28 abril 1993

Todo surgió a raíz de una entrevista de Felipe González a los principales directores de periódicos

El CEO de PRISA, Cebrián, acusa a ABC de manipular y denuncia la existencia de un ‘Sindicato del Crimen’ de periodistas

Hechos

  • 28.04.1993 el Presidente del Gobierno, D. Felipe González y candidato a reelección por el PSOE fue entrevistado en el programa ‘Mesa de Redacción’ de TELECINCO.

Lecturas

En abril de 1993 el Presidente del Gobierno, D. Felipe González, era entrevistado en Informativos TELECINCO por D. Luis Mariñas que, durante la entrevista, permitió preguntar a los principales directores de periódico de España. La pregunta del director de ABC, D. Luis María Anson, fue tan meridianamente como la respuesta del Sr. González. La transcripción literal fue esta:

Luis María Anson – “Señor González. Si las elecciones generales significaran que el PSOE para gobernar precisara de la alianza de Izquierda Unida. Presidiría usted un gobierno de coalición PSOE-Izquierda Unida. ¿Sí o no? Por favor, señor González, si es posible no divague en la respuesta a esta pregunta. ¿Sí o no?”

Felipe González – “Yo suelo divagar menos que Luis María Anson, en general. Pero en fin, le diré ‘No’. Me parece imposible un entendimiento con Anguita. Pero como todo tiene un matiz si fuera un entendimiento con personas como Sartorius*, a lo mejor sí”.

*D. Nicolás Sartorius era en ese momento la cabeza visible del sector de Izquierda Unida denominado ‘Nueva Izquierda’ que defendía disolver el PCE y convertir a Izquierda Unida en un partido más aperturista que fuera bisagra del PSOE a cambio de que cambiara de política frente a la estrategia oficial de IU que era reemplazar al PSOE.

La forma en la que tituló el ABC del Sr. Anson lo sucedido al día siguiente es digno de atención: “Felipe González se desenmascara: Está dispuesto a gobernar con los comunistas”.

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El Sr. Anson que mantenía una obsesión contra todo lo que fuera pactar comunistas que luego modificaría cuando les entendiera la utilidad de elogiarles para que quitaran votos al PSOE, había alterado considerablemente las palabras del Sr. González. En el ABC del día siguiente se leía “Felipe González desenmascaró ayer su intención de gobernar con Izquierda Unida si consigue descabalgar a Julio Anguita del liderazgo de la coalición izquierdista”.

Como respuesta D. Juan Luis Cebrián publicaba una tribuna de dos páginas en el diario EL PAÍS en el que recordaba el incidente del Sr. Anson (sin citar su nombre, por costumbre habitual de los articulistas del periódico a la hora de zurrar)

Pero lo importante es la conclusión que sacaba el Sr. Cebrián de la actitud del Sr. Anson:

“En España, una veintena de periodistas constituyen un verdadero sindicato de intereses- algunos lo llaman en privado ‘El Sindicato del Crimen’ – dedicado en ocasiones a extorsionar empresas, sometido en otras al dictado de quienes le pagan y esclavos de su vanidad y sus rencores, no es un tema fútil”.

La acusación del Sr. Cebrián podía haber quedado vacía como “hay canallas en el periodismo”, pero nadie tenía porque darse por aludido, si no fuera porque introducía el artículo aludiendo a la anécdota antes relataba de D. Luis María Anson, así que por lo menos señalaba a un periodista como ejemplo o líder de ese ‘Sindicato del Crimen’.

Probablemente el Sr. Cebrián no fue el inventor de ese término un adjetivo que podría haber nacido desde de la cabeza de D. Javier Pradera a la de D. Alfonso Guerra, pero fue el primero que lo puso en letra impresa, lo que le convertía en el autor hemerotequil de una cita, que luego repetirían varios de sus empleados como D. Carlos Carnicero, D. Miguel Ángel Aguilar o D. José Ramón de la Morena.

