16 marzo 2005
El ministerio de Fomento decidió acabar con lo que consideraba un símbolo de la dictadura, aunque mantendrá las estatuas a Espartero y otras figuras autoritarias del pasado
El Gobierno Zapatero retira la última estatua del General Franco de Madrid situada en Nuevos Ministerios, Plaza San Juan de la Cruz
Hechos
La noche del 16.03.2005 fue retirada la estatua del General Francisco Franco (jefe de Gobierno de España como dictador entre 1936 y 1975) de la Plaza San Juan de la Cruz.
18 Marzo 2005
La última estatua
Ayer, de madrugada, fue retirada la última estatua de Franco que quedaba en un espacio público de Madrid. La decisión ha sido tomada por el Ministerio de Fomento, en cumplimiento de una moción aprobada en noviembre pasado en el Parlamento, por la que se instaba a retirar de edificios y otros lugares públicos todos los símbolos franquistas. La estatua ha permanecido frente al complejo llamado Nuevos Ministerios durante 49 años. Iniciativas anteriores para retirarla no prosperaron por divergencias respecto a qué organismo debía asumir, como propietario, la responsabilidad de hacerlo. La oposición criticó la iniciativa por considerar que abría sin necesidad heridas históricas ya cerradas.
Que los episodios históricos sean interpretables de distinta manera no permite ignorar o relativizar hechos como que Franco fue un general golpista que provocó una cruenta guerra civil y, tras su victoria, un gobernante dictatorial de extraordinaria crueldad. En Francia hubo unas 800 ejecuciones de colaboracionistas después de la victoria aliada. Tras la suya, Franco fusiló a no menos de 50.000 compatriotas. Cientos de miles de españoles emprendieron el camino del exilio o sufrieron prisión, o fueron depurados de sus empleos. La Ley de Responsabilidades Políticas, aprobada en 1939, podía aplicarse retroactivamente a todos los que habían apoyado a la República a partir de octubre de 1934. Franco es, sin duda, una figura histórica, como lo es Mussolini, por ejemplo, o Stalin, pero no es imaginable ver en un país democrático una estatua que recuerde y glorifique a éstos.
En noviembre de 2002 el Congreso aprobó por unanimidad una declaración en la que se condenaba la represión de la dictadura. Se trataba de una iniciativa de la izquierda que asumió también el PP, partido entonces gobernante. Ese reconocimiento fue necesario: con independencia de la interpretación que cada cual tenga de la guerra, de la política de la República, de la revolución de Asturias, cientos de miles de españoles fueron asesinados, encarcelados o perseguidos injustamente a causa de sus ideas por el régimen fundado por Franco. El consenso entonces logrado en el Parlamento es un bien a preservar. No el olvido, sino la memoria compartida al menos en ese aspecto esencial. Pero quitar estatuas (o cambiar de nombre las calles y plazas que aún conservan el del dictador) es menos importante que saber quién fue y qué hizo.
18 Marzo 2005
Más allá de una estatua
EL éxito de la Transición fue posible porque la izquierda y la derecha cedieron en aspectos nucleares de su ideario político, en aras de un proyecto de convivencia común. Fue el éxito de una clase política que supo entender, en momentos especialmente difíciles, que España y los españoles eran bastante más importantes que sus particulares intereses. Sería peligroso que el socialismo cayera en la tentación revanchista de intentar cobrarse ahora, con efectos retroactivos, parte de esa cesión que hizo hace treinta años en una España que ya no es la de antes y que, felizmente, se ha despojado de todos los fantasmas del pasado. Lo resumió, acertadamente, Felipe González: «Me parece una estupidez eso de ir derribando estatuas; siempre he pensado que si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo, tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo…».
El Ejecutivo socialista ha retirado, de noche, la estatua de Francisco Franco, situada en Madrid frente a los Nuevos Ministerios. Una decisión que ha generado una indiscutible polémica. Al valorar las consecuencias de esta medida, seguramente el Gobierno diseñó una estrategia para hacer frente a las críticas que iba a suscitar la retirada del monumento. La respuesta ofrecida ayer por distintos miembros del Ejecutivo y del PSOE revela cuál era el plan: tratar de justificar su decisión llevando el caso a un debate superado sobre una etapa concreta de la historia de España con el objetivo último de pescar en las aguas revueltas de la división. Mal y peligroso camino es el volver a transitar por la senda del revisionismo, tarea entre lo estéril y lo interminable, porque ¿a partir de cuándo se empieza a revisar la historia?
