9 junio 2025

El Tribunal Supremo procesa al Fiscal General del Estado Álvaro García Ortiz por la filtración de mensajes privados del novio de Isabel Díaz Ayuso

Hechos

El 9 de junio de 2925 se hizo pública la investigación al Fiscal General del Estado D. Álvaro García Ortiz.

09 Junio 2025

¿Debe dimitir el Fiscal General del Estado?

Francisco Marhuenda

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Estamos ante una decisión personal que afecta a un órgano constitucional que forma parte del Poder Judicial. Es cierto que Sánchez no se ha enterado de esto último y considera que es de su «propiedad» como si fuera un ministerio. Esto último está en las antípodas del espíritu constitucional y muestra una deriva autoritaria inaceptable en cualquier democracia. Ni siquiera la Administración Pública es suya, sino que está al servicio de la sociedad. A estas alturas he renunciado a que entienda o acepte conceptos tan deslumbrantes como fundamentales para cualquier demócrata como son el Estado de Derecho y la separación de poderes. Se tendría que preocupar más de su legado que de seguir empeñado en gobernar como un autócrata. Es cierto que ha preferido rodearse de mercenarios y hooligans, salvo excepciones. El magistrado instructor de la causa que afecta al Fiscal General ha decidido enviarla a juicio oral. Por supuesto, han surgido los juristas que nunca han estudiado Derecho o lo han hecho con más suerte que luces descalificando la decisión. En estos tiempos de la justicia populista que promueve el poder, al estilo del régimen autoritario mexicano, a la izquierda solo le gustan las decisiones que perjudican a sus enemigos. En este caso consideran que no hay fundamento y espero ahora leer lo que escriba Pérez Royo, porque no coincidir con él es un síntoma de acierto. Es lo mismo que discrepar de las felonías de Conde-Pumpido, Segoviano, Montalbán, Díez y Balaguer. Por supuesto, el Fiscal General no renunciará tal como hace días lleva diciendo y en esta misma línea se ha expresado La Moncloa. Es un precedente muy interesante, porque la izquierda política y mediática pierde cualquier legitimidad para pedirlo a partir de ahora. No puede ser que en un caso se exija una cosa y en otros no sea así. El daño reputacional para el Ministerio Fiscal es enorme, ya que ver sentado a su máximo responsable en el banquillo de los acusados tiene un gran impacto no solo nacional, sino internacional. Es algo que tendrá que valorar. No hay duda que será uno de los juicios más mediáticos de nuestra historia reciente. A Conde-Pumpido no le importaría el desprestigio, pero no sé si su actual titular podrá aguantar la presión y las críticas que recibirá.

09 Junio 2025

La filtración cuántica del fiscal general del Estado

Antonio Maestre

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"El juez ha decidido ignorar de manera intencionada el hecho de que varios periodistas de El País tuvieran acceso a la información horas antes de que los informes de la Guardia Civil certificaran que le llegó al fiscal general del Estado...".

La justicia española tiene la característica de ser tremendamente imaginativa. El auto del juez del Tribunal Supremo, Ángel Hurtado, ha ido un poco más lejos al validar la posibilidad de filtrar un correo antes de que se tenga acceso a él. Me he propuesto intentar entender cómo esto es posible y he acudido a la física cuántica para poder comprenderlo y que me perdonen los físicos por tal osadía.

El físico Paul Wheler realizó un experimento de elección retardada por la cual un fotón parece decidir si actúa como una onda o como una partícula después de pasar por una rendija. Esto recibe el nombre de retrocausalidad y que viene a decir que el fotón no elige su comportamiento hasta que se mide. Así pues podríamos entender que la filtración del fiscal se produjera después de que otros tuvieran acceso a ese correo porque la filtración no se produjo hasta que el juez comenzó a investigarlo. Es una filtración cuántica.

No me verán en este artículo diciendo que el juez prevarica porque ha decidido algo sabiendo que era falso a sabiendas. No lo haré. Yo solo expondré hechos establecidos por el juez en el auto del Tribunal Supremo. El juez ha decidido ignorar de manera intencionada el hecho de que varios periodistas de El País tuvieran acceso a la información horas antes de que los informes de la Guardia Civil certificaran que le llegó al fiscal general del Estado. Es normal que lo ignore, porque si da validez a las pruebas aportadas con la firma de un notario significaría que se le cae toda la causa y tendría que archivar. No habría caso.

