23 septiembre 1979

ETA asesina al Gobernador Militar de Guipúzcoa Lorenzo González-Vallés Sánchez

Hechos

El 23 de septiembre de 1979 fue asesinado Lorenzo González-Vallés Sánchez.

Lecturas

El general de brigada Lorenzo González-Vallés Sánchez, de 59 años, era de Ceuta. Estaba casado con Josefina Seco y tenían cinco hijos. Uno de ellos era teniente de Ingenieros y estaba destinado en San Sebastián en el momento del atentado, otros dos eran periodistas y los demás estaban estudiando. Había sido destinado a San Sebastián como gobernador militar hacía pocos meses. González-Vallés ingresó como voluntario en la Marina para prestar sus servicios en el buque Almirante Cervera. Después hizo los cursos de alférez provisional e ingresó en la Academia de Transformación de Infantería. Formó parte de la División Azul. Su vida militar transcurrió en las guarniciones de Melilla, A Coruña, Lanzarote, Cáceres, Barcelona y Lleida.

El general González-Vallés y su mujer, Josefina, tenían la costumbre de salir a pasear por la playa de La Concha los días festivos. El domingo 23 de septiembre, a media mañana, salieron de su casa en el Gobierno Militar junto a uno de sus hijos para dar un paseo e ir a misa. Poco después de salir, cuando su hijo se había alejado un poco, González-Vallés se paró junto a una barandilla de La Concha. Dos terroristas se le acercaron y le dispararon en la sien. No tuvo tiempo de reaccionar y cayó al suelo muriendo en el acto. Los dos terroristas se dieron a la fuga por un callejón donde les esperaba otra persona en un coche robado.

Josefina estuvo un rato abrazada a su marido, ya sin vida, hasta que llegó su hijo.

La mayoría de las fuerzas políticas democráticas interpretaron el asesinato como un intento por parte de los terroristas de provocar la interferencia de las Fuerzas Armadas en el proceso de democratización que estaba viviendo el país.

25 Septiembre 1979

El pesimismo de un general

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

EN LA misma mañana en que era asesinado el gobernador militar de Guipúzcoa, los lectores de nuestro colega Abc tuvieron la oportunidad de conocer unas declaraciones del teniente general Milans del Bosch, capitán general de la III Región, publicadas en dicho diario (véase Revista de la prensa de este mismo número). La gravedad del nuevo crimen de ETA invita en un primer momento a repetir tanto la condena de estos reiterados ataques al derecho a la vida, como el análisis del sentido provocador contra las instituciones armadas de la acción terrorista. Invitaría también quizá, según algunos, a guardar silencio ante las desafortunadas manifestaciones del capitán general de Valencia, si no creyéramos que los momentos que vive este país merecen una reflexión algo más serena que la realizada por el general Milans.La posición de EL PAÍS respecto a los crímenes terroristas, y explícitamente los del nacionalismo vasco radical, ha sido expuesta en no pocas ocasiones -la última, el jueves de la pasada semana-, y nos parece ya casi innecesaria su reiteración. Incluso aunque de esta forma los órganos de expresión del golpismo, que combinan el amarillismo de sus informaciones con el gusto por la sangre de sus, opiniones, tengan oportunidad para especular y mentir como acostumbran. De otro lado, no siempre extremar la prudencia es una virtud moral y una prueba de valor cívico. El criminal atentado cometido en San Sebastián contra un alto mando militar no encierra, pues, finalmente, motivos para guardar silencio a propósito de las palabras de otro alto mando militar acerca de cuestiones que afectan decisivamente a todos los ciudadanos. Antes bien, resulta una razón añadida.

Quienes conocen al teniente general Milans del Bosch aseguran que es un hombre honesto, recio y conservador. Su figura es evocada en 16s círculos civiles, desde la época en que mandaba la División Acorazada, con respeto y un punto de temor. En cualquier caso, sus declaraciones públicas, muy escasas, no pueden pasar inadvertidas. Menos esta vez, si se tiene en cuenta que es la primera que un militar de tan alta graduación hace una valoración claramente descalificadora («objetivamente hablando, el balance de la transición hasta ahora no parece presentar un saldo positivo») de la reforma política española. Dar a sus opiniones la callada por respuesta no estaría bien, entre otras cosas, porque hay millones de españoles, y miles de ellos sirviendo como soldados, oficiales yjefes de las Fuerzas Armadas, que sin duda no están de acuerdo con ellas. También supondría una desconsideración hacia el propio capitán general de Valencia mantener un silencio que pudiera interpretarse como una desconfianza sobre su capacidad de considerar con el respeto y la atención debidos las palabras de los discrepantes.

