10 octubre 2019

Antonio Maestre: "El fascismo se construye con gente como Pablo Motos"

El programa ‘El Hormiguero’ de Pablo Motos entrevista a Santiago Abascal logrando un éxito de audiencia y una ola de ataques en redes de los denostadores de Vox

Hechos

El 10.10.2019 D. Santiago Abascal Conde fue entrevistado en ‘El Hormiguero’ de Atresmedia.

Lecturas

El programa ‘El Hormiguero’ de Atresmedia, que presenta y codirige D. Pablo Motos Burgos a través de su productora 7 y Acción entrevista el 10 de noviembre de 2019 a D. Santiago Abascal Conde, líder del partido político Vox y candidato a la presidencia del Gobierno por este partido. La entrevista está incluida dentro de la costumbre de ‘El Hormiguero’ de entrevistar a candidatos a la presidencia del Gobierno y logra un resultado de audiencia espectacular al superar el 23% de audiencia y ser la entrevista política más vista en toda la historia de ‘El Hormiguero’.

A pesar de que el Sr. Motos Burgos como entrevistador trató de mostrarse distante hacia el Sr. Abascal Conde, los detractores de Vox reaccionaron con indignación a la entrevista por considerar que este partido político debe ser excluido de cualquier entrevista porque lo contrario es ‘blanquear el facismo’.

El tertuliano izquierdista D. Antonio Maestre Hernández publicará una tribuna en ElDiario.es el día 12 de octubre de 2019 considerando que “el fascismo se construye con gente como Pablo Motos”. También el diputado de ERC D. Gabriel Rufián Romero, en su anal de Youtube se referirá al Sr. Motos Burgos como ‘amigo de Abascal’ a partir de ese momento.

10 Octubre 2019

Santiago Abascal en ‘El hormiguero’: el mejor mitin de Vox, con hormigas

Íñigo Domínguez

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La entrevista fue culturalmente interesante, como vacuna. Pero como las vacunas, también entraña un riesgo

Pablo Motos empezó con excusas, enumerando los 530 concejales de Vox, sus 57 diputados autonómicos y sus 2 diputados en el Congreso, aunque son 24, y Santiago Abascal según salió ya le tuvo que reñir. Pero con cariño, no iba allí a ponerse serio. “O sea, que existe, y lo que no sería democrático sería no invitarles siendo este el programa más visto”, explicó el presentador, tras ser vapuleado desde el día anterior en las redes sociales, con la acusación de normalizar y blanquear a la extrema derecha. Es verdad que pasó eso: fue el mejor mitin de Vox hasta la fecha, porque no lo parecía, aunque sí por la duración, 42 minutos todo seguido sin publicidad. Otra cosa será que eso cuente como normalizarlo, para quien le parezcan normales las cosas que decía este señor.

Justo antes salió un anuncio de un fármaco contra el estreñimiento con este lema: “Sensación de alivio suave”. Podría haber sido el objetivo de los asesores de Vox que prepararon la entrevista, con la idea de hacer ver que lo suyo no es para tanto, que la gente se relajara. Y el primer relajado fue el propio Abascal, se le vio cómodo, cada vez más según pasaban los minutos. Apareció con camisa azul y vaqueros, entre una gran ovación: le jalearon como si no fuera él, aunque era él. Casi le sorprendió a él mismo. En fin, le recibieron como un futbolista o un famoso cualquiera, como si en la tele diera lo mismo una cosa que otra. Era para jurar que se le veía emocionado, allí, en El hormiguero, aceptado como el que más. Y esto no era en casa de Bertín, un colega, no, esto era con público entregado. Era entrar en la casa de los españoles.

