12 junio 1990

El país se encuentra destrozado por la crisis económica

Elecciones Perú 1990 – El populista Alberto Fujimori (Cambio 90) gana por sorpresa al liberal Mario Vargas Llosa

Hechos

El 12.06.1990 se hizo público el resultado de las elecciones presidenciales en Perú.

Lecturas

Las anteriores elecciones fueron en 1985.

Las siguientes elecciones fueron en 1995.

12 Junio 1990

El Cambio 90 de Fujimori

DIARIO16 (Director: Justino Sinova)

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Los electores peruanos han concedido una victoria abrumadora al candidato Alberto Fujimori, quien será investido oficialmente presidente de la República el próximo 28 de julio, el mismo día que cumple cincuenta y dos años.

Frente a la revolución liberal y los proyectos de modernización del país que propugnaba el candidato rival, Mario Vargas Llosa, el electorado ha preferido el populismo esgrimido por ese hijo de inmigrantes japoneses, que finalmente se ha decantado por una política de centro, aunque tanto su programa como su futura actuación política son una completa incógnita . Lo único cierto es que el slogan de Fujimori – “Honestidad, tecnología y trabajo” – ha calado entre el pueblo. Hace unos meses era un total desconocido, incluso para sus compatriotas. Se ha gastado en su campaña electoral apenas 190.000 dólares, frente a los más de doce millones de su competidor, sin duda alguna el peruano con mayor proyección internacional.

¿Qué ha pasado para que se haya producido este resultado? Perú es uno de esos países que tanto proliferan en Iberomaérica, en donde la situación ha llegado a un punto de paroxismo total. El país está al borde del precipicio. Con una inflación de 5.200 por 100 en tan sólo el primer semestre del año y una caída del poder adquisitivo de los salarios en torno al 40 por 100 en el primer trimestre de 1990, la situación se ve agravada por el marco político, con la guerrilla de Sendero Luminoso ha costado más de cuatro mil millones de dólares, equivalente a una sexta parte de la deuda externa peruana.

La situación es un laberinto del que resulta extrañamente difícil escapar. En los últimos comicios presidenciales el electorado llevó a la máxima magistratura de la República a Alán García, portavoz de un progresismo de izquierdas, que asumió el poder en un ambiente de cierta esperanza y que al final ha llevado al país a la peor crisis económica de su historia.

Frente a García se levantó el candidato sorpresa, el eximio novelista Vargas Llosa, quien ha fracasado en su propósito de contactar con las masas populares del país. Vargas Llosa ha sido el candidato distante, burgués, portaestandarte de un liberalismo salvaje, que propugnaba una medicina de caballo para sacar el país de su bancarrota.

Y frente a estos maximalismos de Vargas Llosa, al final ha prevalecido la fuerza de este ingeniero agrónomo que ha acertado en hacer llegar su mensaje de atajar el desempleo y equilibrar el poder adquisitivo de los trabajadores. Desde un principio ha rechazado la política de ‘shock’ económico defendido por Vargas Llosa, aunque ningún experto en economía se atreve a pronosticar la viabilidad del programa de Fujimori, por otra parte tan lleno de interrogantes.

Por de pronto el candidato vencedor ha pedido la colaboración de todos: “La situación crítica del Perú exige un esfuerzo extraordinario. Pero creemos que el país podrá salir adelante con un espíritu de unidad nacional y trabajando todos juntos”. De inmediato la reacción de Vargas Llosa no ha podido ser más solidaria y ha pedido a sus seguidores que olviden los resentimientos y rencillas surgidos en la campaña electoral, de manera que se restablezca la armonía y el espíritu de coexistencia “con el fin de que se consolide la frágil democracia peruana”, que podría sufrir un golpe posiblemente definitivo si fracasara la gestión del nuevo presidente.

Fujimori, de cualquier manera, va a tener que gobernar mediante consenso, ya que su partido, Cambio90, apenas tiene fuerza en la composición de las Cámaras legislativas. Posiblemente tanto la izquierda como la derecha presten su apoyo a esta personalidad enigmática que en cuestión de unos meses ha dejado de ser un desconocido ciudadano para convertirse en una de las mayores sorpresas del panorama político iberoamericano, un continente cansado de fracasos y experimentos, abrumado por los problemas y enfrentado a la insolidaridad internacional.

