13 marzo 1985

Somo secretario del partido comunista soviético (PCUS) será el nuevo 'hombre fuerte' del país

El reformista Mijail Gorbachov se convierte en nuevo dictador de la Unión Soviética ante la repentina muerte de Konstantin Chernienko

Hechos

El 11.3.1985 Mijail Gorbachov fue designado nuevo Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) reemplazando al fallecido Chernienko.

Lecturas

Chernienko Konstantin Chernienko sólo ha durado 13 meses al frente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Mijail Gorbachov, de 54 años, ha sido elegido este 11 de marzo de 1985 nuevo Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en sustitución de Constantin Chernenko, cuya muerte se anunció ayer.

Con Gorbachov llega por primera vez al poder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas una generación que no formó parte de la revolución ni de la era stalinista. El Comité Central del PCUS eligió a Gorbachov por unanimidad según anuncia PRAVDA el diario oficial.

La elección de Gorbachov parece responder a la intención, por parte de los grandes centros de poder de la URSS de rejuvenecer los principales cargos de la vida política social y económico del país. Los primeros signos de esta tendencia comenzaron a notarse hace un año.

12 Marzo 1985

Una nueva generación al frente de la URSS

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La noticia de la muerte de Konstantín Chernenko ha sido anunciada muy pocas horas antes de la del nombramiento para sucederle de Mijail Gorbachov, el más joven de los miembros del Buró Político. Esta inmediatez de las dos comunicaciones confirma que desde hace varios meses Gorbachov venía ocupando espacios decisivos del poder, mientras se extinguía la vida de un Chernenko anciano, aquejado de graves enfermedades. Es más, todo parece indicar que, ya en la etapa que siguió a la muerte de Andropov, el acuerdo sobre la candidatura de Chernenko para sustituirle se hizo con una condición complementaria: la de que Gorbachov ocuparía una posición excepcional comosegundo hombre en la dirección. De hecho, en el año transcurrido, Gorbachov ha ido desempeñando funciones dirigentes, no ya en la agricultura o en la economía, que era su rama específica, sino en las diversas esferas de la política estatal. Fue nombrado presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Soviet Supremo, y como tal realizó un importantes viaje a Londres y sostuvo conversaciones con hombres de Estado extranjeros. Abordó las cuestiones ideológicas y de orientación general de la política soviética en diversos informes y discursos, insistiendo en la necesidad de afrontar con espíritu de reforma aspectos esenciales de la economía de la URSS. Por tanto, parece que en este caso la sucesión estaba preparada con tiempo; si bien los viejos hábitos de una cultura del misterio en todo lo referente al poder han prolongado hasta hace muy poco, de cara al público soviético, la ficción de un Chernenko que seguía ejerciendo.Hoy está ocurriendo en la URSS algo que no es simplemente la sustitución de un dirigente por otro. No es algo asimilable al paso de Breznev a Andropov; o de éste a Chernenko. Es más bien la ruptura del método que se impuso en esos dos casos que acabamos de recordar. En los últimos dos años y medio tres jefes de Estado han muerto en la URSS. El método de promover candidatos ancianos, e incluso enfermos, para prolongar una situación de provisionalidad acaba desgastando seriamente el prestigio del país; siembra tendencialmente incertidumbre e inseguridad, y síntomas en este orden se observan, por ejemplo, entre miembros del Pacto de Varsovia. Alianza el poder de la burocracia, que con su rutina e inmovilismo es el factor de la continuidad. Tales inconvenientes eran obvios; pero prevalecía, a todas luces, en el momento de designar al nuevo dirigente, el temor a la llegada de una nueva generación. Temor no demasiado sorprendente, si se recuerda que todos los dirigentes en tomo a los 70 años se han formado en el período de Stalin; con los ecos aún de la revolución de 1917; con los sacrificios y entusiasmos de la guerra contra Hitler; con un apriorismo de superioridad y de desprecio a todo lo representado por Occidente.