Lo cual no impediría a que otros de los empleados de PRISA, como D. Juan Cruz – no suficientemente conocedores de la hemeroteca de su propio periódico – negaran tajantemente que el Sr. Cebrián hubiera escrito o pronunciado tal adjetivo (entrevista de J. F. Lamata a Juan Cruz publicada en PERIODISTA DIGITAL, el 22 de julio de 2013).

LOS ‘ENTREVISTADORES’

zap_1993_entrevistadoresfelipezap_1993_FelipeAnson Los entrevistadores oficiales fueron D. Luis Mariñas (presentador de ‘Mesa de Redacción’ y máximo responsable de ‘Informativos TELECINCO’), D. Julio Fernández (presentador de ‘Entre hoy y Mañana’) y D. Miguel Ángel Aguilar (presentador de ‘Entre hoy y Mañana’ – Fin de Semana), aunque se conectó con las sedes de distintos directores de periódicos, entre ellos el Sr. Anson.

15 Mayo 1993

Acerca del sensacionalismo

Juan Luis Cebrián

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En España una veintena de periodistas constituyen un verdadero sindicato de intereses -algunos lo llaman en privado el 'Sindicato del Crimen'- dedicado en ocasiones a extorsionar empresas, sometido en otras al dictado de quienes le pagan y esclavos siempre de su vanidad y sus rencores, no es un tema fútil.

El pasado mes de abril, el director [Luis María Anson] de un diario de Madrid [ABC] entrevistaba al presidente del Gobierno español en una televisión privada. «Dígame concretamente si está usted dispuesto a encabezar un Gobierno con Izquierda Unida» -coalición en torno al Partido Comunista de España-. «Pero responda escuetamente sí o no, señor presidente». «¡No!», dijo enfático Felipe González, que encabeza la candidatura socialista en las próximas elecciones legislativas del 6 de junio. Al día siguiente, el diario en cuestión [ABC] titulaba así su primera página: «Felipe González se desenmascara: está dispuesto a gobernar con los comunistas». Para llevar a cabo este ejercicio de manipulación, la Redacción del diario se basaba en que el presidente dijo que una cosa era sentarse a la mesa del Gobierno con los disidentes de la coalición y otra con su principal candidato, el secretario general del partido comunista, respecto al que expresó un rechazo absoluto. La actual campaña electoral española es pródiga en anécdotas como la que relatamos, que ponen de relieve cómo las técnicas del sensacionalismo, propias de la prensa, amarilla, encuentran acomodo en algunos de los diarios que compiten en el mercado de la prensa de calidad.

La afiliación o tendencia política de sus directores, cuando no su connivencia con las campañas de relaciones públicas sufragadas por algunos partidos, o simples agravios personales que han herido la sensibilidad de los periodistas, son el motivo de que algunos de los más importantes diarios de Madrid [ABC y EL MUNDO] se hayan prestado a ese juego. Éste es además reiterado, por los propios directores y columnistas de los diarios, en un par de emisoras de radio [Cadena ONDA CERO y Cadena COPE] a las que acuden con asiduidad a fin de lograr así una caja de resonancia para sus opiniones y actitudes. Nada habría que objetar si, como digo, éstas no se basaran muchas veces en una deformación grosera de la realidad y en un desprecio absoluto hacia los derechos del lector. Lo sucedido estos días en España, en donde una veintena de periodistas constituyen un verdadero sindicato de intereses -algunos lo llaman en privado el ‘Sindicato del Crimen’– dedicado en ocasiones a extorsionar empresas, sometido en otras al dictado de quienes le pagan y esclavos siempre de su vanidad y sus rencores, no es un tema fútil. Pone de relieve que las amenazas contra la libertad de expresión nacen en no pocas ocasiones en el seno de la propia profesión periodística, cuando abusa de esa libertad, prostituyéndola. El levantamiento del baluarte de tan sagrada palabra como paraguas de sus insidias o respuesta a los sectores sociales preocupados por el sensacionalismo manipulador de que hacen gala es, además, recurrente. Sabedores de la sensibilidad de los ciudadanos ante los intentos permanentes de los Gobiernos y otros poderes para hacer callar a la prensa, se amparan en esa inevitable conducta a fin de justificar sus excesos y tropelías. Periodistas que abiertamente someten su información a los intereses publicitarios de las firmas que los sufragan, que cobran impuesto revolucionario por no difamar o criticar a políticos o empresas determinadas, se erigen luego ante el público en el símbolo de la pureza y el azote de los corruptos. De modo que el debate sobre cuestión tan importante para el futuro de nuestra profesión se halla trufado de trucos, hasta el punto de que es imposible llevar a cabo un diálogo sereno y útil o una investigación objetiva sobre el tema.

