24 octubre 2019

Derrota judicial de la Familia Franco, contraria a su traslado y a la nueva ubicación impuesta por el Gobierno

El Gobierno Pedro Sánchez saca los restos de Franco del Valle de los Caídos con el respaldo del Congreso y el Tribunal Supremo

Hechos

El 24.10.2019 los restos del general Franco fueron trasladados desde El Valle de los Caídos hasta el cementerio de El Pardo.

Lecturas

Por orden del Gobierno de D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón el 24 de octubre de 2019 es sacado del mausoleo de Cuelgamuros, conocido como ‘el valle de los caídos’ el féretro con los restos mortales de Francisco Franco Bahamonde. Una decisión que contaba con la oposición de la familia del exmandatario.

La familia acató la orden y ese 24 de octubre los restos fueron sacados del Valle por miembros de su familia, que lo sacaron a hombres, entre ellos D. Francisco Franco Martínez-Bordiú, Dña. Carmen Martínez-Bordiú,  D. Jaime Martínez-Bordiú, D. Cristóbal Martínez Bordiú y D. Luis Alfonso de Borbón.

EL GANADOR DEL LITIGIO

 El Gobierno de D. Pedro Sánchez se marcó como uno de sus objetivos desde su llegada al poder forzar la salida de los restos del General Franco de El Valle de los Caídos. Una posición en la que contó con el respaldo de la mayoría del Congreso de los Diputados y del Tribunal Supremo. A ellos eligieron además que fuera enterrado en el cementerio de El Pardo.

LOS PERDEDORES

 La familia Franco encabezada por los siete nietos del dictador, D. Francisco Franco Martínez Bordiú, Dña. Carmen Martínez Bordiú, D. Jaime Martínez Bordiú, Dña. Mariola Martínez Bordiú, Dña. Arancha Martínez Bordiú, Dña. María de la O ‘Merry’ Martínez Bordiú y D. José Cristobal Martínez Bordiú, se negaron tajantamente a que los restos de su abuelo fueran trasladado de El Valle y exigieron que, en caso de que se les forzara a sacarlo que fuera enterrado en su cripta familiar de La Almudena. Su posición fue desestimada.

 El abogado D. Luis Felipe Utrera, hijo del ex ministro franquista D. José Utrera Molina, representó a la familia Franco alegando a los tribunales que la ley prohibía mover de sitio restos humanos sin el permiso de su familia. El Tribunal Supremo desestimó su alegación.

 D. Santiago Cantera, Prior del Convento Benedictino de El Valle de los Caídos y antiguo militante de Falange, se opuso con contundencia a la exhumación de los restos del General Franco de El Valle de los Caídos.y presentó otro de los recursos legales contra la misma de los restos  Cantera se negó a autorizar tal evento en su condición de garante de la custodia de todos los restos humanos enterrados en El Valle. El Tribunal Supremo sentenció que su opinión era irrelevante en el litigio.

 La Fundación Francisco Franco que preside el General Juan Chicharro y cuyo presidente de honor es D. Luis Alfonso de Borbón Martínez Bordiú (hijo de Dña. Carmen Martínez Bordiú y el fallecido Duque de Cádiz) presentó también un recurso legal contra la exhumación que, al igual que las dos anteriores fue rechazada por el Tribunal Supremo.

 El juez local madrileño D. José Yusty Bastarreche decretó la paralización de la obra de exhumación por considerar que no reunía las garantías de seguridad suficientes. El Tribunal Supremo anuló la paralización del juez Yusty al considerar que no habría dificultades en llevar a cabo tal exhumación.

LOS TEJERO PRESENTES EN EL ACTO

 El ex teniente coronel D. Antonio Tejero Molina, condenado por el intento del golpe de Estado del 23-F, estuvo presente entre los manifestantes el día que se produjo el traslado de los restos del general Franco a El Pardo. Su hijo, D. Ramón Tejero ofició una misa privada para la familia junto al prior D. Santiago Cantera.

 Otros bisnietos del dictador fallecido como D. Daniel Martínez Bordiú (hijo de D. José Cristobal Martínez Bordiu) o D. Francisco Franco III (hijo de D. Francisco Franco Martínez Bordiú) asistieron al acto a respaldar a sus padres.

24 Octubre 2019

Parte del pasado

EL PAÍS (Directora:Soledad Gallego Díaz)

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La derrota de la dictadura fue la Constitución, no la exhumación de Franco

Los restos del dictador Francisco Franco han sido exhumados este jueves en presencia de una veintena de allegados y trasladados al cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, para recibir nueva sepultura. Culmina así un largo proceso en el que los tribunales han allanado el camino para proceder a la reubicación de los restos, desestimando las razones alegadas por los herederos para impedirlo. A partir de este momento, el mausoleo levantado en el paraje de Cuelgamuros con el trabajo forzado de presos comunes y políticos responde con más rigor al escalofriante nombre con el que lo bautizó la dictadura: la presencia de los restos del dictador, celebrados en una construcción que concibió como farisaico homenaje a los caídos en una guerra que él mismo había desencadenado, confundía en un único espacio a las víctimas con su más destacado victimario.

La decisión adoptada en su momento por el Gobierno de Pedro Sánchez, y solo ejecutada ahora a consecuencia de los retrasos provocados por los recursos legales interpuestos por la familia, no ha contado con la oposición explícita de ningún grupo parlamentario, a excepción de la ultraderecha que se reivindica como anacrónica continuadora del franquismo. Tampoco la jerarquía católica ha respaldado la posición del prior de la basílica en cuyo interior se encontraban los restos, que se oponía a la exhumación. Más allá de los matices de forma expresados por algunos grupos políticos de la oposición, el alto grado de acuerdo sobre el fondo de esta iniciativa demuestra que la dictadura es efectivamente historia, parte de un pasado que nada tiene en común con el presente.

El traslado de los restos del dictador pone fin a la contradicción simbólica con la que ha convivido el sistema instaurado por la Constitución de 1978, sin que, por lo demás, estuviera nunca en cuestión su naturaleza inequívocamente democrática. Por intensas que fueran las emociones de quienes conocieron la dictadura ante las escenas de la exhumación en Cualgamuros, conviene no perder la perspectiva de lo que España fue bajo el franquismo y hacer justicia a lo que es bajo la Constitución. Este jueves no se libraba una batalla contra la dictadura y, por tanto, tampoco es ahora cuando resulta derrotada. Porque su derrota, su auténtica derrota, no fue simbólica sino real, y tuvo lugar cuando el voto abrumadoramente mayoritario de los españoles respaldó en 1978 la Constitución que sigue vigente y que instauró un Estado social y de derecho, radicalmente opuesto al levantado a sangre y fuego tras la Guerra Civil.

La exhumación de Franco es el primer paso imprescindible para abordar una resignificación del mausoleo que solo será completa cuando deje de ser lo que el franquismo quiso que fuera, un valle funerario, un cementerio que no debió acoger a ningún muerto porque nadie debió morir por la causa por la que fue construido. Ni el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, ni tampoco los miles de víctimas cuyos restos hicieron el camino inverso al que este jueves recorrieron los del dictador, solo que sin respetar la voluntad de las familias y sin proceder con todas las garantías legales que reconoce un sistema democrático como el vigente hoy en España.

24 Octubre 2019

Mirar al futuro, no al pasado

ABC (Director: Bieito Rubido)

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España afronta unas elecciones esenciales, marcadas por la fragmentación. Eso es lo preocupante. Franco, en Cuelgamuros o El Pardo, es pasado desde hace tiempo

a exhumación y posterior reinhumación de los restos de Francisco Franco, desde el Valle de los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio en El Pardo, se basa en una decisión política que Pedro Sánchez convirtió en el primer anuncio de su frustrada legislatura y que después ha sido reafirmada por los tres poderes del Estado. Pese a los legítimos intentos de la familia Franco por evitar su exhumación, lo cierto es que tanto el Gobierno como el Congreso y, finalmente, el Tribunal Supremo han avalado esa decisión ajustándose a Derecho. Desde esa perspectiva, solo puede acatarse y respetarse la exhumación porque la legalidad se impone por encima de cuestiones ideológicas, intenciones políticas o tentaciones revanchistas. España pasa así definitivamente una página de la historia que la izquierda mantiene abierta desde que en 2007 Rodríguez Zapatero promoviese la ley de memoria histórica, ahora ampliada por Sánchez con el único ánimo de centrarla en Franco como hito de su paso por la presidencia del Gobierno. Aunque la izquierda haya celebrado la exhumación como un triunfo de la democracia sobre la dictadura, lo cierto es que ningún partido político respaldó ayer con su presencia en Mingorrubio a los nostálgicos del franquismo que acudieron a censurar su exhumación. Es señal de que una inmensa mayoría de los españoles sí pasaron página y de que nunca, en 44 años, concibieron este episodio como una prioridad. Ni siquiera como la resolución de una deuda moral pendiente contra el régimen de Franco, porque de eso ya se había encargado la Transición cerrando unas heridas que si ahora se han reabierto es por un interés de la izquierda en provocar fracturas en la sociedad.

