2 junio 1976

Aumentan las voces que ven en el Conde de Motrico el Presidente ideal frente a las insuficiencias del franquista Carlos Arias Navarro

Éxito diplomático de Areilza: el Rey Juan Carlos habla ante el Senado de Estados Unidos garantizando que España será democrática

Hechos

El 2.06.1976 el Rey Juan Carlos I dio un discurso ante el Congreso de los Estados Unidos de América.

Lecturas

Areilza_Conde_Motrico El ministro de Exteriores, D. José María de Areilza Conde de Motrico fue el artífice de la visita del Rey a Estados Unidos. A pesar de su pasado de franquista fervoroso en los años cuarenta, se había distanciado del régimen en los sesenta para acercarse al Conde de Barcelona, el padre del Rey y en los setenta era el dirigente franquista más respetado por los opositores a la dictadura, por lo que era a quién estos sectores deseaban ver en la presidencia del Gobierno en lugar de al Sr. Arias Navarro.

03 Junio 1976

El Rey promete la democracia

Editorial (Director: Juan Luis Cebrián)

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El Rey don Juan Carlos acaba de anunciar ante el Congreso de los Estados Unidos la construcción de una Monarquía democrática en nuestro país. Hay que decir que el Monarca ha estado más explícito en sus palabras ante los congresistas americanos que ante los procuradores en Cortes el día de su juramento. En efecto, la promesa genérica de que «el Rey lo será de todos los españoles» se ha visto matizada esta vez y positivamente.Don Juan Carlos se ha referido a que la Monarquía servirá a los españoles bajo los principios de la democracia, ha hablado explícitamente del posible acceso al poder de las diferentes alternativas, con arreglo a la libre decisión del pueblo y ha sido muy concreto a la hora de prometer garantías jurídicas para el ejercicio de las libertades civiles.

Una cosa es preciso señalar en este primer comentario de urgencia. Las palabras del Rey anuncian el futuro, esperamos que muy próximo, pero no definen el presente. No es todavía la nuestra una situación democrática y las tensiones, a las que el propio Rey se ha referido en su discurso, son cada día más fuertes, cada día más graves, cada día más aparentemente incontroladas por quienes tienen la obligación de hacerlo. Es evidente que sólo el establecimiento de un régimen de plena libertad asentará las bases para que la acción del orden no se vea teñida de coloraciones políticas o de motivaciones discutibles. La inseguridad jurídica en la que el ciudadano español se mueve sigue siendo preocupante y por eso la promesa del Rey de que el derecho y el ejercicio de las libertades civiles garantizarán la justicia y la paz españolas nos parece altamente significativa.

Detrás de un programa como el anunciado por don Juan Carlos se va a alinear sin dificultades la gran mayoría del pueblo español, pero no es al propio Monarca ni al pueblo, sino a los gobernantes a quienes compete la responsabilidad de hacer buenas estas palabras. Hoy basta abrir las páginas de cualquier periódico para darse cuenta de hasta qué punto el Rey va por delante en sus deseos de cambio respecto a las actitudes de lo que ha venido en llamarse la «autoridad competente». Sólo un Gobierno amante de la democracia será capaz de conseguir la llegada y el ejercicio de ésta.

08 Junio 1976

El ritmo de la reforma

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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Los resultados inmediatos del viaje real a los Estados Unidos son sin duda, el reforzamiento del poder personal del Rey cuya figura, junto con la institución monárquica, ha recibido un respaldo político internacional de primer rango- y la delimitación de las promesas del Monarca, de construir en España un régimen verdaderamente democrático. Felizmente, don Juan Carlos no ha querido adjetivar la democracia y se ha limitado a señalar el valor universal de su significado.En una línea de lógica aparente, estas dos realidades -asentamiento de la figura del Rey y anuncio de una democracia real- podrían dar origen a consecuencias políticas más o menos inmediatas. Y hay quien piensa que entre ellas no debería faltar la crisis de gobierno y la sustitución del primer ministro. En efecto, la credibilidad de éste como impulsor de la reforma democrática, es muy escasa en la opinión. Antes bien son el vicepresidente Fraga, el ministro del Exterior, Areilza; el de Relaciones Sindicales, Martín Villa, y el de Justicia, Garrigues, quienes son contemplados por el común de los ciudadanos como los creadores de la línea reformista que el propio Gobinete tiene por consolidada. Son estos ministros los que de una manera u otra, han propuesto el pacto con la oposición y los que auspician la reforma constitucional.

