3 febrero 1987

El que fuera jefe de la Prensa del Movimiento considera que EL PAÍS de Polanco y Cebrián ha logrado más poder mediático que nadie y que si logran tener un canal de televisión podrían tener un poder mayor al del Gobierno

El franquista Emilio Romero asegura en ÉPOCA que Juan Luis Cebrián es el periodista más poderoso de España

Hechos

El 16.02.1987 D. Emilio Romero dedicó un reportaje en la revista ÉPOCA al director de EL PAÍS, D. Juan Luis Cebrián.

25 Enero 1985

EL CAMBIO, TODAVÍA

Juan Luis Cebrián

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Si, repuesto de sus recientes viajes por el Mediterráneo, Felipe González dedica a la meditación el descanso dominical de hoy, no tendrá dificultades en descubrir los perfiles de la crisis política que padece este país. No es todavía una crisis institucional, aunque puede serlo, ni están sonando las trompetas del Apocalipsis. No se ve amenazada a corto plazo la mayoría parlamentaria y la economía ofrece signos de buena salud, aunque no todos los bolsillos sean testigos de ello, y las cifras del paro son abrumadoras ¿De qué crisis me hablan entonces?, podría preguntarse a sí mismo, en la tentación recrecida de suponer que los periódicos y la calle exageran, dado que la mayoría social sigue apoyándole. Pero en realidad este país no está siendo gobernado, esa mayoría social no es atendida y el sistema de representación política sigue contribuyendo a la reedificación de las viejas dos Españas: la real y la oficial. Por eso, el movimiento estudiantil recoge simpatías cada vez más amplias, en tanto que simboliza un estado de ánimo mucho más general.Si bien lo mira, el presidente González tiene ante sí un panorama nada halagüeño: ni en la política interior, ni en la exterior ni en la económica, parece efectivamente existir una conducción. La presencia de los estudiantes en la calle y de los policías disparando contra ellos no es la mejor prueba de imaginación política. Y el mes de enero ha transcurrido sin que dos grandes temas pendientes hayan progresado lo más mínimo. Me refiero a la cuestión de Euskadi y a los interrogantes en torno a la sucesión de Fraga. En ambas cosas, se me dirá, no son los socialistas principales responsables (y no lo son en absoluto de las luchas fratricidas en AP). Pero sí se les puede acusar de coautores de muchos de los yerros que las han originado.

 Igual o más preocupante es la situación en los asuntos exteriores. El Gobierno se enfrenta casi a la vez con Estados Unidos, con el Reino Unido y con Marruecos en batallas de las que reiteradamente sale poco airoso. Al mismo tiempo, a los socialistas se les ha indigestado la derrota en el Parlamento Europeo haciéndoles vomitar toda clase de declaraciones estúpidas o arrogantes, según los casos, sobre el valor del patriotismo y cosas de ese género. El resumen es que la cuestión de Gibraltar está peor que estaba; Hassan reclama en público a don Juan Carlos sobre Ceuta y Melilla, y -por mor de la negociación sobre las bases- nos encontrarnos en conflicto con quien sobre el papel resulta ser nuestro principal y más poderoso aliado.

Por último, en la política económica. hemos asistido a un espectacular enfrentamiento en el seno del Ministerio de Economía con motivo de las afirmaciones y los desmentidos en torno a una próxima reconversión industrial, sin que del sonrojante espectáculo de contradicciones que los responsables gubernamentales han protagonizado se haya derivado consecuencia alguna para nadie.

Mientras estas cosas suceden, el Parlamento está cerrado todavía, y el portavoz del Ejecutivo no ha dado una sola conferencia de prensa en lo que va de mes, con lo que todo lo que la opinión pública percibe son frases inconexas, extraídas de las comparecencias junto a visitantes extranjeros de Felipe González o de comentarios ocasionales en sus viajes. Hemos vuelto a leer entre líneas los discursos oficiales como no se hacía desde años atrás, por ver si así nos enteramos de algo de lo que pasa. Y también de algo de lo que piensa un presidente de Gobierno que tiene desde hace días la capital de su país casi paralizada por miles de adolescentes sin que dé la cara nadie que tenga rango de representación política, o sea, que haya sido elegido por los ciudadanos para gobernarles.

