27 junio 1979

El escritor aragonés residente en Catalunya, acusado de anticatalanista, fue brevemente militante comunista en el PSUC y en la actualidad pertenece al Partido Socialista Aragonés - Partido Socialista Andaluz en defensa de los derechos de los andaluces residentes en Catalunya

EL PAÍS publicita la obra «Lo que queda de España» del escritor Federico Jiménez Losantos después de que esta fuera rechazada por la editora de ‘El Viejo Topo’

Hechos

El 27 de junio de 1979 EL PAÍS publicó una entrevista al autor del libro ‘Lo que queda de España’ coincidiendo con su presentación.

Lecturas

D. Federico Jiménez Losantos, escritor residente en Catalunya que había pasado de militar en el comunista PSUC a acercarse al posiciones socialistas anti-nacionalistas catalanes y conocido por sus artículos en la revista catalana EL VIEJO TOPO escribe a principios en 1978 el libro ‘Lo que queda en España’ donde denunciaba una discriminación del castellano en Catalunya desde el fin de la dictadura franquista.

La editorial para la que había escrito el libro, Iniciativas Editoriales (la editora de EL VIEJO TOPO) dentro de la colección Ucronia, rechazó publicarlo por considerar la obra una publicación reaccionaria y anti-catalanista. Esta decisión ha causado que D. Biel Mesquida, responsable de la colección Ucronia haya presentado la dimisión en protesta por la decisión de la editora y un grupo de escritores consideraron que era el primer acto de ‘censura’ relevante en Catalunya desde el fin de la dictadura rompiendo la premisa de que cualquier ideología podía ser expuesta en Catalunya.

Como gesto de apoyo al Sr. Jiménez Losantos el director de Opinión del diario EL PAÍS, D. Javier Pradera (apoyado por el director D. Juan Luis Cebrián), publica el 7 de enero de 1979 en el suplemento cultural del periódico titulado ‘Arte y Pensamiento’ el capítulo completo más polémico del libro titulado «El destino cultural de la emigración Cataluña», con hasta cuatro páginas íntegras de EL PAÍS con la transcripción del citado texto.

El libro ‘Lo que queda de España’ terminará siendo publicado por ‘Ajoblanco’.

27 Junio 1979

Entrevista a Jiménez Losantos en EL PAÍS

EL PAÍS

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EL PAÍS – El tema del castellano en Cataluña ha desencadenado la prenotoriedad de su libro. Sin embargo, tal vez el tema principal del mismo lo constituya una discusión apasionante de todas las ideas vigentes sobre el concepto de España y de la cultura española.

Jiménez Losantos – Mi libro, efectivamente, recoge una serie de ensayos literarios sobre la idea de España, su historia y su cultura en la actualidad. Y tiene dos direcciones fundamentales. Una, criticar la visión de España que hoy triunfa, en los medios considerados progresistas, de mano de la generación de los cincuenta-sesenta: la de los antifranquistas obsesionados por invertir los moldes ideológicos de su juventud. A la par, se trata de reivindicar en otra serie de ensayos -muy señaladamente en el de Azaña- la tradición de españolismo democrático que protagonizó nuestro resurgir intelectual en este siglo, puso a prueba un nuevo proyecto español con la II República y padeció luego la guerra y la dispersión del exilio.

EL PAÍS –  ¿Respondería esa reivindicación a una nueva sensibilidad generacional?

Losantos – En cierto modo, puede verse el libro como una primera manifestación generacional, que rompe con sus padres e intenta enlazar con sus abuelos. Es lo que, durante año y pico, venimos haciendo en la revista Diwan, cuya línea se ha ido decantando progresivamente en ese sentido, sin un plan previo, simplemente siguiendo una labor que podríamos llamar formativa El tema de España, su tratamiento se ha ido perfilando progresiva mente como clave de toda estrategia cultural. Su misma consideración sustantiva y positiva -al modo de Unamuno, Ortega, Azaña, Machado y Juan Ramón, todos ellos españolistas o reespañolizadores- nos lleva a oponernos a la concepción adjetiva y negativa de los jóvenes de la posguerra, que llegan, cuando más, a la admiración de los del 27. Son epígonos de epígonos, porque la verdadera fuerza de la cultura española, la fuerza motriz de nuestra modernidad, es anterior. Como también lo es la creación de un sentido liberal y democrático de nuestra vida intelectual y política.

EL PAÍS – El españolismo democrático nacería, pues, en primer término, de una fidelidad cultural.