Sorprende que el teniente general Milans del Bosch haya elegido el término «objetivamente» para acorazar su negativa valoración del balance de la transición. Su opinión, sin duda respetable, es también, obviamente, del todo subjetiva. Debe ser puesta, no obstante, en contraste con la de los millones de ciudadanos que han expresado su apoyo a la reforma política en las urnas desde diciembre de 1976. Este es el núcleo último e irreductible de la democracia parlámentaria y representativa, y no ese divertido parangón con el «talante abierto, familiar y hasta campechano» con que el general Milans, más experto sin duda en la milicia que en humanidades, la califica. La democracia no es, como el capitán general de Valencia parece creer, fomentar la iniciativa de los subordinados o pedir su opinión para que el mando decida, sino la formación de la voluntad colectiva de acuerdo con los deseos de las mayorías y el respeto a las minorías. La posibilidad de que los ciudadanos elijan por sufragio universal y secreto y de manera periódica quienes desean que les gobierne. Constituye un error de bulto confundir las reglas de funcionamiento del universo militar con las normas que rigen a la sociedad civil. Y tan peregrino sería imponer los mecanismos de toma de decisión democráticos a la milicia, como pretender que los principios jerárquicos del Ejército se trasladaran a la vida política. Por eso las palabras del teniente general Milans del Bosch sobre las facultades inherentes a la acción del mando son inaplicables a la sociedad civil. La democracia para un militar supone, no obstante, algunos valores básicos: saber que su misión es defender un sistema de libertades y que su autoridad está subordinada a la civil legítimamente constituida. Esos son los valores democráticos de un Ejército en un régimen como el nuestro. Las demás cosas, siendo estimables, no resultan suficientes a la hora de hablar deídemocracia, aunque pertenezcan a los valores de la milicia,junto a otros que el entrevistado considera esenciales: «Concepto del honor, concepto del deber, sentido de la responsabilidad e interior satisfacción.» En esta enumeración se echa, finalmente, en falta el concepto de disciplina, tan esencial a la vida de los ejércitos. Igualmente preocupante es que ese saldo no positivo del tránsito político está realizado con escasa precisión y abundante gratuidad. De creer al teniente general Milans del Bosch, el resultado de la reforma política sería «terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad». El terrorismo no es un fenómeno nuevo -segó la vida del almirante Carrero Blanoo y de decenas de miembros de las Fuerzas de Orden Público y de civiles bajo el anterior régimen- ni exclusivo de España, ni erradicable med ¡ante procedimientos mágicos y a corto plazo. La democracia no sólo no es su caldo de cultivo, sino su mayor enemigo político, con independencia de la. mayor o menor eficacia de los servicios de seguridad del Estado. Por lo demás, la idea expuesta por el capitán general de Valencia acerca de la inflación, la crisis económica y el paro en absoluto se halla argumentada por los hechos. La recesión se inscribe en un marco internacional, y sus orígenes se sitúan en el espacio más allá de nuestras fronteras y en el tiempo más allá de 1975, si bien es cierto que sus efectos sobre nuestro aparato productivo han sido más graves por la dejación de los últimos años de la dictadura, cuyos gobernantes parecían más preocupa dos por ocultar las verdades al país y seguir promoviendo opíparas especulaciones que por afrontar una situación que los sistemas democráticos europeos estaban ya com batiendo a principios de esta década. Inflación, desocupación y atonía inversora son diferentes aspectos de un solo fenómeno que nada tiene que ver con las instituciones democráticas, únicas, por lo demás, capaces de evitar que la factura de la crisis la paguen los mismos españoles que, con la emigración y el hambre, también sufragaron en el pasado los costes del llamado milagro económico español. El resto del pesimista diagnóstico del teniente general Milans del Bosch entra en el terreno de lo subjetivamente opinable. ¿Hay más pornografía hoy en España que en el pasado, o es simplemente que no está oculta? ¿Afecta el aumento de la inseguridad por igual a todos los españoles o, por el contrario, ha disminuido para aquellos de nuestros conciudadanos que eran maltratados y encarcelados por sus ideas discrepantes? ¿El remedio para la crisis de autoridad estaría en la supresión de las libertades -si las libertades la han traído-, o en una empresa colectiva de reconversión moral de la sociedad entera? Algunas otras cuestiones de la entrevista merecerían también un comentario, desde las sibilinas palabras acerca de la abstención en el referéndum constitucional, hasta las turbadoras y confusas precisiones acerca de una eventual intervención del Ejército en la vida política, pasando por los elogios al general Atarés o la añoranza de un «buen señor» a quien pudieran servir «buenos vasallos». Al igual que esa asimétrica distribución de «virtudes» al Ejército, a quien «la masa sana» del pueblo «admira y venera», y de «virtudes y debilidades» a ese mismo pueblo. Pero lo más grave y preocupante es que en ese saldo «Objetivamente» establecido no haya ni un solo rasgo positivo que merezca la atención y el recuerdo del capitán general de la III Región Militar. Su pesimismo, creemos, debería hacer recapacitar a sus superiores.