Las suposiciones e inferencias que hace el juez en el auto son de una ligereza difícilmente calificable. En una parte del auto explica que el periodista Miguel Ángel Campos hablaba en su información de «fuentes jurídicas» y, por lo tanto, eso solo podía ser que la información viniera del fiscal general del Estado o del abogado de Alberto González Amador. Ignoró de dónde se puede sacar esa conclusión pero cualquier periodista le puede dar al juez infinidad de posibilidades que amplían el abanico de todas las fuentes a las que puede referirse ese «fuentes jurídicas». La afirmación del juez es de una ignorancia tan bestial que resulta difícil calificarla.

Otra de las aseveraciones que hace el juez Ángel Hurtado tiene que ver con el tiempo que el secreto está vigente, y afirma que, mientras el interesado no quiera hacerlo público, la información sigue siendo secreto. Es decir, ahora mismo estamos cometiendo revelación de secretos todos los que estamos hablando del caso, incluido el propio juez al hacerlo público en el auto ya que el interesado no ha dado autorización expresa para hacerlo.

Por último, y si no les han parecido graves las actuaciones anteriores les voy a dar cuenta de una manipulación evidente. El juez Ángel Hurtado resta credibilidad a la declaración del periodista de la Cadena SER infiriendo que mentía. La razón por la que hace esta correlación de hechos es porque el periodista aseveró en su declaración que nunca había hablado con el fiscal general del Estado desde que accedió al cargo, pero el juez argumenta para dejar caer que miente que habló el día de la filtración porque le llamó durante cuatro segundos, manipulando la verdad porque la llamada se produjo pero nunca hablaron porque saltó el buzón de voz y el fiscal general del Estado jamás cogió el teléfono del periodista. Esto son hechos. No sé a ustedes, pero a mí me da verdadero pánico que se pueda actuar de esta manera contra un ciudadano normal, imaginen el miedo que da que esto pueda darse con un fiscal general del Estado.

09 Junio 2025

El fiscal general no debe dimitir

Ignacio Escolar

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Han pasado 237 días desde que Hurtado arrancó la instrucción y hoy está exactamente en el mismo sitio en el que empezó. Tiene sospechas. No datos. No ha encontrado una sola prueba de la acusación contra el fiscal general

Ya no es un juez Peinado. Ahora es Ángel Hurtado, magistrado del Tribunal Supremo. Y no está solo: cuenta con el respaldo mayoritario de la Sala de lo Penal. Tal y como Miguel Ángel Rodríguez pronosticó, el fiscal general del Estado irá p´alante. Álvaro García Ortiz se sentará en el banquillo, a pesar de que no hay ni una sola prueba contra él.

No hay pruebas porque no las puede haber. Porque la filtración no vino de él.

En elDiario.es sabemos perfectamente quién nos pasó esa información de la que acusan a García Ortiz. Sabemos que no fue el fiscal general, ni tampoco Pilar Rodríguez, la fiscal de Madrid que también está acusada. Nunca vamos a revelar nuestras fuentes, pero sí podemos asegurar que ellos no fueron.

Nuestro compañero, José Precedo, así lo testificó ante el Tribunal Supremo, ante el juez Hurtado. No fue el único. Media docena de periodistas de distintos medios –La SER, El País o incluso El Mundo–, han declarado ante el juez en el mismo sentido. Son varios testimonios que exculpan a García Ortiz y que el juez Hurtado ha decidido ignorar.

Y no son solo palabras de periodistas. También hay pruebas documentales. Mensajes y llamadas de varios redactores de El País demuestran que tuvieron acceso a esa información 31 horas antes de que preguntara por ella el fiscal general.

Sabemos, a ciencia cierta, en qué momento Álvaro García Ortiz tuvo conocimiento de esos correos. Ha quedado bastante acreditado en la investigación judicial. Y salvo que tuviera una máquina del tiempo, es imposible que pudiera filtrar la información. Porque llegó a los medios antes de que él la tuviera.

También sabemos que esos correos del abogado de González Amador pidiendo una conformidad los tenían casi un centenar de personas: llegaron a un email genérico de la Fiscalía y también a la abogacía del Estado. De entre todos los posibles sospechosos, el Supremo solo ha decidido investigar a dos.