Hace mucho que España dejó de ser franquista o antifranquista. Porque, en efecto, hace mucho que España apostó por fórmulas democráticas ejemplares y modélicas para regir su futuro. A tenor de las encuestas, los españoles no parecen querer anclarse en una concepción sesgada, divisora y conflictiva de la memoria histórica. Prefieren -y necesitan- mirar al futuro. La exhumación de Franco se ha producido en plena precampaña electoral, y a partir de ahora seguir saldando cuentas con el pasado carece de lógica política. Además, es evidente que tras el acto de ayer subyace un notorio interés electoralista del PSOE. La prueba más sólida es la división en la izquierda al respecto y, en concreto, la indignación de Unidas Podemos con el interés propagandístico de los socialistas. El dato objetivo es que España afronta unas elecciones esenciales marcadas por la fragmentación política, la amenaza de una profunda crisis económica y un sistemático bloqueo institucional. Eso es lo verdaderamente preocupante. Franco, en el Valle de los Caídos o en Mingorrubio, es pasado desde hace tiempo.

25 Octubre 2019

Una exhumación electoralista

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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Incumpliendo su compromiso de ejecutar la exhumación de Franco en el Valle de los Caídos mediante un acto íntimo y discreto, el Gobierno orquestó ayer un espectáculo de propaganda electoral con el traslado del cadáver del ex jefe del Estado desde Cuelgamuros hasta el panteón del cementerio de Mingorrubio (Madrid). Si lo que pretendía Pedro Sánchez era desposeer de honores al dictador, lo que consiguió es proporcionar una extraordinaria plataforma de exhibición franquista. La Moncloa descartó rendir honores de Estado en un acto que se presumía privado. Sin embargo, la solemnidad de una comitiva en la que estuvo presente la ministra de Justicia, la expectación mediática, el desproporcionado dispositivo de seguridad dispuesto por el Ejecutivo y, finalmente, la concentración de nostálgicos crearon una escenografía de exaltación de un régimen que ya forma parte del pasado de nuestro país. Lo que podía haber sido un ejercicio de reparación nacional derivó en un necroshow, tal como ayer lo calificó Díaz Ayuso.

La exhumación de Franco constituye una medida avalada por los tres poderes del Estado. Este periódico ha defendido la pertinencia de esta decisión. Sin embargo, la irrefrenable tendencia del PSOE a agitar la memoria histórica como un arma partidista frustró un acuerdo político de amplio alcance. Sánchez, quien ayer anunció más desentierros durante una oportunista comparecencia, usa la exhumación de Franco para inhumar los problemas que de verdad inquietan a los españoles, como el desafío separatista o la desaceleración económica, antes del 10-N. El empeño de Sánchez de reactivar -vía decretazo- la reinhumación de Franco impidió el consenso, si bien cabe consignar el inmovilismo y la falta de voluntad política de PP y de Cs a la hora afrontar la batalla ideológica alrededor de la memoria histórica. Rajoy evitó derogar la ley impulsada por Zapatero. Ello ha consolidado una legislación revisionista que los socialistas desempolvan a conveniencia electoral.

No obstante, en la forma de proceder del Gobierno subyace una ulterior pretensión. El PSOE, que fue uno de los ejes políticos del tránsito de la dictadura a la democracia, alimenta ahora posiciones revisionistas. Sacar a Franco del Valle no puede convertirse en un instrumento de deslegitimización del proceso reformista que culminó en la Constitución de 1978. Sánchez no cerró ayer la Transición; orquestó un ejercicio circense de tinte electoralista al que, para mayor escarnio, amenaza con dar continuidad revisionista con «las miles de fosas dispersas por nuestra geografía». Bien está que Franco no disponga de una tumba de Estado. Pero aún hubiera sido mejor aprovechar este trámite para renovar el pacto fundacional de nuestra democracia. Su éxito no reside en corregir agravios del pretérito, sino en la libertad y la prosperidad alcanzadas a lo largo de las últimas cuatro décadas.

25 Octubre 2019

Orgullo de país, vergüenza de familia

Luis Arroyo

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Como era de prever, la prensa del mundo entero ha cubierto la exhumación de Franco como lo que es: un poderosísimo símbolo. Sin implicaciones prácticas de ningún tipo (nada cambia en realidad, excepto en el plano puramente emocional), pero sin embargo de trascendencia histórica. Los medios internacionales ponen el momento en contexto. En una España vista desde fuera como un país en crisis institucional, incapaz de dotarse de un Gobierno estable, castigada por el independentismo catalán en vía muerta, angustiada y desconfiada.

Esa mirada exterior, siempre más desapasionada que la nuestra, nos devuelve la imagen de un país interesante: que durante medio siglo, desde que murió el dictador, ha hecho un pacto de silencio para superar su pasado. Franco murió por causas naturales en la cama; su sucesor, el rey hoy emérito, lo enterró en Cuelgamuros con todos los honores, pero luego puso en marcha la Transición; los socialistas y los comunistas aceptaron “olvidar”; y los españoles de entonces, mayoritariamente pasivos ante lo que pasaba, asumieron con gusto la llegada de las libertades, la entrada en la modernidad política y el fin del aislamiento europeo. No lo hicieron nuestros padres tan mal: el golpe de Estado del 81 fue una opereta ridícula, no hubo grandes líos en las calles y nuestra Transición se convirtió en modelo, aun con todas sus dificultades.

Pero era obvio que algo estaba por resolver: los muertos en las cunetas, la permanencia de los símbolos de la Dictadura, la reparación de la memoria de los descendientes de los perdedores. Me gusta contar que a mi abuelo, un sencillo comerciante sin adscripción política, asesinado en el 37 por “los rojos” en Villarrubia de Santiago, Toledo, le honraron poniendo su nombre en la “cruz de los caídos” en la plaza mayor. A mi abuela viuda con menos de 30 años le dieron una Administración de Lotería en la capital, y a mi madre una educación de élite en el Colegio de las Nobles Doncellas. Tuvieron la desgracia irreparable de la muerte del padre, pero la fortuna de haber caído del lado de los vencedores.

Nada de eso pasó con los que luego fueron mis familiares y allegados asturianos. Con abuelos enterrados en fosas comunes, castigados con la persecución, enviados al exilio, obligados a la humillación durante la Dictadura primero, y luego de una Transición inconclusa por aquel “pacto de silencio”.

Por eso, aunque no vaya a cambiar nada en la práctica, hoy es un día realmente importante en la historia de España. A través de una impecable liturgia de exhumación, quirúrgicamente dirigida por el Gobierno, se honra a aquellos perdedores de la guerra, resistentes al golpe de Estado, luchadores por la libertad.

El puñado de franquistas que se acercaron a la verja de Cuelgamuros, el penoso Antonio Tejero exhibiéndose ante las cámaras en Mingorrubio, las banderas franquistas apolilladas… todas esas anécdotas de opereta, no hacen sino certificar lo orgullosa que la mayoría puede estar de nuestro país: desenfadado, irónico, tolerante como ninguno. Aunque tengamos muchas cosas que resolver aún, aunque ese orgullo no sea el mismo para los hijos, los nietos y los biznietos que aún no pueden enterrar a sus muertos.

La vergüenza que nos da ver a los familiares de Franco defendiendo aún el legado del dictador, riéndose del Estado obstaculizando hasta ayer la exhumación, manteniendo la propiedad de bienes robados al país, luciendo en la prensa rosa… toda esa vergüenza enseguida la convertimos en ironía y la acumulamos a nuestra satisfacción. Familia, podéis seguir gritando ¡viva Franco! como ayer, exhibir vuestras banderitas impostadas en la solapa, pavonearos arrogantes ante el país que os observa. Pero lo cierto es que hoy sois vosotros quienes habéis perdido la Guerra. Muchos años después, el dictador pierde la Guerra y sale finalmente del ignominioso lugar en el que estaba. Lo podéis disfrazar como queráis. Pero de algún modo, aunque hayáis contado con la generosidad del Estado, hoy solo podéis agachar la cabeza y asumir la derrota. Habéis perdido vosotros. Gana la dignidad y perdéis vosotros.

25 Octubre 2019

El asalto a la abadía y el silencio de los pastores

Gabriel Ariza

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Que un gobierno socialista en funciones mueva -literalmente- Roma con Santiago para desenterrar un cadáver que lleva 44 años en su tumba en vísperas de elecciones generales y como gran acto implícito de campaña puede parecer, desde fuera, tan extraño como macabro. Y, sin embargo, en España el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, sabe que la exhumación de Francisco Franco -con 22 cámaras de TV en el Valle de los Caídos, 1 unidad móvil, 3 cámaras de TV en Mingorrubio, donde volverá a ser inhumado, y retransmisión de todos los detalles desde todos los ángulos, varias horas seguidas en directo-, el dictador que fuera jefe de Estado antes de la restauración de la democracia en España, es para la ideología que representa una victoria póstuma y simbólica.