Motos no se cortó, le hizo las típicas preguntas que había que hacerle, empezando por preguntarle si era facha, pero nada que no se esperara y no le saliera en el ensayo del día antes. Abascal no llegó intimidado, sino crecido, intentó llevar la iniciativa desde el principio con las tonterías: le llevó a Motos antinflamatorios y una botellita de aceite, y luego encima a él no le pidieron que hiciera tonterías. Dijo “progre”, paradójicamente su palabra favorita, a los dos minutos. Sabe que establece una conexión instantánea con una parte de España que la usa con grima y retintín. Aseguró que él no da miedo, que no es xenófobo, que es contenido, que es prudente, que representa a los homosexuales, que jamás ha quitado el seguro de la pistola que tiene en casa. “La gente se me abraza por la calle, me dice cosas muy emocionantes”, confesó. Motos no le preguntó cuáles, y el espectador se quedó imaginando la escena, esos susurros al oído de señoras y jovencitos llenos de intrigantes esperanzas.

-¡Pareces tan bueno!

-Es que soy bueno.

Abascal ya se movía en casa de los españoles como en su casa, como una visita muy educada. Motos quizá pensó en algún momento que se le estaba escapando vivo, le había subestimado y no le descolocaba ni le sacaba un titular. Pero es que Abascal es uno que se sube a los toros de Osborne con una camiseta que dice “Desafía tu cuerpo, conquista tu mente”. Fue un descubrimiento comprobar que se desenvuelve mejor así, en plan campechano, que con traje y corbata, cuando se pone serio. En el Congreso, en los mítines, es un orador muy normalito, aburrido y de rictus severo, terriblemente facha aunque diga que no lo es. Pero quizá haya descubierto él mismo que debe escapar de la caricatura, sonreír más y no estar enfadado en los mítines.

La extrema derecha va aprendiendo rápido, es lo que hemos visto en El hormiguero, tomen nota. Debemos temer ahora una avalancha de apariciones de Abascal, de MasterChef a Cuarto Mileno, ya es inevitable. Tuvo la capacidad de convertirse en cuñado: le quitas la parafernalia y la solemnidad de la extrema derecha redicha y te suena a alguien que conoces, pero que no le da por ahí, y esperas que no le dé. Aun así, ya lanzado, Abascal soltó frases tremebundas, como esta hablando del Valle de los Caídos: “Lo que se pretende es el derribo de la cruz, la cruz más grande del mundo…”. O que propone alzar la valla de Melilla para “defender a los españoles”. También es reconfortante oír que si alguien entra en tu casa puedes usar “un cenicero, un jarrón o un cuchillo” para defenderte, el tipo de cosas que no te dice un candidato a la presidencia, qué demonios. Te da un subidón, casi deseas que entre alguien.

La entrevista fue culturalmente interesante, como vacuna. Pero como las vacunas también entraña un riesgo, quién sabe, como decía el cantautor italiano Giorgio Gaber: “No tengo miedo de Berlusconi en sí, tengo miedo de Berlusconi en mí”.

12 Octubre 2019

El fascismo se construye con gente como Pablo Motos

Antonio Maestre

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El Hormiguero es puro show, entretenimiento que ha provocado que millones de españoles vean al líder de un partido posfascista como un hombre bueno, cercano, equiparable a aquellos que piensan que la xenofobia, el racismo y el machismo son elementos a desterrar de nuestra sociedad
Pablo Motos se ha convertido en el mejor propagandista del fascismo patrio. No importa lo que él crea, importa lo que ha logrado. Será en parte responsable de cualquier éxito de este partido, de cualquier medida que a partir de ahora logre sacar adelante

Tuve que ver El Hormiguero por primera vez en muchos años. Ya lo había sufrido en alguna que otra ocasión por motivos profesionales. Representa todo lo que humanamente rechazo en los medios de comunicación: exaltación del machismo, superficialidad, una exhibición de testosterona anacrónica y una apelación sutil a esa cultura del esfuerzo liberal falaz y acientífica. El programa fue completamente prescindible en términos periodísticos, porque no es una entrevista, con risas y chanzas y momentos de apuros de Abascal al intentar definir su verdadera política en cuestiones delicadas, más por su incapacidad para expresarse que por las preguntas del presentador, que mostraban un miedo cerval a la reacción pública. La que había habido y la que pudiera haber después. Si algo logró la campaña de boicot a El Hormiguero fue limitar a Pablo Motos en su humor trasnochado hasta mostrarle superado y atemorizado.

