21 abril 1985

Luis María Anson y Guillermo Luca de Tena presidieron el acto

En medio de la polémica por el ‘caso Banca Catalana’ el diario ABC hace un homenaje a Jordi Pujol considerándolo ‘el español del año’

Hechos

El 17 de abril de 1985 el diario ABC celebró una cena homenaje al Presidente de la Generalitat D. Jordi Pujol, galardonado con el título de ‘el español del año’. Al acto asistieron entre otros, D. Manuel Fraga Iribarne o D. Juan de Borbón (Conde de Barcelona).

Lecturas

El director del diario ABC, D. Luis María Anson, nunca ocultó sus elogios a D. Jordi Pujol durante el proceso de ‘Banca Catalana’. La derecha política y mediática buscaban el apoyo del Sr. Pujol para hacer un frente común contra el PSOE.

18 Abril 1985

Una propuesta nacional

Jordi Pujol

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Quiero manifestar mi agradecimiento por este galardón que me concede la redacción de ABC. Cuando a uno le premian de esta forma, queda automáticamente obligado a hacerse merecedor de ello en el futuro.

Este premio lo recibe hoy el presidente de la Generalidad. Lo recibe, además, un hombre con una larga actividad pública, un catalanista de siempre. Soy un nacionalista catalán. Y un europeísta. Soy también un demócrata de toda la vida.

Por otra parte, el hombre al cual confieren esta distinción no es un político propiamente. Es, más bien un hombre al que siempre le ha gustado trabajar en la construcción de país. En la cultura, la economía, la enseñanza, y dando una gran importancia a la sociedad civil.

No quiero añadir nada más a estas coordenadas. Hoy no hablaré del PSOE, ni de Coalición Popular, ni del Partido Reformista. Para hablar del reformismo está aquí Miquel Roca y cuando les convenga pueden preguntarle a él.

Soy también un personaje que siempre ha estado inmerso en la problemática española. Conozco bien España, desde hace tiempo. Incluso rincones recónditos, a los que no va el turismo. Conozco bien, desde hace casi 30 años Andalucía, Extremadura, Castilla… en sus tierras y sus realidades, no en sus monumentos.
Pues bien, desde estas coordenadas personales, y especialmente desde mi carácter institucional de presidente de la Generalidad, quiero hacer dos reflexiones.
La primera es que echo a faltar en España una nueva ideología de progreso.

¿Qué entiendo por nueva ideología de progreso? Una síntesis de los valores tradicionales, que están volviendo y de los valores nuevos aplicados a una situación también nueva.
Hay factores que pueden contribuir a la ocultación de esta falta de nueva ideología de progreso. Por ejemplo, el Poder. O bien el enfrentamiento, o la general crispación. Todo ello puede contribuir a dar la sensación de que no existe esta deficiencia

Pero existe. Y yo echo a faltar esa nueva ideología de progreso, capaz de orientar el cambio social, de abrir nuevas expectativas, de modificar actitudes colectivas. Es una síntesis de los valores tradicionales y los nuevos, aplicados a una nueva situación.

Entiendo que es volver al espíritu de iniciativa, como motor principal de la sociedad, sabiendo dar prioridad a la sociedad civil sobre la estructura política y, sobre todo, sobre la estructura burocrática.

Entiendo que es facilitar la liberación de todas las energías que haya en la sociedad.
Por consiguiente, esto es un cierto ‘volver al individuo’, a todos los grupos intermedios entre el individuo y la estructura política. Algunos llaman a estos individualismos democrático. Yo quisiera en cambio subrayar el papel de los ‘grupos intermedios’.

Entiendo que el progreso sólo será posible si se hace comprender que las instituciones político-administrativas deben ayudar al ciudadano, pero no se lo pueden resolver todo.
Quiero insistir en que la sociedad no cambia sólo y principalmente por decreto, sino gracias a la creación de un entorno que favorece su creatividad. Es la recuperación y el descubrimiento del espíritu de empresa, algo que en Europa está ya perfectamente asumido.
Es volver a creer en el propio esfuerzo en el propio trabajo.

