1 junio 1989

El portavoz del Partido Demócrata en Estados Unidos, Jim Wright, forzado a dimitir por un escándalo de falta de Ética

Hechos

El 1 de junio de 1989 dimitió el portavoz del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes de EEUU.

Lecturas

El speaker (presidente) de la Cámara de Representantes y segundo en línea de sucesión a la presidencia de Estados Unidos, Jim Wright, anunció anoche su dimisión «tan pronto como se elija» a su sucesor, e hizo un apasionado llamamiento a los congresistas para que pongan fin al «insensato canibalismo» que domina en estos momentos las relaciones entre los partidos. Su dimisión es la primera de un speaker en la historia moderna parlamentaria norteamericana.

Con voz firme y mezclando la pasión con la lógica, Wright trató de desmontar las acusaciones que se habían hecho contra él, principalmente que había recibido regalos por valor de 140.000 dólares (más de 16 millones de pesetas) de un socio (el constructor de Forth Worth George Mallock), que su mujer, Betty, había cobrado un salario de 18.000 dólares anuales (unos dos millones de pesetas) procedentes de una compañía de Mallock y de que él había vendido un libro (Reflexiones de un hombre público) a organizaciones simpatizantes del Partido Demócrata en un intento de evadir el límite de 35.000 dólares anuales que los congresistas pueden cobrar por intervenciones y discursos públicos.

La dimisión de Wright se produce cuatro días después de que el portavoz demócrata en la Cámara, el representante de California Tony Coelho, tercero en el escalafón del partido, anunciara la renuncia a su escaño antes de que se iniciara una investigación sobre una compra de bonos basura (bonos de alto riesgo) realizada por el político con un préstamo de 50.000 dólares procedentes de un amigo.

Ambas dimisiones suponen un duro golpe para los demócratas, que esperaban utilizar su dominio absoluto del Congreso para iniciar un ataque contra la Administración republicana, en un intento de recuperar la Casa Blanca en 1992, tras tres derrotas electorales consecutivas en las elecciones presidenciales.

02 Junio 1989

Una ética implacable

EL PAIS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA DIMISIÓN de Jim Wright, el político demócrata que hasta ahora ha presidido la Cámara de Representantes de EE UU, constituye un ejemplo más de la implacable moralidad sobre la que se apoya la vida pública norteamericana y de cómo -en aquel país sí, por fortuna- razones de ética política acaban a veces con las más solidas carreras. Hace un mes, el Comité de Ética del Congreso, creado en los instantes finales de la campaña presidencial y acogido con sonrisas de escepticismo, anunció que se disponía a recomendar a la Cámara el enjuiciamiento de su presidente por inmoralidad en el desempeño del cargo. Unas semanas más tarde, antes de ser expuesto al escándalo de un juicio público, Wright se ha ido. Tony Coelho, portavoz demócrata en la Cámara y destinado a ser el sucesor de Wright, tuvo que dimitir cuatro días antes de que lo hiciera su jefe de filas por la compra de bonos basura con el dinero de un amigo. La limpieza, que empezó con la intensa batalla del fallido nombramiento de John Tower como secretario de Defensa, continúa. La humillación sufrida en este caso por el entonces recién estrenado presidente tiene mucho que ver seguramente con la implacable actividad desplegada desde entonces por los congresistas republicanos para inculpar a sus oponentes demócratas. Pero en este terreno también el tejado de Bush es de cristal: todavía hoy la Prensa norteamericana sigue publicando pruebas de su implicación en la financiación ilegal de la contra nicaragüense. Y sólo se ha salvado de tener que rendir cuentas directamente ante la justicia por las argucias legales que han reducido el proceso del ex funcionario de la Casa Blanca Oliver North a una mera ficción.

¿Quién sucederá a Jim Wright? No es asunto fácil, porque, además de tratarse de la tercera jerarquía oficial del Estado, aquél representó en algunos momentos la única oposición real al poder arrollador de la Casa Blanca. El semanario Time sugiere que es preciso encontrar una personalidad tan discreta y poco discutible como lo fue Gerry Ford cuando heredó la presidencia de Nixon. Si eso fuera así, el puesto de speaker del Congreso perdería mucho peso respecto al que le dio el dimitido Wright.

02 Junio 1989

Canibalismo

Manuel Blanco Tobío

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El hombre no pudo aguantar más; al cabo de un año de ver revolcado su nombre y su reputación por los suelos, acusado de ofender a la ética, el speaker, o presidente de la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos, Jim Wright, ha presentado su dimisión, repitiendo la escena a que nos viene acostumbrando la política en su país: la de un hombre sollozante y humillado que devorado por sus adversarios tira la toalla y se va. Alguien, al salir, de la penosísima sesión de ayer en la Cámara Baja, dijo desde las escaleras del Capitolio: «Tiene que terminar este canibalismo político a que nos estamos estregando con frenesí».

Así es; desde hace unos cuantos años, una especie de hidrofobia ha acometido a los políticos norteamericanos. Los debates ya no se hacen con dagas más o menos florentinas, sino con el hacha de abordaje. Hay en el país, sobre todo en Washington, una legión de buceadores en busca de papeles comprometedores, reveladores de turbias historias de clínica psiquiátrica, de homosexualismo o de prevaricaciones o cohecho, que arrasan reputaciones y destrozan carreras políticas. Una pasada por el psiquiatra, la cosa más corriente del mundo en los EEUU, basta a veces para arruinar a un cargo público. En ocasiones, el simple hecho de estar escorado a la derecha o a la izquierda basta para volcar a un candidato al Supremo. Ése fue el caso del recomendado de Reagan al Tribunal Supremo, Ropert Bork, y del que le siguió. Douglas Ginsburg, que tuvo que retirarse entre otras cosas por haber fumado marihuana hacia diez años.

Jim Wright empleó su presidencia de la Cámara Baja como un hacha o un tomahawk. Ha recibido, pues, la misma medicina que él tan generosamente repartió, y cuando ayer se despidió de sus colegas pidió patéticamente que terminasen las vendettas, que sus correligionarios demócratas no le vengasen. Naturalmente, no le harán caso. Ya se oyen en Whashington las trompas de caza preparando la batida para el próximo safari.

Jim Wright también echó la culpa de tanta matanza a los periódicos. A los periodistas norteamericanos les atrae el olor de la sangre, cierto, pero la carne lo que se dice la carne, la ponen los políticos.

Manuel Blanco Tobío