18 enero 2005

El portavoz de la Conferencia Episcopal, Martínez Camino, obligado a aclarar que la Iglesia no admite los preservativos después de que unas palabras suyas hubieran sido interpretadas en sentido contrario

Hechos

El 18 de enero de 2005 El Vaticano y la Conferencia Episcopal Española hicieron pública una nota para ratificar su posición sobre los anticonceptivos.

19 Enero 2005

La Iglesia da un paso al frente contra el SIDA

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Pocos esperaban ayer que el secretario de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, dijera tras su encuentro con la ministra de Sanidad que los preservativos deben formar parte de «una prevención integral y global del sida». Sin suponer un cambio radical, las palabras del portavoz de la Iglesia española aportan un alentador matiz en el discurso casi monolítico que hasta ahora habían mantenido los obispos sobre el preservativo, condenado moralmente como método anticonceptivo y desechado por ineficaz para la prevención de enfermedades de transmisión sexual como el sida. De las palabras del portavoz episcopal no se deduce una aceptación del condón como método anticonceptivo, pero sí un reconocimiento del innegable papel que desempeña en la lucha contra el sida. Martínez Camino sustentó la posición de la Iglesia en un artículo de la revista The Lancet, que enumera como métodos de prevención del sida -por este orden- la abstinencia, la fidelidad y el preservativo. Al margen de que la Iglesia deba respetar que cada uno asigne a los tres métodos el orden que le dicte su conciencia, es de agradecer que el portavoz de los obispos españoles haya flexibilizado su posición ante una lacra -la del sida- que muchos de sus miembros -no lo olvidemos- intentan aliviar cada día reconfortando en los hospitales a los enfermos, acogiéndolos en residencias de ONG religiosas y trabajando activamente por su integración social.

19 Enero 2005

LA IGLESIA, CONTRA EL SIDA

ABC (Director: Ignacio Camacho)

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LA Iglesia Católica española ha clarificado su posición sobre la licitud del uso del preservativo en el contexto de la lucha global contra el sida. El portavoz de la Conferencia Episcopal española, monseñor Martínez Camino, aclaró ayer, después de su entrevista con la ministra de Sanidad, que la doctrina de la Iglesia no opone reparos morales al uso del preservativo con el único fin de prevenir el contagio del sida por vía sexual. En los demás casos, continúa mereciendo la misma consideración negativa. No se trata de un cambio en la doctrina moral de la Iglesia, sino de una puntualización, y esto sólo para este caso concreto.

La lucha contra una epidemia tan devastadora como el sida justifica la tolerancia relativa con el uso de un medio anticonceptivo que, fuera de ese contexto concreto, continúa recibiendo una interpretación moral negativa. La doctrina reiterada por la Iglesia vincula naturalmente la sexualidad con la procreación. En este sentido, no considera lícito con carácter general el uso de procedimientos anticonceptivos. Por lo demás, como confirman los expertos, la lucha contra la transmisión sexual del sida aconseja la combinación de distintos medios, entre ellos, y junto con la utilización del preservativo, el uso razonable de la sexualidad que excluye la promiscuidad y aconseja la fidelidad y aun la abstinencia. La aplicación de los principios morales debe tener en cuenta las circunstancias. La Iglesia española no modifica su posición tradicional, sino que muestra su flexibilidad para adaptar las exigencias morales a la necesidad de combatir una plaga atroz que tanto sufrimiento provoca en todo el planeta.

21 Enero 2005

Libertad con freno y marcha atrás

Josep Pernau

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Poco dura la felicidad en la casa del pobre. Amplios sectores sociales celebraban el miércoles por la mañana la despenalización episcopal del uso del preservativo como preventivo del sida, anunciada por el portavoz de los obispos, el reverendo Juan Antonio Martínez Camino. Era el paso del anatema a la tolerancia. Pero horas después, los prelados rectificaban tras haber tenido que aguantar la presión del Vaticano durante todo el día. Era el retorno al anatema.