Un Gobierno en democracia, por encima de su perfil ideológico, debe ser prudente y moderado en la toma de decisiones. Un Ejecutivo equilibrado es aquél que gestiona los asuntos generales con templanza y somete los legítimos intereses de partido al servicio de los intereses del conjunto de la sociedad, cuya pluralidad y diversidad obliga precisamente al gobernante a extremar la cautela. Ahora que se cumplen cuatro siglos de la primera edición de El Quijote, el Gobierno de Rodríguez Zapatero debería seguir el consejo que el ingenioso hidalgo le dio a Sancho para gobernar la ínsula Barataria: «No hay más alta virtud que la prudencia».
Pero el Ejecutivo socialista se ha equivocado también profundamente en las formas; el error procedimental revela un problema aún más grave, que es de fondo, pues demuestra un comportamiento contrario a normas básicas de la estética política como son la claridad y la transparencia en la toma de decisiones. Porque si la voluntad última del Ejecutivo era desmontar la estatua, nada más normal en democracia que explicarse, que mostrar sus razones y permitir a los demás que mostraran las suyas. Que se actuara de noche, sin comunicación previa al Ayuntamiento de Madrid, pone de manifiesto hasta qué punto el Gobierno recurrió a la política de actos consumados para orillar el debate. No fue precisamente talante lo que derrochó el Ejecutivo la pasada madrugada, más bien todo lo contrario.
La gravedad del asunto no está tanto en la decisión de eliminar la estatua de Franco, cuya figura forma parte para bien y para mal de la Historia de España, como en el modo grosero que ha utilizado el Gobierno para desmantelar el monumento y, sobre todo, en la manera en que se ha explicado y tratado de justificar la medida, atizando la tensión de una sociedad que reclama sosiego y serenidad y no quiere en ningún caso que se abra la caja de una historia dolorosa. El izquierdismo infantil de este Gobierno tiene poco que ver con la defensa de valores propios de una izquierda moderna y está lejos de lo que demanda un país proyectado hacia el futuro y que cerró hace ya tiempo las heridas de un pasado que el Ejecutivo se empeña torpemente en reabrir.
Zapatero, que presume de haber convertido el talante y la moderación en señas de identidad de su Gobierno, debería saber que a veces un gesto, aunque sea para su propia galería -el desmantelamiento nocturno y semiclandestino de una estatua-, vale más que mil palabras o que todo un manual de buenas intenciones.
18 Marzo 2005
La Estatua
YA lo dice un proverbio de mi tierra: «Hoy semos, y mañana, estautas». Franco fue un día y duró mucho, pero hace treinta años que ya era «estauta». Los puristas de mi lengua vernácula, el panocho, o sea, a la estatua la convierten en «estauta», variante a la que no se atreve, por ejemplo, el catalán, que sigue diciendo «estàtua», como en castellano. Los rojelios podían haber honrado el espíritu de la transición y haber dejado a Franco sobre el caballo de trote inmóvil, que ya a nadie podía encolerizar y a nadie incitaba a la aclamación. Las estatuas son Historia, y la Historia se estudia, se aprende y sirve de lección y de consejo.
A estos rojelios que la han desmontado, la estatua podría haberles servido de memoria y advertencia para no caer (que de alguna manera están cayendo) en los mismos errores, disparates y agresiones que hicieron posible el suceso de que Franco se subiera al caballo. Mal asunto. Todas las actitudes que tienden a resucitar las dos Españas y el encono entre ellas olvidan que de ese encono, llevado a sus últimas consecuencias, nació la trágica, terrible, espeluznante Guerra Civil. Habíamos logrado los españoles hacer una transición que todos los pueblos calificaron de ejemplar. Habíamos apartado de nuestras costumbres políticas los odios, las revanchas y el ajuste de cuentas, que tantas veces, antes de abrir el ataque a enemigos de carne y hueso, se encarna en símbolos: banderas, músicas, himnos, uniformes, estatuas.