Pero el auto de procesamiento contra Álvaro García Ortiz no solo es aberrante porque el instructor ignore todas las pruebas y testimonios que no cuadran con su acusación. Es aún peor.

Vayamos antes a los hechos que sí ha demostrado la investigación.

El 12 de marzo de 2024, elDiario.es publica en exclusiva el fraude fiscal de Alberto González Amador. Y a partir de ese momento el Gobierno de la Comunidad de Madrid se moviliza para salvar la reputación de Isabel Díaz Ayuso. El encargo de González Amador a Miguel Ángel Rodríguez (MAR), habla por sí solo. “Haz lo que veas”, le pidió, tal y como él mismo confesó ante el Supremo.

MAR hizo lo que pudo, cómo no.

Al día siguiente, el 13 de marzo a las 21:29, El Mundo publica una intoxicación lanzada por MAR: “El fiscal ofrece un acuerdo a la pareja de Ayuso para que admita dos delitos”. La verdad era justo la contraria: quien ofrecía un acuerdo era el abogado de González Amador, no la Fiscalía.

Otros medios en la órbita de Ayuso van esa noche incluso más allá en sus acusaciones contra la Fiscalía: aseguran que dicho acuerdo fue bloqueado “por órdenes de arriba”. Era falso: un bulo lanzado por MAR para dar a entender que Ayuso es víctima de una persecución del Estado.

Tras publicarse la noticia de El Mundo, esa misma noche, el fiscal general del Estado se moviliza para conseguir toda la información. Saca de un partido de fútbol al fiscal Julián Salto –el que llevaba ese caso y había recibido los correos–. Pide toda la información y la consigue. Se la mandan a su correo personal de Gmail.

Horas más tarde, a partir de las 23:51, varios medios desmentimos la falsa historia de MAR. Y publicamos la verdad: que era el abogado del novio de Ayuso quien había reconocido los delitos en su nombre y pedía un acuerdo a la Fiscalía. También el famoso correo filtrado: “Ciertamente se han cometido dos delitos”.

Y al día siguiente, el 14 de marzo, la Fiscalía General del Estado publica una nota de prensa desmontando todas las acusaciones falsas.

Esa nota de prensa, de la que García Ortiz siempre se ha hecho máximo responsable, fue la excusa para llevar este proceso penal al Supremo para imputar al fiscal general. Después el Supremo la ignoró: no hay nada ahí, aseguró. Pero aún así decidió investigar a García Ortiz, para intentar probar que fue él quien filtró esa información a varios medios, la famosa noche.

Han pasado 237 días desde que Hurtado arrancó la instrucción y hoy está exactamente en el mismo sitio en el que empezó. Tiene sospechas. No datos. No ha encontrado una sola prueba de esa acusación: más allá del interés del fiscal general por buscar la información esa noche –algo que el propio acusado admite–, no hay nada más.

No hay pruebas, pero no ha sido por no intentarlo. En los ocho meses de su investigación judicial, Hurtado ha puesto en marcha todas las diligencias posibles para intentar probar su sospecha. Incluso la más extrema y desproporcionada: registrar el despacho del fiscal general del Estado –tal vez el sitio donde se guarda la información más sensible de España– como si fuera la casa de un narco.

Hurtado también ha buscado información en Estados Unidos: ha preguntado a Google, a Meta, a la búsqueda de los mensajes y correos del fiscal general que García Ortiz, con buen criterio, borra regularmente –la directiva de protección de datos le obliga a ello–. Tampoco ha encontrado nada ahí.

Así que la tesis de la acusación está hoy exactamente igual que el primer día. El único indicio que hay contra García Ortiz es su interés en buscar esa información la noche en la que Miguel Ángel Rodríguez propagó un bulo para salvar la reputación de su jefa, Isabel Díaz Ayuso.

Un indicio, que no es lo mismo que una prueba.

Pero la falta de la más mínima lógica jurídica no acaba aquí. Hurtado asegura que el fiscal general hizo todo esto siguiendo “indicaciones recibidas de la Presidencia del Gobierno”. ¿Las pruebas? No hay ninguna. Nada en toda la investigación que sirva para sostener tal gravísima afirmación.