Se volvía a la doctrina tradicional. Dogmáticamente, está mandado que el sexo sólo pueda practicarse a pelo y con la parienta, legitimada según el rito de la Iglesia católica. Y para prevenir el SIDA no hay otro medio que la abstinencia. Había sido una reforma de ida y vuelta en sólo unas horas. La libertad de los obispos españoles para decidir lo que conviene a su feligresía había sido el freno y marcha atrás. Una noticia por la mañana y todo lo contrario en el informativo de la noche. Con dos versiones opuestas en un mismo día, la ciudadanía estuvo a punto de perder el oremus.

El reverendo Martínez había dado a conocer la permisividad en el uso del preservativo después de una reunión con la ministra de Sanidad, la señora Elena Salgado. Ya no habrá más reuniones entre ellos. Por sus campañas sobre el uso del condón, la ministra vuelve a ser una encarnación satánica. Si tuvieran que volver a encontrarse, sería a condición de que antes se sometiera a un ritual exorcista. Durante unas horas, los obispos se pudieron sentir libres. Recibieron felicitaciones por la iniciativa y hasta alguno pudo pensar en la recuperación de la parroquia perdida. ¿Añoran ahora aquella libertad, después de que Roma haya impuesto limitaciones? En realidad, empieza y acaba con un amén.

22 Enero 2005

¿EL PRESERVATIVO O LA VIDA?

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Algo se debe de estar moviendo en la Iglesia para que el Papa haya decidido terciar en el debate sobre el uso de preservativos que el secretario general de la Conferencia Episcopal española inició, sin pretenderlo, el pasado martes, tras su entrevista con la ministra de Sanidad. Juan Pablo II felicitó ayer al cardenal que preside el Consejo para la Pastoral de la Salud, Lozano Barragán, por haberse hecho «intérprete de los sentimientos comunes». Esos sentimientos son, según Barragán, que «la doctrina del Santo Padre es global y dirigida a combatir con cualquier medio el sida para defender la vida, pero siempre basándose en dos principios: la castidad y no fornicar (sexo fuera del matrimonio)». El mensaje es inequívoco y zanja toda esperanza de cambio aperturista -o de acercamiento a la realidad- por parte de la Iglesia.

El final del episodio iniciado por las declaraciones de Martínez Camino era previsible, pues en ningún caso podría la Conferencia Episcopal española cambiar la doctrina de la Iglesia -del Vaticano- sobre los preservativos. El cambio, si llega, no será por esta vía doméstica, y tampoco va a impulsarlo un Pontífice tan conservador como el actual. Sin embargo, la juiciosa intervención del portavoz español y las apresuradas matizaciones que le siguieron revelan que dentro de la Iglesia hay división de pareceres. Hay personas que entienden que, además de su incuestionable labor en el cuidado de los enfermos, también es urgente que la Iglesia contribuya a la prevención de la pandemia.

Al margen de interpretaciones posteriores más rotundas, Martínez Camino sostuvo que el preservativo es un «mal menor posible» que «tiene su contexto en una prevención integral y global del sida», siempre en un orden inferior a los otros dos métodos: abstinencia y fidelidad. Se trata de una posición inteligentemente moderada y coherente con la moral católica, que en primer lugar defiende la vida. No se puede decir tanto del posterior comunicado de la Conferencia Episcopal, que mezclaba su énfasis en lo «inmoral» de usar condones con su advertencia sobre la falibilidad del método. ¿Por qué la oposición de la Iglesia a los preservativos, siempre fundamentada en que impiden la fecundación, recurre ahora justo a lo contrario, a su posible ineficacia? Se trata de un futil intento por soslayar la contradicción más flagrante: que no se puede apelar a ninguna «moral» para desterrar un medio que salvaría a millones de personas de una muerte segura. Si la moral fundamental de la Iglesia es defender la vida, tarde o temprano tendrá que modificar su criterio para afrontar ese «tsunami cada tres semanas» que -como cuantificó la ministra de Sanidad- causa el virus del sida.

