22 junio 1986

El Partido Reformista Democrática (PRD) se disuelve tras el desastre electoral que pone fin a la ‘Operación Roca’: Miquel Roca seguirá en política como portavoz de CiU en el Congreso

Hechos

Los resultados de las elecciones generales del 22 de junio de 1986 supusieron el fin del Partido Reformista Democrático (PRD).

18 Junio 1986

Roca o la frialdad en el mensaje

Carles Pastor

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El líder del PRD trata de ganar votos sin populismo y rehuyendo el 'cuerpo a cuerpo' con los electores

Roca, el segundo de Pujol en Cataluña y aspirante a acaudillar la tercera fuerza política española, el PRD, había echado sus cuentas e intuido que existía un espacio en las circunscripciones con cinco o mas diputados, donde los últimos escaños se atribuyen entre opciones que han obtenido una votación no muy holgada pero suficiente. Esa tercera posición sí existe, al parecer, pero si las encuestas no engañan se la va a llevar el de Cebreros.La primera encuesta -la que publicó EL PAÍS al iniciarse la campaña- le cayó como una bomba, y reaccionó con visceralidad: «Hay encuestas que son actos de beligerancia», declaró cuando tuvo conocimiento del avance que publicó este diario. Acusación que ha mantenido con posterioridad. El segundo sondeo le cogió más prevenido. El candidato reformista puede argumentar que las encuestas se equivocaron con anterioridad cuando le vaticinaron un fracaso en Galicia o cuando aseguraron el triunfo del no en el referéndum sobre la OTAN. Sus asesores mantienen la apuesta de que superará los 20 escaños.

Roca, en contra de lo que afirmaban sus oponentes, no ha variado un ápice, o casi, su mensaje electoral, ni se ha refugiado en su feudo de Cataluña. Tampoco ha introducido en su campaña esos elementos broncos que le podían garantizar el entusiasmo de las masas o la atención de la opinión pública y que incluso sus colaboradores le instan a que utilice.

Su modelo son los países europeos del Norte, pero hace también concesiones a un pasado español no tan homologable, como es el centrista, cuando, ante un público que hace siete años aplaudía a los candidatos de la UCD, admite la acusación de «regresivo» que lanzan contra él los socialistas: «Sí, no me importa ser regresivo, si eso supone volver a una época en que había 800.000 parados menos o que la renta per cápita era más alta», afirmó en Canarias el sábado pasado.

Demasiado frío o tímido para hacer una campaña populista, Roca ha rehuido el contacto directo con los electores siempre que ha podido. En un paseo por el centro de Alicante apenas saludó a una docena de personas. Muchas más rehusaron acercársele porque les infundía respeto. Cuando no tiene más remedio que repartir abrazos o estrechar manos se le nota incómodo, su modelo son las campañas americanas, donde los medios de comunicación tienen un papel primordial.

Recintos pequeños

La campaña de Roca no está resultando espectacular. El aforo de los locales escogidos para sus mítines no ha sido superior, en la gran mayoría de los casos, a las 1.100 personas, con la excepción de Baleares y Murcia o los actos previstos para cerrar la campaña. Roca ha preferido generalmente las cenas-mitin o el vermú en hoteles y restaurantes rodeado por sus incondicionales, con la intención declarada de animar a sus seguidores antes que ganar votos de forma, inmediata, convencido de que es más fructífera la labor propagandística del partido que la del líder.

Roca se ha negado a admitir que su condición de catalán -o de nacionalista catalán, para ser más precisos- condicione sus posibilidades en Castilla o en Andalucía, pese a que esto ha sido un lugar común en las conferencias de prensa celebradas a lo largo y a lo ancho de España. El secretario general de su partido y presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, sin embargo, ha tomado el rábano por las hojas y ha insinuado en Cataluña que un fracaso del PRD podría cuestionar el «encaje» del nacionalismo catalán en la política española. Preocupante insinuación de que Convergéncia podría sentirse agraviada si Roca fracasa estrepitosamente.

