4 julio 1988
Emilio Romero cuestiona al historiador Javier Tusell por asegurar desde EL PAÍS que Adolfo Suárez fue el mejor presidente del Siglo XX
04 Julio 1988
Javier Tusell
Javier Tusell es un joven historiador que lució en los primeros tiempos de la democracia y en la UCD. Es un democristiano en las esencias pero también es un crítico y anda navegando entre la historia y la política. Un reciente artículo de exaltación y de amor por el centro dice esto: “A estas alturas parece indudable que cualquier cambio importante que se vaya a producir en España a medio plazo pasa por el centro del espectro político, con lo que se confirma lo que algunos hemos pensado siempre: si UCD no se hubiera votalizado, habría ya una verdadera alternativa y probablemente ni siquiera el PSOE tendría mayoría parlamentaria. EL centro se identifica ahora con Adolfo Suárez, y es tan reconfortante su emerger en las encuestas, que explica el odio africano que ahora parece despertar en el PSOE. Hay una especie de justicia histórica en esta recuperación porque Suárez ha sido probablemente el mejor presidente del siglo XX y porque sigue demostrando un sentido del tiempo y una capacidad crítica óptima respecto de los que están en el poder”.
En primer lugar, hay que decirle a este historiador que el centro murió afortunadamente en los comienzos de nuestra democracia, porque ya no había radicalismos exterminadores, sino una convivencia de las fuerzas políticas protagonistas. En segunda lugar, lo que se llama centro no es otra cosa que una modernidad de progresismo y de moderación en las fuerzas polítcas. El socialismo se ha centrado, tras su reconversión ideológica; y las varias derechas son otras de las que eran en el pasado; están centradas también. El centrismo clásico no era otra cosa que ese lugar de la moderación frente a la derecha y la izquierda.
El otro asunto es el de la votalización de la UCD. Aquello fue un suceso espontáneo. La UCD fue volatilizada por los mismos que la componían, y entre ellos, por Adolfo Suárez, que se marchó a fundar otro partido que no tendría otra representación en 1982 que dos españos. Anteriormente a esto fueron varios a por la cabeza de Adolfo Suárez. La UCD nunca fue un partido – como recordó un día Leopoldo Calvo Sotelo – sino una reunión de gentes variadas en el poder. Tal como ocurrieron las cosas, no es ningún ejemplo para ofrecer o para reconstruir.
Lo que resulta verdaderamente hilarante es decir que Adolfo Suárez ha sido el mejor presidente del siglo XX. En los niveles de personalidad, está muy por debajo de lo que fueron aquellos de la Primera Restauración en este siglo. Y no es comparable con los grandes protagonistas de la República de 1931. Y en cuanto a los resultados, los ejemplos los tenemos bien cerca: millares de empresas cerradas dos millones de parados, el más alto terrorismo en toda la historia de la democracia y de nuestro país, la tensión militar para el golpe del 23-F y sin poder entrar todavía en la Comunidad Económica Europea, ni en la OTAN. Su gran hazaña fue la de restaurar la democracia, pero no fue otra cosa que un colaborador del Rey, de Torcuato Fernández Miranda, de otras gentes a la luz y en la sombra, y de un país que imponía la moderación en los comportamientos. Y enseguida la colaboración pacífica – aunque cada cual en su sitio – del socialismo de Felipe González y del comunismo de Santiago Carrillo. Y en cuanto a obras – carreteras, o pantanos, o revolución industrial, o asistencia social, o paz interior y todo eso – las llevaron adelante dos dictadores y presidentes de Gobierno: don Miguel Primo de Rivera y don Francisco Franco.
Esto es lo que tienen que plantearse los demócratas, entre los que quiero estar y ejercer, porque la democracia es el sistema político que responde a la civilización. Las dictaduras hacen obras, y no política; mientras que nuestras democracias hicieron siempre política, y nunca obras. Tengo la impresión de que en una democracia las dos cosas son compatibles: política y obras. Adolfo Suárez está – por lo pronto – a mil leguas de Maura, de Canalejas, de Gil Robles y de Azaña.