Cuando digo que esta acumulación de hechos configura una crisis política no es, sin embargo, porque la suma de realidades más o menos graves arroje un resultado insoportable para el Gobierno, sino porque las más de ellas se derivan de -o ponen al descubierto- los defectos del sistema de representación y de relación entre Gobierno y gobernados en nuestro país. Estos defectos atañen, por un lado, al funcionamiento de las leyes electorales y del reglamento de las Cortes, que desfiguran la representación parlamentaria y aniquilan casi totalmente su efectividad. El barullo en el que se halla inmersa la derecha es, en gran parte, fruto de la pertinaz política de González y Fraga tendente a implantar un bipartidismo imposible en un país que se rige constitucionalmente por el sistema proporcional. El mantenimiento de esa política -con su exigencia en los comicios de listas cerradas y bloqueadas-, la férrea disciplina interna de los partidos y la devaluación del papel de las Cortes que establece su propio reglamento ha llevado a éstas a convertirse en algo cada día más ajeno a los intereses populares. Por eso no puede sorprendemos tampoco la incapacidad de los socialistas para resolver una situación como la vasca, que las urnas se encargan de diseñar de manera diferente a la que ellos imaginan de antemano. ¿Dónde han quedado las apresuradas proclamas de José María Benegas presentándose como inevitable lendakari la misma noche de las elecciones y las exageradas promesas de un nuevo amanecer en Euskadi de la mano de un Gobiemo dirigido por el PSOE?

Pero si todo conspira para mantener al Parlamento alejado, a un tiempo, de las gentes y del control de los actos políticos, no es por casualidad. Esa misma situación se reproduce en el seno de los partidos, y notablemente en el del socialista, donde su monolitismo evita todo debate que irrite al poder. Y en la opinión pública, abrumada desde hace días por la constante presencia de Felipe González en los telediarios, aunque de esa presencia no se derive nunca una respuesta o una aclaración a los interrogantes de la calle. El PSOE es, por lo mismo, cada día más, una máquina de ganar elecciones o de generar empleos políticos, y cada día menos, un lugar de definición o de reflexión sobre cómo y para qué se ha de gobernar. O sea, que no es sorprendente que el poder se explique tan poco -y tan mal- sobre lo que está sucediendo. Basta suponer que en realidad no tiene gran cosa que decir. Pero si fuera del PSOE todo es desierto y confusión, y dentro, silencio, miedo o estupor, habrá que convenir entonces que es verdad lo de la crisis. Por decirlo en dos palabras: no sabemos bien adónde se dirige el Gobierno, o si es que se dirige a alguna parte.

Si esto fuera una autocracia, la cosa no iría más allá. Pero un gobernante demócrata necesita el apoyo y la comprensión de la opinión pública tanto o más que el triunfo matemático en las urnas. Hay demasiados síntomas de que los dirigentes socialistas son presas de una creciente tendencia al aislamiento de la sociedad civil. Se muestran, a las claras, temerosos del fortalecimiento de ésta, en cuanto supone una limitación del poder, y han sido, en cambio, muy proclives al reforzamiento del aparato del Estado y a su instrumentación. De manera que triunfan en palacio, pero pueden perder la calle. Si la protesta de los estudiantes reúne una gran cantidad de asentimiento social, no es sólo porque son jóvenes o porque sus reivindicaciones resulten atrayentes. Muchos adultos ven, sin duda, en ellos el anuncio de un tiempo diferente e imparable. Ése que el hoy presidente del Gobierno definió un día con el entusiasmo y el énfasis del cambio, quizá en la creencia ingenua -o pretenciosa- de que también esto, el cambio mismo, pertenecía al exclusivo acervo de su política y de su partido.