Actitudes como éstas, o semejantes, no son difíciles de encontrar en muchos otros países. Quizá la peculiaridad española resida en que en mi país tienen lugar en periódicos que formal y aparentemente no pertenecen al género popular o de escándalo, aunque un seguimiento somero de ellos descubre enseguida el escaso rigor y la nula credibilidad que son capaces de concitar en tomo suyo. Hace un par de años, la empresa Axel Springer intentó llevar adelante una experiencia de prensa de boulevard en España. Más de cien millones de dólares se perdieron en el empeño, que no consiguió sacar a flote el diario CLARO [Co-editado por ABC]. La razón del fracaso parece evidente: en cinco meses de existencia un periódico que nacía con la vocación del escándalo no pudo alumbrar ni uno solo pequeñito. Mientras tanto, publicaciones con solera y con una herencia de respetabilidad, mentían y difamaban a diario, con la única y confesada intención de aumentar sus ventas.

Sé que algunos pueden creer que esto que digo se debe, al menos en parte, a las inevitables reyertas entre periodistas y editores de periódicos y que mi juicio debe ser tamizado a la luz de estas circunstancias. Pero créanme si les aseguro que es imposible encontrar en ningún otro país democrático una mezcla tan sórdida y lamentable entre la prensa popular y la de calidad como la que hacen dos o tres títulos de Madrid [por ABC y EL MUNDO]. Por lo demás, es curioso que la situación se circunscriba exclusivamente a la capital, mientras que existe una veintena de periódicos provinciales o regionales fuertes y prósperos, cuya respetabilidad es elogiada, su credibilidad reconocida y sus cuentas de resultados abultadas.

Los periodistas, acostumbrados a mirar a la prensa como un contrapoder, deberíamos reflexionar un poco sobre el daño que causamos a veces a la libertad de expresión con nuestra arrogancia y nuestra ignorancia. Balzac, en su célebre opúsculo sobre la prensa de París, llegó a escribir: «Se matará a la prensa como se mata a los pueblos: dándoles la libertad». Historias como las de Henrich Böll y el calvario a que se vio sometido por ejercer la libertad de crítica contra un determinado periódico de su país no han bastado en Occidente para que los diarios y revistas, las emisoras de radio y televisión, hayan sabido dotarse de los instrumentos de control que garanticen la honestidad de sus informaciones y la independencia de las mismas. Las columnas de los diarios se utilizan en ocasiones como puñales que asesinan famas, conciencias, carreras y vidas privadas sin otra justificación, a veces, que la propia emulación personal del periodista sus rencores o venganzas, aunque la historia no encierre ejemplaridad social, no tenga consecuencias para la comunidad y no resulte esclarecedora de nada que no sea las propias ínfulas del informador.

En los países latinos, y muy notablemente en el mío, la tendencia a ignorar la presunción de inocencia que la Constitución garantiza a las personas, en el caso de que se vean sometidas a instrucción judicial, convierte la actividad de los tribunales en algo muchas veces inútil. Las gentes son acusadas, condenadas o -rara vez- absueltas por los diarios sin que tengan la opción de expresarse, sin garantías, sin defensa, sin otra alternativa que la de cruzar los dedos y aguardar que la ignorancia del columnista de turno, o su facundia, no sea total.

Como resultado de estas práctica, disminuye la credibilidad en la prensa, también su aceptación social, como una institución de incalculable valor para la democracia, y su papel legitimador de la protesta contra las injusticias y abusos del poder.