12 Junio 1990

La incógnita Fujimori

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Mario Vargas Llosa, candidato derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Perú el pasado domingo, afirmó hace dos años que, de ser inglés, no dudaría en votar por Margaret Thatcher. Probablemente, en esta convicción ideológica, defendida de modo esquemático sin tener en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar, pueda encontrarse el germen de su fracaso. Las recetas que ha propuesto como candidato de la derecha peruana no eran sino la fría traducción de fórmulas económicas liberales británicas a una realidad radicalmente diferente. Y, así, el hombre que abandonara el marxismo por su rechazo del doctrinarismo ha acabado su carrera política corno un doctrinario de signo contrario. Pero su derrota no le invalida como pensador comprometido ni le desprestigia como político; al revés, suscita admiración por un intelectual que ha sabido ser consecuente con sus ideas. Sin pretenderlo, Vargas Llosa ha resultado más consecuentemente sartriano, en lo que hace al compromiso del intelectual crítico, que muchos discípulos del autor de Las manos sucias.

Ha ganado los comicios Alberto Fujimori, el candidato de una agrupación casi misteriosa, Cambio 90, mezcla de tecnocracia, populismo y apoliticismo, surgida poco antesde la primera vuelta de los comicios, a principios de abril pasado. Ahora, confirmando su imparable ascenso en los comicios definitivos del pasado domingo, Fujimori sumó a los votos que ya tenía los del APRA de Alan García y algunos de los que están más a la izquierda.

En los dos meses que han mediado entre ambas vueltas electorales, los adversarios de Vargas Llosa han conseguido que las fórmulas de éste parecieran recetas impropias de un país del Tercer Mundo en el que la mayoría ya está acostumbrada a un sacrificio extremo. Los fantasmas del ajuste económico ortodoxo y del Fondo Monetario Internacional han sido agitados, con éxito, para quitar votos al candidato de la derecha peruana. Pero no han hecho públicos los proyectos alternativos con los que administrar un país agobiado por la quiebra técnica y las desigualdades extremas. En realidad, a Fujimori le ha bastado con oponer simples formulaciones populistas a las promesas de Vargas de más dificultades antes de mejorar, que el pueblo peruano, por fuerza, entiende mal.

Para valorar el futuro que le esperá a Perú es imprescindible esperar y ver qué tipo de política concreta será practicada y por quiénes. La demagogia de Fujimori es un reflejo del populismo suramericano, cuyos desastrosos efectos son conocidos desde hace tres o cuatro generaciones. Perú se hunde por el peso del subdesarrollo, de la guerrilla, de la invertebración social, del narcotráfico y de la avaricia de unos pocos. Para acabar con estos males se necesitan algo más que frases. Porque es muy posible que Fujimori tenga que acabar aplicando una política de choque muy similar a la que demandaba Vargas Llosa.