Los gobernantes no podemos olvidar la política del bienestar social, aunque debemos tener presente que el subsidio, la ayuda deben ir acompañados de una acción que provoque actitudes de esfuerzo, positivas. La ayuda ha de ser un complemento.

Esta nueva ideología de progreso es también abrirse al mundo. Es defender nuestras identidades, pero no encerrarse en ellas. Es buscar siempre la dimensión internacional. Es aprovechar las nuevas tecnologías. Es aprovechar las nuevas tecnologías sin temor. El progreso puede llegar a ser un gran elemento de liberación.

Es asumir las diferencias, la diversidad, de las que nace la creatividad.

Es también aceptar la modernidad en todas sus manifestaciones, pero comprendiendo que el cuerpo social sólo la admite si se aplica en términos no elitistas ni subvertidores, es decir, si se actúa en términos realmente populares, realmente de arraigo y de sensibilidad popular.

Quisiera decir que detrás de estas palabras mías no hay una crítica del Estado. El Estado en una de las grandes conquistas del pensamiento y de la organización de la Humanidad en los últimos siglos. El Estado es necesario. Y dentro del Estado la ideología de progreso.

Creo que el progreso pasa por esta vía y no por la de las resistencias o las indignaciones o los temores ni por los controles, los dirigismos y la desconfianzas. Y por supuesto tampoco pasa por las pretensiones corporativistas, sindicales o gremiales.

Naturalmente, para poder ser capaces de comunicar este mensaje debemos estar revestidos de una gran credibilidad. Y este mensaje no puede ser vehiculado sin serenidad.
Este mensaje debe pasar principalmente por quienes pueden darle auténticas posibilidades, por los sectores emergentes.

Nosotros tenemos una sociedad rica, enormemente rica de capacidad iniciativa. En Europa, en América, y cada vez más en España. Pero cada vez más con un riesgo muy elevado de corporativización.

Tenemos una sociedad rica en iniciativa, pero que segrega corporaciones, que segrega garantismos, si me permite el neologismo. Todo el mundo quiere que le den garantías.

Entones la pregunta es quién asumirá la responsabilidad de los elementos dinámicos de la sociedad, su representación, en esta línea que acabo de apuntar. Esto no ser plantea en la dialéctica de derechas o de izquierdas, sino de liberación de energías individuales y colectivas contra los dirigismos y los controles sistemáticos.

¿Qué fuerza política va a sumir esta responsabilidad? Esto no es sólo un problema político, sino que es un problema de ideas. En este sentido quiero hacer una llamada al mundo intelectual, para que nos ayude en este empeño. Reflexionemos un momento, ¿qué es lo que lee esa gente? Elaboré una encuesta hace seis meses que ponía de manifiesto que la gente no lee casi nada que signifique reflexión política.

Nuestra juventud tampoco lee. Esto es desolador. Puede ocurrir porque tampoco hay grandes maestros de intelectualidad. Pero sí que puede haber actitudes generalizadas.

Nuestra intelectualidad y una parte considerable del cuerpo de enseñantes no tienen fe en el sistema económico, social y político actual. Pero tampoco ofrecen alternativas. Son conscientes de la inviabilidad del progresismo de hace diez o quince años y de una forma más o menos consciente se dan cuenta de su incapacidad actual para formular propuestas válidas y de la inexistencia de un sistema alternativo. Todo ello crea en nuestra intelectualidad un sentimiento de frustración y de pesimismo. Y de aquí mi llamada al mundo intelectual.

¿Cuál es la fuerza política que va a asumir estas responsabilidades? Puede ser AP, puede ser el PSOE, puede ser el Partido Reformista, puede ser CDC, puede ser una fuerza nueva… En todo caso ésta es una teoría política no asumida totalmente o, por lo menos, no de una forma eficaz. Sobre todo eficaz para contrarrestar la ventaja inicial que tiene el Poder.

