26 junio 1993

Sus rivales, Ahmad Tovakoli, Abdullah Jaabi y Rajbalio Taheri resultaron ser menos comparsa

Elecciones Irán 1993 – Rafsanjani logra ser reelegido presidente en una votación marcada por el desinterés por ausencia de opositores

Hechos

El 11.06.1993 Irán proclamó a Rafsanjani, Presidente de Irán, ganador de las elecciones.

16 Junio 1993

Rafsanyani, reelegido

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL PASADO viernes fue reelegido presidente de la República Islámica de Irán Alí Akbar Rafsanyani, personaje que en su momento fue definido como «aperturista» o liberal, con todos los matices que tal denominación puede significar en un sistema político-religioso de las características del iraní. El hecho de que acudiera a las urnas poco más de la mitad de los votantes y que, de ellos, apenas el 63% se inclinara por Rafsanyani muestra más un cansancio de la población con respecto a una revolución extremadamente dura que la voluntad del Gobierno de relajar los postulados de aquélla. Ni siquiera las instrucciones del líder espiritual iraní, el ayatolá Alí Jamenei, consiguieron estimular el ardor político de la ciudadanía.De los tres candidatos a la presidencia restantes sólo Ahmad Tavakoli, ex ministro de Trabajo y candidato conservador poco conocido, consiguió un número de papeletas significativo: el 24% de los votos, que sí son indicativos del descontento de la población. Su candidatura era apoyada, se dice, por los principales clanes del bazar, la todopoderosa sede de la actividad comercial que ya estuvo en la base de la caída del sah hace tres lustros.

Rafsanyani tiene un problema doble: mantener la pureza de la revolución religiosa y hacer lo posible por proceder a una reforma económica sin la que Irán arriesga la ruina: la ortodoxia lleva al estancamiento económico. No hay nada de liberal en el dilema; sólo pragmatismo. Le va en ello la continuidad al frente de la República. En realidad, el presidente comparte el poder con una complicada estructura religiosa a la que tiene que convencer, paso a paso, de la necesidad de superar las dificultades económicas. El problema tiene diversas causas: las secuelas de una década de guerra contra Irak que dejó el país en ruinas; la absoluta ineficacia en el control de la economía ejercido por clérigos colocados al frente de gigantescas e inoperantes empresas estatales; el estado de postración industrial; una inflación del 40%, de una deuda a corto y medio plazo de 30.000 millones de dóláres (3,5 billones de pesetas), y una legislación sobre las inversiones extranjeras que más parece destinada a alejar el capital foráneo que a atraerlo. Raflsanyani, consciente de que existe un riesgo verdadero de revolución social, quiere reformar la economía y abrirla a las inversiones extranjeras sin que por ello pueda parecer que Irán se abre o claudica a la mentalidad occidental.

Pero se trata de factores difíciles de mezclar. Imposibles, en realidad, lo que sitúa a Irán en un papel marginal en un mundo con el que sólo podría establecer alguna relación importante si abdicara de un principio de funcionamiento que le es consustancial: la voluntad de extender la revolución islámica, imponiendo la pureza intocable de un sistema que, por ejemplo, ha hecho de Salman Rushdie una víctima incomprensible de la intolerancia religiosa. Este principio justifica la acusación de que el Gobierno de Teherán es el motor del terrorismo internacional y de los movimientos de reivindicación política violenta (al estilo de Hamas en los territorios palestinos ocupados y de Hezbolá en Líbano). El renovado presidente tiene un largo camino que recorrer.