16 diciembre 2008

Estados Unidos: Estalla el ‘caso Madoff’, considerada una de las mayores estafas de inversiones de la historia

Hechos

Fue noticia el 16 de diciembre de 2008.

Lecturas

EL BANCO SANTANDER, SALPICADO

El diario EL PAÍS elogió la rapidez con que el Banco Santander, la entidad española más perjudicada por el caso Madoff actuó al conocerse la estafa.

16 Diciembre 2008

Un fraude gigantesco

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El 'caso Madoff' es un nuevo aldabonazo sobre la urgencia de disciplinar las prácticas financieras

El escándalo Madoff ha sacudido Wall Street -y al conjunto de la organización financiera internacional- en el peor momento, cuando los recientes desastres en ese ámbito atenazan los esfuerzos de la Administración estadounidense y la economía del gigante entra en una recesión de inquietante intensidad. Bernard Madoff, ex presidente del mercado tecnológico Nasdaq, operando a través de la sociedad intermediaria de su nombre, ha cometido un fraude evaluado en unos 50.000 millones de dólares, a través de lo que se conoce como método Ponzi, es decir, una estafa de carácter piramidal que consiste básicamente en retribuir los beneficios de unos inversores con el dinero de otros. Como Madoff estaba considerado uno de los gurús del sector, entre los damnificados aparecen grandes instituciones financieras, como Nomura, BNP Paribas o el Banco Santander y el BBVA en España, fondos de inversión o grandes fortunas de EE UU y otros países.

La magnitud del fraude -cinco veces superior, por ejemplo, a WorldCom o Enron-, la personalidad de Madoff y el delicado momento de los mercados financieros resaltan más si cabe las responsabilidades del caso y la ineficacia de las autoridades de supervisión y control, que una vez más no han sabido impedir el gigantesco timo. La Stock and Exchange Commission (SEC) no puede argüir dificultades invencibles, puesto que constan investigaciones y denuncias por indicios de irregularidades al menos desde 1992; tampoco puede escudarse en el anonimato de Madoff y su firma, dada la relevancia mundial, social y financiera, de ambos. A diferencia de los profundos agujeros dejados por la colosal depreciación de activos detonada por las hipotecas subprime, el caso Madoff no responde a un déficit de regulación ni a sinuosas lagunas legales; se trata de un engaño a gran escala de los que, casi por fuerza, dejan pistas e indicios.

Como Gescartera en España, fraude con el que tiene algunas coincidencias en el modus operandi, no en la escala, el escándalo Madoff socava radicalmente la confianza de los inversores, grandes o pequeños, en la seguridad y competencia de los supervisores; y pone de relieve, otra vez, la fragilidad de los sistemas de control de las finanzas internacionales, debilidad a la que en ocasiones no es ajena la connivencia entre los estafadores y los políticos y funcionarios encargados de velar por la legalidad de las inversiones. La supuestamente meticulosa fiscalización de la SEC ha fracasado en la tarea de impedir estafa tan colosal; sólo ha podido descubrirse tras la denuncia de los hijos del mago de las finanzas, asustados por las descomunales proporciones del engaño.

Visto desde España, donde el dinero evaporado suma centenares de millones de euros, resulta imprescindible que las entidades afectadas expliquen convincentemente por qué eligieron a Madoff, y que cuenten cómo piensan restaurar la confianza de los inversores.

30 Enero 2009

Un gesto inteligente

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El Santander refuerza su imagen de solvencia al cubrir las pérdidas de clientes por el 'caso Madoff'

La iniciativa del Banco Santander de correr con los quebrantos que han sufrido sus clientes particulares como consecuencia del fraude ocasionado por el broker neoyorquino Bernard Madoff es una demostración de reflejos comerciales del principal banco de la eurozona. Como la confianza es el activo más precioso que tiene un banco, es bueno que el Santander quiera minimizar el coste de la estafa en términos de reputación; sobre todo si, con ese gesto, subraya ante los inversores y los depositantes la solvencia absoluta de la institución. Un banco que, en plena crisis financiera, logra unos beneficios de 8.800 millones en 2008, hace bien en cuidarse de su reputación aunque le cueste 500 millones. La dirección del banco ha calculado que le resulta más rentable compensar las pérdidas de los clientes privados que correr el riesgo de perder esos y otros. Es un cálculo correcto.