La crisis visible en organismos como los consejos de prensa, el rechazo a códigos deontológicos o de comportamiento por parte de muchos periodistas, la ausencia de sistemas de autocontrol, son el mejor pretexto y la más preciada oportunidad para que los Gobiernos intenten establecer legislaciones represivas. Así sucedió en el Reino Unido y así sucede en España, donde una propuesta de revisión del Código Penal trata de ampliar el ya amplio espectro de medidas legales que limitan el ejercicio de la libertad de expresión. La utilización del sensacionalismo, cada día más evidente en programas de televisión y radio, despeñados por el abismo del reality show, alimenta las justificaciones de quienes, al amparo de esa legislación represiva y de la defensa del derecho de los individuos a la intimidad y a la imagen, pretenden establecer sistemas vergonzantes de censura. Pero los editores y directores de periódicos no podremos luchar eficazmente contra eso mientras podamos avergonzarnos de nuestro comportamiento y no nos esforcemos en la creación de organismos que favorezcan el ejercicio de la responsabilidad de los periodistas. Para nuestra desgracia, hoy por hoy, puede decirse que entre las numerosas asechanzas que se yerguen contra la libertad no es la menor la que algunos de nuestros colegas se empeñan en mantener. Pero la independencia de los periódicos debe ser defendida también de los abusos de quienes los hacen, de sus miserias, sus torpezas, sus corrupciones e incluso sus delitos.

Juan Luis Cebrián

17 Mayo 1993

Cebrián y el tejado de cristal

Zigzag (Director: Luis María Anson)

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Está  claro que al afirmar que dos o tres periódicos madrileños se dedican, bajo apariencia de calidad, al sensacionalismo y amarallismo, Juan Luis Cebrián se refiere a EL MUNDO, DIARIO16 y ABC. Pue bien: será difícil señalar en la historia del periodismo español un caso que responda tan claramente a lo que denuncia Cebrián como EL PAÍS. Su excelente equipo profesional ha hecho durante diecisiete años un periódico serio y responsable en sus líneas generales. Pero algunos de sus directivos han enturbiado el buen hacer profesional por el sensacionalismo encubierto, las campañas de silencio, la calculada calumnia, la agresión a famas y carreras, el destrozo de vidas privadas, el sectarismo hasta extremos sonrojantes, el empleo de las más sutiles artes de difamación. Desde la campaña del ‘tiro en la nuca a bocajarro’ contra un guardia civil que se jugó la vida en defensa de la sociedad, hasta el último episodio de incalificable presión sobre un partido para que pactase con el PSOE, podríamos arracimar centenares de muestras de lo que denuncia Cebrián en los otros, agrandando la pequeña brizna del ojo ajeno sin ver la viga de cemento armado en el propio.

Y no, no ha sido EL MUNDO o DIARIO16 quien bordeando la legislación y gracias al tráfico de influencias se ha beneficiado de la concesión de un canal de TV. Y no, no ha sido EL MUNDO o DIARIO16 quien para ‘aumentar ventas’ y ganar dinero proyectan a través de ese canal películas de porno duro, de ese porno duro que se exhibe en los ‘cabarets’ más tirados del hampa londinense del ‘Soho’ o en los bajos fondos del St. Pauli de Hamburgo. Ha sido EL PAÍS quien se ha beneficiado de ese canal y ha amparado esa práctica de amarillismo radical que ofende la dignidad de la mujer y del hombre.

Juan Luis Cebrián es un gran profesional del periodismo. No necesitaría acudir al insulto a los compañeros para mantener su identidad profesional. Perro no comer carne de perro. En esa actitud de la descalificación de los competidores, Juan Luis Cebrián, que hace diez años tenía lo mejor del periodismo español a su lado, se está quedando radicalmente solo. Nadie le atacaría en esta profesión, porque la verdad es que nadie le ataca salvo cuando lo hace, y los demás, que le han perdido el miedo, le cantan entonces las verdades de M. P. y le colocan en su sitio. Nada celebraríamos más que el señor Cebrián reflexione y se dedique a la natural discrepancia profesional e ideológica con sus competidores en lugar de al insulto y a la descalificación personal. La vida del periodismo en España se sosegaría en beneficio de todos.

