3 agosto 2001

Símbolos de los horrores de la Guerra de Yugoslavia

El Tribunal de La Haya condena a general serbo-bosnio Radislav Krstic por el genocidio de Srebrenica, siendo la primera persona condenada por esta causa

Hechos

La sentencia se hizo pública el 2 de agosto de 2001.

03 Agosto 2001

La justicia debida a Srebrenica

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Con su condena a 46 años de cárcel al general serbobosnio Radislav Krstic por delitos de genocidio, crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos en la localidad bosnia de Srebrenica, el Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia ha impuesto, tras casi año y medio de juicio, la pena más alta desde que comenzara sus trabajos; aunque ha evitado la cadena perpetua, máximo castigo que puede decretar el órgano de la ONU creado en 1993. Sólo en un caso anterior, el del general bosniocroata Tihomir Blaskic, los jueces internacionales habían acordado 45 años por crímenes contra la humanidad.

No es fácil probar el genocidio, definido como intento de aniquilar a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, y ésta es la primera e histórica condena por este delito en La Haya. Pero los jueces parecen no haber tenido dificultades en el caso de Krstic, capturado en 1998 por las fuerzas de la OTAN en Bosnia. El que fuera mano derecha del general Ratko Mladic -comandante supremo serbobosnio, al que ha intentado hacer responsable único de la tragedia- y como jefe del cuerpo de ejército del Drina estuviese en aquel julio de 1995 a sus órdenes directas en el enclave musulmán de Srebrenica, es culpable del asesinato de entre siete y ocho mil varones en edad militar, la mayor atrocidad cometida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Ante la pasividad de los cascos azules holandeses encargados de defender una ciudad teóricamente protegida por la ONU, las victoriosas tropas de Mladic y Krstic se libraron durante días a la deportación de mujeres y niños y a una orgía de ejecuciones de hombres y muchachos indefensos. Las fosas colectivas acabaron de cerrar el muro de silencio.

Srebrenica marcó el punto más alto del descrédito occidental en Bosnia, tras cuatro años de guerra en que los desencuentros entre Estados Unidos y sus aliados europeos y la inoperancia de las fuerzas de la ONU hicieron posible la infamia. Pero si por un lado el enclave musulmán representó el epítome de la vergüenza y la mala conciencia para las potencias democráticas, por otro fue el catalizador de la decisión del presidente Bill Clinton, un mes después, de ordenar los bombardeos de la OTAN, que concluyeron con la rendición serbobosnia -oficializada por Slobodan Milosevic en nombre de sus representados- y los acuerdos de Dayton. Milosevic, que se comprometió entonces con su firma a cooperar con el Tribunal de La Haya, aguarda su turno en las celdas de Scheveningen.

La elevada condena de Krstic -la acusación pedía cadena perpetua- es una lúgubre advertencia para los dos principales responsables de lo sucedido en Srebrenica, la pareja formada por el entonces líder serbobosnio, Radovan Karadzic, y su jefe militar, Mladic, un laureado carnicero que se veía en los libros de historia como salvador de su pueblo. Ambos, acusados de genocidio, permanecen ocultos, presumiblemente en el santuario de la mitad serbia de Bosnia, y menos seguros que antes de la entrega de Milosevic. Las renovadas presiones de la fiscal Carla del Ponte han conseguido del Gobierno de Banja Luka la promesa de cooperar por ley con La Haya para que la Republika Srpska deje de ser un refugio de criminales en las listas del tribunal internacional.

En la misma semana en que sus tropas convertían el enclave en un matadero para la historia, y cuando todavía se ignoraba la magnitud de lo ocurrido, un eufórico Karadzic declaraba en Pale a este periódico: ‘En Srebrenica no ha habido depuración étnica, cualquiera que desee quedarse puede hacerlo… Nuestro Ejército nunca ha hecho nada que no sea lo adecuado, y después de esta guerra los serbios tendrán motivos para sentirse la parte más orgullosa del conflicto’. Con su sentencia de ayer, la justicia internacional comienza a poner las cosas en su sitio.