Esta era una primera reflexión que quería hacerles. La segunda es el papel de Cataluña en este contexto. Nosotros intentamos actuar en Cataluña de acuerdo con esos criterios. Lo intentamos. Y lo digo con toda modestia. Intento ese poner el acento en la sociedad civil, en la iniciativa, en no esperarlo todo de la Administración. Y lo intentamos en una situación difícil, en la que no voy a detenerme.

A partir de aquí, voy a plantear una nueva cuestión. ¿Puede Cataluña ser útil al resto de España? Yo creo que sí. Rotundamente. Lo es incluso más de lo que parece, de lo que a primera vista se contabiliza. Y lo ha sido por su historia, por su actividad económica, por su sociedad civil.
A veces lo es también como revulsivo como elemento de contradicción.

Pero no es ésta la utilidad que buscamos. Tampoco es aquella que en algunos momentos se nos ha atribuido. Por ejemplo, se han dicho grandes elogios de Cataluña porque era la cuna del obrerismo, o porque era el baluarte de la República, o la vanguardia de la democracia o porque iba a ser, decían, la primera autonomía socialista. O porque puede que sea en algún momento un reducto no socialista. Y nosotros queremos ser valoradas por lo que somos, y no por estas cosas, o aunque no sea nada de todo esto.

Por eso he tenido tanto interés en transmitir este mensaje, es decir, definir nuestra postura por positiva, no por reflejo o por referencia a una coyuntura. Un mensaje que creo que está en la línea de la modernidad, de la europeidad.

Cataluña busca la forma de insertarse colectivamente en el conjunto de España. Es un pueblo que tiene vocación española, pero que se siente, poco o mucho, marginado. Con razón o sin ella, a veces encuentra un cierto rechazo, quizá por culpa de errores propios.

Y vuelvo al mensaje de modernidad que quería transmitir al principio, y a mí pregunta: ¿Puede este pueblo ser útil al conjunto de España? ¿Puede serlo con este mensaje, que no es el único que transmite Cataluña, pero que es el que ganó las últimas elecciones por mayoría absoluta? No es un mensaje, por supuesto, especialmente catalán. Se está generalizando en el mundo occidental, quisiéramos que esta ideología fuese también dominante en el resto de España. Produciría el cambio en profundidad que el país necesita.

A lo largo de su historia, Cataluña ha intentado estar presente en la policía española, con su personalidad propia y sus planteamientos válidos para el resto de España. Queremos ser capaces de asumir todas las responsabilidades. No tener que volver a casa en un cierto sentido. Pero necesitamos ayuda. Y es muy importante ayudarnos entendiendo que nuestro hecho lingüístico es irrenunciable. Algunos quieren que nos volvamos para casa. Vamos a resistir. E insistimos en esa necesidad de ayuda, para explicar plenamente lo que es Cataluña en el resto de España.

Pedimos ayuda también en la cuestión autonómica. Los estatutos han de serlo de verdad. Tal y como van las cosas, el de Cataluña podría convertirse en algún tiempo en casi nada.
Quiero hacer una referencia también a la figura del Rey, que ha sido y será absolutamente decisiva.

Finalmente, quiero manifestar mi confianza en el futuro, mi convicción de que España es un país con posibilidades. El clima de pesimismo, las actitudes pasivas, no responden a la realidad del país. España concentra enormes energías no liberadas. Que se pongan en movimiento de una forma constructiva es tarea de todos, y por supuesto de quienes ustedes han tenido la deferencia de designar ‘español del año 1984’.