El Santander es el principal banco estafado por Madoff en todo el mundo, ya sea directamente o indirectamente, esto es, a los clientes de su gestora de fondos. Con independencia de lo que el propio banco haya perdido, unos 3.000 clientes tenían inversiones por más de 2.300 millones. Aunque sean fondos, la reputación y el bien hacer del banco quedaron tocados cuando emergió la estafa. El banco ha ofrecido acciones preferentes de la propia entidad sólo a los clientes particulares con inversiones en el Optimal Strategic US Equity Fund que fueron totalmente invertidos con Madoff. Fuera de esa cobertura quedan los clientes institucionales. A cambio, esos clientes particulares renuncian a pleitear. Lógicamente, las negociaciones legales siguen abiertas para resolver las reclamaciones en marcha de clientes en España y América Latina.

Entre los inversores institucionales hay también inversiones de particulares, en algunos casos procedentes de pensiones. El banco ha considerado, con cierta razón, que estos grandes inversores eran conscientes de los riesgos que asumían al colocar el dinero en hedge funds como el de Madoff.

La lección de la gran estafa de Madoff para el Santander, como para el resto de la comunidad bancaria, es que en el futuro deben clarificarse los procedimientos de elección de inversiones. Los sistemas de gestión de riesgos de los bancos, grandes y pequeños, deben estar a prueba de timos como el esquema Ponzi o piramidal del ex presidente del Nasdaq.

30 Junio 2009

Final de época

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La sentencia contra Bernard Madoff cierra la era de la desregulación neoconservadora

Un juez federal impuso ayer al financiero Bernard Madoff la máxima sentencia solicitada por el fiscal: 150 años de cárcel, que garantizan su estancia entre rejas a perpetuidad. Esta resolución judicial marca un hito. Rubrica el fin de la época de la desregulación financiera neo-conservadora, causante de una inmensa burbuja financiera, y se erige en baremo ejemplificador para el mundo de las finanzas. No sólo porque responde con contundencia a la evaporación de la escalofriante cifra (mínima) de 50.000 millones de dólares (la segunda mayor estafa mundial, tras la de Enron), sino porque se dicta contra una persona que fue el presidente de la Bolsa de valores tecnológicos (el Nasdaq), un gurú prestigioso e incontestado de Wall Street, el hombre en el que confiaron entidades de prestigio y personajes de relumbre

La sentencia considera probado que Madoff realizó una estafa piramidal, un tipo de fraude de lo más primitivo, que consiste en pagar los intereses de los inversores iniciales con el capital aportado por los llegados en el último minuto. Para describir la zafiedad del procedimiento baste recordar algunas de las miniestafas postales más obtusas descubiertas en los últimos tiempos, o las que arruinaron a un país como Albania en los años noventa. El exquisito Madoff usaba como arma de mercadotecnia un gancho secretista, selectivo y glamuroso (la dificultad de acceso a su propio circuito); garantizaba rentabilidades mínimas sostenidas en el entorno del 12% (un anzuelo de por sí sospechoso, pero que logró engatusar a más de 1.300 clientes de alto nivel, entre ellos prestigiosos bancos europeos y alguno español) y al fin, no los invertía en nada, o casi. Constituye un misterio de novela psicológica la pregunta de si pensaba que este sistema podría resultar eterno. Bastó que el revés de la crisis incitase a algunos de sus selectos clientes a intentar recuperar su capital para que se descubriese la monumental chapuza.

El responsable penal de un delito es siempre una persona individual, nunca un contexto ni una circunstancia. Pero es cierto que determinados contextos favorecen las prácticas delictivas. De forma que las responsabilidades jurídicas y penales del financiero derrumbado, que confesó su crimen desde casi el inicio de ser descubierto, no se agotan en su caso judicial: se extienden a responsabilidades políticas y morales de cuantos abonaron el capitalismo de casino, sin ley ni límite regulador, de la era iniciada bajo los mandatos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y felizmente concluida con George W. Bush.

Bajo los auspicios del G-20 de la era Obama, todas las compañías financieras, todos los países y todos los activos requerirán de una supervisión adecuada. Si este objetivo acaba cumpliéndose, quizá el escándalo Madoff haya servido finalmente para algo, aparte de arruinar a unas centenas de ricos incautos. De lo contrario, será sólo un nuevo y lamentable precedente.