La entrevista de Santiago Abascal en el Hormiguero fue para la extrema derecha la mejor noticia electoral desde que se conformó como partido. Mucho más que sus mítines repletos, que ya han demostrado un escaso rédito cuantitativo en las urnas. Pablo Motos se ha convertido en el mejor propagandista del fascismo patrio. No importa lo que él crea, importa lo que ha logrado. Será en parte responsable de cualquier éxito de este partido, de cualquier medida que a partir de ahora logre sacar adelante, del ambiente de miedo que rodea la vida de colectivos LGTBI por la presencia mediática acrítica de esta gente que pretender devolverlos al armario. Pero no lo reconocerá, porque montado en su soberbia solo mirará los excelentes resultados de audiencia.

Pablo Motos intentó excusarse por la entrevista y las reacciones de protesta por la presencia de Santiago Abascal diciendo que VOX existe, que tiene 530 concejales, 57 diputados autonómicos y 2 diputados en el Congreso [sic]. Aseguró que lo entrevistan porque en su programa no se casan con nadie. Ese, justo ese, es el problema. La actitud de los tibios y conniventes, los cobardes, liberales de saldillo, que creen que frente al fascismo no hay que tomar partido. La de aquellos que equiparan a partidos que representan la tolerancia y el respeto a la vida de todos los individuos, frente a discursos de odio que consideran que los gays o las personas migrantes son ciudadanos de segunda. Son estos personajes el aceite que permite al engranaje del odio funcionar y tomar velocidad hasta hacerse imparable.

La humanización salió en la entrevista. El propio Abascal se lo dijo a Pablo Motos entre risas, ¡sí, soy humano!, espetó el líder ultra con las risas corifeas de los muñecos de trapo. La humanización es ese rasgo imprescindible que aquellos que manejan discursos de odio necesitan para hacer aceptables sus postulados. Los que participan de ese ejercicio están dando vaselina en las medidas que buscan deshumanizar a otros colectivos para actuar contra ellos. A veces ese periodo lleva mucho tiempo, necesita de muchos partícipes ignorantes o convencidos durante el proceso de conformación del totalitarismo. Un Estado fascista se conforma piedra a piedra, paulatinamente, con silencios y ayudas; de hecho, en estos momentos, en octubre de 2019, podemos estar siendo testigos de cómo se construye. Los procesos de conformación de los regímenes fascistas son graduales. Nunca ocurren de un día para otro y precisan de diversos secuaces ejerciendo y actuando en diversas formas, más activos, mirando para otro lado, facilitadores y permisivos. Multitud de elementos que comparten un rasgo: son todos iguales porque no se enfrentan al odio. Son cómplices, actores necesarios en la construcción del fascismo.

En los años 20 en Alemania hubo multitud de personajes haciendo lo posible por hacer digerible a un personaje como Adolf Hitler, que a pesar de tener talento oratorio, era demasiado brusco para las costumbres y usos de las oligarquías y la alta sociedad alemana del momento. En esa actividad se empeñaron varios personajes del ámbito de la comunicación, uno de ellos fue Ernst Hanfstaengl, ‘Putzi’, para los amigos. Hanfstaengl fue un periodista nacido en Münich, que resultó vital como asesor de imagen en sus intentos para introducirlo suvizándolo en las altas esferas del momento. Consejero del genocida durante la república de Weimar, fue el encargado de editar Mein Kampf, de financiar los periódicos de propaganda nazi y de construir una imagen asimilable para la sociedad del momento. Despina Stratigakos escribió en el año 2015 un libro llamado Hitler at home, un perfecto retrato del proceso de construcción de un hombre gris, rudo, menudo, con poco atractivo, hasta alzarlo como icono de las masas. En la primavera de 1932, los nazis descubrieron el valor publicitario de la vida privada de Adolf Hitler y lo ejecutaron en todo su esplendor. Fue con el álbum fotográfico de Heinrich Hoffman El Hitler que nadie conoce (Hitler wie ihn keiner kennt, 1932) en la que aparecía como portada el Fuhrer, recostado sobre una ladera con su indumentaria Bávara y un precioso perro a su lado. Se renuevan los formatos, cambian los protagonistas y el resultado final del odio, pero la esencia en su conformación es la misma.