Pero el gesto representa muchas más cosas, como el fin de esa reconciliación entre los españoles, entre las dos Españas que se enfrentaron en nuestra última Guerra Civil, sobre la que se basaba el régimen democrático nacido en 1978, y, asunto no menor, con su invasión de la abadía benedictina y la propia iglesia donde reposaban los restos de Franco, trae a la memoria esa que fuera la mayor masacre de eclesiásticos que haya conocido Europa, con unos 7.000 clérigos asesinados, incontables fieles, cientos de iglesias, conventos y monasterios quemados hasta los cimientos, imágenes y tumbas profanadas y las más espantosas blasfemias públicas.

Y eso, en parte, es lo que hace tan inexplicable y cobarde el silencio de la Iglesia española.

Franco no fue un dictador al uso. No fue un político intrigante ni un militar con ambiciones políticas. De hecho, gracias a su enorme prestigio militar, fue requerido en varias ocasiones anteriores para participar en intentonas y se negó siempre, alegando que había prestado un juramento de lealtad a la República. Ni siquiera fue el cabecilla del levantamiento que habría de desencadenar la Guerra Civil, y solo a la muerte del líder, el General Mola, fue elegido para encabezar las tropas nacionales.

Franco se sintió liberado de su juramento solo cuando la República ya había descendido a un caos en el que una parte de España se dedicaba a liquidar físicamente a la otra parte. El levantamiento era, al fin, la reacción de una parte de la población que se resistía a morir. Como ferviente católico, Franco no podía asistir impasible a la destrucción de la Iglesia en España.

Por otra parte, así es exactamente como lo vio la Iglesia universal. Pío XII reconoció que en “la difícil tarea de restaurar los derechos de Dios y de la religión el pueblo español se alzó decidido en defensa de los ideales de la fe y de la civilización cristiana”, dijo Pío XII, que había llamado al alzamiento “Santa Cruzada”, la undécima.

No fue el único pontífice en elogiar a Franco, distinguido con la Suprema Orden de Cristo (Máxima distinción vaticana). Así, el sucesor de Pío XII, el recién canonizado Juan XXIII dirá: “Franco da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es buen católico, ¿qué más se puede pedir?”, y Pablo VI, que tuvo graves roces con el régimen, no obstante declaró que “Franco ha hecho mucho bien a España y le ha proporcionado un desarrollo extraordinario y una época larguísima de paz. Franco merece un final glorioso y un recuerdo lleno de gratitud”.

Mayor aún fue, lógicamente, la adhesión del propio clero al que había salvado del genocidio, el español, que la hizo expresa con una carta pública coordinada por el cardenal primado de Toledo, Isidro Gomá y Tomás.

Por lo demás, como atestigua su testamento, Franco era un ferviente católico, en absoluto un oportunista de la fe, sino un fiel que ponía su fe en el centro de su vida. Estas son las primeras palabras del texto que dejó como legado a todos los españoles, singular en cualquier dictador del siglo XX: “Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir”.

Que la jerarquía eclesiástica española, a 44 años de la muerte del dictador, no quiera insistir en su vinculación con el régimen es perfectamente razonable y comprensible. Incluso pueden encontrarse censurables las abundantísimas pruebas, durante el mandato de Franco, de una gratitud que caía a menudo en la adulación servil y que inevitablemente comprometía a la iglesia con un régimen, al final, mundano e integralista en un momento en que el Vaticano experimentaba con un ‘acercamiento’ al mundo muy diferente del aplicado hasta entonces.

Franco había intentado en todo momento aplicar al gobierno de España en toda su amplitud la Doctrina Social de la Iglesia, introduciendo prestaciones sociales y derechos laborales desconocidos hasta entonces en la legislación española, incluida la de la República, la mayoría de los cuales siguen en vigor.

Pero si el clero español pecó de adulación con el régimen mientras Franco estuvo vivo, ahora es mayor su pecado en la ingratitud. Ni un solo obispo español ha alzado la voz contra desmanes que no solo atentan contra los derechos de la familia del difunto, sino contra la propia libertad religiosa en España. Otra vez.

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Solo el prior de la Abadía del Valle, Santiago Cantera, ha osado enfrentarse contra todos los poderes del Estado y la opinión dominante en defensa de los derechos de la Iglesia y la familia, y sin contar con respaldo alguno de sus hermanos en la jerarquía que, por el contrario, ha dado su visto bueno a la exhumación.

Pero incluso si esta cobardía pudiera pasarse por alto, es completamente inadmisible frente a otros actos relacionados que pueden convertirse en un terrible precedente para la Iglesia española. Pese a la negativa del prior, por ejemplo, entraron en la Abadía y en la propia iglesia Guardias Civiles armados sin una orden judicial. ¿Cómo puede callar la Conferencia Episcopal Española a un asalto así? ¿Qué legitimidad les queda si ni siquiera protestan ante el allanamiento por parte de la autoridad civil de un espacio de culto, con el Santísimo presente?

La Conferencia Episcopal Española se ha convertido desde hace tiempo en una burocracia más interesada por mantener una menguante cuota de poder que por representar el mensaje evangélico o, al menos, defender los derechos de la fe frente a la voluntad del Príncipe.

Sus luchas son ya en torno a migajas con las que los sucesivos gobiernos les tienen domesticados y dóciles: clases de Religión, exención del pago del IBI, la X en la declaración de la renta… Ese conjunto de prebendas son, a la vez, el palo y la zanahoria que convierten al episcopado español en una blanda y timorata maquinaria de consenso político.

Cualquiera que conozca mínimamente la historia de España se da cuenta de que ese silencio, con el que los obispos creen comprar la conservación de sus privilegios, es un paso fatal. Nuestro país tiene una tortuosa relación con el clero, y del español se dice que va siempre detrás del cura, o con un cirio, o con un palo. La izquierda española tiene el anticristianismo en su ADN, y ya ha ‘probado la sangre’ con este asalto impune e incontestado. Se equivocan quienes piensan que esta profanación es el final; es solo el principio de algo mucho peor.

26 Octubre 2019

La intrahistoria de la exhumación de Franco: "Aquí estamos, abuelo, hemos venido con estos profanadores"

Ignacio Escolar / Raquel Ejerique

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Del Valle de los Caídos a Mingorrubio. eldiario.es reconstruye lo que ocurrió al margen de las cámaras de televisión, un traslado que estuvo muy cerca de fracasar por el empeño de la familia del dictador de mantener un ataúd que se caía a trozos

– ¡Qué vergüenza! Sois la anti España. Estará usted contenta de esta profanación, señora ministra.

–…

– Aquí estamos, abuelo, hemos venido con estos profanadores.

Dolores Delgado no contestó. Ni a esta frase ni a los demás improperios y soliloquios que, durante horas, la ministra de Justicia en funciones escuchó por boca de la nieta de Franco más locuaz: María del Mar Martínez-Bordiú –más conocida como ‘Merry’, de los años en los que se casó con ‘Jimmy’ (Jiménez Arnau) y protagonizó en 1977, en el Pazo de Meirás, la primera boda de la historia que fue vendida en exclusiva a la revista ¡Hola!–.

Merry Martínez-Bordiú y su hermano José Cristóbal fueron los dos nietos del dictador que la familia Franco designó para que estuvieran en la primera fila, bajo una doble carpa azul colocada sobre la tumba para evitar que una cámara oculta pudiera grabar. La actitud de ambos no fue ni lejanamente similar.

Él mantuvo en todo momento la compostura. Ella no paró de increpar a la ministra y al secretario general de la Presidencia, Félix Bolaños –el alto cargo del Gobierno que dirigió la operación– y al subsecretario de Presidencia, Antonio Hidalgo. Merry incluso llegó a invocar una suerte de mal de ojo sobre los tres:

–¡Que la maldición por desenterrar un muerto caiga sobre vosotros!

–… (silencio)

La maldición de la momia, al menos este jueves, no llegó. El Gobierno pudo sacar los restos del dictador del mausoleo faraónico donde llevaba enterrado cuatro décadas. No fue fácil. La operación duró seis horas, la mayor parte del tiempo a resguardo de las cámaras de televisión. Primero en la basílica, después en helicóptero, más tarde en el cementerio de Mingorrubio. Un desenlace que había arrancado la semana antes, en una reunión clave en La Moncloa, donde el Gobierno comunicó a la familia Franco los últimos flecos de la exhumación.

Son cuatro escenas de una intrahistoria que eldiario.es ha podido reconstruir a partir de distintas fuentes. Fue un traslado movido, y que estuvo cerca de fracasar a cuenta de las reticencias de los Franco y de un ataúd descompuesto que amenazaba con colapsar.

La Moncloa

Para la cruzada de los Franco en defensa del mausoleo de su abuelo, la sentencia del Supremo fue la derrota definitiva. El 30 de septiembre, cuando el Judicial respaldó al Ejecutivo y al Legislativo en su decisión de trasladar al dictador, el secretario general de la Presidencia, Félix Bolaños, llamó por teléfono al abogado de los Franco, Luis Felipe Utrera Molina. «Me alegro de que me llames porque justo ahora te iba a llamar yo», le respondió. Ambos quedaron en reunirse para cerrar los detalles de la exhumación.