17 Mayo 1993

Carta a Juan Luis Cebrián

Pedro J. Ramírez

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QUERIDO Juan Luis: Nunca hemos sido enemigos. Incluso en algunos momentos clave, todo lo contrario. La noche del 23-F nos intercambiamos los editoriales de la edición extra de nuestros periódicos antes de publicarlos y fuimos juntos a la manifestación antigolpista del viernes siguiente. Has sido un extraordinario director de periódico; y sé lo que me digo pues no en balde llevo catorce años en esta especialidad del oficio. Durante la mayor parte de ese tiempo he creído que defendíamos lo mismo: una concepción radical de la libertad de expresión, acorde con los principios del Instituto Internacional de Prensa, al que pertenezco desde hace casi tanto tiempo como tú y de cuyo Comité Ejecutivo, como sabes bien, soy ahora miembro. Tu intervención ante la Asamblea de Venecia y, sobre todo, tu comportamiento reciente está demostrando que tú ya no estás donde estabas. Detesto las polémicas personales en la prensa y me gustaría que nuestra correcta relación reciente sobreviviera a este debate. Pero no puedo dejar de contestarte y de enviar esta réplica a todos y cada uno de los asistentes a la asamblea de Venecia porque sería injusto que centenares de colegas de todo el mundo se quedaran con una visión tan parcial y distorsionada del periodismo español actual. Además tus alusiones a mi persona -«directores de dos o tres periódicos de Madrid que acuden con asiduidad a un par de emisoras de radio»- fueron lo suficientemente explícitas como para que no pudiera callar sin de alguna manera otorgar.

Llevas hablando en parecidos términos casi desde que nació EL MUNDO y ya va siendo hora de que dejemos de jugar al gato y al ratón y pongamos las cartas sobre la mesa. En contra de lo que algunos han dicho estos días, y como demostraré enseguida, son asuntos de gran trascendencia para el conjunto de los ciudadanos los que están en juego en esta discusión entre periodistas. Vamos a empezar por el final. Has escrito el sábado en El País que «la cobertura dada por algunos diarios en Madrid» a tu intervención demuestra que hay quienes «bajo un aparente formato de seriedad interpretativa y de rigor profesional emplean las más inmundas artes de difamación que puedan imaginarse en la prensa amarilla». «Inmundicia», «difamación», «amarillismo»… tres palabras demasiado gruesas para una sola frase. Yo no voy a recurrir a nada parecido, pero puesto que el diario EL MUNDO fue el único de tus competidores allí representado y la crónica firmada por Víctor de la Serna ha servido de base a las informaciones y comentarios de los demás, te reto públicamente ante el conjunto de la profesión, y poniendo por testigos a los presentes, a que demuestres que una sola línea de lo publicado se diferencia significativamente de lo que sucedió. Si alguien está incurriendo en este caso -y cito ya palabras tuyas en Venecia- «en una deformación grosera de la realidad y en un desprecio absoluto a los derechos del lector» es, precisamente, El País que, además de mezclar tu intervención del miércoles con la de Agnelli del lunes, con el obvio propósito de sugerir una inexistente sintonía, continúa sin dar cuenta de lo que te contestó Andrew Neil -al que por cierto llamas reiteradamente «O’Neill»- y ha silenciado la intervención de Raymond Louw. La historia de la civilización contemporánea está llena de observaciones irónicas o cáusticas sobre los excesos y equivocaciones del periodismo. Tú citaste a Balzac y Heinrich Böll -lo cual siempre queda culto y elegante- y yo podría remedarte echando mano de Chesterton, Arnold Wesker o cualquier otro. Pero tu vanidad y la mía están ya suficientemente probadas como para someterlas ahora a un concurso de frases. Lo que no es de recibo es que a partir de principios universales irrebatibles -a) la prensa comete errores, b) esos errores a veces causan perjuicios graves, c) los periodistas tenemos la obligación de extremar los mecanismos de autocontrol- extraigas conclusiones de índole tremenda y las utilices como arma de agresión contra ABC, Diario 16 y EL MUNDO sin más aval de autoridad que tu propio criterio.