22 Enero 2005

Mal menor y bien mayor

José Ignacio González Faus 

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Querido Juan Antonio Martínez Camino:

Cuando el pasado martes te vimos por la televisión en los informativos de la noche, hubo entre los que estaban conmigo dos reacciones: la mayoría profetizó con ironía sabia y levantando la voz: «¡La que se va a armar!». Y acertaron. Yo me sentí más bien en sintonía contigo porque, por una vez, te vi humano en tu esfuerzo por buscar las palabras y por decir las cosas de una manera suficientemente clara pero no estruendosa. Seguramente no diste con las palabras más adecuadas, pero era casi imposible en momento tan difícil. Lo que me conmovió fue verte humano. ¡Estamos tan poco acostumbrados a que detrás de las palabra de algún señor con mitra se adivine un ser humano, en lugar de un disco rayado!

Pues bien, te pase lo que te pase, ahora quiero darte las gracias por ello. Tú y yo no nos conocemos personalmente. Doy por sentado que yo estoy en alguna lista de «objetivos» tuyos a los que debes apuntar. Tú seguramente sabrás también que, cuando vivías entre los jesuitas, eras considerado como persona muy conservadora y supongo que esto te molestaría, aunque no supimos hacerlo mejor.

Pero ahora eso da igual. Lo que pretende esta carta es ofrecerte algunos argumentos, nada progresistas sino de la más clásica teología moral tradicional en la Iglesia y anterior al Vaticano II, que quizá te hubieran ayudado en el difícil cometido de tu rueda de prensa, que buenos líos te puede traer. Te voy a remitir nada menos que a San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia y considerado el mayor de los moralistas. Pero como vosotros ya no tenéis tiempo para husmear libros viejos en las bibliotecas, te adelanto que lo que te voy a comentar está resumido en un pequeño epítome latino de 1952, titulado Summarium theologiae moralis, de A. Arregui. Y te cito este manual porque era libro de texto en prácticamente todos los seminarios de antaño, ya en su versión latina, ya en la traducción y ampliación que hizo después Marcelino Zalba, otro moralista al abrigo de cualquier sospecha.

Pues bien, vamos al Ligorio. En su Theologia moralis reeditada en el mismo Vaticano y nada menos que por san Pío X en 1905, en el volumen I, libro II, tratado III, número 57 de esa magna obra, y precisamente al hablar de las obligaciones de la caridad (oh ironía), escribe:

«Es lícito persuadir a uno que haga un mal menor si ya está determinado a cometer un mal mayor. Y la razón es que, quien tal aconseja no pretende un mal sino un bien, es decir, que se elija un mal menor» (p. 353). Añade san Alfonso que esta opinión está avalada por autoridades morales como Sánchez, Soto, Molina, Cayetano, los Salmanticenses y otro varios (te cito sólo los más conocidos). Y continúa con ejemplos como le gustaba hacer: a quien está decidido a matar es lícito persuadirle para que en vez de eso cometa un robo o una fornicación (en la tradición posterior se decía: que robe a un rico antes que a un pobre; pero Ligorio parece buscar casos de males que no sean sólo cuantitativamente menores, sino cualitativamente, lo cual es más difícil). Lo confirma con citas de San Agustín: «Si de todas maneras lo tiene que hacer, mejor que cometa un adulterio que no un homicidio, o mejor una simple fornicación que un adulterio»… Para acabarlo de arreglar añade que tal consejo no vale sólo para personas privadas, sino para los confesores, los padres de familia y otras personas que tengan obligación de impedir pecados de sus súbditos.

Esta es la teología moral que estudiamos todos. Puede que los ejemplos no sean hoy los más pedagógicos. Pero hay que tener en cuenta que son del siglo XVIII. Como aplicación de esos principios, yo recuerdo haber comentado en mis tiempos de estudiante de moral (por allá por los años 60), el siguiente caso: a una mujer totalmente decidida a tener relaciones sexuales ilícitas, intentas disuadirla avisándola del peligro de quedarse en estado, y compruebas entonces que, si ello ocurriera está totalmente decidida a abortar. En ese caso es legítimo aconsejarle que, tras la relación, se dé al menos un lavado vaginal, para evitar tener que abortar que sería un mal mayor. Este ejemplo está mucho más en relación con lo del preservativo; pero no puedo recordar la fuente.