Juan Luis Cebrián

16 Febrero 1987

EL EXPLOSIVO NUCLEAR DE JUAN LUIS CEBRIÁN

Emilio Romero

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Echó a andar en la profesión periodística a mi lado, y luego se fue a otro periódico, en el que ya empezó a despuntar. Su padre fue un periodista relevante en el régimen anterior, Vicente Cebrián, y su hijo Juan Luis se orientaba, o se inclinaba, hacia el propósito de la democracia, tras aquel régimen y con ideas radicales. Era de un izquierdismo intelectual y literario, y todo eso fue a más, desde la restauración y literario, y todo eso fue a más, desde la restauración de la democracia en adelante. Publica artículos firmados de tarde en tarde, y no frecuentemente, aunque es obligado adjudicarle eso que los directores de los periódicos tienen la obligación de hacer, como es la inspiración, sugerencia y autoridad en las áreas de la opinión (los editoriales) y la información. En todo esto, la consecuencia de Juan Luis Cebrián es impresionante. La valoración de la primera página, el modo de ver las cosas de los corresponsales en el extranjero, el agrado constante por esto, o la reticencia permanente con aquello, es una actitud invariable. Y después, la valoración de las noticias, la selectividad de los colaboradores de la página noble, la receptividad de otras colaboraciones para la tribuna abierta, y el cuadro de los escritores de su última página, es un conjunto armónico, que no deja nada a la improvisación, a la casualidad o a la fatalidad; y el periódico EL PAÍS es la expresión de una izquierda pontificia, sobre las iglesias diferentes de los partidos políticos y de los sindicatos obreros. Sus páginas especiales, y sus páginas económicas, tienen todas ellas el cerebro de la intención en la mente política, o filosófica, o ideológica, o especulativa hacia la izquierda, de Juan Luis Cebrián.

A mí me gusta celebrar el talento allí donde se encuentre, sin mezclar las opiniones. Yo escribí en los comienzos de la transición democrática en la página noble de los colaboradores, pero una sola advetencia de Juan Luis respecto a que, de los cuatro artículos mensuales, dos tenían que ser literarios y dos políticos, me descubrián que alarmaba mi pluma política ante esa frecuencia de cuatro artículos todos los meses; y que quería reducirse mi volcán y compensarlo con una brisa. Entonces me marché del todo y comprendí perfectamente a Juan Luis. Yo fui más liberal en mi tiempo de director con todos, pero este tiempo nuevo era de clasificaciones, y no de universalismos. Nunca estuve, en el periodismo, ilusionado con la derecha, que me pareció siempre remolona respecto a los mandamientos de la época; ni con la izquierda, por la noticia que tenía de sus cadáveres, y el tiempo me ha dado la razón. Me refiero a los comportamientos políticos e ideológicos. Estar de una manera exclusiva en una publicación, en la democracia, exigía actitudes parecidas a la confesionalidad. Por eso busqué publicaciones en la atmósfera fundamental del periodismo, y no he sido otra cosa que un partisano.

Juan Luis, temido

La nota más original de Juan Luis Cebrián es que resulta temido – y, secretamente, mal tragado – por los personajes políticos de todas las ideas, y ocurre que al tiempo es admirado y solicitado, porque necesitan la información o la noticia en EL PAÍS. Agradecen la buena opinión con amor y les duele hasta el alma la crítica o el desdén. No he conocido, en mi tiempo profesional, que es casi toda mi vida, un periódico que fuera ‘cuarto poder’ exactamente como es EL PAÍS en la democracia actual. Dicen que en el pasado lució el periódico EL SOL, pero sólo en los niveles de influencia intelectual. Fueron también influyentes otros títulos, y entre ellos ABC y EL DEBATE. Pero nunca fueron ‘cuarto poder’. En el régimen del General Franco, parecía, inicialmente, que el periódico ARRIBA podría ser esa expresión de ‘cuarto poder’. Pero era solamente el periódico de la Falange, y esta organización era solamente una gran fuerza de influencia en los primeros años, pero nunca de influencia exclusiva. En los últimos veinte años de aquel régimen, la influencia exclusiva. En los últimos veinte años de aquel régimen, la influencia, y no el poder, estuvo en estos cuatro periódicos: ABC, LA VANGUARDIA, PUEBLO y YA. Pero ninguno de ellos alcanzó nunca la intimidación hacia los diferentes Gobiernos, y el pánico en el poder y en las fuerzas políticas, que EL PAÍS.