Losantos – El aprecio profundo de las obras que admiramos en nuestra literatura nos lleva de la mano a compartir la pasión española que las animó. No se trata, desde luego, de propaganda nacionalista, sino más bien de recrear un sentimiento nacional español identificado con la libertad y la cultura. El auge de este sentimiento de españolismo renovado es lo que permitió desplazar de la dirección del Estado al patrioterismo clerical de la extrema derecha y ensayar la reorganización democrática del Estado en la República. Si la coyuntura política actual guarda enormes semejanzas con aquélla, falta ese espíritu de reorganizar ideológica y políticamente España, aspirando a verla encarnada en los ideales de la libertad y de su tradición cultural Como esa conciencia de asunción de la historia española falta por la izquierda, asistimos hoy al gravísimo hecho de su monopolio por parte de la extrema derecha.

La tozudez aragonesa

EL PAÍS – Bajo esa perspectiva, ¿qué representa para usted su defensa encendida de la lengua?

Losantos – Durante estos años de estertores y liquidación franquista, se ha permitido que a la lengua de todos o de la inmensa mayoría se la denigrara en sí misma como vehículo de fascismo, como «lengua de verdugos» y demás lindezas por el estilo. Y ello, sin que ni los mismos escritores, que viven por y para -y algunos de- la lengua, dijeran ni pío. La defensa del castellano en Cataluña yo la he hecho fundamentalmente, por eso: porque no aguanto que a una lengua, gracias a la que puedo saborear a Gracián, Valle-Inclán y Lezama Lima, se la identifique con el fascismo.

EL PAÍS – ¿Y el temor al llamado lerruxismo?

Losantos – A un diputado del PSOE que me confió sus temores con respecto al PSA, yo le dije: «No tenéis por qué temer nada. El programa del PSA en Cataluña sólo puede basarse en la defensa de los derechos culturales y laborales de la emigración, en pedir una universidad en lengua castellana junto a una en catalán, que la diferencia de lengua no sirva de excusa para la discriminación laboral y que no haya que uniformarse con las cuatro barras para ser un ciudadano con todas las de la ley.» Con asumir ese programa, que me parece bastante justo, y con no hacer demagogia con las autonomías, se acabó cualquier peligro de lerruxismo.

EL PAÍS – ¿Pero se dan actualmente algunas condiciones de diálogo?

Losantos – En realidad, el diálogo es la única solución. Por la fuerza, física o psicológica, no se consigue nada a la larga. Ahora bien, hay diálogos que, pasado un tiempo, se hacen prácticamente imposibles. Si los intelectuales de habla castellana siguen saliendo masivamente por que la atmósfera cultural de Cataluña se ha hecho irrespirable y si los españolistas demócratas que que damos acabamos yéndonos también, verás tú con quién van a dialogar cuando, antes o después, comience la reacción contra el asimilismo.

EL PAÍS – ¿Significa eso que renuncia usted a un posible protagonismo político?

Losantos – Completamente. Me apasiona demasiado la política como para ser político. Los que desde el principio me han señalado como agente de algún partido tendrán que dejarlo en tozudez aragonesa. Ahora, lo que quiero es escribir. No callarme, pero tampoco ir por ahí repitiendo en diez sitios las mismas frases, que al final acaba por ser lo mismo. También las verdades se gastan y hay que andar reescribiéndolas o rebuscándolas una y otra vez. Y una vez no vale para otra.

26 Diciembre 1979

Desahogos particulares

Javier Marías Franco

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El señor Jiménez Losantos debe de estar feliz. Con Barcelona ya has tiada y exhausta, se le presenta ahora la ocasión de apedreamos a los madrileños, cada pocos días, con artículos de los que a él le gustan: personalistas, engreídos,pendencieros, hueros, «chistosos» y aburridísimos para el lector que no alcanza a enterarse de naáa (y supongo que, además, poco le importa). Sí, feliz debe de estar, pues ha logrado tomar EL PAIS por su bañera, y tanto es el gozo que sin duda le invade que ya ni se esfuerza. ¿Para qué molestarse en buscar argumentos o proseguir una discu sión que podía haber tenido su interés, si basta con repetir lo mis mo una y otra vez y lanzar insultos a mansalva? Esto es soporífero, como el propio señor Jiménez, que en sus colaboraciones no sabe añadir nada a lo poco, poquísimo, que en alguna oca sión ha conseguido balbucir. ¿Y qué decir de su libro Lo que queda de España? Es refrito, inane y tedioso.