Gorbachov es otra cosa. Era un niño cuando estalló la II Guerra Mundial. Ingresó en el partido meses antes de la muerte de Stalin; no tiene, pues, nada que ver con ese período de feroz represión. Su formación se hizo en la etapa de Jruschov, en la que se produjo cierta apertura ideológica, cuando las nuevas generaciones empezaron a relativizar las pretensiones de superioridad absoluta de la URSS que los mayores se empeñaban en transmitir. Los cambios generacionales no tienen siempre la misma significación; pero en el caso de la URSS, entre un hombre de 72 y uno de 54, las circunstancias que han rodeado sus vidas han sido radicalmente distintas. Ello ayuda a comprender la importancia de la decisión adoptada ayer por el Comité Central del PCUS.

Lo que interesa hoy es saber si Gorbachov va a representar un cambio de verdad, y, más concretamente, qué cosas van a cambiar. Evitando las especulaciones, cabe destacar un hecho reconocido prácticamente por todo el mundo: el sistema económico estatal, basado en tina planificación centralizada, sufre deficiencias tremendas, que ponen en peligro su funcionamiento mismo. Está anquilosado por el inmovilismo de la burocracia; por una corrupción muy extendida. Además, han aparecido, fuera del plan y de la legalidad, formas de trabajo libre, grupos de obreros que se contratan directamente y gracias a los cuales se, cumplen no pocos de los objetivos del plan. La necesidad de flexibilizar el sistema económico, de introducir reformas que creen estímulo, que superen la esclerosis, que liberen capacidades productivas, es un problema objetivo, reconocido incluso en documentos oficiales que circulan en medios gubernamentales y en los centros científicos. Que Gorbachov tiene que abordar esta cuestión apremiante es casi una evidencia.

Pero reformas de ese género, si bien en sí no cambian el sistema, chocan con enormes intereses creados. Sobre todo, con esa burocracia desarrollada y afianzada en los 18 años de dirección brezneviana y que se ha construido sobre todo con criterios de jerarquía y servilismo, de clientela, de fidelidad al superior. Hoy, el mismo reto de la revolución cibernética e informática, al que la URSS tiene que hacer frente, exige principalmente criterios de conocimiento, eficacia, profesionalidad. En este terreno, la carrera de Gorbachov es interesante. No es un aparatchik, un hombre de aparato; ha estudiado derecho e ingeniería. Ha cosechado los éxitos -gracias a los cuales se ha convertido en un dirigente nacional- en la agricultura, en la producción. Ha ido a la política desde la gestión de empresa. Es lógico suponer que representa no sólo a una nueva generación, sino a esos sectores de profesionales, científicos y técnicos sometidos hoy en gran medida a jerarcas del aparato, pero que son indiscutiblemente los que pueden promover un proceso modernizador. En una etapa muy distinta, ante otros problemas, Jruschov intentó desmontar la burocracia heredada del estalinismo; pero el aparato se comió la reforma y a Jruschov. Es lógico prever una resistencia muy fuerte de la burocracia actual ante eventuales intentos reformadores.

En el plano internacional, Gorbachov goza de una imagen francamente favorable. Durante su viaje a Londres, Margaret Thatcher dijo después de una conversación entre ambos: «Me gusta el señor Gorbachov; se puede trabajar con él». Pocos políticos, incluso occidentales, han recibido tan elogioso comentario. En todo caso representa un estilo nuevo, aunque no sería lógico esperar cambios en la política exterior de la URSS, elaborada directamente por el ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Gromiko. Al menos en un plazo corto. Pensando con más perspectiva, los efectos internacionales del cambio en la dirección soviética pueden ser importantes. Ciertos comentaristas han dicho ya que Chernenko le venía mejor a Reagan. Un proceso de modernización en la URSS podría modificar la imagen de cierre, de dureza, tan negativa, que ésta ha presentado en los últimos tiempos. Europa se encuentra en un momento complejo, en el que algunos de los esquemas que han funcionado desde el fin de la II Guerra Mundial se ponen en tela de juicio. Hay una tendencia, que se manifiesta particularmente en la RFA, a buscar caminos de seguridad que no estén centrados exclusivamente en estrategias militares. La nueva generación soviética que llega al poder tiene posibilidades de contribuir a un proceso de distensión, de pasos positivos para superar algunos; de los conflictos más amenazantes; de facilitar nuevos enfoques internacionales. Pero vencer el pasado no es nunca fácil.