Lo que me gustaría añadir es que, en ese principio y en todos esos casos, de lo que se ha tratado propiamente no es de teología moral sino de sentido común. No ha intervenido para nada en esos juicios el dato que los cristianos llamamos «revelado» y que los otros podrán entender como «específicamente católico», como podría ser la sacramentalidad del matrimonio o cosas semejantes. Ni siquiera se ha tratado de desconocer la inmoralidad del preservativo, si es eso lo que preocupa a los obispos: sólo se ha dicho que, por inmoral que sea, puede ser un mal menor que contagiar el sida, cuando han fallado los otros dos principios que recomendaba The Lancet, de abstinencia y fidelidad. No se ha tratado por tanto de principios morales sino de la aplicación de esos principios con sentido común, o con aquello que los clásicos llamaban «la sindéresis». Es muy duro preguntar si es precisamente eso lo que está fallando aquí, o si, como me decía un compañero, profesor de teología moral: «Suerte que ya estoy jubilado, porque si ahora me tocase examinar a alguno de esos señores ¡tendría que suspenderlos!». Por eso creo que todos debemos preguntarnos qué está pasando.

Hace ya casi un decenio, una de las personas profundamente cristianas que he conocido, y que tiene un hijo con sida me decía: «Voy a cumplir 70 años y pronto cincuenta de matrimonio. En mi vida había visto un preservativo. Y ahora estoy repartiéndolos en la asociación que ha fundado mi hijo para ayudar padres en la misma situación que nosotros». Me pareció tan preciosamente cristiano que he vuelto a recordarlo estos días y me suscita la misma pregunta de antes.

¿Qué nos está pasando, querido Juan Antonio? ¿En nombre de qué hemos podido llegar a ese fundamentalismo inmisericorde, cuando por otro lado los obispos dicen estar preocupadísimos por la plaga del sida. ¿A qué llaman gran preocupación cuando ésta no permite ni aplicar un mal menor? Y creo ser muy consciente de lo resbaladizo que es eso del mal menor: no quiero olvidar nunca que los asesinos que lanzaron las primeras bombas atómicas hace ahora 60 años, las justificaron diciendo que era para evitar males mayores y más muertos, si no se acababa la guerra. Pero aun así, el que los hombres seamos tan capaces de abusar de la verdad, no le quita razón a ésta.

Un monseñor de la Curia romana ha dado como respuesta que recomendar así el preservativo sería abrir una puerta al sexo fácil. Esa respuesta pone de relieve lo equivocados que están los señores de Roma respecto a lo que es la actitud de la gente ante sus palabras: la puerta al sexo fácil está hoy totalmente abierta, al margen de lo que ellos digan, y les guste o no les guste. Y nadie se volverá más libertino por el hecho de que ellos se hayan vuelto más misericordiosos. Me recuerda esto unas palabras ya bastante viejas de Karl Rahner con las que concluyo:

«La iglesia docente y su magisterio presuponen silenciosamente que, cuando se dirigen a católicos, hablan a una masa relativamente homogénea de personas, en cuya visión del mundo existe sólo la fe cristiana, acompañada de un respeto más o menos absoluto frente a la autoridad del Magisterio. Esto… no es de entrada tan triste como les parece a algunos, tentados de identificar la fe salvadora con la formación teológica…»

¿Por qué no apostar pues de vez en cuando, hermano Juan Antonio, porque Dios sea más grande, mucho más grande que todos nosotros y nuestras pequeñas cabecitas? Y eso «gracias a Dios».

José Ignacio González Faus es teólogo y jesuita.

23 Enero 2005

EL PORTAVOZ QUE QUISO QUEDARSE MUDO

José Manuel Vidal

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Los preservativos tienen su contexto en una prevención integral y global del sida». Tenía la gloria de la mitra al alcance de la mano. Y por esta simple frase la puede perder. El día 18, el portavoz del Episcopado, padre Juan Antonio Martínez Camino, 52 años, se fue a ver a la ministra de Sanidad, Elena Salgado, para ofrecer la colaboración de la Iglesia en la lucha contra la pandemia del sida. Y, de paso, escenificar un acercamiento de la jerarquía católica al Gobierno socialista que, según algunos obispos, «acosa y persigue a la Iglesia».