Jordi Pujol

18 Abril 1985

El Discurso de Pujol en ABC

ABC (Director: Luis María Anson Oliart)

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El presidente de la Generalidad de Cataluña recogió en la madrugada de ayer, en la Casa de ABC, el título de ‘Español del año 1984’ concedido por nuestro periódico. ABC ofreció al presidente un homenaje al que se sumaron no sólo académicos, empresarios e intelectuales, sino todo los líderes del centro derecha, con el jefe de la oposición liberal-cosnervadora en primer lugar y la sola excepción de don José Antonio Ardanza, presidente del Gobierno vasco, que finalmente no pudo asistir al acto. El encuentro de Manuel Fraga y Jordi Pujol y su larga conversación en la Casa de ABC es un hecho político que los observadores han destacado de inmediato. Un acuerdo entre la Coalición Popular y el nacionalismo reformista de Cataluña sería el fundamento de una gran alternativa democrática frente al socialismo. Por eso el acto de ayer en ABC ha rebasado, con mucho, el propósito de un mero homenaje personal. El presidente de la Generalidad no vino a Madrid para decir unas palabras de convencional agradecimiento, sino que habló durante 40 minutos para explicar, ante las fuerzas políticas y económicas allí reunidas, qué es Cataluña en la España de hoy; cuáles son, a su juicio, las bases de partida para la efectiva modernización de la sociedad española; y cuáles son las condiciones previas para que el nacionalismo moderado catalán pueda coordinar sus votos con la coalición y desplazar al PSOE del Gobierno en 1986.

Como un tema recurrente en su discurso reflexivo y profundo Jordi Pujol subraya en ABC la voluntad de los catalanes de participar activamente en la gran tarea modernizadora de España. Pujol, un gobernante eficaz y frío, repleto de intenciones y sensibilidad, explicó en términos casi conmovedores cómo Cataluña había intentado una y otra vez desde fines del siglo XVII intervenir en la responsabilidad de los rumbos de la ‘gran Espanya’. Esos propósitos fracasaron por diversas causas. Pero en los desencuentros históricos siempre hay una culpabilidad compartida. Y los catalanes una y otra ve volvieron a su casa decepcionados.

«No queremos esta vez volver a casa», fue su locución insistente. «Ayudadnos a evitar ese regreso: queremos estar presentes y comprometernos de modo inequívoco en la gerencia común de los destinos españoles. Nuestro nacionalismo no es excluyente ni cerrado.

En una situación tan deslizante como la de hoy, Jordi Pujol rehuyó la política menor de combinaciones y contrapartidas para mantenerse en el nivel de los grandes, históricos problemas nacionales. Jordi Pujol lo hizo, en dos planos claramente diferenciados: la ideología de progreso que propone el líder catalán es una síntesis de los valores tradicionales y los valores nuevos aplicados a una situación que se hace cada día radicalmente nueva. Ese propósito se concreta en cuatro puntos: devolver a la iniciativa privada su condición de principal motor de la sociedad; dar preferencia a la sociedad civil sobre la estructura burocrática y política, facilitar la liberación de las energías que esperan inactivas en el cuerpo social; volver al individuo y, sobre todo a los cuerpos intermedios frente a la prepotencia expansiva del Estado. No se trata de desmontar el Estado, que es una de las grandes conquistas del espíritu humano, sino de permitir que la sociedad recupere su capacidad de iniciativa.

El planteamiento de Jordi Pujol era claro, aunque no resultara original: respondía en sus grandes líneas al neocapitalismo liberal de Occidente, que ha abierto la vía de la recuperación desde el comienzo de la década. La propuesta de Pujol, con todas las correcciones catalanistas y regionalistas, nace en el fondo común que ha inspirado a Reagan y a Nakasone, a Andreotti y a Kohl. En su esencia ese proyecto se funda en un renacimiento de la idea de libertad, es el crecimiento producido por nuevas tecnologías y en la defensa de la nueva creación de riqueza frente a la vacua solidaridad de la pobreza.

Todo lo anterior pertenece, claro es, la terreno de los principios. Pero en el fracaso del socialismo en España hay, pensamos, un menosprecio, a veces demasiado superficial, por las ideologías, una ignorancia despectiva, y creemos que un punto cínica de los principios. Un Gobierno socialista no puede reclamar sin contradicción grave que el capitalismo es menos malo de los sistemas. Un partido anti-OTAN no puede, a la vuelta de unos meses, entregarse a la defensa de la Alianza. Sentado al lado del jefe de la oposición, el Sr. Pujol ofrecía frente a la inercia gobernante, una imagen de coherencia tan lejana al oportunismo oficial que resultaba fácil captar el fondo de la propuesta: queremos, vino a decir el líder catalán, buscar un entendimiento con ustedes para proponer un cambio radical, un punto de partida nuevo, basada en principios claros, que nos comprometen sin olvido posible.