12 Marzo 1985

Relevo y Negociación

José María de Areilza

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La desaparición del máximo dirigente soviético anunciada con la habitual litúrgica informativa diferida, ocurre en un momento crucial de las relaciones entre las dos superpotencias nucleares materializadas en las negociaciones de Ginebra. Las grandes paradas funerarias y su ceremonial televisivo no podrán ocultar tras su escenario la desnuda realidad de los hechos. Algo esencial ha cambiado en el ámbito de las tensiones armamentísticas entre Norteamérica y la Unión Soviética. Un nuevo propósito anima a los interlocutores ginebrinos y es la volutnad mutua de buscar alguna clase de acuerdos. Este ‘animus negociandi’ es un talante que apareció hace pocos meses. Todavía recordamos el enorme esfuerzo propagandístico y diplomático que acompañó al despliegue táctico de los misiles de medio alcance en el teatro europeo por las potencias occidentales. Parecía que aquel gesto iba a comprometer definitivamente le futuro de la paz entre los dos grandes. Y, sin embargo, el dispositivo fue llevado a cabo, en gran parte, sin que se produjeran agravamientos irreparables.

Ante la voluntad se ha definido rápidamente por ambos Gobiernos. Antes de la reelección de Ronald Reagan ya había tomado posiciones el ministro Gromyko en su viaje a Estados Unidos durante la campaña electoral. Estaba claro que el realismo de la diplomacia soviética sólo podía parangonarse con el crudo pragmatismo del Departamento de Estado. ¿Quién dio el primer paso? Diríase que fueron simultáneos y concordantes los movimientos de Washington y Moscú. Pese a frases intimidatorias destinadas al consumo público, como es de uso obligado cuando dos adversarios se sientan a negociar, el rápido arreglo de lugar, fecha, orden del día y nombramientos de Comisiones respectivas, obedecía, al parecer, a un plan preconcebido. Un programa de largo alcance que tiene numerosos aspectos técnicos sofisticados y que también decidirá lo que haya que hacer fuera de las conversaciones de Ginebra para no complicar excesivamente estas con el lastre de antagonistas que se han revelado como insolubles en los últimos años.

La polémica guerra de las estrellas o sistema de iniciativa de defensa estratégica ha sido, evidentemente, el lanzamiento a gran escala de una novedad en la teoría de la guerra intercontinental. Digamos que se trata, en síntesis, de crear un escudo protector, basado en un complejo sistema de nuevas formas de energía y armamento defensivo evolucionado que impida o detenga cualquier ataque de cohete nuclear intentado sobre el territorio norteamericano. Surge la duda de si esa invención será efectiva, realizable y en ningún caso ‘porosa’ al proyectil atacante. Sin entrar en la discusión mundial originada por la divulgación de ese proyecto, es un hecho que tanto los aliados occidentales de los Estados Unidos como la Unión Soviética han tomado en serio el propósito y reaccionado frente a él. Los aliados, con alguna reticencia y reserva. La URSS, con preocupación y ánimo de contrarrestarlo. En cualquier caso, es muy probable que la mesa discutidora de Ginebra tenga de modo constante el trasfondo de la IDS presente en sus negociaciones. Y Ginebra es en estos momentos lo verdaderamente importante de la situación internacional.

El relevo en el podio supremo del Kremlin es siempre interesante, por tratarse de una de las superpotencias nucleares. Peor el talante del diálogo junto al lago Lemán es el verdadero motivo esperanzador de los días presentes.

José María de Areilza

12 Marzo 1985

Después de Chernienko

ABC (Director: Luis María Anson)

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A Constantin Chernienko le ha faltado el penúltimo resuello para llegar a la reapertura de las conversaciones de Ginebra sobre desarme nuclear. Su gastado corazón de asmático profundo ha sido incapaz de vivir hasta ese momento en que, hoy, reconocen los soviéticos haber perdido el pulso que echaron a los norteamericanos. Es harto significativo que en Moscú se venga a abrir un nuevo turno sucesorio en el instante mismo en que se cierra el ciclo dialéctico abierto por Breznev con los Estados Unidos. La secuencia sucesoria ha sido rápida, pero en esa misma rapidez radica el interés del doble proceso; el generacional, que internamente corresponde a la URSS, y el dialéctivo y global, en el que participan soviéticos y norteamericanos.

