6 mayo 2012

La división del voto de la derecha por la fuerza de la candidatura de Marine Le Pen, del Frente Nacional, que se negó a apoyar a Sarkozy, clave para causar el cambio político

Elecciones Francia 2012 – El socialista François Hollande desbanca al derechista Nicolas Sarkozy de la presidencia

Hechos

El 6.05.2012 se celebró la Segunda Vuelta de las elecciones de Francia, que dio el triunfo al candidato François Hollande.

Lecturas

 

EL NUEVO PRIMER MINISTRO

Ayrault Jean-Marc Ayrault será el nuevo Primer ministro, hasta ahora alcalde de Nantes, del Partido Socialista próximo a Hollande, será el nuevo primer ministro del país. En su gobierno destaca Manuel Valls – de origen español – como ministro de Interior.

07 Mayo 2012

Después de 'Sarko', nadie ni nada

Rubén Amón

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Exagerada y sarcásticamente, podría concluirse que las elecciones francesas las ha ganado Rodríguez Zapatero a título póstumo. Tanto había convertido Sarkozy a ZP en la gran amenaza mimética al porvenir del Hexágono que la victoria de Hollande sobrentiende la estrategia fallida y extravagante del presidente francés.

Como penitencia al exorcismo del voraz socialismo español, el porvenir inmediato de Sarkozy es el mismo que desempeña Zapatero. También existe en Francia el Consejo de Estado y también vegetan allí los ex jefes del Estado, de forma que el marido de Carla Bruni podrá confraternizar con Giscard y Chirac a propósito de las experiencias elíseas, aún habiendo permanecido en el poder menos tiempo que ninguno de ellos.

Es la revancha a las ambiciones que se había creado Sarko. Prometió marcharse del Elíseo después de haber cumplido dos mandatos, pero no podía sospechar que su trayectoria providencialista, monárquica, hiperactiva y opulenta iba a truncarse en un solo quinquenio. Ni siquiera cuando anunció en los micrófonos de una emisora francesa el 8 de marzo la amenaza de la espantá: «Si el pueblo elige la otra opción, todo acabará».

El pueblo ha elegido la otra opción, así es que Nicolas Sarkozy ha acatado las obligaciones premonitorias de aquel «todo acabará». Ningún presidente derrotado ha osado a volver a presentarse en la historia de la V República, aunque Sarkozy se atiene a la tradición dejando como herencia una derecha francesa en estado de emergencia.

Empezando porque la primera gran derrota de la carrera de Sarkozy cuestiona su propio liderazgo o, en el mejor de los casos, discute los términos absolutistas que predominan desde el año 2007 en la UMP y que lo habían convertido en el patrón absoluto de la derecha.

Así se desprende de la concentración de poder. Y no sólo la presidencial. También la que implica haber eclipsado a su propio Gobierno. Cinco años después de la victoria irreprochable, los vecinos de Europa, exceptuando los franceses, ignoran que el primer ministro se llame François Fillon o piensan que también se trata de Nicolas Sarkozy.

Reviste interés la anécdota porque ilustra los extremos del presidencialismo y porque convierte a Sarkozy -como él mismo reconoció ayer- en el responsable total de la derrota, más precaria de cuanto auguraban los sondeos y más impermeable aún al desesperado recurso del volantazo lepenista.

Se preguntaba Winston Churchill si podía apelarse al deshonor para lograr una victoria. Nicolas Sarkozy no ha tenido dudas en prostituirse en la alcoba de Marine Le Pen, pero el plebiscito en que se habían convertido estos comicios implica una derrota con deshonor que beneficia escandalosamente al hada madrina del Frente Nacional francés.

Porque ha sido Nicolas Sarkozy quien ha alimentado al monstruo. Lo hizo incumpliendo a medias sus promesas justicieras sobre el modelo de convivencia, inmigración y seguridad. Y volvió a hacerlo en clave oportunista cuando expropió el programa lepenista en la segunda vuelta, llegando a proclamar que la música dodecafónica del Frente Nacional cabía en el pentagrama del armonioso modelo republicano.

Así se explica la satisfacción de Le Pen con estos resultados. Había logrado un botín histórico en el primer turno, pero la derrota de Sarko en el segundo cuestiona además el monopolio del UMP en el ala derecha francesa y la omnipotencia de su condotiero.

Quiere decirse que las inmediatas elecciones legislativas podrían suponer la entrada del Frente Nacional en la Asamblea Nacional, naturalmente a costa del espacio que ocupa el partido sarkozysta y en menoscabo de la reputación de la política francesa.