Se vieron tres veces más tras esa conversación. Y también antes. Bolaños ha sido el alto cargo de Moncloa que se ha ocupado de todos los detalles técnicos y jurídicos de la exhumación desde que Pedro Sánchez se comprometió a sacar al dictador del Valle de los Caídos, hace más de un año. Él ejerció como interlocutor, no solo con la familia, también con la jerarquía católica. Fue también quien advirtió al cardenal Carlos Osoro, en una de sus muchas conversaciones con el arzobispo de Madrid, de que el prior Santiago Cantera del Valle de los Caídos se estaba jugando una detención por desobediencia si insistía en incumplir la sentencia del Tribunal Supremo.

Tras esa conversación entre Osoro y Bolaños, el prior Cantera dejó de poner trabas a la exhumación.

El lunes 14 de octubre, a las siete de la tarde, Félix Bolaños se reunió con Utrera Molina y le comunicó los detalles de cómo sería la exhumación. El abogado de los Franco no quedó contento y dos días después regresó a La Moncloa, a una segunda reunión.

Lo acompañaba Francis Franco Martínez-Bordiú, Marqués de Villaverde, señor de Meirás, grande de España. Fue su abuelo quien concedió estos títulos. Fueron sus padres quienes decidieron cambiar los apellidos del primer nieto varón del dictador «para perpetuar la estirpe», una decisión que Francis Franco nunca quiso revertir porque «sería como una traición».

Aquella reunión empezó mal y no acabó mucho mejor.

–Mis hermanos me han mandatado para que nuestro abuelo tenga honores militares como jefe del Estado –arrancó Francis Franco.

Los nietos del dictador querían una banda tocando solemne el himno nacional; un cuerpo militar presentando armas; una salva protocolaria en su honor… Y una bandera de la dictadura sobre el féretro: la misma con el escudo franquista con la que fue enterrado en 1975.

Félix Bolaños se negó. La posición del Gobierno era permitir a la familia Franco que la exhumación se realizara con la dignidad de la democracia, la que la dictadura no tuvo con sus decenas de miles de víctimas. Pero no iban a aceptar que se convirtiera en un acto de reivindicación del dictador.

–Es una humillación, un oprobio– argumentaba Francis Franco–. Mi abuelo fue un gran hombre, un gran militar, y tiene que ser enterrado con honores de jefe de Estado.

–No se me ocurre mayor vulneración de la ley de la Memoria Histórica que sacar a Franco del Valle de los Caídos con salvas y una bandera preconstitucional sobre el ataúd –respondía Bolaños.

La reunión duró casi tres horas y más de la mitad de ese tiempo se empleó en una sola cuestión: la bandera. Tras negarse el Gobierno al uso de ese símbolo de la dictadura, Francis Franco planteó una segunda opción: cubrir el ataúd con una bandera española sin ningún escudo; solo las tres franjas rojigualdas. Bolaños también se negó a esa petición, recordando que esa simbología también incumple la ley de la bandera, de 1981.

–¿Así que un español no puede ser enterrado con la bandera de España? ¿Pero por qué no podemos enterrar a nuestro abuelo con la bandera que queramos? –insistía Francis Franco.

–En Mingorrubio, en la ceremonia privada a puerta cerrada, haced con el funeral de vuestro abuelo lo que queráis. Pero a la salida de la basílica eso no va a pasar.

La bandera franquista volvió a ser objeto de conflicto el día de la exhumación. A pesar de las advertencias del Gobierno, Francis Franco acudió con ella al Valle de los Caídos. Fue la Guardia Civil quien avisó a Félix Bolaños de que el nieto de Franco pretendía introducirla en la basílica. Fue también la Guardia Civil quien la requisó y se la entregó a la familia más tarde, al llegar al cementerio de Mingorrubio. Es la bandera que exhibieron durante la ceremonia privada, en el panteón.

En aquella reunión a tres, Francis Franco sí pactó algo con el Gobierno: quién sería el único interlocutor. Los herederos del dictador no querían, bajo ningún concepto, hablar con la ministra de Justicia en funciones, Dolores Delgado, que debía estar presente en todo momento para dar fe de la la exhumación como notaria mayor del reino. Tampoco querían saludarla. Así que acordaron que todas sus comunicaciones durante ese día serían con Félix Bolaños. A esa petición de los Franco el Gobierno sí accedió.

La Basílica

Iban a ser 22. Solo fueron 20. Dos de los familiares del dictador, en el último momento, decidieron no acudir a la exhumación por motivos que eldiario.es no ha podido conocer. En esta reconstrucción de lo ocurrido, la familia Franco no ha querido responder a las preguntas de esta redacción.

El Gobierno los recogió con varios vehículos, en tres puntos de Madrid, y los trasladó hasta la basílica del Valle de los Caídos. Antes de entrar, todos dejaron en los coches sus objetos metálicos –móviles incluidos– en unas bolsas de plástico. Todos menos Francis Franco. Él iba a viajar en el helicóptero hasta Mingorrubio, así que tuvo que guardar todos esos objetos y el teléfono en un maletín con candado.

La Guardia Civil ofreció a Francis Franco dos opciones: llevarse la llave del maletín, y que ellos se ocuparan de los objetos, o llevarse el maletín, y que la llave quedara custodiada por los agentes. El nieto mayor de Franco prefirió cargar todo la mañana con el maletín y con él quedó retratado en cientos de fotos para la historia.

A cambio, la Guardia Civil le aligeró otro sobrepeso: la bandera franquista con la que su abuelo fue enterrado, y que había llevado hasta allí. En vez de entregársela a la salida de la basílica, la bandera fue devuelta al resto de los familiares que viajaban en coche hasta Mingorrubio. Acabaría enterrada en la nueva tumba del dictador.

–Me han quitado un objeto personal y no sé por qué no me lo devuelven a mí –se quejaba Francis Franco.

–Para evitarle la tentación de colocar la bandera franquista sobre el ataúd, en el vuelo o al bajar del helicóptero.

Además del maletín, el nieto mayor de los Franco cargó todo el día con una libreta y un bolígrafo que la Guardia Civil sospecha que se usó para tomar imágenes de forma subrepticia al menos en Mingorrubio. Es posible que esos vídeos, si es que realmente era un bolígrafo espía, aparezcan en los próximos días. No sería la primera vez que eso ocurre; también fue la propia familia quien, en noviembre de 1975, fotografió a un Franco agonizante en el hospital, en unas imágenes que después se filtraron a la prensa.

Familiares de Francisco Franco portan el féretro con los restos mortales del dictador
Familiares de Francisco Franco portan el féretro con los restos mortales del dictador EFE/EMILIO NARANJO

Dentro de la basílica del Valle, el Gobierno instaló dos carpas de color azul sobre la tumba para evitar cámaras camufladas. Medían alrededor de diez metros de largo por cuatro de ancho y, bajo ellas, los operarios de la funeraria pudieron trabajar, evitando el riesgo de que algún dispositivo escondido grabara la exhumación. También se hicieron barridos de señal y se instalaron detectores de metales.

No era un temor infundado. El domingo previo, la Guardia Civil detuvo al reportero conservador Cake Minuesa intentando colarse en el templo disfrazado de monje con la ayuda de una cizalla para colocar una cámara dentro de la basílica –la investigación sospecha que llegó hasta allí con el apoyo de los propios benedictinos–. Incluso los monjes, el día antes de la exhumación, también intentaron entrar con sus móviles y grabar el despliegue interior.

Bajo las dos carpas, unidas por una cremallera, el acceso estaba restringido. De los 20 miembros de la familia presentes en la basílica solo podían entrar dos: Merry y José Cristóbal Martínez-Bordiú. Junto a ellos, en la carpa, por parte del Gobierno, estaban Dolores Delgado, Félix Bolaños y Antonio Hidalgo, además del forense y de los operarios de la funeraria. Todos los presentes en esa zona cero iban vestidos con un mono blanco sobre su ropa y con mascarillas en la boca, para prevenir la inhalación del polvo de granito, inevitable en las labores de exhumación.

Para impedir grabaciones, nadie llevaba móviles. Tampoco los miembros del Ejecutivo. Félix Bolaños estaba comunicado en todo momento con el exterior de la basílica por medio de los walkie-talkies que portaban otras personas de su equipo. Y el Gobierno también instaló, en uno de los laterales del altar mayor, una línea telefónica fija, encriptada, que conectaba con el sistema de comunicación de La Moncloa y el despacho de Pedro Sánchez.

A través de esa línea segura, desde el Valle de los Caídos, Dolores Delgado y Félix Bolaños hablaron en varias ocasiones con el presidente del Gobierno en funciones. Sánchez, desde La Moncloa, fue informado en todo momento de los detalles de la situación.

Levantar la losa no fue difícil y para los responsables de la funeraria lo más molesto fue escuchar los improperios y maldiciones de Merry Martínez-Bordiú durante varias horas. Los operarios utilizaron una radial para abrir el contorno de la tumba. Después colocaron dos gatos hidráulicos, uno en cada extremo de la losa. Fue necesario romper algunas baldosas más porque las manivelas de los gatos no tenían el espacio suficiente para girar. Y, al tiempo, con una aspiradora, los técnicos de la funeraria fueron retirando los escombros y el polvo.