06 Julio 1986

Realismo de Miguel Roca

ABC (Director: Luis María Anson)

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La actitud de Miguel Roca al reconocer el fracaso electoral del PRD y la responsabilidad que le incumbe, ha sido constructiva. El señor Roca se equivocó, en su aspiración a líder nacional, al presentarse personalmente por otro partido y en Barcelona; se equivocó al personalizar en él la campaña y no dar juego a Federico Carlos Sainz de Robles, un auténtico peso pesado que quedó oscurecido; se equivocó en la estrategia general, no lo bastante crítica contra los errores del PSOE, y se equivocó, sobre todo, al no coordinar esfuerzos con Coalición Popular, retirando candidatos en aquellas provincias en las que la ley D’Hont jugaba en contra de la división del centro y la derecha y en favor del PSOE. Por este motivo, ABC publicó en Tercera, dos días antes de las elecciones, el editorial «El voto útil», juzgado como clave entre los expertos, en el que se planteaba a los electores del centroderecha la conveniencia de votar a Coalición si no querían que sus votos se perdieran. Al margen de todo esto, ciertamente, la incalificable actitud de TVE al presentar reiteradamente a Roca ante la audiencia nacional hablando en catalán perjudicó gravemente al líder reformista. En todo caso, Miguel Roca es un político válido y realista, que ha sabido reconocer sus errores, y eso le abre un camino de recuperación para el futuro. Roca es además uno de los hombres que más han hecho, desde el punto de vista político, para la integración de Cataluña en la vida nacional.

23 Julio 1986

La importancia de una derrota

Antonio Garrigues Walker

Presidente del PRD

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CAMBO es sin duda la persona que simboliza de una manera más nítida el proceso más honesto y más profundo de participación del nacionalismo catalán en la política española. El y la Lliga Regionalista dominan el panorama catalán entre 1901 y 1931 con la permanente oposición de tos republicanos. En 1907 Cambó consigue, quizá por primera vez, un gran consenso catalán -formado contra la célebre ley de Jurisdicciones de Moret-, que se llamará Solidaritat Catalana. Partiendo de esa base en el trienio 1907-1909 Cambó entra en franco diálogo con Maura y delimita -en un famoso discurso que dará entrada en Madrid a la «nueva oratoria camboniana», en recordada frase de Azorín-, las aspiraciones fundamentales del catalanismo político: antiseparatismo, anticentralismo y vocación de influir con protagonismo y con fuerza en la gobernación de España. Solidaritat Catalana -pes e a las campañas denigratorias madrileñas que presentaban este esfuerzo como una nueva forma, aún más peligrosa, de separatismoconsigue producir un fuerte impacto sobre toda la sociedad española y ese impulso positivo se mantiene hasta 1909, año en el que con ocasión de la «Semana trágica», la Lliga apoya la actuación de Maura y Solidaritat se rompe. En 1918 Cambó acepta el Ministerio de Fomento que le ofrece Maura y afronta los primeros reveses serios: se plantean diversos proyectos de un Estatuto de Autonomía Integral para Cataluña. Alcalá Zamora se enfrenta a Cambó en el Parlamento y le recrimina en los términos siguientes: «autonomía y hegemonía son dos cosas absolutamente incompatibles. No se puede ser a la vez Bolívar de Cataluña y Bismarck de España». El propio Maura tiene entonces duras palabras llenas de arrogancia contra el catalanismo de la Lliga. La hostilidad del Parlamento genera la retirada de ía minoría regionaüsta, y provoca uno de los más célebres discursos de Cambó, en el que acosado por la incomprensión, lanza ía famosa frase: «¿Monarquía?, ¿República?, ¡Cataluña!.» A pesar de elio, Cambó, poco después de la célebre huelga de «La Canadiense» que hace planear !a sombra de una revolución social, acepta nuevamente una cartera, esta vez de la Hacienda, en un Gobierno presidido por Maura, y desde ahí continúa sus esfuerzos de diálogo y de entendimiento constructivo que quedan una vez más interrumpidos, en este caso, por el golpe de Estado de Primo de Rivera.