Solo existe una posición moral que permite ir con la cabeza alta cuando los discursos posfascistas alumbran en nuestra sociedad. Destruir el discurso del odio y enfrentarse frontalmente a aquellos que quieren matar nuestra democracia. Y para eso, claro que hay casarse con alguien: con el antifascismo. Por eso Pablo Motos tendría que haber asumido que El Hormiguero no es un programa de información, es puro show, entretenimiento que ha provocado que millones de españoles vean al líder de un partido posfascista como un hombre bueno, como un hombre cercano, equiparable a aquellos que piensan que la xenofobia, el racismo y el machismo son elementos a desterrar de nuestra sociedad.

La democracia se defiende de ideologías como las que propugna Santiago Abascal. Y para eso es preciso mancharse, tomar partido, no ser indiferente. Entender la comunicación y el periodismo como Gabriel Celaya entendía la poesía. Odiando a los que se lavan la manos y se desentienden y evaden a quien no toma partido hasta mancharse. Contra los neutrales. El fascismo se construye con personas como Pablo Motos.

14 Octubre 2019

EN EL HOYO CON PABLO MOTOS

Luis Martínez

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SÍ, TODO EL MUNDO ESTABA pendiente de lo que pasara con Abascal en El hormiguero, pero el que contaba era Pablo Motos. Al fin y al cabo, el líder del partido más allá de la derecha se limitó a hacer lo que haría la Pantoja o cualquier político más o menos bragado en su lugar: enseñar los dientes. Por cada pregunta supuestamente incómoda, una sonrisa, una declaración estudiadamente sincera y a otra cosa. ¿Qué esperábamos que sucediera exactamente? ¿Que Abascal se sincerara ante él y, acto seguido, se declarara sin más homófobo, racista y nacionalista español? Y si lo hubiese hecho, ¿habría pasado algo?

–¿Es usted xenófobo?

–No exactamente. En realidad, desprecio de manera indiscriminada a todos aquellos que discuten mis privilegios y los de los míos. ¿Hay alguien que no lo haga? ¿Hay algún privilegiado que no quiera lo mejor para sí? ¿Pero no te das cuenta, pardillo, de que mi sueldo se va en ello? Sinceramente, me da igual que los que nos amenazan sean negros, amarillos, moros, abortistas, feministas, homosexuales, progres, antiespañoles o solamente pobres…

–¿No le parece muy radical?

–Toma chaval, un antiinflamatorio.

Y así.

Todo es imaginable. De hecho, ya nos quedan pocas cosas por ver. Hemos visto a prohombres de toda laya, pelaje y pasado redentorista, digámoslo así, clamar contra el nacionalismo ante el fervor entusiasta y debidamente irracional de mil banderas que, por lo visto, nada tenían que ver con ninguna forma de nacionalismo. Eso o a políticos votados por buena parte del electorado tildar de violadoras a víctimas de una de las mil formas de barbarie tan nuestras. Hemos visto cómo mienten. Y con orgullo. Ya no hay límite. Imaginar la posibilidad de una entrevista en la que el interpelado quede en evidencia es irreal. Lo que entendemos por avergonzar a alguien por culpa de sus contradicciones o irresponsabilidades se ha convertido ya en una forma más de sinceridad, de buen tono, de casticismo a lo Putin, de cojonudismo patrio, de antiintelectualismo sano… Que les den a los progres. ¿Más vino?