La vuelta de las conversaciones por parte de los soviéticos significa que reconocen haber perdido en el desafío que hicieron y en el pulso que echaron a los norteamericanos cuando el presidente Reagan replicó al despliegue de los SS-20, realizado en tiempos de Breznev, con la decisión de instalar los llamados euromisiles. La pérdida de esta apuesta no corresponde sólo a Constantin Chernienko, ni únicamente a Chernienko y Andropov. La derrota política en la tensión soviético norteamericana alcanza a la actual entera generación de los mandarines instalados en el más alto nivel decisorio de la URSS.

No se pueden separar esas dos partes del proceso al que aludimos. El desenlace de las dialécticas de tensión entre la Unión Soviética y los Estados Unidos debe ser el condicionante central para el desenlace, en materia del poder político, de la tensión entre las actuales generaciones rusas. Algo tendrán que decir los mandos del Ejército soviético y el poder fáctico anidado en las estructuras del KGB.

El cambio generacional que puede haber abierto la desaparición de Constantin Chernienko desencadenaría en cualquier caso procesos sincrónicos de relevos, para los hombres y para los esquemas, en el ámbito formal del poder civil y en el ámbito formal del poder militar de la URSS. Y de otro punto es de advertir que ese cambio generacional se prefigura como requisito necesario para que se pueda producir el reajuste de los enfoques aplicados básicamente hasta ahora por los soviéticos, desde los tiempos de Kruschev, a sus relaciones con los norteamericanos. La visita de Nikita Kruschev a los Estados Unidos significó tanto como el principio de un espejismo tras del cual literalmente, han saltado los resortes económicos y sociológicos de la URSS. La emulación soviética del poderío norteamericano, conducida por la generación a la que pertenecían Chernienko, Andropov y Breznev, ha producido distorsiones en la economía – sobre todo en la que concierne a los fundamentos tecnológicos de la nueva industria – que han terminado por yugular el crecimiento cualitativo de los propios sistemas militares. Por si algo faltara, a 31 de diciembre de 1984, la economías soviética quedaba relegada al tercer lugar, detrás de Japón.

Parece, por tanto, que la misión de las generaciones que tomarán el relevo en la conducción de los sistemas civil y militar soviéticos, habría de partir – tomando como referencia lo que supone regresar a Ginebra para reanudar unas conversaciones que había roto – del reconocimiento de la cualitativa superioridad del poderío de los Estados Unidos. No obstante habría que insistir en el peso y en la importancia tan significativa del condicionante militar para el cambio que deberá sobrevenir tras el relevo generacional en el vértice del poder político. Dos notas del mayor interés concurren en el estamento militar de la Unión Soviética: la concentración selectiva de las capacidades intelectuales y el cultivo sacral del patriotismo. ¿Es difícil de imaginar, en ese sentido, qué puede pasar en la sociedad soviética cuando se evidencie que la ‘derrota’ en la emulación militar con los Estados Unidos – monumentalizada en la guerra de las galaxias procede de la propia incapacidad de la economía y de la industria civiles para generar los recursos y las tecnologías necesarias?

Sea quien sea el sucesor de Constantin Chernienko, lo cierto e indiscutible es que se han acabado en la Unión Soviética los dirigentes de poder indiscutido. No puede ser indiscutido un poder fragmentado. Y habrá de ser necesariamente fragmentado el poder de una generación nueva en la que se han perdido las claves y los consensos sobre los que reposaba el monolitismo y la indiscutibilidad del poder de antaño. Cuando se confirma la noticia de que sea un hombre nacido después de la Revolución de Octubre el nombrado sucesor de Chernienko, es casi obligado admitir la hipótesis de que en la Unión Soviética se abra un proceso de profundas revisiones. Por eso, si además ocurre que el Ejército ruso es la sede institucional de más alta coherencia y de más concentrado poder, ¿qué podría tener de extraño que desde ese mismo ámbito se cuestionara la organización de un sistema que es incapaz de colocar a la URSS a la altura de las circunstancias de la emulación con los Estados Unidos.