En otro párrafo, Hurtado también asegura que el fiscal general del Estado “envió copia a Pilar Sánchez Acera”, del equipo de Moncloa. ¿Las pruebas de tal cosa? No las hay. Pilar Sanchez Acera tuvo acceso a ese correo, es cierto, pero en un momento en que ya circulaba por varias redacciones de Madrid.

Ante el Supremo, Sánchez Acera declaró exactamente eso: que le llegó de los medios. Una declaración que Hurtado ignora. Al parecer, para este juez del Supremo todos los testigos mienten, menos MAR y González Amador.

Hurtado, legítimamente, puede sospechar que el Gobierno está en el ajo. Pero de ser así, ¿por qué ha parado su investigación? ¿Por qué da esa sospecha como hecho probado sin siquiera investigarlo? ¿Por qué no ha imputado a Sánchez Acera, que fue llamada a declarar como testigo?

¿Debe dimitir el fiscal general? No veo el motivo. No hay nada en la investigación del Supremo que haya demostrado en él ningún comportamiento inadecuado. Es más bien al contrario: tendría que ser el juez Hurtado quien tuviera que dar explicaciones, por sus acusaciones sin una sola prueba. Quienes defienden que está obligado a renunciar para defender las instituciones, ¿han pensado en el peligroso precedente que supondría? ¿Una denuncia de un delincuente confeso y la controvertida instrucción de un magistrado del Supremo son suficientes para hacer caer a un fiscal general?

Durante los ocho meses de anómala investigación, nunca antes vista en España para una revelación de secretos, García Ortiz ha mantenido su incocencia y ahora debería defenderla hasta que haya un veredicto en el juicio. Del contrario, se estará enseñando el camino a quien quiera apartar del cargo a la sexta autoridad del Estado, una figura a la que ni siquiera el Gobierno puede destituir según el Estatuto de la carrera.

Lo que ya sabemos es que nadie en el Supremo se ha planteado dimitir porque ese tribunal nunca rinde cuenta de sus errores. Tampoco sus jueces. ¿Ha dimitido alguno de ellos por los constantes varapalos de Europa a sus sentencias? ¿Alguien dimitió, por ejemplo, tras la derogación de la doctrina Parot?

¿Dimitirá alguien si este caso llega a Europa y se sentencia allí la injusticia? Y si el fiscal general acaba absuelto, ¿cómo reparar el daño?

Hoy toda la presión de los medios exige la dimisión del fiscal general. Son los mismos que jamás exigirán la dimisión de Ayuso, haga lo que haga, pase lo que pase.

Hurtado es el mismo juez que argumentaba que responsabilizar a la dirección del PP de la trama Gürtel era un “salto al vacío”. Exactamente el mismo juez, el único de los que vieron la causa, que se opuso a la condena del partido por aquel caso de corrupción. Esa fue también la razón por la que después fue promocionado al Tribunal Supremo, con los votos de la mayoría conservadora del CGPJ con el mandato caducado.

Toda la instrucción contra el fiscal general ha sido un disparate. El tipo de investigación prospectiva que, lamentablemente, hemos visto ya con el juez Peinado. Sin prueba alguna, solo con suposiciones tan vagas, y pese a las evidencias que lo exculpan ¿se atreverá después el Supremo a condenar al fiscal general? Me parece imposible. Pero en la justicia española, lo imposible ya ocurre a diario. Ahora es costumbre. Pronto será jurisprudencia.

 

10 Junio 2025

¿Cuál es ahora tu lucha, Álvaro?

Jorge Bustos

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LOS PRIMEROS partes emitidos desde el búnker de Moncloa en defensa de Álvaro García Ortiz deberían terminar en la Galería de las Colecciones Reales. Son obras maestras de lo que Juan Soto Ivars llama el «arte de tomar a tus votantes como auténticos gilipollas». Félix Bolaños ha dicho que García Ortiz es un «servidor público ejemplar», cuando va quedando acreditado que fue un solícito siervo privado del matrimonio Sánchez-Gómez. Óscar Puente, que estos días pasa de manipular pañales a escribir tuits sin solución de continuidad (de ahí que lo mezcle todo), ha insultado al Supremo y a Feijóo en la misma frase agramatical: «El desastre de su manifestación de ayer, tiene que haberles sentado fatal». Se empieza deslizando acusaciones de golpismo judicial desde un ministerio de trenes con demora y se acaba colocando comas entre sujeto y predicado. En cuanto a Óscar López, aguardamos expectantes su reacción al auto del juez Hurtado, que sitúa el origen de la filtración en el gabinete de Presidencia del Gobierno. Cuidado, Óscar.