Semejante emergencia se añade a los movimientos subversivos. Dominique de Villepin y Jean Louis Borloo abrieron el camino de la secesión cuando Sarkozy parecía invencible, mientras que François Coppé, secretario general de la UMP, aprovechó el retroceso del gran jefe en los sondeos para retratar las secuelas de la tiranía: «Sería interesante que pudieran crearse movimientos internos y disponer éstos de los medios necesarios para expresarse en el futuro», se atrevió a decir al afín diario Le Figaro.

Era un síntoma inequívoco del cambio de ciclo, multiplicado después de forma heterodoxa cuando otros ilustres alfiles de Sarkozy abominaron de los ripios a la ultraderecha. Entre ellos, el ministro de Exteriores Alain Juppé, a quien parecía más honesto buscar un acuerdo con el centrista François Bayrou que enfangarse en el discurso de la Francia diferente, amurallada, excluyente y hasta antieuropea con que el presidente de la República trató de reponerse del maleficio de Marine Le Pen.

La fuerza centrípeta que ejercía Nicolas Sarkozy se ha convertido en fuerza centrífuga. Toda la energía que concentraba su poder corre el riesgo ahora de desperdigarse hacia fuera. Ya no sólo con la aparición de partidos satélites ni movimientos desleales. También como respuesta a la incertidumbre que implica la ausencia de una alternativa.

Lo decía El Guerra: primero yo, después nadie, y después de nadie, el Fuentes. Por similares razones de absolutismo y jerarquía, Nicolas Sarkozy no ha permitido que ningún ministro o político pudiera descollar bajo el quinquenio sectario que ha protagonizado en el Elíseo.

El vacío lo convertía a sí mismo en la única solución reconocible, pero, al mismo tiempo, el escarmiento de Hollande en las urnas lo ha deslegitimado y ha abierto en canal la cuestión sucesoria sin tiempo a la fabricación de un antagonista en condiciones de paliar el embrión de la nueva era socialista. Precisamente porque la inercia de la victoria de Hollande podría arrebatar a la UMP el poder y la ambición con que Nicolas Sarkozy pretendía gobernar por sí mismo y por sí solo la década prodigiosa de Francia.

La crisis económica forma parte de las razones de la decepción, pero a diferencia de Zapatero, otra vez Zapatero, no debería abusar de ella como coartada porque existen otros motivos embarazosos. Entre ellos, la distancia entre el mesianismo y los milagros, la crispación de la sociedad francesa, la contradicción entre la hiperactividad y el resultado, la opulencia estética y el desprecio con que la liebre no advirtió la resistencia ni la paciencia de la tortuga. Lo había escrito La Fontaine en una fábula premonitoria.

07 Mayo 2012

Europa invertebrada

Fernando Sánchez Dragó

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Los telediarios dan cuenta todos los lunes del saldo de muertes en carretera que arroja el fin de semana. En sus redacciones deben de estar frotándose las manos, pues cabe esperar que entre los muertos de la medianoche figure un cadáver más grande que el Amadeo de Ionesco. Identificarlo será fácil: se llama Unión Europea, esa criatura aún teenager surgida del sueño goyesco de la razón de estado que tantos monstruos engendra. Nació tarada y ningún médico de la res publica ha conseguido enderezar su salud. Si Hollande se instala en el Elíseo, cosa que aún me resisto a creer, Europa será a partir de tal mudanza una parapléjica con el espinazo quebrado a la que no le quedarán más salidas que las de la eutanasia, el harakiri o la voladura.

Merkozy, gústenos o no tan denostado logo, es la columna vertebral de un proyecto innecesario que ahora llega a su fin. No seré yo quien lo lamente, pero tampoco me alegrará el desbarajuste que se avecina. Lo de Grecia importa menos, pues si sus ciudadanos deciden volver al dracma, la salud del euro mejorará y la de Bruselas también. Lo de Francia, en cambio, puede ser el golpe en la nuca del conejo europeo. Quedaría éste, si los socialistas ganan, literalmente partido por el eje, como esos coches despanzurrados que la tele y la propaganda institucional exhiben.

Hollande es un zapaterito, un precioso ridículo, un personaje de Molière, un político sin atributos, un demagogo tan blando como el queso de Brie, un beignet à la crème. Da grima verlo y escucharlo. No es que Sarkozy me vuelva loco ni creo que entusiasme a muchos, pero es, por lo menos, un líder, y esa medicina es la única capaz de retrasar el entierro de Europa, aunque no de evitarlo. La gente, sépalo o no, quiere que vuelva Churchill, que llegue alguien con la autoridad y la sinceridad necesarias para pedir sangre incruenta, sudor a mares y lágrimas que sean como las de una Escarlata O’Hara decidida a reconstruir lo que el viento de la crisis se ha llevado. Nadie negará esa virtud al musculoso Sarko, por muchos defectos que le atribuyan. Me resisto a creer, ya dije, que nuestros vecinos, siempre tan cartesianos, tan burgueses, tan conservadores, tan imbuidos de bon sens, entreguen a un bobo ilustrado las riendas de su país, pero también Cataluña era famosa por su seny, y ya ven. Après Hollande, le déluge. ¿Me despertaré mañana, por hoy, en una Europa difunta? Yo no puedo despejar esa incógnita. Ustedes ya conocen la respuesta.