Pablo Motos hizo lo que le tocaba: dejarse arrasar. Al contrario que sus antecesores fascistas (esto sí) de entreguerras, los partidos de ultraderecha actuales han aceptado las reglas electorales del sistema democrático con alegría. Y ahí están con sus programas excluyentes, pijos, antiliberales y discriminatorios en el Parlamento (con 24, no con 2 diputados) y en el gobierno al lado de la derecha, ella sí liberal. No es de recibo exigir a un presentador lo que nadie ha pedido a los partidos políticos ni a la propia democracia. Motos simplemente fue atropellado más que por un señor, por un país entero que recibió en pie, como si fuera el último defensa central tatuado, a todas y cada una de sus contradicciones. En el hoyo.

15 Octubre 2019

UNA ‘CITA’ SOBRE ABASCAL DEMASIADO LISTILLA

Víctor de la Serna Arenillas

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LOS PERIODISTAS SOMOS muy listos y a veces nos pasamos de ídem. Incluso en una columna de opinión, que es un género con reglas menos estrictas que la información. Un buen ejemplo aparecía el pasado domingo en las páginas de EL MUNDO, en un comentario sobre la famosa aparición de Santiago Abascal en el programa televisivo de Pablo Motos.

Leyendo entre líneas, un lector igual de listo que el periodista podría haber llegado a sospechar que tras esta introducción de Luis Martínez vendría un sarcasmo: «Por cada pregunta supuestamente incómoda, una sonrisa, una declaración estudiadamente sincera y a otra cosa. ¿Qué esperábamos que sucediera exactamente? ¿Que Abascal se sincerara ante él y, acto seguido, se declarara sin más homófobo, racista y nacionalista español? Y si lo hubiese hecho, ¿habría pasado algo?».

Y, sin solución de continuidad, lo que venía en el artículo era esto:

«-¿Es usted xenófobo?

-No exactamente. En realidad, desprecio de manera indiscriminada a todos aquellos que discuten mis privilegios y los de los míos. ¿Hay alguien que no lo haga? ¿Hay algún privilegiado que no quiera lo mejor para sí? ¿Pero no te das cuenta, pardillo, de que mi sueldo se va en ello? Sinceramente, me da igual que los que nos amenazan sean negros, amarillos, moros, abortistas, feministas, homosexuales, progres, antiespañoles o solamente pobres…».

Parece evidentemente un sarcasmo, visto que en la tele Abascal nunca dijo esa barbaridad, pero sin mayores explicaciones –el famoso disclaimer de la televisión norteamericana, o algo similar–, muchos lectores menos duchos que algunos en el manejo de la ironía por parte de Martínez pudieron llegar a la conclusión de que esa cita era literal… y falsa, claro. Y alguno de esos lectores llegó a quejarse airadamente a la Redacción de este periódico, exigiendo una rectificación.

Qué quieren que les digamos: uno comprende ese tipo de reacciones. Aunque se trate de un brillante y rompedor comentario, en un periódico no se debe llevar la ambigüedad creativa hasta el punto de engañar a los lectores, aunque no sea a todos los lectores. Estamos aquí para narrar hechos, comentarlos y enjuiciarlos. No para, luciendo nuestra habilidad literaria, inducir al lector a error o confusión.

En un periódico no hay lugar para una cita inventada, salvo que se anuncie claramente que es una invención, que se hace para ilustrar las posibilidades de abuso absurdo que pueden producirse en un programa televisivo, pero que evidentemente nada de eso se dijo. Cuando uno se apunta a The Trust Project, es absolutamente la mínima exigencia: Que nuestros lectores puedan fiarse de la literalidad de lo que publicamos.