Naturalmente, este periódico escora a la izquierda, porque ése es su territorio político o intelectual. Algunos le adjudican la calificación agresiva de ‘prosoviéticos’ porque es, efectivamente, más templado en sus juicios, o menos crítico, que lo que resulta en sus apreciaciones de aquellos países en manos de la derecha política. Y, especialmente, su ojeriza principal es contra los Estados Unidos, y la figura más irritante para su redacción es la del presidente Reagan. Es también especialmente cruento con los países americanos con dictaduras militares blanccas, mientras que es laudatorio o silencioso de aquellos otros con dictaduras rojas. También hay que decir, objetivamente, que ejerce alguna crítica contra esos regímenes de su predilección, o de su aceptación, pero lo hace a la manera de los buenos reporteros, y que es con el adorno, para que todo parezca o se reciba bien. Y como resulta sorprendente, y al tiempo natural, la publicidad invade las páginas de este periódico y todo eso constituye un éxito periodístico y económico. Es una empresa colosalmente afortunada y bien llevada.

La gran prueba

La gran prueba consistía en ver los comportamientos del periódico con el socialismo en el poder. Y otra cosa que hay que decir, antes de seguir adelante: la otra gran personalidad de este periódico es la de su empresario, Jesús de Polanco. Así es que EL PAÍS tiene dos cerebros que se conjuntan en los propósitos, y se bifurcan en las obligaciones. Jesús de Polanco va a favor de corriente y Juan Luis Cebrián es quien establece el caudal. Los adversarios periodísticos de EL PAÍS califican a este periódico de gubernamental. Nada de eso. No sería gubernamental de nadie jamás. Lo que sucede es que, con sus equipos de dirección y de redacción, tiene las cosas más difíciles con la izquierda en el poder que con la derecha. Por eso la línea editorial – que es brillante y muy especializada – hace el papel de las margaritas desde 1982: sí, no; o no, sí. Hay días de jabóny días de crítica. Hay satisfacciones al socialismo, con zurriagazo a la derecha o a algunos gestos comunistas; y hay un temario inagotable de sugerencias y de advertencias. Y su ‘Tribuna Libre’ es impecable. Escribe a veces la derecha y, frecuentemente, la izquierda; y hata los elucubrantes tienen asiento o posada.

Dicen los suspicaces que cuando tuvo Felipe González encima de la mesa el asunto de la televisión privada, EL PAÍS bajó su tensión respecto al socialismo, porque era un aspirante. Y aquellos estuvo a punto de alcanzarse. Ocurrió que Felipe González abrió de par en par los cofres de su conciencia y se hizo la siguiente reflexión: si EL PAÍS es ya un cuarto poder, y además tiene un de las principales cadenas de radio, como la SER, y si pone en movimiento una televisión privada, entonces el conjunto de todo esto es más importante que el Gobierno de la nación. El presidente cerró su reflexión y aplazó las cosas. Esto es tan verdadero como que uno tiene que morirse. Ahora no sé lo que pasará. Pero en el caso que el histórico día del 25 de enero de 1987, Juan Luis Cebrián escribía y publicaba un artículo firmado en el periódico que dirige, y del cual voy a reproducir estos párrafos:

«Este país no está siendo gobernado, esa mayoría social no es atendida y el sistema de representación política sigue contribuyendo a la reedificación de las viejas dos Españas: la real y la oficial».