«Cuando la lápida cedió al fin toda la basílica retumbó», explica una persona presente bajo la carpa. «Fue un ruido tremendo al que siguió un silencio que nos sobrecogió a todos, como si dentro de la tumba no hubiera aire y se hubiera llenado un vacío».

Al levantar la lápida, los peores temores del Gobierno se confirmaron. El ataúd no estaba en las mejores condiciones, y la familia se negaba a cambiar los restos del dictador a uno nuevo.

El sepulcro de Franco estaba lleno de polvo y telarañas. Aunque la fosa de la tumba era de hormigón forrado de plomo, la humedad y los insectos habían logrado entrar. El fondo estaba mojado, la madera había cedido por varias partes y las distintas piezas del féretro y los embellecedores se habían desencolado.

Un operario bajó al interior y avisó: «Así no lo podemos sacar, hay que cambiarlo de ataúd».

En ese momento, Merry Martínez-Bordiú sacó un papel y comenzó a leer de forma un tanto atropellada unos párrafos del reglamento de sanidad mortuoria de la Comunidad de Madrid –la misma regulación que, en su momento, la familia argumentó sin éxito ante el Tribunal Supremo para detener la exhumación–.

–Quiero que conste en acta –pidió la nieta del dictador.

–Mire, señora –respondió Dolores Delgado, en la única ocasión en la que habló con los familiares de Franco–. Usted puede decir lo que quiera, pero no vamos a levantar acta de sus palabras. El tiempo para presentar alegaciones administrativas ya pasó.

La nieta siguió con sus protestas: «Yo ya lo he dicho, que, como lo estaréis grabando, grabado queda».

Merry Martínez-Bordiú, en representación del resto de los familiares, se cerraba en banda a la posibilidad de un cambio de féretro. Para los Franco, sacar los restos de su abuelo de su ataúd era una línea roja.

–Esto es como en el 36, que profanaban los cadáveres y los ponían a la vista de todos– mascullaba uno de los miembros de la familia Franco.

Los funerarios tuvieron que improvisar. Uno de ellos bajó a la fosa y colocó una tabla bajo el ataúd para de esa manera poder elevarlo y sacarlo de la tumba sin que cediera. Una vez arriba, la situación no mejoró. El féretro era una metáfora de la propia dictadura: elaborados ornamentos en maderas nobles –que se habían desprendido con el tiempo– y una parte inferior de contrachapado de mala calidad, que había cedido y estaba medio podrido y abombado por la humedad.

A pesar del deterioro, la familia insistía en trasladar el féretro tal cual estaba. Sin cubrirlo.

–Si lo sacamos así, el ataúd se puede desvencijar en mitad del traslado al coche fúnebre, y esa es una imagen que no queremos ni el Gobierno ni entiendo que la familia– argumentaba Félix Bolaños.

En ese momento, el más tenso entre los Franco y los representantes del Gobierno, fue José Cristóbal Martínez Bordiú quien logró que la postura de la familia cambiara. Él mismo examinó el féretro, se acercó para comprobar la humedad que había en la fosa y convenció al resto de los nietos de que así no lo podían sacar. Fue entonces cuando se improvisó una solución.

Para evitar que se rompiera en varios fragmentos, los operarios fueron colocando cinchas de amarre de color naranja fosforescente alrededor del féretro. Esas sujeciones no estaban diseñadas para algo así: la funeraria las portaba por si surgían otros imprevistos, no para asegurar el ataúd. La tabla que se colocó debajo, y que también estaba sujeta por las cinchas, tampoco estaba pensada para ese fin, sino para trasladar materiales.

Para evitar que el féretro luciera como parte de una mudanza, colocaron sobre él un cubre ataúd: una tela acolchada, de color marrón chocolate. Con unos tornillos, los operarios también aseguraron como pudieron las esquinas de madera de los distintos lados del féretro y los ornamentos exteriores.

En algunas de las fotos del traslado se puede ver parte de esa red de cinchas naranjas, ocultas bajo la tela marrón. Ocho en total. Aun así, los funerarios no estaban muy seguros de que el apaño pudiera aguantar.

Detalle del embellecedor desencolado y la cincha para asegurar el maltrecho ataúd original de Franco
Detalle del embellecedor desencolado y la cincha para asegurar el maltrecho ataúd original de Franco. EFE

El mayor riesgo era que, en mitad del traslado, en alguna inclinación excesiva, cediera la parte frontal o la posterior, y que la parte interior, un segundo féretro de zinc, se precipitara al suelo mientras era llevado a hombros por los familiares de Franco; que incluso el cadáver momificado de Franco pudiera quedar expuesto si el ataúd no resistía. Todo esto, ante las cámaras de televisión que estaban retransmitiendo la exhumación para todo el mundo.

–No garantizo nada –trasladó el responsable de la funeraria a Félix Bolaños–. El féretro está en muy mal estado, la madera está desencolada y puede ceder en cualquier momento.

–Ya estáis escuchando –dijo Bolaños, dirigiéndose a la familia Franco–. ¿Estáis seguros de que queréis que lo traslademos de esta manera en vez de cambiar de féretro? La decisión es vuestra y lo sacamos así bajo vuestra responsabilidad.

A pesar de las advertencias de los técnicos de la funeraria, los Franco decidieron mantener el viejo ataúd, amarrado con las cinchas. Para evitar daños mayores, la familia accedió a trasladar el féretro en un soporte hasta la puerta exterior de la basílica. También aceptó que fueran los funerarios quienes colocaran el ataúd sobre sus hombros con el mayor cuidado posible.

La familia Franco acordó que solo los varones, y no las mujeres, portarían el ataúd de su abuelo. Sobre la tela marrón, en lugar de la bandera de la dictadura, la familia colocó una corona de flores y un mantón con el escudo familiar: el ducado de Franco con la cruz Laureada de San Fernando, un honor que el dictador se autoconcedió, y que, al igual que los títulos nobiliarios de toda la familia, siguen en vigor.

En las imágenes del traslado a hombros, en las puertas de la basílica, se puede apreciar cómo los operarios de la funeraria flanquean a la familia, pendientes de actuar en cualquier momento si veían que el féretro pudiera ceder.

Miembros del servicio funerario, cerca de los Franco por si tienen que intervenir ante el mal estado del ataúd
Miembros del servicio funerario, cerca de los Franco por si tienen que intervenir ante el mal estado del ataúd EFE

El momento más delicado fue el descenso de la escalinata frente a la puerta de la basílica, a hombros de los Franco. Pero el apaño de las cinchas naranjas funcionó, y el ataúd llegó indemne hasta el coche funerario que lo trasladó después al helicóptero, con el que viajaría hasta su nueva tumba, en el cementerio de Mingorrubio.

En la puerta de la basílica la ministra de Justicia, con gesto serio, despedía a Franco de su mausoleo. Dolores Delgado estaba flanqueada por el secretario de Presidencia, Félix Bolaños, y por el subsecretario Antonio Hidalgo. «Queríamos dejar claro que el Gobierno no formaba parte del séquito», explica la ministra Delgado a eldiario.es. Su posición, el gesto y hasta el color de la ropa –de azul oscuro, no de negro funeral– estaban planeados para distanciarse de la comitiva familiar.

El secretario general de la presidencia del Gobierno, Félix Bolaños; la ministra en funciones de Justicia, Dolores Delgado; y el subsecretario del Ministerio de Presidencia, Antonio Hidalgo López; presencian el traslado del féretro con los restos de Franco tras su exhumación.
El secretario general de la presidencia del Gobierno, Félix Bolaños; la ministra en funciones de Justicia, Dolores Delgado; y el subsecretario del Ministerio de Presidencia, Antonio Hidalgo López; presencian la salida de los restos de Franco del Valle de los Caídos.

La escena ante las cámaras, para bien o para mal, salió exactamente como había planificado el Gobierno, salvo por una cuestión: los «viva Franco» que gritaron los familiares, y que les pueden acarrear una sanción, aunque el Gobierno no ha tomado todavía una decisión sobre eso.

 El helicóptero

–A mí me han educado para no pasar nunca por delante de una mujer–, se quejaba Francis Franco.

Y para acomodarse en el helicóptero, el nieto mayor de Franco tenía que pasar por delante de «una mujer»: la ministra de Justicia. Porque no quería hablar con Dolores Delgado y por eso Félix Bolaños, y no la ministra, se sentaba junto a él.

Detrás de ellos, en el helicóptero, viajaban tres personas más: el abogado de los Franco, Felipe Utrera Molina, el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, y un guardaespaldas.

El ataúd del dictador fue más difícil de encajar en el helicóptero que los modales de Francis Franco. Todo estaba medido con precisión, pero para el tamaño original del féretro o uno nuevo en su lugar. No para la tabla que, de forma improvisada, se colocó bajo el ataúd original y que sobresalía por los lados. Unos centímetros extras que hicieron que fuera algo más difícil de embarcar.