Ningún atractivo, ningún interés en él: un par de ideas con fusas que ni siquiera son suyas y un estilo pretencioso y plomizo. ¿Y su novedad? No sé… A mí, personalmente, me descubre mediterráneos: desde que aprendí a leer he tenido a mano un libro, publicado en 1944 y titulado La preocupación de España en su literatura (o España como preocupación, en su segunda edición), que escribió mi difunta madre, Dolores Franco, y que, dicho sea de paso, tuvo algunos problemas con la censura. Me temo que el señor Jiménez podría aprender en él muchas cosas sobre ese tema que tanto le obsesiona…

Pero no es sólo eso. Hay cariños que matan, y uno de tales parece ser el del señor Jiménez por su lengua, a la que maltrata sin piedad al tiempo que se proclama defensor y heredero de sus excelencias: su prosa está sembrada de ana,colutos, no sabe puntuar, muchos de sus engolados y reiterativos párrafos rozan la incoherencia sintáctica, confunde deber con deber de, emplea el enigmático y espúreo en base a (no sé yo lo que quiere eso decir, ni en castellano ni en inglés), se esfuerza por pergeñar unos versitos de sílabas impares para soltar al final un decasílabo…

Pero dejemos el libro y volvamos a los artículos. Dice el señor Jiménez en el último de la serie con que nos ha obsequiado que le han llamado muchas cosas, «pero nadire mentiroso ni cobarde». Habría que estudiar la cuestión, porque el señor Jiménez es miembro del consejo asesor de una gacetilla de nombre Bañera en la que, bajo la coartada del chiste, se denigra, insulta y difama a numerosas personas relacionadas con la literatura (Barnatán, Félix de Azúa, Savater, por citar algunos ejemplos) con seudónimo o sin firma. Y a eso yo lo llamo cobardía.

En cuanto a lo de mentiroso… Dice este señor que yo publiqué un artículo recomendando la abstención «en

vísperas de elecciones». Cuestión de formas (así se titulaba) apareció en este periódico el 24 de diciembre de 1978, es decir, después del referéndum.

También me atribuye haber apelado a la autoridad «para que no le dejen escribir en EL PAIS». Quisiera que demostrase que yo he dicho tal bobada alguna vez. El, mientras tanto, me emplaza a mí a demostrarle lo cierto de acusaciones que jamás lo he hecho: yo no tengo espíritu de delator y procuro no citar nombres cuando lo que emito son opiniones (el suyo lo menciono públicamente por primera vez en el día de hoy).

Asimismo es falaz cuando aseo gura que «voy para filósofo de la política», en un desesperado intento de asimilarme a Fernando Savater y así reconfortarse pensando que tiene

enfrente un grupo o secta y no a individuos que pueden coincidir en ocasiones y discrepar en otras. Por lo demás, yo, hasta ahora, no he escrito más que novelas.

Más pinioresca que otra cosa es su idea de las generaciones: en su penúltimo artículo -en el que también menciona, para variar- habla de sí mismo como de «la generación siguiente » a la mía y de Savater… Bueno, éste le lleva cuatro años, pero descubro en su libro que el señor Jiménez es cinco días más viejo que yo. No puedo por menos de preguntarme, ante semejante disparate, si no perteneceré por ventura a «la generación siguiente» a la del señor Jiménez…

Aún podría seguir, pero no voy a abusar de los escasos lectores que sigan este simulacro de polémica; y además, antes de terminar, quisiera darle un consejo al señor Jiménez y, mezclado con él, hacer un breve elogio de los madrileños. El señor Jiménez equivocó su rumbo cuando salió de Habichuela del Tremendillo, u Orihuela del Tremedal, o Tempranillo de la Francachela, o como quiera que se llame ese pueblo suyo que con tanta frecuencia saca a colación. No debió ir a Cataluña, sino venir a Madrid. Aquí

sufriría menos, o más acompañado. Y, sobre todo, aquí le sería más fácil medrar. Los madrileños nos distinguimos del resto de España justamente en ser gente desarraigada y bastante dejada. No tenemos excesivo aprecio a nuestra ciudad, ni a la provincia, ni a ninguna región, ni a casi nada. Ni siquiera nos sentimos castellanos. Esto a mí me parece loable y desde luego ofrece enormes ventajas a los ambiciosos muchachos de Avila o El Ferrol, Burgos o Villarino, que llegan en oleadas y que, con el ímpetu y la fogosidad de que carecemos normalmente los aquí nacidos, triunfan y gozan de poderío. A esta permanente invasión los madrileños asistimos impávidos y no ponemos obstáculos ni trabas a las arrolladoras escaladas de los recién llegados. También hay cabida para cualquier turolense deseoso de descollar.

Tal vez los responsables de este diario le permitan más exabruptos al señor Jiménez, o quizá él mismo me asaetee (es metáfora, lo advierto por si el susodicho vuelve a tomárselo al pie de la letra, como lo de los puños y las pistolas) desde las muchas revistas que -curiosamente en esta época de penuria editorial- tiene a sus órdenes o disposición. Es igual. Yo carezco de medios para responderle, no dirijo ni controlo nada. Pero aunque no fuera así, tampoco lo haría; porque lo que sobre todo no tengo son ganas ni tiempo de escuchar monótonas

letanías, ni el menor interés en ayudar a ser a quienes, como el pobre Fontenefle a sus cien años, sólo padecen une certaine difficulté d’être y necesitan que el país entero participe de sus desahogos particulares.