El último intento de Cambó, la oferta más decidida y más concreta, se produjo en 1931, con la creación del partido político Centro Constitucional, que lo presidió el propio Cambó merced a un acuerdo con el maurismo con la intención de un lado de llevar al Parlamento español a una mayoría de este signo y con la convicción, de otro lado, de que había llegado el momento, como señala Isidro Mola en su magnífico estudio sobre la Uiga Regionaüsta, de desplazar el nacionalismo de Prat de la Riva por el intervencionismo en la política estatal que Cambó había diseñado en su libro «Per la Concordia». Pocas semanas después de la creación de este partido político se produce la caída de Alfonso XIII, y se quiebra así el proceso de un hombre que a decir de Salvador de Madariaga fue «e[ genio político mejor dotado que ha producido no sólo Cataluña, sino la España de hoy», «una persona en quien el quijotismo, aunque oculto, no está del todo ausente», y un político cuyo permanente «espíritu de transacción» acabó siendo interpretado como «debilidad moral, tanto en Cataluña como Castilla».

Regla analizando con más profundidad el fracaso de Cambó empieza por afirmar que el Centro Constitucional hacía demasiado visible «el intento de gobernar España por la burguesía industrial catalana, fuerza hegemónica en el Principado y equivalente a la que en países capitalistas avanzados era el motor fundamental de la modernización y el desarrolle», y recogiendo y coincidiendo con las tesis de dos exégetas de Cambó —Juan Estelrich y Fernando Valls Taberner— añade que Cambó era el único político «europeo» aunque «sólo podría ser eficaz para Cataluña si lograba inspirar la máxima confianza al resto de España, lo que no conseguiría si se limitaba a actuar como adelantado de un movimiento de reivindicaciones nacionalistas». En estas dos advertencias y muy especialmente en la sutil apreciación de Estelrich y de Valls hay que buscar las razones básicas del fracaso contemporáneo de la Operación Reformista. Quien haya leído el libro de Miguel Roca «¿Per qué no?» habrá observado que se mantienen vigentes en lo esencial aquellos magnánimos planteamientos de Cambó: Cataluña sólo podrá encontrar asentamiento cabal, estable y creador en una España verdaderamente desarrollada, moderna y europea. Por consiguiente, si no aparecen espontáneamente las grandes fuerzas nacionales capaces de estimular este proceso, habrá que inspirarlas desde Cataluña.

Obviamente, Roca no ha entendido en ningún caso la Operación Reformista como simplemente instrumental. Quienes le hemos acompañado en la empresa no hubiéramos consentido tampoco —ocioso es decirlotoda una aventura política que sólo condujera al beneficio de una limitada reivindicación particularista. Pero había que convencer de ello ai electorado. Debía persuadírsele de que, aunque Miguel Roca había nacido políticamente en el seno de un partido nacionalista, del que naturalmente no renegaba en absoluto, el nuevo proyecto tenía alcances mucho más ambiciosos: se trataba de crear en España un nuevo partido inspirador del liberalismo progresista, no para atender algún interés parcial, sino para colmar una necesidad manifiesta en la realidad actual de este país. Naturalmente, si la ciudadanía llegaba a pensar que toda esta operación se hacía en exclusivo beneficio de intereses catalanes, el intento nacería muerto. Y esto es, lamentablemente, lo que ha sucedido. El recelo mencionado por Estelrich y Valls ha vuelto a funcionar y ha destruido de un plumazo el esfuerzo válido y honesto de muchas personas que habían elegido un camino pensando que era, desde luego, difícil, pero no radicalmente imposible.

¿Por qué ha sucedido de este modo? Sería ingenuo no mencionar la insidiosa campaña que se ha alzado contra la Operación Reformista, presentándola de forma sistemática en los medios de comunicación públicos y en TVE principalmente como simple apéndice del nacionalismo catalán. La estrategia dirigida a presentar la oferta reformista como una «operación catalana» (lo cual venía a implicar de un lado el sucursalismo del PRD y de otro el temor a que toda la rentabilidad beneficiaría exclusiva o principalmente a Convergencia) fue un auténtico éxito de nuestros adversarios y habrá que felicitar a quien corresponda.

