18 julio 1998

Detenidos el director, Bruno Roussel, el médico Erik Ryckaert y el masajista Willy Voet

Escándalo en el Tour de Francia: El equipo Festina es expulsado al serle encontrado un cargamento de dopaje

Hechos

Fue noticia el 18 de julio de 1998

21 Julio 1998

El doping

Francisco Umbral

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El equipo Festina ha sido expulsado del Tour de Francia, ya saben, por el delito de doping. Está muy bien, es muy justo. Lo que pasa es que todos los días vemos en torno nuestro el doping del tabaco, del alcohol, de la tele. El yuppi se dopa con coca y el colegial con sellos de correos y cáscaras de plátano. Parece que el hombre necesita sacar más de sí mismo, dar más de sí, y desde Noé hasta Poli Díaz, el Potro de Vallecas, la gente no para de meterse cosas.

Personalmente, uno elige atenerse a aquella norma diamantina de André Gide: «Prefiero embriagarme de mi propia lucidez». Tener la cabeza clara y el mundo claro, como una esmeralda bruta, tener las ideas claras, definidas, limpias, ir realizando la lenta conquista de la realidad, que es lo que nos da dominio sobre el mundo y sobre nosotros mismos. La lámpara de whisky es una lámpara con más humo que luz, desengañémonos los escritores.

Trabajar en la propia lucidez, embriagarse de claridad. Sólo a partir de ahí se puede pecar un poco de barroquismo. Claro que a la humanidad la han dopado siempre, desde la teología al ciclismo. Dopado de religión, de magia, de incienso, de sangre, de patriotismo, de venenos, de afrodisíacos, de amor, de doctrina, de sexo. Nos han dopado incluso de antidoping. Todo hombre es un alcohólico anónimo, y ni él lo sabe.

Antes se dopaba a la gente de fanatismo y ahora de racionalidad democrática. Pero los que controlan esto siempre son los mismos. A Marey le doparon de fabada.

Peor que todas las drogas fisiológicas me parecen a mí las drogas mentales y sentimentales. Nuestro Parlamento es un fumadero de opio adonde unos llegan dopados de nacionalismo, otros de centralismo, otros de monetarismo, otros de lingüística y otros de poder. Los diputados no son sino unos dopados sin bicicleta, pero las Cortes se pueblan de equipos Festina por doquier, o sea que menos crueldad con Festina.

Luego están los dopados que tiene uno que soportar en torno, dentro de la profesión. Unos cuantos dopados de odio, de resentimiento, de crimen, de frustración, de envidia, de hambre, de fracaso, de mimetismo, de asco. Es lo que se llama la vida literaria, que vista desde provincias deslumbra. Prefiero un ciclista dopado de estimulantes, aunque el Tour me da igual, a un escritor dopado de venganza y fracaso interior, íntimo, que es el cáncer de casi todos los que escriben mal.

El doping del político es la sangre y el doping del soldado, en nuestra guerra civil, era el coñac de garrafa en ambos bandos. Todos los columnistas estamos dopados de competitividad, y eso gusta a la empresa porque así vendemos más. Sólo que este Tour del escribir nunca se acaba. Como dice Cela (aunque ahora esté de moda atacarle), «nuestra venganza será escribir cada día mejor».

«El whisky es la sangre de los cobardes», escribió Bukowski cuando ya era tarde. He dejado de ser cobarde hace bastante tiempo. He vuelto a Gide y me embriago de mi propia lucidez y de la suya. Se empieza como Induráin y se acaba como Poli Díaz. Pero la gran conspiración que denuncio es la del capital y el Poder, que no cesan de dopar multitudes todos los días para que rindan más y consuman más. En la China imperial, los fumaderos de opio eran gratis, y el chino trabajaba 24 horas seguidas, sin cansancio. En eso está nuestro capitalismo. Ahora nos dopan de fútbol y patria. Todo por el pueblo de uno. El pueblo es ya el opio del pueblo.

20 Julio 1998

Doble moral

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LA EXPULSIÓN de un equipo al completo en una competición deportiva por un asunto relacionado con el tráfico y la administración de sustancias prohibidas es siempre un hecho relevante. Máxime si ese equipo, el Festina francés, está considerado como uno de los mejores del mundo y si esa competición, el Tour de Francia, es una de las más prestigiosas. Es posible que los argumentos para adoptar una decisión tan grave sean discutibles, pues los corredores del Festina no han dado positivo en un control antidopaje, ni hay datos probados sobre quién utilizó sustancias prohibidas. Pero es evidente que la organización de la carrera se sentía muy incómoda por la molesta compañía de un equipo sometido a investigación judicial, cuyo director deportivo y cuyo médico eran primero detenidos, luego interrogados y posteriormente encarcelados. Es demasiado tarde para considerar este escándalo como un hecho aislado.Hechos así se producen regularmente alrededor de las grandes competiciones y demuestran cómo, bajo la superficie del llamado deporte de élite, bulle un misterioso mundo cuyo objetivo es optimizar por medios artificiales el rendimiento de un deportista. Establecer una línea divisoria entre lo que es legal o ilegal, ético o amoral es casi imposible. No parece haber dado demasiado buen resultado la política de represión fomentada por las organizaciones deportivas. Hay opiniones a favor de una legalización de las sustancias ahora consideradas prohibidas por los reglamentos, en paralelo con quienes mantienen la legalización de las drogas blandas.

La línea seguida hasta ahora, de castigar el dopaje con severidad y establecer un régimen represivo en el que el deportista es continuamente controlado, no ha resuelto el problema. Los dirigentes que exigen tanto rigor no suelen ser estrictos respecto a cómo se gestionan las finanzas de las organizaciones deportivas. Tras la lucha contra el dopaje hay una evidente hipocresía. El mundo del deporte debería reflexionar si, por las estratosféricas cifras que mueven los grandes eventos deportivos, no se está exigiendo más de la cuenta a los deportistas. Hablar de preservar la igualdad de oportunidades es un eufemismo cuando al lado de los grandes campeones aparece el trabajo de consumados especialistas en medicina, física, biología o dietética. Para limpiar conciencias a eso se le tiende a llamar preparación científica. Y es dificil saber qué parte del caso Festina era una simple chapuza entre masajistas, médicos, director y corredores y qué parte de una preparación científica.

Los intereses en juego son enormes, y de la competición de alto nivel cada vez se desprenden menos modelos educativos. Pero, antes de criminalizar el dopaje y sobre todo a los deportistas, convendría revisar el sistema y tomar conciencia de esta doble moral.