Claro que quizá no se trate tanto de una pérdida colectiva de la razón como de una desesperada profesión de fe. Chesterton explicó que para entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza; pues bien, a la iglesia sanchista solo se accede decapitado. Dejemos de lado la venalidad del muerto de hambre de tertulia o de partido que repica la consigna como quien se caga en el convento mientras le dé cobijo. Nos interesa ahora el creyente de base y el fanático de BOE. Ese hombre y esa mujer que se ven a sí mismos como epígonos de Durruti y de Rosario la Dinamitera. Esa peña borracha de mitomanía y ayuna de realidad que jamás se aventura fuera de su burbuja algorítmica y cree a pies juntillas en la Internacional Ultraderechista, el palco del Bernabéu, la conjura de los ultrarricos de las nucleares y la intimidad con Belcebú de Miguel Ángel Rodríguez. Esta feligresía asustadiza descubre una inequívoca llamada a repetir el alzamiento del 36 en estas palabras de Aznar: «El que pueda hacer que haga». ¡Conspiración!

El sanchismo ceba a diario la fe de su pueblo con nuevas visiones del infierno neoliberal, con ruido de sables en la UCO, con jueces que se bordaron un yugo y unas flechas bajo la toga. Ahora les jurarán que la caída de Alvarone es culpa de EL MUNDO. Y mira, en eso tendrán razón.

Al final de la película sobre el impostor Marco su sufrida mujer le espeta: «Primero fueron los anarquistas, luego el sindicato, luego los deportados… ¿Cuál es tu lucha ahora, Enric?». Eso le preguntaríamos al primer fiscal general procesado de la democracia. Y si fuera sincero, respondería: «Pedro vive, la lucha sigue».

10 Junio 2025

Fiscal general en el banquillo

EL PAÍS (Director: Jan Martínez Ahrens)

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La insólita causa contra García Ortiz ha carecido de garantías, pero si se confirma su procesamiento debería dimitir para proteger la institución

El magistrado del Tribunal Supremo Ángel Hurtado ha propuesto que el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, se siente en el banquillo para someterse a juicio por un delito de revelación de secretos. Le acusa de haber facilitado a los medios de comunicación información confidencial relativa al procedimiento iniciado contra Alberto González Amador, pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. El origen del caso está en el momento en el que la Fiscalía Provincial de Madrid presentó una querella contra González Amador por un doble fraude fiscal, lo que se conoció públicamente en marzo de 2024. Una vez que la pareja de Ayuso admitió el fraude ante Hacienda y supo que terminaría encausado, su abogado envió un correo al fiscal del caso en el que admitía dos delitos contra la Hacienda Pública y proponía pagar una multa a cambio de rebajar la pena prevista desde al menos dos años de cárcel a solamente ocho meses. La Fiscalía le contestó, también por correo, que podían emprender las conversaciones para llegar a un acuerdo, sin más detalles.

Miguel Ángel Rodríguez, jefe de Gabinete de la presidenta madrileña, filtró a varios medios este segundo correo, pero omitió el primero, lo cual llevaba a inferir que la propuesta de acuerdo partía de la Fiscalía y no del acusado. Tras esa manipulación, otros medios periodísticos restituyeron la verdad y contaron que la oferta de conformidad —un trámite perfectamente legal en delitos fiscales— había partido del defraudador confeso. Al día siguiente, el fiscal general del Estado ordenó difundir una nota que ratificaba la versión veraz de los hechos y detallaba la cronología de lo sucedido. Alberto González Amador y el Colegio de Abogados de Madrid se querellaron contra la Fiscalía por, supuestamente, revelar esas comunicaciones. Ocho meses después, el instructor del Supremo ha decidido someterlo a juicio.