Pero no todas las culpas son ajenas: los reformistas debimos hacer algo para desmontar esa estrategia y en parte no pudimos.pero en parte no supimos hacerlo. Debimos simplificar desde el primer momento el complejo mecanismo jurídico-político de relación entre Convergencia, Coalición Galega y el PRD, porque era difícil de entender para nosotros mismos y justificaba, en pura objetividad, todo género de dudas en cuanto a un correcto funcionamiento poselectoral de esta relación. Debimos, asimismo, evitar el carácter excesivamente prepotente y ambicioso de una campaña que acabó creando en la opinión pública una sensación de irrealismo. Tuvimos finalmente que prever el hecho de que al no pertenecer Miguel Roca al PRD y al presentarse por Convergencia y en Cataluña, facilitábamos decisivamente la labor de quienes querían hacer fracasar nuestro empeño, porque les permitía volver a utilizar la referencia de Alcalá Zamora a Bismarck y a Bolívar, bien sea aludiendo al doble lenguaje o al famoso refrán de «nadar y guardar la ropa».
Nos olvidamos en definitiva de que, como advirtió Mendéndez y Pidal, «los hechos de la Historia nunca se repiten, pero el hombre que la hace es siempre el mismo».

Este es el análisis de una derrota importante y de unas culpas graves que los reformistas intentaremos asumir con tanta dignidad como tristeza y rabia, pero también con un cierto sentido de responsabilidad histórica. Y esa responsabilidad nos debe conducir inexorablemente a intentar salvar como mínimo dos objetivos de nuestra acción política:

En primer término la necesidad de seguir luchando por una España más sinceramente y más profundamente autonómica. Un aislamiento de los nacionalismos y muy especialmente del nacionalismo catalán como consecuencia de una lectura equivocada de estas elecciones, sería gravemente perjudicial para el desarrollo político español. Tengo plena convicción de que Miguel Roca y Convergencia han sido absolutamente leales a la idea de una España más moderna y más eficaz, y creo que están en condiciones de demostrarlo comprometiéndose más a fondo, con más conocimiento de causa, con más claridad en la política estatal manteniendo a ultranza su vinculación con la idea y la Operación Reformista. Si del fracaso de la Operación Reformista y del escaso éxito del PNV, de Coalición Galega, del Partido Andalucista nos limitamos a buscar responsables en la conexión catalana, la conexión nacional o la ausencia de conexiones, entraríamos en un terreno peligroso para la convivencia española y volveríamos a obstaculizar gravemente el desarrollo autonómico, poniendo en marcha resabios y querencias históricas que aún mantienen -como estamos viendo y viviendo estos días- un alto índice de peligrosidad potencial. En segundo término, los liberales tenemos que partir de la base de que el fracaso del PRD en estas elecciones no ha sido ideológico. La ideología ha quedado indemne por la sencilla razón de que el electorado no ha entrado ni siquiera a calibrarla. Por las causas antes mencionadas, los ciudadanos españoles han rechazado la forma y no el fondo. La oferta liberal continúa prácticamente inédita, con todo su atractivo y toda su potencialidad. En su ensayo de «De la angustia a la libertad» Salvador de Madariaga nos recuerda que «el liberal no debe aceptar el papel de socialista moderado ni el de conservador abierto al progreso. Tiene su doctrina propia y además es la mejor. Sólo el liberalismo marca y define la línea que debe seguir el progreso humano. En una nave lo que va adelante no es ni la derecha ni la izquierda, sino la proa, que está en el eje, equidistante de ambos extremos, cortando con filo neto las aguas de la historia». En pura lógica política algunos tendremos que asumir responsabilidades distintas a las actuales, pero el liberalismo español, con nuevos líderes, no puede permitirse el lujo de abandonar.

Antonio Garrigues Walker