Durante el vuelo, Francis Franco no cruzó palabra con la ministra Delgado. Solo con Félix Bolaños, al que acusaba de «electoralismo» por realizar la exhumación a pocos días del arranque oficial la campaña.

–No es por electoralismo. Si no hubiera sido por vosotros, lo habríamos hecho mucho antes– le respondió Bolaños. –Pero, si fuera así, estarás de acuerdo conmigo en la contradicción que supone que un gobierno socialista esté haciendo electoralismo por cumplir con el deseo de tu abuelo de ser enterrado junto a su mujer–, ironizaba el secretario de Presidencia.

Mingorrubio

El vuelo duró poco. Catorce minutos exactos. Aterrizaron en un campo cercano al cementerio y allí tuvieron que esperar a que llegara desde Cuelgamuros el equipo funerario, que traía las herramientas por carretera. Aún existía el riesgo de que el féretro no aguantara. Durante el trayecto, se desprendió de nuevo uno de los embellecedores de madera.

En Mingorrubio les esperaba una manifestación fascista, convocada por la Fundación Francisco Franco y alentada por la familia del dictador.

La movilización en apoyo al dictador fue un gran fracaso. El viaje de ida a Cuelgamuros, Franco lo hizo acompañado por más de cien mil personas que acudieron al funeral. La vuelta, 44 años después, no congregó a una multitud ni lejanamente similar. En el momento de máxima afluencia, la manifestación fascista apenas sumó 500 personas, una cifra similar a la de periodistas acreditados para cubrir la exhumación. Al final de la tarde, eran poco más de 200 personas las que quedaron allí para respaldar a la familia del dictador.

En Mingorrubio, el Gobierno contaba con un despliegue de la Policía Nacional con tres círculos concéntricos de seguridad. El primero y más amplio, rodeando un espacio que incluía el lugar de aterrizaje del helicóptero. El segundo, cerrando el cementerio. Y un último cordón de seguridad, dentro del propio panteón.

Tejero se suma a los manifestantes en Mingorrubio, donde será reinhumado Franco
Tejero se sumó a los manifestantes en Mingorrubio, donde será reinhumado Franco EFE

La manifestación se desarrollaba fuera del tercer perímetro de seguridad y hasta ella acudió el golpista Antonio Tejero. El octogenario fue recibido con vítores por los manifestantes franquistas; gritos de «a sus órdenes, mi coronel». Tejero insistía en poder acceder al funeral. Para calmar la situación, la policía decidió permitirle pasar del tercer al segundo perímetro de seguridad y así aislar a Tejero del resto de los manifestantes. «Nunca llegó a estar a menos de 800 metros del panteón», aseguran desde el Gobierno.

La familia fue llegando por carretera hasta el cementerio y volvieron a tener que dejar sus teléfonos móviles antes de entrar en el funeral, a puerta cerrada y sin cámaras. Tras descender unas escalinatas tenían que pasar por un pequeño vestíbulo, dentro del panteón, donde pasaban por un detector de metales.

Dolores Delgado y Félix Bolaños se quedaron en un punto, dentro del panteón, donde podían ver lo que allí ocurría –la ministra en funciones, como notaria mayor del reino, tenía la obligación de comprobar que el ataúd era introducido en la nueva tumba–.

–¿Podemos poner la bandera y una cruz sobre el ataúd en la tumba?– preguntó otro de los nietos, Jaime Martínez-Bordiú.

–Ahora es una ceremonia privada y podéis hacer lo que queráis –respondió Bolaños.

Jaime Martínez Bordiu despliega, junto a su esposa, la bandera de la dictadura, que acabó en la fosa de Mingorrubio
Jaime Martínez Bordiu despliega, junto a su esposa, la bandera de la dictadura que se usó en el funeral de Franco en 1975. EFE

La pareja de este nieto, Marta Fernández, llegó poco después con otra petición: quería poner el himno de España. Había traído un pequeño altavoz inalámbrico, que se conectaba a su teléfono. Tras un pequeño intento de meter el móvil en la cripta para hacer sonar la canción, Marta Fernández aceptó las normas de la policía. Un agente sujetó el teléfono en la mano, fuera del panteón. Ella puso en marcha la canción y se fue para el interior con el altavoz y el himno nacional.

Tras colocarse la lápida –otra losa de granito con las letras ‘Francisco Franco’, casi idéntica a la del Valle de los Caídos–, la ministra de Justicia abandonó el cementerio. Allí quedó la familia, acompañada por Ramón Tejero, el hijo cura del golpista, oficiando una homilía al dictador «por defender la fe católica».

Casi al final de la ceremonia, la policía dio una alerta. Un barrido de metales había detectado un punto rojo, en uno de los bancos del fondo, donde estaba Francis Franco.

Los agentes sospechaban que el nieto mayor del dictador llevaba encima una cámara oculta, camuflada en el bolígrafo con el que ha estado tomando notas durante todo el día.

Cuando intentaron incautar el bolígrafo, Francis Franco se resistió. En ese momento, mientras salían del panteón, un familiar grabó un video en el que se ve la tensión entre la policía, Francis, y otros miembros de la familia, cuando trataban de requisarle el bolígrafo. Sin éxito.

De lejos, mientras Francis Franco se iba con su bolígrafo, el abogado Luis Felipe Utrera Molina exclamaba una queja indignada: «¡Esto es una dictadura!».

24 Octubre 2019

LA GUERRA CONTINÚA: AQUÍ NO SE RINDE NADIE

Juan Chicharro Ortega

(Fundación Francisco Franco)

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La guerra consiste en una serie de batallas cada una de las cuales se compone de combates de carácter e importancia variables, siendo la finalidad de cada uno de ellos lograr un objetivo parcial , siempre relacionado con el general o total de la batalla. En ningún caso perder una batalla significa perder una guerra, siquiera ideológica,  de largo alcance como en la que nos encontramos.

Sí, hoy hemos perdido una batalla, el enemigo ha alcanzado un objetivo parcial, pero en ningún caso hemos perdido la guerra.

¡No se vanaglorien tanto señores socialistas y comunistas!

Vds. han logrado merced a toda clase de artimañas e irregularidades de todo tipo exhumar unos restos, simbólicos, sí, pero sólo eso: restos. El Generalísimo Franco está en la historia y jamás le podrán borrar de ella. Se ufanan de haber conseguido una victoria  contra un muerto intentando obviar que les venció en una guerra, y lo que más les duele en la paz, transformando una España mísera en una España grande, próspera y unida algo de lo que Vd,s son absolutamente incapaces. Alcanzado uno de sus objetivos parciales, fijado en la Ley de Memoria Histórica,  es claro como el agua que a continuación aplicando la conocida táctica marxista de dos pasos adelante y uno atrás no tardaremos en ver como ponen manos a la obra para materializar lo que en las diferentes proposiciones de ley modificativas de la citada Ley persiguen : desacralizar el Valle y su resignificación demoliendo si se atreven la Cruz para después culminar su tarea acabando de borrar del mapa todo vestigio que lo que significó para España Franco, incluida por supuesto la propia Monarquía instaurada por él .

Sí, han alcanzado un objetivo parcial de la batalla pero de ninguna manera tienen Vd,s la victoria. Ya se lo he dicho : no se ufanen tanto.

Y como sucede en toda guerra han contado Vd,s con relevantes apoyos por acción y omisión:

Una Jerarquía eclesiástica confusa, débil y relativista moral hasta extremos inconcebibles, traidores a quien fue su benefactor, Francisco Franco, y a Pio XII  que le nombró Caballero de la Orden Suprema de Cristo. Vd,s., Srs Cardenales y Obispos, que no han sabido defender la inviolabilidad y profanación de una Basílica sagrada ya no se merecen el respeto de ningún católico decente.

Un partido político como el PP  que siempre ha estado de perfil atento sólo a sus intereses particulares de partido y a sus corruptelas particulares sin interesarle lo más mínimo el de muchos de sus votantes a los que traicionó primero el Sr. Rajoy, y luego el Sr. Casado, cuando el primero prometió derogar o modificar la LMH y el segundo se comprometió a recurrir la inconstitucionalidad del RDL a través de su portavoz en el Congreso. Dignos sucesores de Bellido Dolfos.

Un Poder judicial dócil colaborador del propio Gobierno dando visos de legalidad a lo que no es más que la profanación de un cadáver que es lo que significa exhumar un muerto sin el consentimiento de sus familiares por muchos argumentos jurídicos a los que se quieran atener. El Estado de Derecho se resquebraja.

Y mención aparte merecerían instituciones como la Monarquía y las Fuerzas Armadas cuyo silencio no deja de ser triste. Mi condición, aunque retirado, de militar me impide expresar por respeto autoimpuesto lo que pienso de ellas, pero quiero pensar que cuando observen como se humilla la figura de quien propició la reinstauración de la primera y fue Capitán General de la segunda algo se removerá en la conciencia de alguno y su actitud de hoy quedará escrita para la historia. No les quepa duda.