Si el hecho de que un fiscal general del Estado se siente en el banquillo constituye algo insólito, la instrucción del juez Hurtado también lo ha sido. De existir, el delito de revelación de secretos se ha canalizado en este caso a través de los medios de comunicación. El magistrado interrogó a varios periodistas de muy distintos medios —entre ellos, de EL PAÍS— y la mayoría declaró que conoció los supuestos secretos mucho antes de que los citados correos llegaran al fiscal general. Estos testimonios exculpaban a García Ortiz y sembraban todavía más dudas sobre el caso. Sin embargo, el juez Hurtado desdeñó estas declaraciones —independientes entre sí— y las calificó de “no creíbles” pese a ser coincidentes, pero no denunció por falso testimonio a sus autores, como parecería preceptivo. En su auto de ayer, además, introduce una conclusión —sin explicar en qué datos se basa— no incorporada antes: según el juez, García Ortiz actuó “a raíz de indicaciones recibidas de Presidencia del Gobierno”.

Tras ocho meses de investigación, el instructor no ha encontrado una prueba sólida ni un indicio indiscutible que le permitan sostener que García Ortiz es responsable de la filtración. El juez Hurtado sentará en el banquillo al fiscal general del Estado. La decisión puede ser recurrida ante el propio instructor y ante una sala del Supremo formada por tres magistrados, que tendrán ante sí una causa excepcional y envenenada por motivaciones políticas. A nadie se le escapa que llevar a juicio a García Ortiz, más allá del daño personal que experimentaría quien es garante de la legalidad y pieza clave en el sistema judicial, sitúa a la democracia española en una coyuntura inédita. Dirigir la Fiscalía General del Estado y, a la vez, estar acusado en un proceso implica someter a una tensión desproporcionada a una institución sobre la que no debe proyectarse ni una sombra de duda.

La ley que regula el Estatuto de una estructura tan jerárquica como el Ministerio Fiscal establece que el fiscal general del Estado tiene, entre otras, la potestad de resolver discrepancias entre fiscales y de impartir a sus subordinados órdenes “tanto de carácter general como referidas a asuntos específicos”. Si finalmente se sienta en el banquillo, el fiscal que intervenga en el caso —pida o no su absolución— será un subordinado suyo.

Lo más adecuado sería que si el posible recurso no se resuelve a su favor, Álvaro García Ortiz presentara su dimisión. Para que la alta institución que dirige no se vea afectada —ni paralizada— por este lamentable proceso y para que él mismo pueda defenderse libre de toda duda y con todos los mecanismos a su disposición. También para evitar que el debate se centre en esa hipotética dimisión en lugar de hacerlo en la inconsistencia del procedimiento del juez Hurtado. El Gobierno tiene la facultad de nombrar al fiscal general del Estado, pero no la de destituirle. Si él cesa voluntariamente, el Ejecutivo puede legítimamente nombrar a otro fiscal general y evitar el daño institucional en torno a una figura clave en el Estado de derecho.

El garantismo con el que históricamente se ha regido el Supremo debe primar de nuevo para poner fin a un proceso anómalo desde su origen y marcado por la endeblez de los indicios acumulados durante una instrucción plagada de arbitrariedades. Los jueces del Supremo se enfrentan a un caso sin precedentes, del que el populismo ha hecho bandera para cuestionar la calidad democrática de España. Frente a estos discursos, el alto tribunal, representante de la cúpula de la judicatura, debe ceñirse a los hechos. Y estos son tozudos. La protección de las instituciones no es una tarea exclusiva del poder político, ya sea el Ejecutivo o el Legislativo, sino que compete en igual grado a quienes ejercen el tercer poder del Estado.

10 Junio 2025

Álvaro García Ortiz tiene derecho a una defensa justa

Arcadi Espada

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EL instructor del caso contra el fiscal general del Estado empieza su descripción de los hechos con esta frase: «A raíz de indicaciones recibidas de Presidencia del Gobierno y aprovechando información publicada en el diario EL MUNDO…». Es una mala frase. Ese absurdo gerundio, que incluso puede ser acusado de revelar, sin fundamento, una carga intencional. No tengo más remedio que arreglarla: «Por indicaciones recibidas de Presidencia del Gobierno a raíz de una información publicada en el diario EL MUNDO…». El contenido es problemático. Ante la información publicada por este periódico, el Fiscal podría haberse callado y seguir con sus asuntos -lo mejor- o publicar una sucinta nota que dijera: «La Fiscalía no ha ofrecido un pacto al señor González Amador». Pero por lo que parece saber el instructor, la Fiscalía no solo actuó, sino que lo hizo siguiendo instrucciones de la Presidencia del Gobierno. Cabe esperar que en el previsible auto de apertura del juicio oral el instructor aporte la descripción de los indicios que le han llevado a esta conclusión jurídicamente irrelevante, pero políticamente fundamental. Porque este auto no los incluye.