Al cardenal Rouco, su señorito, no le conviene optar a un tercer mandato como presidente del Episcopado sin hacer las paces con el Ejecutivo. El encuentro había sido sumamente cordial y distendido y el secretario de los obispos salía contento. Pero a la puerta se encontró con una nube de periodistas que le preguntaron si la Iglesia bendecía el uso del preservativo, aunque sólo fuese para prevenir el sida.

Y el portavoz, de verbo fácil, se lanzó al ruedo. Y dio un pase de pecho solemne que dejó boquiabiertos a los periodistas y a su propio jefe de la oficina de información, Isidro Catela, que le tiró de la manga para alejarlo de la canalla. Ya de vuelta al coche, Martínez Camino empezó a dudar si se había expresado bien. Y se imaginó los titulares del día siguiente: «La Iglesia, a favor del preservativo».

A las ocho de la tarde, el padre Martínez estaba en el apartamento del que disfruta, muy cerca del Retiro madrileño, en el convento de unas monjas. Y de pronto, el teléfono se puso a sonar sin descanso: periodistas amigos, fontaneros de Añastro, jesuitas y obispos. Muchos obispos. Y después, cardenales. Todos se hacían cruces y le pedían explicaciones. Eso sí, con buenas palabras.Las formas nunca se pierden entre los eclesiásticos de alto rango.Y entonces supo que su metedura de pata había sido garrafal y que el escándalo iba a ser mundial.

Austero y sumamente trabajador, el padre Martínez Camino se levantó muy temprano al día siguiente, rezó el breviario, dijo misa y se fue a su despacho de la Casa de la Iglesia a aguantar el chaparrón.Reunido todo el día con una especie de gabinete de crisis y en constante contacto con el cardenal Rouco, monseñor Cañizares, arzobispo de Toledo, y monseñor Reig, obispo de Castellón y presidente de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal.

Desde Roma, el cardenal colombiano López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, pedía una rectificación inmediata («antes de las tres de la tarde»). Pero la redacción del comunicado de rectificación fue un auténtico parto de los montes que no se hizo público hasta las ocho de la noche. Había que salvar la cara del portavoz de los obispos y dejar sentada la doctrina: «El uso del preservativo implica una conducta sexual inmoral» y «no es cierto que haya cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el preservativo». Publicada la nota, el padre Camino se fue a casa a rezar.

Pero el Vaticano, molesto por las repercusiones mundiales del caso y el consiguiente desdoro para la imagen y la credibilidad de la Iglesia, seguía pidiendo la cabeza de Martínez Camino.Rouco paró el golpe de Roma y aconsejó prudencia a su secretario.El día 20 estaba programada una rueda de prensa en Añastro sobre la Pastoral Obrera. Y se presentaron más de 25 periodistas. No por los obreros, sino por los preservativos. El secretario no hizo acto de presencia y nadie quiso responder a las preguntas de los informadores sobre el condón.

Pero esa misma tarde, en el programa de la Cope La tarde con Cristina, el secretario del Episcopado aprovechó para volver a admitir el condón como última opción contra el sida. Y de paso, negó que hubiese recibido presiones del Vaticano, aunque reconoció que le llamó el cardenal López Trujillo para «dar una respuesta conjunta a la polémica», y terminó arremetiendo contra los periodistas, a los que acusó de «fabuladores» y de buscar permanentemente el enfrentamiento.

¿Rectificó o se ratificó el portavoz de los obispos? Según los periódicos, se reafirmó en sus tesis. Y los fieles se preguntan si se lo pueden quitar o poner sin pecar. En Roma tampoco lo tienen claro. Y de hecho, según ha podido saber CRÓNICA, el sábado llegó a Madrid un enviado del Vaticano. Para «estudiar el caso de cerca». La brillante carrera de Martínez Camino va a quedar marcada por este episodio.