12 Junio 1990

El ingeniero gana, el escritor pierde

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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SIN el apoyo de un partido vertebrado y encardinado en la sociedad, sin un programa suficientemente estructurado y contrastado con la realidad, sin experiencia en las lides políticas, el ingeniero Alberto Fujimori ha logrado la victoria en las presidenciales de Perú, dejando en la cuneta el triunfalismo anogante del escritor Mario Vargas Llosa. El electorado peruano ha rechazado tanto la verborrea de los políticos profesionales como la elitista demagogia de un candidato intelectual. Aparentemente, la victoria de este «nissei», hijo de inmigrantes japoneses, representa la apuesta de los electores por una alternativa diferente, que supera la polarización del voto hacia las tradicionales opciones de derecha e izquierda. El presidente Alan García ha llevado al país a una situación caótica, mientras que Vargas Llosa ha terminado por representar una opción crudamente conservadora en un país sacudido por la miseria y el desempleo. Sin embargo, los observadores no dejan de advertir el apoyo que Fujimori ha obtenido, por ejemplo, de las televisión estatal, lo que le convertiría en una especie de pantalla transitoria del propio García, dispuesto a volver a la arena política en las próximas elecciones con su discurso izquierdista. Fujimori se enfrenta a un país hecho jirones, agobiado por la pobreza, el narcotráfico, el control militar y la presión terrorista de Sendero Luminoso, por no hablar de la influencia perceptible de los Estados Unidos. Un país, pues, en quiebra social y política, con diversos centros de poder real y, por tanto, muy difícil de gobernar. La libanización de Perú es más que probable si Fujimori, pese a sus proclamas anteriores, no intenta una política de integración. Tras su triunfo electoral, el ingeniero Fujimori ha abierto las puertas a la idea de un gobierno de unidad nacional, donde podrían estar presentes incluso los conservadores del Fredemo de Vargas Llosa. En el mapa internacional, los gobiernos de coalición aparecen como solución inevitable para salir de las crisis profundas. Una política orientada hacia la izquierda, aunque fuera desde el centro, agudizaría los conflictos en Perú. Por otra parte, Fujimori se ha negado a una terapia de choque sobre la maltrecha economía peruana, política propuesta por su rival Vargas Llosa. Si Fujimori no adopta medidas económicas drásticas difícilmente podrá contar con el empresariado peruano, lo cual es esencial para sacar adelante una política basada en los acuerdos. La supervivencia, pues, de Fujimori aparece ligada a una corrección pragmática de sus postulados electoralistas, si no quiere, pasado el momento dulce de su victoria electoral, enfrentarse a la imposibilidad práctica de gobernar un país fragmentado por su dependencia respecto a muy distintos centros de poder. Fujimori ha ganado con un discurso de rechazo de la clase política tradicional, pero todo hace pensar que, forzosamente, tendrá que entrar en su andadura en los cálculos de entendimiento político inevitables. Queda ahí el testimonio de su victoria, pero ahora comienza la hora de la verdad.

28 Julio 1990

Flores y veneno

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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HOY, SÁBADO, jurará su cargo como presidente de Perú Alberto Fujimori, sin duda una de las revelaciones más sorprendentes de la política latinoamericana. Públicamente conocido desde hace sólo seis meses y con una campaña electoral basada en la indefinición programática y en el populismo, consiguió acceder democráticamente a la presidencia de una de las repúblicas latinoamericanas más depauperadas. Ha vencido electoralmente a toda la izquierda -incluida la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), del ex presidente Alan García- y al candidato conservador Mario Vargas Llosa.La derrota del escritor ha puesto de relieve la permanente impopularidad de las fórmulas importadas para el Tercer Mundo por el monetarismo conservador. La oferta de Vargas Llosa, apoyada por la derecha acomodada, fue desestimada por los electores, que prefirieron claramente la fórmula del monetarismo atenuado que les ofrecía Fujimori. Poco a poco, y siempre dentro de lo inesperado, se ha ido desvelando la oferta del candidato elegido. El presidente ha optado por un peculiar Gobierno de unidad nacional en el que el pragmatismo se impuso a la ideología.

Enfrentado con un Parlamento sin mayorías y repartido casi matemáticamente entre su propio movimiento -Cambio 90-, el Fredemo -que apoyó a Vargas Llosa- y la izquierda del APRA y otros grupos, Fujimori ha tomado tres decisiones espectaculares. En primer lugar, ha nombrado primer ministro y ministro de Economía a Juan Carlos Hurtado Miller, un político conservador procedente de un partido que apoyó al Fredemo. En segundo lugar, y para evitar connotaciones de favoritismo, no escogió a integrantes de su improvisado partido, Cambio 90. Por último, conformó un Gobierno recabando la colaboración de, entre otros, una mujer, tres militares constitucionalistas y tres militantes de izquierda moderada. En el trayecto han quedado los siete economistas de Cambio 90 -conocidos como los siete samuráis- que, tras formular la nueva política económica, renunciaron hace días a dirigirla para dejar así las manos libres al presidente. La situación parece exigir un Gobierno de unidad para hacer frente a un futuro muy complejo, con problemas de la entidad de la catástrofe económica interior, el peso de la deuda exterior, el reto de la economía paralela de la droga y la desestabilización social del grupo terrorista Sendero Luminoso. Larga, sacrificada y dura tarea la que espera al presidente peruano, que hoy hereda una vara de mando más envenenada que florida.