La manera más segura de sostener o descartar tales indicios estaba en el análisis de las comunicaciones del fiscal general del Estado. Pero el fiscal las borró y es este borrado el que hace profundamente sospechosa su conducta y plausibles las afirmaciones -en cualquier caso imprudentes- del juez instructor. El borrado explica algo más, perfectamente relacionado con el actual momento procesal y con la actitud que el Fiscal debería tomar. El que borró los indicios que, probablemente, lo incriminaban no tenía derecho a hacerlo, porque su conducta entorpeció la investigación judicial y era incompatible con su función de garante de la legalidad. En cambio, el ciudadano Álvaro García Ortiz sí lo tenía, como todo presunto delincuente tiene el derecho de no declarar en su contra y de ocultar aquellos hechos que lo incriminan.

A un paso puramente formal de su procesamiento, García Ortiz no debe sentarse en el banquillo como fiscal general. Y no, como suele argumentarse, por el prestigio de la institución. Por desgracia para el Estado al que juró servir ya lo ha destruido hasta límites inéditos, y no por el supuesto tráfico de secretos, sino por el comprobado borrado de indicios. ¡Por la amnistía de los indicios! Si ha de dimitir de su cargo es por escrupuloso respeto al principio de igualdad. La justicia que el ciudadano merece es, exactamente, la que el Fiscal le impide garantizarse. Álvaro García Ortiz debe poder defenderse con el confort que el Estado de Derecho presta a cualquier presunto criminal.

11 Junio 2025

Todo es ficción: el triunfo de la literatura judicial

Sergio del Molino

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Para unos, el auto contra el fiscal general del Estado es una chapuza. Para otros, una obra digna de Cicerón

Quien visite la Feria del Libro de Madrid estos días —si tiene la suerte de encontrar el Retiro abierto, pues están los porteros mareadísimos con tanto abre y cierra la verja— y vea las colas siderales que congregan los instagramers, mientras los mejores escritores de las letras hispánicas apenas asoman la carita en las casetas, puede llevarse la impresión de que la literatura es un anciano que agoniza y no sobrevivirá al próximo golpe de calor. No se dejen llevar por tales apariencias: vivimos una época dorada de la narrativa. La ficción triunfa tanto que ha colonizado hasta el último rincón del mundo, que ya solo existe como cuento. Eso que antes llamábamos realidad se ha rendido al asalto de los fabuladores. Hace tiempo que los hechos son irrelevantes, solo importan el narrador y el punto de vista, como en cualquier novela.

Observen el caso del fiscal general del Estado, por ejemplo. Según quién informe o comente, Álvaro García Ortiz es la víctima de una conspiración judicial o el ejecutor de una conspiración gubernamental. El auto de su procesamiento puede ser también una chapuza grotesca y analfabeta o una obra mayúscula de la jurisprudencia digna de Cicerón. Leo la prensa admirado por la habilidad narrativa de unos y de otros: no sospechaba que el Derecho tuviera la elasticidad interpretativa de una novela experimental y de final abierto, pero, visto lo visto, ser juez o fiscal no es un oficio tan alejado de la crítica literaria, incluso mucho más libre.

Ni en las disputas estéticas más agrias he visto yo a dos críticos con visiones tan enfrentadas. Por mucho que se peleen, hay unos mínimos en los que todos están de acuerdo. Por ejemplo, se podrá discutir si Penélope encarna el valor de la resistencia política o el de la sumisión femenina, pero todos los lectores están de acuerdo en que cose y descose. No hay una escuela de críticos que diga que teje, y otra, que juega a la Play Station. La interpretación literaria tiene sus límites. La judicial, ya lo estamos viendo, no. Y esto a lo mejor es un problemilla para todos, pues las novelas no tienen poder, pero las sentencias y las leyes obligan a las personas, no se pueden dejar a medias ni leerse en diagonal.

Quizá no mentía tanto la fontanera Leire Díez cuando se reclamaba escritora en ciernes. Un mundo donde cada cual lee las cosas a su capricho merece una escritora sin escrúpulos y sin miedo a usar cualquier trampa narrativa, por barata y chabacana que sea. Espero verla firmando ejemplares a toda mecha en la próxima feria.