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BUSCADOR

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Como toda su vida. Porque Martínez Camino fue siempre un hombre de altibajos, de los que no deja a nadie indiferente. Un buscador inquieto, capaz de echar el freno y retirarse al silencio más profundo, cuando ya olía las mieles del triunfo.

En el verano de 2001, en pleno apogeo de su carrera eclesiástica, decidió ingresar en la trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia).Juan Antonio Martínez Camino quería hacerse monje y dedicarse a «lo esencial». Atrás dejaba la dirección de la secretaría de una de las comisiones más importantes de la Conferencia Episcopal: Doctrina de la Fe. La sucursal de Ratzinger en España. El mismo puesto que había catapultado a su predecesor, Antonio Cañizares, a la mitra. Atrás dejaba también la oferta más tentadora para un teólogo: dar clases en la Universidad Gregoriana de Roma, cuna de Papas y obispos y el centro teológico más importante del mundo.

En la trapa de Dueñas estuvo quince meses. Tiempo de lucha interior y de vida austera. Sin leer periódicos, sin oír la radio ni ver la tele. Sin apenas hablar. Guardando estrictamente la norma del silencio total, que sólo puede ser interrumpida por los monjes con la autorización del abad. «Vivió como uno más desde el primer al último día. Como un aprendiz de trapense», cuenta el padre Alberico Feliz. Levantándose a las 4 de la mañana todos los días.«Quiso ver si el Señor le llevaba por este camino. Probar su vocación contemplativa. Pero no lo vio claro y se fue. Aquí dejó muy buen recuerdo y nos viene a ver a menudo. Desde que es secretario, menos», explica el trapense.

Por Dueñas pasaron a visitarle sus padres, que regentan una fábrica de quesos en Marcenado (Asturias), sus tres hermanos y varios obispos. Entre ellos, Ricardo Blázquez, el titular de Bilbao.Todos temían perderle para la vida activa. Pero tampoco se atrevían a interferir en su discernimiento espiritual. Al final, el padre Martínez Camino decidió volver a la vida activa y seguir siendo jesuita. Al menos, a corto plazo.

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JESUITA DE CORAZÓN

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Porque es un secreto a voces que no acaba de encajar del todo en la Compañía. Y eso que se siente orgulloso de dos cosas: de ser asturiano y jesuita. «A la Compañía le debo casi todo lo que soy». Es jesuita de corazón y se le nota. De iure y de corazón está en la Compañía en situación de «legítimamente ausente», como recoge el catálogo de los jesuitas españoles. De facto, su futuro a medio plazo pasaba por la mitra de auxiliar del cardenal Rouco en Madrid.

Siempre que no se quemase como secretario-portavoz. Un cargo «no de brillo, sino de servicio», como él dice, pero que tantos quebraderos de cabeza suele dar a los que lo ocupan. Sobre todo, en estos últimos años, en los que el secretario ha asumido el papel de cara mediática de la Iglesia.

De 52 años, Martínez Camino es un jesuita suaviter in modo, fortiter in re (suave en la forma y duro en el fondo). Más bien frío y capaz intelectualmente. Un hombre con profundas convicciones, que no se casa con nadie. Algunos le llaman el apologeta de la fe. Siempre dispuesto a partirse la cara dialécticamente con quien sea por defender la Iglesia y los valores cristianos. Se da la paradoja de que el antaño martillo de herejes defiende tesis progresistas respecto al uso del condón para prevenir el Sida. Sabe que defender lo contrario sería una monstruosidad.

Y el condón le puede costar la carrera. Según el sociólogo de la religión, Juan González Anleo, «no llega al 10% el porcentaje de católicos practicantes, tanto jóvenes como adultos, que siga la doctrina de la Iglesia sobre el preservativo».

Unos le tachan de duro, capaz de asegurar que «el error no tiene derechos». Otros dicen que, fiel a sí mismo, estaría dispuesto incluso a «inmolar» su carrera por el bien de la Iglesia, si se lo piden. En línea con la mística jesuítica de los soldados del Papa.