Quizá en la Unión Soviética tengan que morir en el poder todos los hombres de una generación para que ocurra lo sucedido para que ocurra lo sucedido en China con la muerte de solamente uno, con la desaparición de Mao. En cualquier caso, el cambio abierto con la muerte de Chernienko es un cambio cualitativo. Sí éste fuera propicio a una mayor racionalidad comportaría un giro hacia la libertad, lo que sería incompatible con el entero sistema. La dictadura es tan indivisible como la propia libertad. Y ninguna iglesia se sostiene, aunque sea la soviética, cuando el dogma se resquebraja y los oficiantes entran en desacuerdo.

26 Marzo 1994

Cómo llegué a secretario del PCUS

Mijail Gorbachov

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Han pasado nueve años desde aquel marzo de 1985 en que fui elegido secretario general del PCUS. Pero la perestroika era un bebé que había de nacer más de una vez. Su primer nacimiento fue entonces, y muchos se referirán siempre a esa fecha. Pero una mirada más a fondo revela que había que dar a luz una y otra vez al bebé de la reforma. Era una época de grandes desafíos, un periodo lleno de errores y retrocesos. Se necesitaron dos años más de lucha antes de que el bebé pudiera renacer: eso ocurrió en la sesión plenaria del partido en enero de 1987: el gran momento de giro en el proceso hacia la democratización. Pero para mí el verdadero día del nacimiento de la perestroika tuvo lugar más tarde, un año después, cuando conseguimos convocar la 19ª Conferencia del partido. Sólo después de ese hito me sentí seguro de que las cosas nunca volverían a ser iguales.Acabo de terminar mis memorias y he repasado mis recuerdos de los acontecimientos, una decisión tras otra. Nunca hubo nada automático, todo había que empezarlo desde cero, todo era nuevo, ¿cómo podría haber sido de otro modo? Chernenko murió a las siete y veinte de la tarde del día 10 de marzo. Pero el proceso para elegir a su sucesor había empezado mucho antes. Esa noche, la última noche antes de que me convirtiera en el secretario general del partido, permanecí trabajando en, el despacho hasta las tres de la madrugada. Cuando volví a casa, mi esposa, Raísa Maksimovna, todavía estaba despierta y esperándome. Le dije: «No podemos seguir viviendo así». Y añadí: «Si me piden que me haga cargo de la dirección del partido y del país, no podré dar marcha atrás». Me escuchó y entonces dijo que sólo yo podía tomar esa decisión. Ella, igual que yo, tenía pocas ganas de estar en el poder.

Sabía que no le debía nada a nadie. Hoy puedo decir estas cosas. Sólo estaba atado por las limitaciones de la época y de mi conciencia. Ya había tenido la experiencia de servir durante casi nueve años como secretario regional y durante siete en el Comité Central del partido, cinco de los cuales había estado en el Politburó. Sabía que existía una gran probabilidad de que me pusieran a prueba. Durante mucho tiempo había sabido que era necesario cambiarlo todo, aunque hasta entonces me había visto obligado a maniobrar dentro del sistema, a jugar de acuerdo con sus normas a fin de no descubrir mi mano. O al menos eso era así hasta cierto punto, dado que ya había hecho públicas muchas de mis opiniones en un discurso que pronuncié en la Conferencia Pansoviética de diciembre de 1984, cuando Chernenko todavía estaba vivo. Y precisamente por esta razón hubo quienes intentaron impedir la publicación de ese discurso. Por supuesto, quedó mucho por decir, todavía disimulado entre líneas. Eso era todo lo que se podía hacer entonces.