Y es a la vista de estos colaboradores de socialistas/comunistas cuando cobran fuerza las palabras del Coronel Pinilla dirigidas al “ Cervera” cuando en la defensa del cuartel de Simancas dijo aquello de “ tirar sobre nosotros, el enemigo está dentro” .

Más no piense el Gobierno socialista en funciones que esto se ha acabado. De ninguna manera. Sí, sabemos que intentarán por la vía liberticida callarnos la boca y buscar nuestra ilegalización. Vale, somos pocos pero fieles a nuestro credo y sepan que la historia la marcan no las masas sino los hombres firmes en sus valores y tenemos como ejemplo a muchos españoles que un día supieron luchar y morir por sus ideales hoy personificados en un gran hombre como Fray Santiago Cantera que indudablemente pasará a la historia con gloria, al contrario que la traidora Jerarquía eclesiástica a la que ya juzgará la historia y sobre la que caerá la sangre de tantos mártires torturados y asesinados.

Lo dicho: AQUÍ  NO SE RINDE NADIE. En la defensa del legado del Generalísimo Franco, de la unidad de España y contra la avalancha sociocomunista, estaremos desde la legalidad  siempre en la brecha personándonos siempre ante las administraciones públicas y ante la justicia.

Es en los momentos difíciles cuando se manifiesta la capacidad de lucha, y sin duda este es uno de ellos, pero la victoria llegará porque nos asiste la razón y la fortaleza  de nuestros principios y convicciones.

Y a ti mi General que desde el cielo nos contemplas seguramente con rabia contenida por ver que se cumple cuanto nos dijiste en tu testamento sólo puedo lanzar un grito esperanzado de :

¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA!

25 Octubre 2019

Acreditaciones rojas y azules

Emilia Landaluce

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Los miembros de la familia Franco-Martínez Bordiú salieron de sus respectivos domicilios sobre las ocho menos cuarto de la mañana. Llevaban una bandera de España, la misma que cubrió el féretro de Francisco Franco Bahamonde en su primer entierro en 1975 y una corona de laurel. Sin embargo, en cuanto llegaron al Valle de los Caídos le comunicaron que no podrían usarla en este segunda inhumación. Sobre las 13.30 el Supremo confirmaría la prohibición. Lo más sorprendente, explicaba Francis Franco, eran las acreditaciones. Azules para los miembros de la familia Franco y rojas para el Gobierno. «Un reflejo de lo que es la ley de Memoria Histórica: volver a dividir a los españoles entre rojos y azules». Allí les esperaba entre otros la ministra Dolores Delgado, «que estuvo digna y en segundo plano» y Félix Bolaño, que es con quien ha tratado la familia. Enseguida, los miembros de seguridad les confiscaron los teléfonos. A Francis Franco le obligaron a meter el móvil en un maletín cerrado. A Luis Alfonso le quisieron requisar hasta el reloj. Aunque la acataran, no entendían la decisión. «Si el Gobierno había decidido retransmitirlo a través de la TVE, ¿por qué no permitir hacer lo propio a los medios privados y mostrar el proceso en su integridad?». Por otro lado, cuentan, otros asistentes sí que grabaron en el interior de la cripta.

¿Qué sentía la familia Franco? Por ejemplo, Francis se resigna a que le llamen Francis. Él prefiere Francisco Franco, como su abuelo. Por supuesto, como el resto de la familia, evita la palabra «dictador» para hablar de él. Siguiendo a Luis Suárez en su polémica entrada en el Diccionario Biográfico de la RAH prefieren «gobernante autoritario». El matiz puede parecer baladí pero ayuda a explicar la solemnidad de los nietos y bisnietos de Franco portando a hombros el féretro de su abuelo 44 años después de que fuera enterrado en la cripta del Valle de los Caídos.

Porque para los Franco, Franco no fue ni Caudillo, ni Generalísimo. Ni siquiera gobernante autoritario sino el Abu al que todos recuerdan siempre con cariño. Mientras todos los medios publicaban que la democracia estaba enterrando a un dictador, los Franco estaban enterrando a su abuelo, su familiar. El padre de su madre. «Sin derecho a elegir tumba, el único español al que no se le permite enterrar con una bandera siquiera constitucional».

Los Franco reconocen que el Caudillo no dejó escrito en dónde quería que le enterrasen. Desde luego, nunca concibió el Valle de los Caídos como un mausoleo sino como un «lugar de reconciliación».

Ayer, en la cripta, José Cristóbal Martínez-Bordiú, siempre ponderado, y María del Mar, Merry, «la favorita del Abu, la más valiente de los hermanos y la que ha heredado la entereza de su abuelo», custodiaban la salida del féretro. Al parecer, Francis no quería estar presente porque aquello «le removía demasiados sentimientos». Él fue el nieto que más tiempo pasó con Franco y quien de alguna manera ha llevado el peso del nombre y del apellido.

El Gobierno había colocado una carpa para proceder a la exhumación. Lo que más destacan los dos nietos presentes, acompañados por su abogado Luis Felipe Utrera Molina era «el insoportable ruido de las radiales cortando la lápida». El sonido retumbaba perforándoles el cerebro. La memoria. En el otro lado, con plena visibilidad sobre el dispositivo, algunos con acreditaciones rojas se «regodeaban» de la «profanación». (Todas las comillas respetan la textualidad de las declaraciones).

Cuando cesaron las radiales, los operarios procedieron a sacar el ataúd. Estaba bastante dañado por debajo y por un instante temieron que se desmoronara produciéndose la temida escena morbosa. Pero pronto reforzaron la base. La familia no quería que de ninguna forma se cambiara el féretro. Sobre el mismo colocaron el escudo de armas De Francisco Franco (con la Laureada De San Fernando), la Corona de Laurel y las cinco rosas que había traído Luis Felipe Utrera Molina. Le rezaron un Gloria, un Padre nuestro y un Ave María.

La salida a la cripta «fue emocionante. Muy triste». Rememoraban lo vivido y lo que seguramente hoy terminaría de morir. El abrazo con el irreductible prior Cantera lo decía todo.

En el trayecto en el helicóptero hacia Mingorrubio Francis Franco «no intercambió palabra» con la ministra.

En el Pardo se habían concentrado algunos curiosos y los «demasiados ultras», como se refería Franco a Blas Piñar. La presencia de Antonio Tejero «siempre busca protagonismo», desagradó a algunos miembros de la Fundación Francisco Franco porque preferían evitar polémicas y que los asistentes se limitaran a rezar.

En el panteón les esperaba el Padre (hijo de) Tejero con su homilía: (…) «Nosotros no podemos comprender la gran afrenta que algunos están haciendo a sus restos mortales (…) Bienaventurado excelencia porque supo asumir ante Dios su pequeñez (…) Bienaventurado por las lágrimas que derramó durante toda su vida (…) Bienaventurado por su sencillez y humildad (…) Bienaventurado por La Paz que nos entregó (…)».

Cuando al fin Franco fue inhumado junto a su esposa, doña Carmen Polo, se produjo la escena más desagradable. Acusaron a Francis Franco de grabar el entierro y quisieron registrarlo. «Antes me detienen». Y durante unos momentos les obligaron a permanecer en el panteón.

Dolores Delgado abandonó el cementerio en su coche oficial con su acreditación roja. Los Franco, acreditación azul, volvieron a sus respectivos domicilios con un sabor amargo pese a la solemnidad. «Esto es solo el principio. Vendrán por más. Y después la Constitución, la Monarquía».

La misa posterior en la iglesia del Pardo estuvo concurrida. Asistieron los miembros de la Fundación Francisco Franco. No había mucha gente. Tampoco daba para más.

Mañana todo será igual pero diferente.

27 Octubre 2017

Francis Franco, el sainete

Carmen Rigalt

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Francis Franco ha sido, con Carmen Franco, su madre, el miembro más franquista de la familia. Es marques de Villaverde, grande de España y señor de Meirás, pero su título más potente, el de franquista, lo recibió de su abuelo el dictador y desde siempre ha corrido por sus venas.

Sin embargo, puede que el verdadero origen franquista del nietísimo surgiera cuando se sintió llamado a alterar el orden de los apellidos para mimetizarse definitivamente con el general. Hijo preferido de Carmen Franco, Francis ha demostrado a lo largo de los años que el liderazgo familiar le pertenece. El da la cara en televisión y defiende el honor de los Franco ante las adversidades que salen al paso. Y es que Francis Franco lleva el liderazgo familiar in péctore.

Francis Franco y Martínez-Bordiu se dedicó pronto a los negocios, vivió en el Chile de Pinochet, volvió a la España de su abuelo y nunca ha reprimido sus ansias de privilegios, ya fuera participando en cacerías furtivas o veraneando gratis en un pazo.

