25 enero 2019

El niño Julén Roselló muere al caer por un pozo y las televisiones hacen un gran despliegue del momento los bomberos, tras 13 días, sacaban su cuerpo con la esperanza de que hubiera sobrevivido

Hechos

El 25 enero de 2019 bomberos sacaron a la superficie los restos del niño Julén Roselló, de 2 años de edad.

Lecturas

Durante la mañana del 25 de enero de 2019 las cadenas de televisión están muy pendientes de las tareas de localización y rescate de Julen, el pequeño de dos años que el pasado 13 de enero cayó a un poco en una finca de la localidad malagueña de Totalán, entre ellos el programa que conduce Ana Rosa Quintana en Telecinco, que está haciendo un gran despliegue informativo a pie de la noticia. «No me muevo de esta cadena hasta que aparezca Julen y mi compañera Sonsoles lo mismo», ha dicho la presentadora.

27 Enero 2019

El niño Julen

Elvira Lindo

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El elemento emocional se ha unido a la gesta de grandes profesionales que han logrado ponerse de acuerdo con una armonía inusitada en un país en el que a diario andamos a la gresca

Y ahora, como suele ocurrir, ha llegado el momento de analizar por qué las noticias sobre el niño recibían tantas visitas en la Red; por qué el interés por los detalles técnicos de la excavación; por qué siendo la radio un medio que se escucha mientras se atiende a otra cosa conseguía con este relato que el oyente se quedara parado, como recibiendo el parte médico de un ser querido. ¿Por qué? Hay una razón poderosa: una vez que un medio decide convertir un suceso desgraciado en el núcleo de su jornada, ningún otro va a quedarse atrás.

Ni tan siquiera quien quisiera esquivarlo por aprensión, como es mi caso, ha podido escaparse: ha acaparado durante 13 días el espacio informativo. El elemento emocional se ha unido a la gesta de grandes profesionales que han logrado ponerse de acuerdo con una armonía inusitada en un país en el que a diario andamos a la gresca.

La pregunta ronda cualquier cabeza: si somos capaces de aunar esfuerzos en un trabajo de semejante sofisticación, en el que se precisaba talento intelectual, esfuerzo físico y capacidad de improvisación, ¿quién nos empuja y nos provoca para sucumbir al puñetero ambiente desquiciado que vivimos en España? ¿No ha sido este proceso contra reloj de rescate de un niño de dos años un episodio liberador que cuenta algo bueno de nosotros mismos?

Es fácil culpar ahora al pueblo de un exceso de sentimentalidad cuando no hemos hecho otra cosa que alimentar, con mayor o menor rigor, la emoción de este cuento desdichado. Tópico es regañar ahora a ese pueblo conmovido recordando que mientras un crío de Málaga contaba con la participación de 300 profesionales para el rescate de un cuerpecillo que ya suponíamos sin vida, morían niños en Siria, Afganistán o Yemen. La frágil psicología del ser humano no puede abarcarlo todo, igual que ha de seleccionar los recuerdos para no sucumbir a un estado de hipersensibilidad sin tregua, y suele decantarse por el presente y por lo cercano.

Era muy fácil imaginar que Julen era un niño como el nuestro. Priorizar lo inmediato no responde a una exclusión, ni a una falta de sensibilidad sino a una natural empatía: se sufre más por aquello que se tiene delante de los ojos. ¿Por qué en vez de reprender a esos lectores, oyentes o espectadores que hemos tratado de atraer de mil maneras, unas legítimas y otras perversas, estudiamos una vez más cómo abordar estos sucesos? Es lógico que el interés del pueblo se despierte cada vez que la vida de un niño esté en riesgo; pero cuando los medios optan por desbocar la emoción de los seguidores para sacar tajada están tomando una decisión ética que define su naturaleza periodística.

Lo esencial es no contribuir a ese espectáculo carroñero que se ofrece a diario y con otros sucesos a un sector vulnerable de la población, que acaba por creer que vivimos en una sociedad amenazada y violenta.

El niño Julen se lo merecía todo, no hay que escatimarle el aliento de una sociedad conmovida. No fue en vano la búsqueda, su cuerpo sin vida también importa. Y ahora viene el duelo: el llanto sin consuelo de los padres; de nuestra parte, el silencio. Así debería suceder, pero no será. Vulnerarán de la peor manera posible el sagrado reposo del niño muerto.

 

27 Enero 2019

El pobre niño Julen servido con una sombrillita en el vaso

David Gistau

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El periodismo de pasen y vean tiene espectadores impacientes. Están acostumbrados al sentido del ritmo de la televisión, concebido para que nadie tenga tiempo ni de ir a mear mientras le exprimen, para servirla con una sombrillita…

… en el vaso, la pulpa negra de la condición humana. Cualquiera que haya trabajado en televisión sabe que, allí, la gran pasión dominante es el miedo al cambio de canal –el zapping–. Hay que evitar que se aburra en su casa un tipo por el que no se tiene gran consideración intelectual y que fue «empoderado» por el mando a distancia. Por ello, además de insinuar a los colaboradores de televisión que serán más útiles si pierden la dignidad según entran por la puerta, se incurre en la renovación constante, vertiginosa, de la fluorescencia argumental. Porque el espectador se volvió impaciente. Ya otro día les contaré el daño que esto ha hecho a la teoría de cuán largos han de ser los textos y las faldas en la prensa escrita.