07 Mayo 2012

La complicada cohabitación Hollande-Merkel

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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NUNCA unas elecciones presidenciales en Francia habían tenido tanta repercusión en Europa. Ayer los ciudadanos del vecino país eligieron a François Hollande para presidir la República durante los próximos cinco años, castigando el personalismo y la gestión de Nicolas Sarkozy. La victoria del candidato socialista rompe la hegemonía que ha tenido el centro-derecha en la última década y suscita dudas sobre la cohabitación con la canciller Angela Merkel, con la que Sarkozy impulsó el acuerdo de unión fiscal y las políticas de austeridad presupuestaria. Hollande ha dejado muy claro en su campaña que quiere renegociar ese acuerdo con Merkel, ya que es partidario de anteponer el crecimiento económico a la lucha contra el déficit mediante la emisión de eurobonos y programas comunitarios de inversión.

Veremos hasta dónde llega la capacidad de Hollande de influir sobre la política europea que gravita hoy sobre Alemania, pero hay que recordar que el eje París-Berlín lleva funcionando sin grietas más de dos décadas. Por ello, Hollande suavizó su discurso en las últimas semanas, dejando abierto un entendimiento con la canciller.

Esa cohabitación será complicada porque el nuevo presidente francés ha rechazado los recortes sociales y ha prometido la vuelta a la jubilación a los 60 años con determinadas condiciones, la actualización del salario mínimo, la reducción del peso de la energía nuclear, la contratación de 60.000 nuevos profesores y fuertes exenciones fiscales para las empresas que contraten a jóvenes sin empleo. Pero Hollande se ha comprometido también a bajar el déficit al 3% en 2013 y a llevarlo al equilibrio al término de su mandato. Habrá que ver cómo concilia este objetivo con sus programas expansivos de gasto. Ayer mismo ya prometió que no sacrificará el Estado del Bienestar: «La austeridad no puede ser una fatalidad».

Hay quien piensa que las políticas que propugna Hollande pueden contribuir a que la UE flexibilice sus exigencias hacia España en materia de déficit. Eso sería bueno para Rajoy, pero es todavía más importante la ayuda que el nuevo presidente francés pueda prestarle en la búsqueda de una solución global para el problema de la deuda y su respaldo a que el BCE siga aportando liquidez al sistema. Todo indica que el nuevo inquilino del Elíseo mantendrá una buena relación con el Gobierno de Madrid, aunque el PSOE tiene motivos para estar satisfecho, ya que puede aferrarse a la idea de que el giro político en Francia marca un cambio de tendencia hacia la izquierda en Europa. Por otro lado, la derrota de Sarkozy facilita una entente de Rajoy con Merkel, dado que son los dos únicos grandes Gobiernos de centro-derecha que han ganado las elecciones en la zona euro.

Como ha sucedido en otros países, el electorado ha pasado factura a Sarkozy por el malestar social suscitado por la crisis. Pero también es cierto que los ciudadanos han confiado en la palabra del candidato socialista, que ha hecho una campaña en la que se ha presentado como una persona razonable, dialogante y que huye de los extremismos. Su estrategia ha tenido éxito frente a la arrogancia mostrada por Nicolas Sarkozy, que intentó caricaturizar a su rival como un dirigente incompetente y desconocedor de los asuntos de Estado.

Podría decirse tal vez que más que ganar Hollande ha perdido Sarkozy por el creciente descrédito de su figura ante los franceses, que le han castigado por su personalismo, su afición al lujo y las malas compañías de las que se ha rodeado. El ex presidente carecía de la grandeur de De Gaulle o Mitterrand y de la credibilidad de Chirac.

A pesar de su discurso radical contra la inmigración musulmana, Sarkozy no ha conseguido el apoyo suficiente de los votantes de Marine Le Pen, que tiene ahora la oportunidad de consolidar su avance en las elecciones legislativas de junio. A ellas concurrirá la UMP con un nuevo líder puesto que el candidato de la derecha había anunciado que se retiraría de la política en caso de derrota.

Se abren «nuevos tiempos» en Francia y probablemente en Europa, como dijo anoche el vencedor. La cuestión es si será para bien porque Hollande logra estar a la altura de las expectativas que ha creado o será para mal si no es capaz de entenderse con Merkel.