No es un hombre vanidoso ni gusta de la exhibición. En sus comparecencias públicas (declaraciones a la tele o a la prensa), Francis suele mostrarse educado y conciliador, pero luego pierde los nervios si un agente de la autoridad le recrimina o si llega tarde al AVE y salta la barrera de seguridad. Respecto a las relaciones que mantiene con la prensa, depende de las circunstancias. El jueves, por ejemplo, cuando terminó la exhumación, el nietísimo fue abordado por los periodistas, que le pidieron una opinión del acto. Tras el forcejeo mantenido por la familia con el Gobierno de Sánchez, cabía esperar que Francis dijera pestes o echara espumarajos por la boca, sin embargo, no fue así. El nieto suavizó el gesto y dirigiéndose a los periodistas, respondió: «ha sido un acto muy digno».

A continuación, preguntado por la actitud de la ministra de Justicia, el nietísimo no lo dudó: «ha estado muy respetuosa», dijo. Tal vez Francis trataba de ocultar su propio malestar con versiones edulcoradas de los hechos. Durante la exhumación, del interior del templo llegó la noticia de que se habían escuchado gritos de protesta («¡profanadores!») en el grupo de familiares. También en la inhumación de Mingorrubio grabó un vídeo apresurado, pero nadie se ha atribuido la autoría..

No es nuevo el rumor según el cual algunos miembros de la familia Franco son proclives a las machadas. Francis, por ejemplo, lo ha demostrado en alguna ocasión. En su caso, no solo ha cometido machadas, sino que lo ha hecho poniendo cara de decir aquello tan español de decir: «No sabe usted con quién está hablando». En efecto, no lo sabe nadie. A estas alturas de la vida, el apellido Franco es una incógnita.

Francis Franco, que renunció al apellido compuesto de su padre para llamarse como el dictador, forma parte de ese cuerpo de élite que recibe los privilegios desde su nacimiento. Para Francis, un privilegio era veranear gratis en un pazo o cazar una capra hispánica en la más absoluta ilegalidad.

Siempre ha existido un runrún sordo sobre el origen de la fortuna de los Franco. Se sabe que el dictador era un hombre de costumbres austeras y no deseaba nada para sí, pero no puede decirse lo mismo de su familia. En cierta ocasión, a la mamá de Francis la pillaron en Barajas con un cargamento de relojes que intentaba pasar en la faltriquera. Creo que no eran regalos de familia, sino de Estado, pero le daba igual a la doña.

 

Francis siempre se ha movido como pez en el agua en el mundo de los negocios, ya fueran turbios o claros. Al poco de casarse con María Suelves, se fue de España y aparcó en el Chile de Pinochet, al que tanto le unía. Con el aprendizaje ya hecho, volvió a Madrid y se dedicó a ganar dinero. En eso se parecía a su padre, el marqués de Villaverde, que era experto en el reciclaje. Convertía a los ricos en amigos. En su imperio tampoco se ponía el sol. Con los Marcos (Filipinas) tenía mucho enchufe.

La saga continúa. Hoy, Francis Franco puede presumir de haber situado a sus hijos en la pista de despegue. Tiene cuatro. Los dos mayores, nacidos durante su matrimonio con María Suelves, y los dos segundos con Miriam Guisasola, de la que también está separado.

El jueves amaneció el día con los medios de comunicación excitados. Al fin, tras varios aplazamientos, se procedía a la exhumación y traslado de los restos del dictador, una operación que tendría lugar en dos tiempos, la primera parte en Cuelgamuros y la segunda en el cementerio de Mingorrubio, junto al Pardo. Allí, a la entrada de Mingorrubio se produjeron desde buena mañana las primeras escenas berlanguianas: grupos de gente abrigada con la bandera del aguilucho y rezando padrenuestros bajo la dirección de algunos curas afectos a la causa franquista.

El día anterior se había celebrado el ensayo general del acto y todo estaba en orden. Claro que durante el ensayo no había intervenido el féretro (con Franco dentro), así que hubo sorpresa. El tallaje del féretro no era el mismo que el del entierro. Empezaba el sainete.

Francis Franco, libreta en mano, tomaba notas. Supuse que no serían notas de felicitación, sino más bien de lo contrario. El caso es que cuando se procedió a subir el féretro al helicóptero, no había forma de meterlo. ¿Para qué habían previstos dos helicópteros si los dos eran exactamente iguales?

Por fin entró. O entró-entró, como solía decir un periodista deportivo especializado en retransmitir baloncesto. Entró pues Franco vestido con su féretro, entró la ministra Delgado, entraron los funcionarios de Moncloa y entró finalmente Francis con su libreta del debe y el haber. Todos permanecieron en silencio durante unos minutos, tiempos durante el cual el pájaro de acero levantó el vuelo y el espacio aéreo estuvo cerrado. Segundo acto del sainete. ¿No habría sido más fácil llevarlo en un furgón fúnebre homologado?

Pienso ahora que las palabras de Francis Franco en su improvisada rueda de prensa no eran sinceras. Cuando declaró que «el acto había resultado muy digno» y «la ministra, muy respetuosa», no se lo creía ni él.

31 Octubre 2019

La memoria estética del PSOE

Antonio Maestre

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"El cadáver del genocida descansa hoy en un panteón pagado con dinero público que privilegia su status sobre los miles de desaparecidos. Queda todo por hacer"...

Es comprensible que quien pensó que el franquismo se acababa con Franco muerto considere que la reparación se acaba con Franco fuera de Cuelgamuros. Está el gobierno estos días campando por la opinión pública como el paladín de la memoria histórica. Para los recién llegados a esta temática puede resultar hasta convincente, pero los que conocemos de cerca el abandono y la cobardía de las huestes socialistas en lo que respecta a la verdad, justicia y reparación andamos con los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada. Porque además andan ufanos y dando lecciones. Son ahora los abanderados de la reparación.

Esta semana hemos tenido que escuchar que José Antonio Primo de Rivera es una víctima. Estamos acostumbrados a esos argumentos revisionistas en boca de toda la carcunda mediática y política, pero resulta especialmente sangrante cuando es la vicepresidenta del gobierno del partido de la pretendida izquierda la que emite esas valoraciones. Otro agravio a la verdad y la memoria.

En España el franquismo sociológico impregna hasta la médula el debate público y eso se nota en las palabras también de aquellos que defienden la necesidad de reparar la memoria de las víctimas del franquismo. Es muy complicado encontrar a quien escape de las garras de esa manera de analizar la democracia española y se puede ver en las palabras de Carmen Calvo. Opera una lógica similar a la del patriarcado y el machismo, existen multitud de comportamientos inconscientes que poco a poco van aflorando y que solo una revisión profunda del comportamiento hace que desaparezcan. La propaganda de cuarenta años de franquismo ha hecho lo mismo con la construcción del relato sobre la guerra y la dictadura. Hay que ponerse las gafas antifascistas para desgranar esos comportamientos revisionistas heredados.

España es el único país de Europa en el que el fascismo no fue derrotado en los años cuarenta. El profundo carácter antifascista de muchas de las democracias europeas, con algún periodo escabroso de excepción como la República Federal Alemana de 1949 a 1989, no se dio en la democracia española surgida tras la plácida muerte de Francisco Franco en 1975 y el paso de «la ley a la ley» con el que se conformó nuestra Constitución.

Ese pecado original sigue siendo visible en comportamientos, declaraciones y actitudes involuntarias que hacen aflorar la profunda raigambre del pensamiento revisionista inculcado durante el franquismo.

Miguel Sebastián intentó ironizar con el hecho de que Alemania homenajeara a los héroes que atentaron contra Adolf Hitler con un maletín bomba el 20 de julio de 1944 para criticar a aquellos que a su vez critican los actos de reparación y memoria. Mal ejemplo utilizó el exministro socialista para dárselas de preocupado por la memoria histórica: en España, Adolf Hitler sería considerado víctima del terrorismo con el apoyo del PSOE. No es una hipótesis, sucede con Luis Carrero Blanco. Así es el PSOE, celebra que homenajeen a los que atentaron contra el fascismo alemán y considera víctima al que sufre el atentando en el fascismo español. La coherencia no es un bien preciado en Ferraz.

José Antonio Primo de Rivera no fue víctima de nada, sino un golpista y un fascista. Fue uno de los responsables del golpe de Estado que tanto sufrimiento trajo a millones de personas mandando a Antonio Goicoechea a Roma en 1934 para lograr las armas italianas de Mussolini. Fue ejecutado condenado por rebelión por el entonces gobierno democrático de la República. Puede que de manera errónea e irresponsable para el cometido de justicia que buscaba. Pero en ningún caso es una víctima y ni siquiera lo recoge así el informe de expertos al que alude la vicepresidenta para justificar esas declaraciones. En la recomendación que hacen los expertos hablan de José Antonio Primo de Rivera como «muerto en la Guerra Civil» , en ningún caso le dan la denominación de víctima. Repase la lección, vicepresidenta.

Son muchos los agravios vividos estos días por parte del gobierno en lo que respecta a la triada de la dignidad: verdad, justicia y reparación. En este caso sobre todo a la verdad. Pero no es la única afrenta. El cadáver del genocida descansa hoy en un panteón pagado con dinero público que privilegia su status sobre los miles de desaparecidos. Queda todo por hacer, también no faltar a la verdad histórica y no dar la condición de víctima a los que fueron victimarios.