Como yo esa película de terror de la preguerra ya la he visto, aunque era muy niño entonces, me estremecen ahora todas las actitudes que recuerdan de alguna manera aquellas mismas actitudes contra los símbolos, porque sé que después llegan las actitudes violentas contra las personas. Por ahí se empieza el famoso aguafuerte de Goya, el de los dos celtíberos armados de garrote, que sólo es otro comienzo. Cuentan en León (no puedo certificarlo en verdad) que a Rodríguez Zapatero, hoy jefe del Gobierno, le fusilaron un abuelo los nacionales, los facciosos o los sublevados, como queráis llamarlos, y al otro lo asesinaron los leales, los republicanos o los rojos. Si es así, y como él habrá muchos españoles, constituye un símbolo perfecto de la tragedia de aquel tiempo.
Ha querido el azar que la estatua de Franco la hayan desmontado de su sitio a la entrada de los Nuevos Ministerios la misma noche en que se celebraba una cena de homenaje a Santiago Carrillo, que vive sus noventa años tranquilo y respetado en la España democrática y que es una demostración viviente del difícil olvido en el que se ejercitaron muchos españoles antes de comenzar este nuevo período que vive España. Quieran los dioses, o más bien los hombres, que no se deteriore el invento y pueda acabar como en otras desgraciadas ocasiones.
Señores socialistas del Gobierno: la transición y su vocación de democracia consistía precisamente en esto: en que los comensales que salían de una cena-homenaje a Santiago Carrillo pasaran pacíficamente junto a una estatua de Franco. Lo otro es volver a las andadas y caer en la peor nostalgia: la del perdedor.
18 Marzo 2005
Falsificar el pasado
AVANZADOS los Cincuenta, en La Moncloa, frente a lo que entonces era Ministerio del Aire, abría sus puertas una inmensa cervecería y fábrica de refrescos inseparable de la tradición madrileña: «El laurel de Baco». Un poco más abajo, hacia el campus de la Complutense, se remataban las obras del Arco de Triunfo con el que se quiso conmemorar la derrota y extinción de la II República o, que eso nunca lo he tenido muy claro, la victoria de las fuerzas que se levantaron en armas el 18 de julio de 1936. La chavalería universitaria bautizó con ingenio el monumento conmemorativo y, por similitud con lo establecido, lo llamó «El laurel de Paco». Quizás esa fuese la razón por la que una estatua ecuestre de Francisco Franco encargada por el Rectorado de la Universidad al escultor valenciano José Capuz para presidir el Arco no terminara en el lugar previsto y, tras larga espera, terminó emplazada a las puertas del Ministerio de la Vivienda, en los Nuevos Ministerios.
Capuz era un artesano dignísimo como puede comprobarse en la procesión del Viernes Santo en Cartagena, cuajada de imágenes suyas, y forjó la mejor de las esculturas de Francisco Franco que, sin mucha pena y con poca gloria, ha visto pasar el tiempo y los acontecimientos entre 1959 y el 2005. La historia parecía superada y, en más de una ocasión, me he permitido la presunción, frente a colegas extranjeros, de ponderar el civismo de la Tradición mostrándoles, al buscar Ríos Rosas, el monumento consagrado al dictador.
En estos momentos retirar una estatua de Franco de un lugar público tiene, más o menos, el sentido que tendría hacerlo con una de Recaredo. Hacen falta muchos complejos para, treinta años después de su muerte y veintisiete de vigencia de la Constitución -con nocturnidad, a mayor abundamiento-, verter en un cuerpo de bronce el temor o la rabia, cualquiera sabe, que merecen los fantasmas. Se han lucido los promotores de tan estrafalario traslado.