Fueron los únicos minutos de política concreta precisa, escrita, a lo largo de la noche. Las condiciones para una coordinación electoral se materializarían en cuatro puntos: el acuerdo sobre el Estatuto catalán, su revisión y garantías de cumplimiento; el respeto a la lengua y a las culturas autóctonas; las magnitudes económicas del acuerdo entre Barcelona y el poder central, y el acuerdo sobre un programa modernizador y competitivo, frente a las inercias de la vieja España.

Jordi Pujol se expresó como un catalanista de españolismo inequívoco; en un determinado punto de su parlamento aseguró que se encontraba a disposición de la nación, pero no deslizó ninguna alusión que le presentara como un próximo jefe de Gobierno. Antes bien, manifestó su deseo claro de permanecer ‘haciendo país en Cataluña’ durante un largo período que apuntaba a la próxima década. Fueron palabras escrupulosamente medidas, respetuosas, deferentes para uno de los comensales que compartía la mesa.

Pujol, cuyas palabras en la noche de ABC tuvieron mucho de confesión autobiográfica, relató sus viajes juveniles de exploración sociológica hacia tierras de Castilla en demanda de un mejor conocimiento de sus problemas verdaderos. No quería que su nacionalismo le tapiara los sentidos y las entendederas para comprender los problemas y dificultades de los otros pueblos que forman el crisol de España. EL ‘español del año’, elegido por los redactores de ABC, debe pensar que las personalidades de la vida española que recogieron su mensaje harán lo posible y lo necesario para que los hombres del catalanismo no tengan que ‘volver a casa’ y permanezcan trabajando en común, dentro de la casa grande, dentro de la Monarquía de Todos.

19 Abril 1985

Pujol está presente

Lorenzo Contreras

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No han podido pasar inadvertidos en la vida política la importancia de ese acontecimiento desarrollado en la Casa de ABC con motivo de la distinción otorgada a Jordi Pujol, así como el sentido profundo de sus palabras. Evidentemente ha sido algo más que un acto social.

Ahora comprende uno mejor dos cosas: que el Gobierno quiera adelantar las elecciones, no sólo para limitar su propio desgaste, no sólo para limitar su propio desgaste, sino también para evitar que el centro-derecha se consolide, y, por otro lado, el trato relativamente hostil que se dispensó anteayer en el telediario de las nueves de la noche al presidente de la Generalidad de Cataluña a propósito de unas declaraciones del catalanista Trías Fargas.

El discurso de Pujol en Serrano 61, ha reafirmado la proyección española de su autor, su preocupación por lo nacional y no sólo por lo catalán, su sentido del equilibrio y complementariedad de ambas realidades. Pero también ha subrayado su apuesta por la modernidad, que introduce en la derehca un aire de renovación y de actualidad prometedora.

Apropiarse de Pujol es hoy una tentación de la Administración felipista, después de que fracasase la tentativa de su hundimiento político. Hacer con el presidente de la Generalitat la pinza política que se ha hecho con Ardanza y dejar completamente asilado al resto de la derecha, forma parte por lógica de la estrategia de quienes ven amenazada – por mucho que las encuestas se agiten – su actual mayoría parlamentaria absoluta.

Los focos de una atención muy cualificada se han proyectado sobre Jordi Pujol en un momento en que la derecha parlamentaria no ha resuelto bien la batalla dialéctica contra Alfonso Guerra y contra el propio Felipe González después de las últimas polémicas judiciales. Y Jordi Pujol, galardonado por la Redacción de ABC, no ha aprovechado su estancia en Madrid para fabricar, en beneficio de Miguel Roca, prosélitos reformistas, sino para reclamar atención hacia su propia persona.

Lorenzo Contreras