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APOYO

CURAS POR EL PRESERVATIVO

Hay otra iglesia que admite a las claras el uso del preservativo.Contra el sida e incluso para no traer al mundo a hijos no deseados.Se trata de curas que trabajan con poblaciones excluidas, en misiones… Con ellos, además, la jerarquía hace la vista gorda.No quiere o no puede sancionarlos. Quizá porque la Iglesia pide lo máximo y se contenta con lo mínimo. Es decir, permite que sus curas, a pie de obra, flexibilicen la moral y se adecúen a la realidad. «La mayoría de la Iglesia española, incluidos muchos obispos, está a favor de que se utilice el preservativo, sobre todo en casos de riesgo. Los únicos que se oponen por sistema son los talibanes eclesiásticos. Lo que pasa es que tienen miedo a decirlo, a significarse, a perder posiciones en el escalafón», dice Enrique de Castro. El profeta de Entrevías, como le llaman, lleva más de 20 años dando la cara por los desfavorecidos. Su parroquia está siempre llena de okupas, drogodependientes y marginales. Y, claro, no tiene problema con los preservativos: «Aquí se dan y reparten con total normalidad».

El padre Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz, hace tiempo que dice a sus chicos: «Fidelidad, abstinencia y, si no, póntelo». Acaba de regresar de Sri Lanka. Conoce bien el drama del sida porque tiene varios centros en Benin, en el corazón de África. Acostumbrado a moverse en las fronteras, dice que sería una monstruosidad que la gente se contagiase por no poder usar condón. «La Iglesia es una madre, no una madrastra», afirma.

Hay otros muchos párrocos que no tienen reparos en bendecir ante sus fieles la utilización del preservativo, sobre todo para evitar el contagio del sida. José María Díaz Bardales es, desde hace una década, el párroco de Fátima en La Calzada, diócesis de Oviedo.No tiene reparos en admitir el preservativo porque «cuando la Iglesia se aparta del pueblo, se hace poderosa, institucionalizada y cobarde; pero cuando vive con el pueblo y con los pobres aparece una Iglesia servidora, perseguida, valorada y profética». Y es que, como señala, «los que viven cerca del pueblo leen el Evangelio de forma muy distinta a los que viven lejos, y eso se nota, gracias a Dios». Como se le nota a su compañero sacerdote, José Antonio García Santaclara, responsable de Siloé, el centro de atención a personas con sida. «Soy Iglesia y, en este tema, no pienso como la jerarquía. Nunca Dios ha pedido a nadie la abstinencia…».

Otros muchos párrocos aconsejan a los jóvenes la utilización del preservativo, pero no todos tienen la libertad de conciencia de Carlos Pinazo Calatrava, sacerdote jubilado y profesor, que enumera toda una serie de puntos en los que disiente de la Iglesia oficial. Para él, además de servir contra el sida, el preservativo es «un medio necesario para evitar tantos hijos que no se pueden alimentar».

Todos los sacerdotes que se atreven a salir públicamente defendiendo el condón son los que no aspiran a hacer carrera. Como Toni Oliver Bauça, párroco de Barcelona que lleva 34 años sirviendo a la gente. Le han llamado hasta comunista. Pero él siempre tuvo muy claro que no quería ser un cura funcionario. A mosén Toni la polémica del preservativo, que le parece absurda, retrata perfectamente a una jerarquía que «está lejos de la realidad. La mayoría de los obispos son integristas y se dedican a unas batallas que siempre pierden. Lo malo es que, en muchas ocasiones, imponen normas humanas y las presentan con argumentos de conciencia.Lo que tiene que hacer la Iglesia es aconsejar y no imponer el Evangelio».

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Pies de fotos tituladas

UN HOMBRE AUSTERO. Martínez Camino tiene esa fama. Sus grandes orgullos: ser jesuita y asturiano, tierra donde su familia regenta una fábrica de quesos.

REPARTO. En los centros de jóvenes, como éste del Ayuntamiento de Madrid, se reparten preservativos gratis.

EL «PROFETA» DE ENTREVÍAS. Enrique de Castro, cura de Entrevías, un barrio obrero del sur de Madrid, reparte con naturalidad preservativos entre los jóvenes que acuden a su parroquia.