Todos nosotros, sea cual fuere nuestro color dominante, somos hijos de nuestra Historia. Hijos de Franco y de la II República. Alguien tendría que explicar ahora, si no hubiéramos apagado ya el último rescoldo de sentido común, las razones de una mudanza que es síntoma de enfermedad. Sea de quien fuere la propiedad del monumento, que los problemas no quieren amo, hay una cuota de responsabilidad que se reparte entre el Ministerio de Fomento y el Ayuntamiento de Madrid. Entre los dos la quitaron de la calle como si con una política de gestos esperpénticos, fuese posible negar la realidad y los antecedentes en los que se asienta nuestra vida. Media España utilizando el pasado como un garrote con el que molerle el lomo a la otra media es, sin duda, muy típico; pero tremendamente inútil y moralmente alarmante. La ministra y el alcalde, por acción y por omisión, le han arrancado unas cuantas páginas al libro de la Historia de España. Qué bárbaros.
19 Marzo 2005
Aún Cabalga
El derribo, con cobarde nocturnidad de la estatua de Franco, no es en modo alguno un episodio intrascendente. Es todo un escándalo emblemático, una acción torticera y malévola. Muchos españoles entre los cuales yo me encuentro, estimábamos que la transición había cubierto una etapa de la vida española en la cual la mirada hacia el porvenir, dejaba atrás las contiendas del pasado. Ya no es así. Me considero un superviviente de una de las etapas, a mi juicio más fértiles de la historia española. No hice la guerra en razón de mi edad, pero contribuí con mi esfuerzo a que una España marginada y deshecha pudiera reencontrarse con su destino. Estos ideales los trasmití a los que fueron mis camaradas, mis compañeros, muchos de los cuales ya no viven. Nunca creí que los embalses del odio pudieran estar tan repletos. Hoy los vemos rebosantes y el odio es siempre una pasión aniquilante y devastadora. Volver otra vez a resucitar las dos Españas no es solamente una desdicha, es un acto de barbarie histórica. Las estatuas son el testimonio de una época, que queramos o no, están inscritas en la historia. Para unos con gloria, para otros posiblemente con sentimientos contrarios, pero los hechos no se pueden arrancar de raíz. No se puede prescindir en modo alguno con descalificaciones, manipulaciones y con el cultivo sistemático de la mentira, la historia de España.
Son muchos los que en estos días se han referido al criterio de Felipe González. También le menciono yo, porque creo que acertó al decir que “a Franco de alguna forma, debieron derribarlo cuando estaba vivo y montado a caballo y no muerto y convertido en esfinge”. Somos muchos, todavía, los españoles que al menos al término de nuestra vida no aceptamos este juego cínico, repulsivo e hiriente. Nuestra aspiración de vivir en paz no reside en la descalificación de los que pudieran ser nuestros adversarios. Hay un horizonte amplio y luminoso de porvenir en el cual debe instalarse la definitiva reconciliación de los españoles. Yo afirmo, que luché por ella y en mis discursos en la etapa en que tuve responsabilidad política se pueden leer frases que dicen: “Hay que unir la sangre de los que murieron con la sangre de los que mataron y abrir con esa unión un espacio de legítima esperanza”. Declaro que me siento humillado y escarnecido por la vejación que representa el hecho de ese atentado miserable iniciado por el gobierno y ejecutado con repugnante alegría por la ministra Magdalena Álvarez.
