea?
Sé que soy el chico menos divertido de la ciudad. Y que mi manía de hablar con precisión aburre hasta a las piedras. Así que juzgo lo más lógico del mundo que quien quiera espectáculo pase olímpicamente de mí. Mis palabras no encajan en lo que el titular exigía. Lo sensato hubiera sido no publicarlas. Y todos tan contentos. Bajo un titular valorativo, cualquier realidad textual se esfuma. Lo sabe hasta un niño de siete años.
Carecería de relevancia, fuera de mi trivial desagrado, si no fuera porque eso de editorializar con los titulares se ha convertido en la principal endeblez de la prensa española. No solo española. Desmiento, pues.
1.No argumento a favor de la guerra. Ni en contra. Sé, desde la lectura de los clásicos, que el oficio del filósofo consiste en no alegrarse ni entristecerse, ni regocijarse ni enojarse; solo entender. A ello me atengo.
2.Lo peor de esta de Irak – que, insisto, dura con diversas fases desde el 90 – es el infantilismo que induce en quienes, bajo la conmoción que inevitablemente desencadena toda guerra, abdican de pensar. El médico que diagnostica una enfermedad incurable. ¿Está argumentando a favor de la muerte?
Nadie pudo leerla. No llegó a existir.
Acabaría por existir mi marcha.
A la vuelta de Nueva York quedé a comer con Pedro Cuartango, buen amigo que dirigía la sección de Opinión. Y le expliqué que, en lo que a mí concernía y con todo el cariño del mundo, me declaraba lo que en la jerga futbolística se llama un transferible. Y que, por primera vez en todos esos años, me abriría a cualquier oferta que pudieran hacerme los periódicos de la competencia: hasta entonces, cualquier proposición externa a EL MUNDO había sido rechazada por mí sin escucharla. Cuartango lo entendió con una cortesía que en él es rasgo de identidad. Y yo empecé a buscar un camino fuera del periódico en cuya fundación había participado. No fue fácil. Pero debo agradecer que todo se desarrollase tan amistosamente.
Volvía al cero. Y fue un alivio la llamada de Alfonso Ussía para proponerme que me viniera con él y con nuestro común amigo Tomás Cuesta a LA RAZÓN. Alfonso Ussía me abrió las puertas de LA RAZÓN que, por aquel entonces dirigía José Antonio Vera.