«Igual o más preocupante es la situación en los asuntos exteriores. El Gobierno se enfrenta casi a la vez con Estados Unidos, con el Reino Unido y con Marruecos, en batallas de la que reiteradamente sale poco airoso (…)

Una bomba

Este artículo era toda una bomba. Nadie, ni siquiera en los periódicos escorados hacia la derecha, había escrito nada tan fulgurante y tan demoledor sobre el socialismo en el poder. Si debajo de este artículo hubiera aparecido como firmante cualquiera de los columnistas situados fuera de la órbita del socialismo, no habría representado un explosivo. Sería un hecho natural. Pero el autor obligaba a la consideración explosiva de las tesis. ¿Por qué este explosivo nuclear? ¿Cuál habrá sido la reacción de Felipe González y de sus colaboradores más próximos o íntimos? ¿Qué tienen que decir ante ello los acusadores de que EL PAÍS es el periódico gubernamental? El silencio ha sido mortal. Nadie ha hablado. Pero el explosivo y los desperfectos han sido muy claros.

Todo este artículo venía a cuento de las algaradas estudiantiles que han conmovido, favorablemente, a Juan Luis. Pero lueog ha tirado de la manta y se fue en el artículo hacia todas partes de los comportamientos del socialismo. La personaliad de Juan Luis Cebrián parece desconocida en función de todos los indicios. Yo le tengo cierto afecto, seguramente porque empezó a mi lado, y porque ha hecho cara al poder en todos los tiempos, que es una obligación inexcusable del periodismo. Luego resulta que esos libros míos que aparecen, largamente, en los cuadros de los más vendidos, jamás son referenciados en las páginas culturales del periódico, y estoy seguro de que nunca es por decisión de Juan Luis, sino porque en la tribu que dirige, o en la que está aposentado, hay su relación de sectarios, de resentidos congénitos y de pedantes de fábula. Pero un jefe de tribu está obligado también a guardar a veces su intimidad y a congregar felizmente las varias especies de su admiración o de su cuerda. Eso no lo hace solamente Juan Luis Cebrián conmigo, sino otros de la derecha y del centro. Existen periódicos de la derecha que quitan mi figura de las fotografías sociales, o mencionan a tres, de los cuatro que estamos en un diván, o silencian mis actividades múltiples o resonantes. Hay anécdotas de verdadera risa.

Juan Luis Cebrián tiene la actitud crítica congénita, y se sabe el país de la cruz a la raya. Su constante es la de insatisfacción, y nuna será feliz, porque se mueve ideológicamente en el desdén a los comportamientos de las personas, y en la utopía de unas ideas imposibles de implantación en España. Juan Luis Cebrián – por otra parte- tiene unas ambiciones naturales que seguramente no han sido detectadas. Yo tampoco las conozco. Pero existen. Juan Luis Cebrián tiene alma de guerrillero y nunca verá un periódico de otro modo que como una barricada. Mi sorpresa sigue sigue siendo grandiosa respecto a los torpes comportamientos del poder, en sus distintos tiempos, con Juan Luis Cebrián. Tengo la impresión de que no se han propuesto buscarle la felicidad fuera de EL PAÍS. Estoy seguro de que las ambiciones de Juan Luis Cebrián no se reducen a dirigir el periódico más representativo del ‘cuarto poder’.

He pensado que todo esto habría que contarlo porque nuestra democracia habrá que explicarla en muchas cosas, y personajes, y no solamente en los episodios. El otro día – por cierto – presencié en televisión el coloquio de los varios historiadores que han escrito una serie sobre nuestra España contemporánea, y era lastimoso oírles, por la pesadez y la superficialidad de todo lo que decían. Hay una relación de personajes en la vida española de estos años, y entre ellos, Juan Luis Cebrián, que merece la pena su registro, y su referencia cierta, para descubrir la historia completa de lo que nos está pasando.

Emilio Romero