Confieso mi perplejidad y me uno de todo corazón con las voces vibrantes y juveniles que ayer mostraron la adhesión a un Caudillo que no conocieron, empuño como ellos sus mismas banderas, me identifico con sus exclamaciones, me uno a sus vítores y ni me arrepiento ni me olvido de nada. Estos jóvenes estiman que el nombre de Franco está en la historia con letras de limpieza inmaculada. Por ello, me uno a sus canciones, a la expresión de sus amores desesperados y veo en ellos el germen de un nuevo horizonte, donde habrán de florecer de nuevo el respeto y la verdad. Podrán arrancar de su pedestal la estatua de Franco, podrán quebrar los planos materiales de su sustento, podrán mutilar su figura, podrán almacenar en un rincón cualquiera los restos de su imagen, pero con ello no van a terminar en modo alguno con su recuerdo. Pese a quien pese Franco cabalga aún en la Historia española. Somos ya minorías los que nos atrevemos a defenderle, pero no cabe duda de que estamos dispuestos hasta el último momento de nuestra existencia a ser leales con el hombre que entregó su vida por el bien de España y de los españoles. Mientras otros, que protagonizaron escalofriantes y atroces genocidios, reciben homenajes reales. Las brumas del tiempo oscurecerán transitoriamente la figura de Franco, las nubes del rencor intentarán lapidar su imagen, los torrentes del odio desatado creerán que han destruido su obra y su persona, pero contra viento y marea no podrán hacer bajar del pedestal de la historia a quien sirvió con abnegación y sacrificio los intereses de todos. Pienso con dolor que se inicia una nueva primavera bajo un signo inquietante de futuros enfrentamientos. Dios haga el milagro de que no volvamos como quiso José Antonio Primo de Rivera, a que los españoles nos entreguemos de nuevo al drama de discordias civiles. Repito como final, pese a la voluntad del gobierno, frente al sectarismo de los que no renuncian a ver con claridad la vida de España, Franco cabalga aún sereno y majestuoso en el aire de la Historia. He leído precisamente esta noche el inmortal soneto de Quevedo, en uno de sus versos se dice: “Vencido por la edad, sentí mi espada”, pues bien, ni los años podrán quebrantar mi ánimo, ni el peso de tan crueles injusticias abatir mi voluntad y el poder de mi fe”.
22 Marzo 2005
La Carcajada
Los que no hemos sido jamás franquistas, aunque nos señalen como a tales, lo pasamos muy bien con la memoria y los archivos. Ese Juan Luis Cebrián censurando noticias, como director de los Servicios Informativos de TVE en tiempos del Gobierno de Arias Navarro con Franco, me abre una sonrisa. Ese Eduardo Haro Tecglen, firmante el 20 de noviembre de 1944 del artículo titulado ‘Se nos Murió el Capitán’, dedicado a José Antonio Primo de Rivera en el octavo aniversario de su fusilamiento en la cárcel de Alicante: «Se nos murió el Capitán, pero el Dios misericordioso nos dejó a otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de destino y enderezador de la Historia que José Antonio traía, es fecundo y genial en el cerebro y la mano del Generalísimo. Una alegría tenemos. La de ver que a José Antonio le sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marco’. ¿Han sonreído? Prosigue la fiesta.
En 1966, antes de cantarse al ‘Abuelo Víctor’, el de la nerviosa vara de avellano, un joven cantante asturiano grabó con el sello Belter un Himno a la Paz dedicado al entonces Jefe del Estado. El joven cantante se llamaba y se llama Víctor Manuel ,y es hoy uno de los referentes más diáfanos del retroprogresismo de salón, del grupo calificado por Alberto Cortez ‘la banda de los Vips’, a la que pertenecen todos los pegatineros. La canción dedicada a Franco por Víctor Manuel no tiene desperdicio:
«Hay un país – que la Guerra marcó sin piedad – Ese país – de cenizas logró resurgir – años costó – su tributo a la Guerra pagar – hoy consiguió – que se admire y respete su paz – No, no conocí – el azote de aquella invasión – vivo feliz – en la tierra que aquel levantó – Gracias le doy – al gran hombre que supo alejar – esa invasión – que la senda venía a cambiar – Otros vendrán – que el camino no habrá que labrar – él lo labró – y a los otros les toca sembrar – Otros vendrán – que el camino más limpio hallarán. – Deben seguir – por la senda que aquel nos marcó – no han de ocultar – hacia el hombre que trajo esta paz – su admiración – y por favor – pido siga esta paz».
Para que no se nos abran las carnes de alipori.
Creo que los buenos sentimientos deben mandar. Y desde aquí, a Cebrián, a Haro Tecglen y, sobre todo, al cantante Víctor Manuel, les envió mi más sentida condolencia por lo muchos que habrán sufrido estos últimos días como consecuencia de la retirada de la estatua ecuestre de su Caudillo. Desde la libertad que me procura el no haber tenido nada que ver con el anterior régimen, les hago llegar mis sentimientos de solidaridad y comprensión. Por las transcripciones.