Y ahora iba a llegar el momento de la verdad. Realmente ya era el segundo momento de la verdad. El primero había sido cuando murió Yuri Andrópov. También en esa época, a finales de 1983, mucha gente había esperado que Gorbachov se convirtiera en secretario general. Más tarde descubrí que había sido idea del propio Andrópov. Su ayudante, Arkadi Volski, me lo reveló. Andrópov, que ya estaba muy enfermo y había sido hospitalizado, preparaba con él y otros su discurso para la sesión plenaria. E introdujo en el discurso la propuesta de que se diera a Gorbachov la responsabilidad de presidir las reuniones del Politburó. Pero esa propuesta nunca llegó al Comité Central. Alguien la suprimió del texto. Había gente en los estamentos superiores que pensaban que Gorbachov era demasiado joven. De hecho, era la última y desesperada defensa de su posición, el pretexto para mantener intacto el dominio feudal del KGB, del Ministerio de Asuntos Exteriores, del Ministerio de Defensa, la base de poder de Cherbitski en Ucrania y de Kunaev en Kazajstán.

No confiaban en mí, aunque debería decir que no se llevaron a cabo grandes maniobras entre bastidores. Hubo, por supuesto, otros contendientes. En esa época estaba en Moscú el primer secretario del partido, Víktor Grishin, que había empezado a hacer sus movimientos, y estaba el seguimiento del plan de juego por parte de Víktor Romanov, ex primer secretario en Leningrado y entonces miembro del Politburó. Tenían sus simpatizantes dentro del partido y yo estaba perfectamente al tanto de esto. No obstante, cuando Chernenko se puso tan enfermo que ya no pudo seguir dirigiendo el Politburó, yo fui quien tomó la responsabilidad de presidir las reuniones del Politburó y dirigir sus trabajos, a pesar de que nadie me había autorizado formalmente a hacerlo. Fue algo normal, simplemente una situación dada. Los demás no eran capaces de seguirles la pista a las muchas cosas que tiene que hacer un secretario general. Muchos de ellos ya eran bastante viejos entonces. El espacio que se había abierto tenía que ser ocupado por alguien, por algo, nuevo.

Fue la propia situación la que impuso su lógica. Con Andrópov nunca abordamos estas cuestiones directamente. Se trataban indirectamente, mediante alusiones tácitas. Yo solía ir a visitarle al hospital durante su enfermedad. Pero no era en modo alguno el único que lo hacía. Tanto Ligachov como Tijanov iban mucho más que yo. Andrópov nunca me habló de la cuestión de su sucesor. Una vez me dijo simplemente: «Sigue por el mismo camino. Tienes mucho tiempo por delante». Lo importante eran los gestos simbólicos del secretario general. Con frecuencia organizaba las cosas para que yo estuviera a su lado. Un día, en medio de una sesión plenaria, me llamó a la mesa de la presidencia y me anunció de repente: «Después del descanso, presidirás la sesión». En esa época, lo más importante en el PCUS era el orden de aparición, la persona junto a la que estabas, dónde te sentabas. Eran señales que todo el mundo sabía interpretar.

Me han preguntado a menudo si Andrópov fue el verdadero iniciador del cambio; si, de haber contado con más tiempo, hubiera sido el iniciador de la perestroika. Es difícil contestar a esas preguntas con un simple sí o no. Puedo decir que Andrópov conocía el estado de la nación mucho mejor que todos nosotros. Y se daba cuenta del hecho de que todo se iba a pudrir. Era un buen psicólogo. Sabía cómo interpretar los cambios de humor de nuestro pueblo, al que le gustan las frases breves, los eslóganes llamativos visualmente, y los procedimientos sumarios, sean democráticos o no. Pero también era un hombre austero al que le desagradaba la demagogia. Para él, la moralidad y la justicia no eran palabras vacías. Simplemente creía que era posible mantener el orden con métodos administrativos, incluso los brutales a veces.

Teníamos largas discusiones, y a veces tenía la impresión de haber hecho vacilar sus creencias cuando defendía que los problemas no se podían solucionar utilizando presiones autoritarias desde las alturas. Adopté la postura, y así se lo dije abiertamente, de que era justo lo contrario, que la sociedad necesitaba oxígeno a fin de liberar sus potencialidades. En cualquier caso, creo que le hubiera resultado difícil ir mucho más allá en el camino de la reforma. No pertenecía al KGB en cuerpo y alma, pero 15 años a la cabeza del KGB le habían cambiado y dejado huella en su personalidad.