13 mayo 1985

Decisión tomada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que encabeza el cardenal Ratzinger

El Vaticano condena al silencio al franciscano Leonardo Boff si quiere seguir en la Iglesia Católica por sus alegatos a favor de la Teología de la Liberación

Hechos

En mayo de 1985 se conoció la resolución de El Vaticano sobre Leonardo Boff.

Lecturas

El Cardenal Joseph Ratzinger es el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que ha supervisado los últimos trabajos de Leonardo Boff (franciscano brasileño), Gustavo Gutiérrez (Perú) y John Sobrino (El Salvador) para acreditar si siguen siendo compatibles con la doctrina de la Iglesia Católica.

13 Mayo 1985

Silencio obligado para Bof

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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NO ES la primera vez que la Iglesia católica obliga a un teólogo famoso a callar voluntariamente. De todas maneras, los precedentes de la condena del franciscano Leonardo Boff, que no se ciñe a prohibirle redactar o difundir libros, sino que incluye hasta la negación de su elemental derecho a hablar en público, se tienen que buscar, por su contundencia, bastante atrás. Tampoco es la primera vez que frente a la incomprensión de Roma un teólogo elige el silencio a la fuerza. Detrás de la obediencia de Boff está sin duda la coherencia con sus propias creencias, pero quizá también una estrategia de mayor alcance, de cara a una más fecunda locuacidad futura, así como su voluntad de no abandonar para no ceder el terreno ganado dentro, pues en este caso abandonar era la única alternativa al acatamiento.Ante la aceptación de la purga, el Vaticano se ha tenido que limitar a decir que las medidas propuestas han sido aceptadas «con espíritu religioso». Pero nadie puede engañarse: todo sigue igual, aunque con más silencio. Para quienes gobiernan actualmente en Roma, un silencio que no puede tener otro horizonte que la reconversión de Boff o seguir sin devolverle la palabra. Y para el teólogo, la esperanza de tiempos mejores y toda la confianza que pueda proporcionarle la fe, tal como él mismo la entiende. Y en este sentido ya fue muy significativo ‘Uno de los párrafos de su carta de contestación al cardenal Ratzinger, en agosto del año pasado, cuando Roma inició la descalificación de su libro Iglesia, carisma y poder: «De una cosa estoy seguro: prefiero caminar con la Iglesia que ir solo con mi teología; la Iglesia permanece, 1,a teología pasa; la Iglesia es una realidad de fe que yo asumo; la teología es un producto de la razón que discuto; aquélla es madre, con sus arrugas y sus manchas; ésta él sierva, a pesar de su débil luz y su claridad lunar».

Leonardo Boff es un teólogo que se ha esforzado en romper las barreras culturales e ideológicas, intentando suministrar argumentos inteligibles sobre las cuestiones más profundas del espíritu humano. Junto a eso, ha puesto toda su capacidad de análisis y reflexión al servicio de la idea de que la -religión no debe ser asumida como un elemento de alienación o de sumisión, sino como una palanca liberadora del hombre y como un instrumento que contribuya activamente a que la justicia se imponga ya en este mundo. Este mensaje, que Boff deslinda explícitamente del marxismo, resulta excesivo para quienes administran actualmente los poderes del Vaticano, en este tiempo de involución en que se está procediendo a la demolición de una buena parte del espíritu del último concilio. Ante la profunda crisis que padece, y que ayer mismo quedó significativamente reflejada en los incidentes de religión que se vivieron en Holanda, el aparato de la Iglesia católica está buscando la salida por una dirección tangencialmente distinta a las del religioso franciscano, y el mismo acto de obligar a un silencio voluntario no es una anécdota, sino que forma parte del talante que Roma considera necesario restablecer.

Por otra parte, hay que tener también presente la imagen que proyecta la decisión del Vaticano hacia los sectores de la opinión pública mundial que sin ser creyentes se sienten comprometidos con las libertades. Con estas medidas, aunque los actuales responsables de la Iglesia católica queden lejos de las condenas a la hoguera, ponen en entredicho el principio de libertad de expresión que ha sido predicado por los papas desde Pío XII. Una mayor sensibilidad hacia los derechos humanos en sus propios temas sería no sólo deseable, sino que haría a la Iglesia católica inmensamente más creíble y coherente. El silencio impuesto a Leonardo Boff no se libra de la sospecha del miedo que parece atenazar a los actuales timoneles del Vaticano. Porque la que se acalla es una voz que, independientemente de la teología, estaba también al servicio de la causa de los pobres.