La transcripción de tu frase más enfática induciría a llevarse el dedo índice a la sien -a este tío le falta un tornillo- si no hubiera sido pronunciada ante un auditorio formado, en su gran mayoría, por personas que desconocen la realidad de la que hablabas: «Creánme si les aseguro que es imposible encontrar en ningún otro país democrático una mezcla tan sórdida y lamentable entre la prensa popular y la de calidad como la que hacen dos o tres títulos de Madrid». ¿Qué es lo que quieres decir si de nuevo quitamos de enmedio los adjetivos, al reiterar una y otra vez que «parecemos» serios, pero en realidad «somos» amarillos? ¿Acaso lo mismo que sugiere El País cada vez que alude a nosotros hablando de «izquierda simulada»? ¿Queréis decir que los lectores de los demás periódicos -incluidos los, cada vez más numerosos, que previamente lo eran del vuestro- son tan estúpidos como para aceptar día tras día gato por liebre? ¿Pretendéis que sólo vuestra «calidad» y sólo vuestro «progresismo» pertenecen a la categoría de lo esencial? A todo eso es a lo que te contestó Neil con palabras hasta ahora escamoteadas a vuestros lectores: «En una democracia no existen reglas únicas sobre cómo la Prensa debe comportarse. El elegir este camino del «hacedlo como yo lo hago» nos llevaría por una vía angosta hacia esa «cultura del control»».

El único ejemplo concreto que pusiste no me atañe a mí, sino al director de ABC. Yo también vi esa entrevista con González y escuché la pregunta y la respuesta. No es el titular que yo hubiera puesto, pero las palabras del presidente fueron lo suficientemente ambiguas como para que resultara legítimo destacar que no descartaba un pacto con los comunistas. Pero es que además de Luis María Ansón, de ti y de mí, ese programa lo vieron varios millones de españoles, muchos de ellos lectores de ABC. ¿No crees que si hubiéramos estado ante una «manipulación» tan clara como dices, al día siguiente -y recurro aquí al teatro dentro del teatro- se hubiera bloqueado la centralita de nuestro colega con llamadas de protesta y tú y yo habríamos recibido enseguida una oleada de lectores tránsfugas? ¿O es que acaso a quien repudias y desprecias no es sólo al resto del periodismo madrileño, sino también al resto de la ciudadanía que no ve las cosas como tú? Con mucha menor precisión te refieres después a la «connivencia» entre «directores de periódicos» y «partidos políticos». Ya en una bien poco gloriosa ocasión a la que me referiré después, tu periódico intentó crucificarme por haber cenado con Rodrigo Rato días antes de su interpelación sobre Ibercorp.

Tú mejor que nadie sabes que los periodistas cortejan a los políticos y los políticos a los periodistas, que entre ellos puede haber un «flirt», tal vez una historia pasajera, pero que si esa relación desemboca en boda nunca se trata de un matrimonio por amor sino de un matrimonio por dinero. En España somos muy dados a colocarnos los unos a los otros etiquetas, pero se da la coincidencia de que la única vez en que uno de los grandes partidos ha acusado formalmente a un medio de comunicación privado de traspasar los límites del periodismo y realizar una gestión política en calidad de «intermediario» ha sido ahora, cuando casi al mismo tiempo que tú nos ponías a los demás en la picota en Venecia de forma vaga, Izquierda Unida lo hacía con vosotros en Madrid en términos inequívocos. Habéis llamado a Anguita «mentiroso» -tú además has dicho de él cosas infames- y ya ves por las encuestas que, desde entonces su credibilidad no deja de aumentar. Embozado tras el eufemismo «algunos lo llaman así en privado», hablas luego de lo que tú mismo, o quizá alguno de tus colaboradores, has bautizado como el «sindicato del crimen». Te refieres a «una veintena de periodistas que constituyen un verdadero sindicato de intereses» y, obviamente, me incluyes en esa partida. No deja de ser significativo que en el mismo reportaje de una revista muy en tu órbita, en el que se utilizaba por primera vez ese término, se hablara también de «limpieza étnica».

Si esta fuera la guerra de los Balcanes, sería discutible quiénes somos bosnios, quiénes croatas y quiénes macedonios.