Pongamos por caso el del pobre niño Julen. Su drama encaja incluso mejor de lo habitual en una comparación que ya se ha convertido en lugar común: la de la película de Billy Wilder y Kirk Douglas El gran carnaval, que en inglés, haciendo un juego de palabras con la jerga del póquer, se tituló Ace in the hole: un as en el agujero. Repito, en el agujero. Estalla la noticia de la caída de Julen y hace su aparición el carnaval de la televisión que, en la visión de Billy Wilder, permanece tanto tiempo y atrae a tanta gente que terminan siendo habilitados espacios de acampada, atracciones feriales con noria y todo, y puestos en los que se dispensa comida rápida y chucherías para los niños. Esto ahora es innecesario: la televisión ha logrado que el espectador se quede en casa porque la barraca de feria ya se la meten directamente en el salón.

El suceso del pobre niño Julen es un ejemplo apoteósico de lo que es una gran semana de televisión. Y de prensa, desde luego. Pero, al cabo de unos días a partir del momento en que cayó, nos enfrentaremos a un problema: se está haciendo largo. Una cosa es dosificar las historias para que cundan y otra muy distinta es que éstas se queden atascadas hasta el punto de demorar más de lo adecuado un desenlace para el cual el público ya está emocionalmente preparado. El espectador es impaciente, decíamos. Su capacidad de empatía es limitada. La yema del dedo roza ya el botón del mando a distancia. ¿Qué ocurre entonces?

Ocurre entonces, una vez consumida la primera semana, que la lentitud narrativa es compensada con una repentina proliferación, por los canales putrefactos habituales, de rumores, especulaciones, de historias alternativas. Algunas de las cuales no sólo exponen qué sucedió exactamente ese día horrible, sino que además fabrican un contexto en el que hay de todo: gangsters, drogas, barrios hampones, heridas extrañas, muertes sin aclarar. El niño sigue ahí abajo, en su agujero. O no. Porque ésa es otra: entre las historias alternativas puestas en circulación, acreditadas todas por un primo segundo guardia civil que es quien la ha contado, está la que dice que al pobre niño Julen jamás se lo tragó el pozo y no está allí.

Una madrugada, el desenlace. Aparece el cadáver de Julen. Como una bandada de pájaros al resonar una palmada, los rumores desaparecen, se dispersan. Todo vuelve a concentrarse en lo que es verdad, dolor y esencia: un niño de dos años muerto y unos hombres, mineros, bomberos, sanitarios, guardias, que se desvivieron por él y nos hicieron pensar que el pelotón de Spengler, el que salva Occidente, el que entra en el agujero, no siempre lleva armas. Honor a ellos y que algún dios haya para hacerse cargo de Julen, en cuyo campo de centeno no debió haber pozos.

27 Enero 2019

Vomitar

Josep María Fonalleras

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En especiales de TV sobre el rescate de Julen se ha seguido un guion maquiavélico de pornografía sentimental para enganchar a la audiencia

La primera obligación de los que manejan la basura y la esparcen es venderla como si fuera un diamante. Este principio está en la entrada de las redacciones de varios programas de televisión, en la carta de presentación de muchos espacios, la previa de cualquier emisión. El viernes vi el especial de Ana Rosa Quintana Ana Rosa Quintana sobre el rescate de JulenJulen, el niño que cayó en un pozo. Hacía tiempo que no experimentaba el horror de esta ceremonia manicomial e intenté entender el mecanismo de la pornografía sentimental.

El primer punto es presentar el espectáculo como si no lo fuera. Hablan de obligación y de responsabilidad cívica. «Todo el mundo hace lo que puede y nosotros podemos informar». Pero como no hay nada que decir, entonces entra en juego un segundo punto, el de la grandilocuencia y la repetición. Todo se mueve sobre el mismo eje: girar alrededor de una fraseología vacía de contenido con un tono grave y circunspecto. Inevitablemente, la cosa deriva hacia una poética mezquina que genera expresiones como esta: «El corazón no sabe de relojes». Y, tercer punto, seguir un guion maquiavélico que persigue la idea de crear un clima dramático -como si se tratara de una teleserie– que no está pensado como servicio o consuelo sino como antesala del clímax. Para que la audiencia se enganche a la idea de un final feliz y para que la frustración de las expectativas sea, por supuesto, un nuevo reclamo sentimental. No vomité porque tomaba notas.