Sin embargo, es posible que las decisiones políticas se hagan esperar todavía. El Rey podría pensar, que si quiere ser un Monarca verdaderamente demócrata, apenas tiene sentido sustituir un presidente de Gobierno por otro, sin una consult4 previa al electorado. De alguna manera se contempla al Rey como un Monarca constituyente, y de él se espera la apertura de un proceso político también constituyente. Habría que aguardar así a la aprobación de las leyes reformistas en las Cortes y a «la realización del referéndum, antes de celebrar unas elecciones generales que dieran al Monarca la pauta a seguir en el nombramiento de nuevo Gabinete. Semejante espera nos parecería inadecuada para los propósitos nacionales de construir una democracia. Pensamos que las promesas del Rey ante el Congreso de los Estados Unidos, deben amparar un pisotón en el acelerador de la reforma. Pero no es dificil predecir que, a pesar de los impacientes, cambios significativos van a hacerse esperar todavía un tiempo. Don Juan Carlos podría haber -escuchado en Washington palabras que le invitaran a ser paciente. Los americanos se encuentran sin duda preocupados por las próximas elecciones parlamentarias en Italia y el ascenso del comunismo francés es centro de su inmediata atención. Si el dominó de Kissinger sigue sobre el tapete de juego sólo cuando se aclare la situación en estos dos países y se consolide una estabilidad, al menos discreta en Portugal, los estadounidenses verían con agrado grandes cambios entre nosotros. La mejor teoría política enseña que es harto dificil, si no imposible, instaurar la democracia con instrumentos institucionales autocráticos. La teoría a veces Talla, pero no conviene menospreciarla. Es difícil pensar que instituciones pergeñadas para coartar la democracia van ahora a traerla, por más que se autotransformen. Pero la postura gubernamental se fortalece, mientras que la oposición democrática sigue sin encontrar una coherente unidad y un basamento sólido e inmediatamente constatable

No hay más cera que la que arde, y la verdad es que el actual programa de reformas puede durar todo el verano y parte del otoño, y no hay por qué imaginar que el ritmo va a romperse en ningún sentido. Ello, indudablemente puede constituir un error, pero la realidad no va acorde siempre con los deseos. El tiempo tiene la palabra, y la batalla de la democracia ha dejado -nos tememos- de librarse contra el reloj.

08 Junio 1976

La historia inventada y olvidada

Antonio Tovar

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Repetidas veces se suscita la pregunta de si hay verdad histórica. ¿Es que hay modo de saber lo que realmente ocurrió en esta o la otra ocasión? ¿No es la verdad histórica la que una ideología triunfante impone o la que es aceptada como consecuencia de una propaganda más inteligente? ¿No resulta la historia de la cristalización de todas esas verdades dominantes? Vemos cómo todos los días se va inventando la historia en las noticias de la prensa diaria. Una interpretación fácil y superficial, gana siempre a una explicación matizada y difícil. Y esta manipulación de la realidad es aún más visible en las revistas de noticias tipo Time o Newsweek, que nos ofrecen lista una interpretación «inteligente».

Cuando tendemos, y ahora especialmente, a repartir los papeles de buenos y de malos, una explicación simplista es siempre la preferida. El que tiene alguna experiencia de los negocios públicos lo comprueba siempre, lo mismo que el que se ha acercado a un suceso de cierta trascendencia. Al que lo ve de lejos no le interesa contrastar móviles ni actitudes, ni como juez (que tendemos a ser siempre) se impondrá la obligación de entrar en exámenes complicados. El juicio apresurado se inclinará a la estimación o al menosprecio, sin atenuar ni condicionar.

Y sin embargo la historia en nuestra memoria, la memoria, si no de la humanidad, si al menos de las partes o secciones de la humanidad organizadas para tener historia. Pues la historia surge allí donde una conciencia de poder político reclama que la memoria esté despierta. En todas partes igual: crónica de reyes o de un templo o, en su forma moderna, manuales escolares. Cuanto más se organiza un poder o clase como dirigente, tanto más cuida de la historia. La conciencia histórica se convierte en instrumento de gobierno inevitablemente. Mientras que por otra parte, los pueblos subhistóricos, los que no han llegado al nivel de la conciencia y ascienden a ella a través de la colonización (lo cual les ocurrió a los pueblos de Europa occidental y central desde Roma, y a los del Oriente a través de la conquista macedonia o de Bizancio), adquieren secundariamente tal conciencia.

Por muchas razones, quizá también por la fatiga que sigue inevitablemente al abuso y martilleo, la conciencia histórica, privada del estímulo de poderes políticos ambiciosos, y sujeta al espíritu crítico que domina en nuestras sociedades, tiende a decaer. El descubrimiento de que determinadas interpretaciones de la historia son «imposición» de «clases dominantes», y más o menos un « instrumento de dominio», compromete la conciencia histórica de nuestros pueblos y sociedades.

Cuando podía llegar el momento de una revisión crítica de errores y, en una visión racional e ilustrada, inteligente y no sentimental, de depuración de versiones falsas e interesadas, en suma, de un acercamiento en todo lo posible a la verdad, lo que resulta fácil y cómodo es la sustitución de unas falsedades por otras, de unas simplificaciones por otras. En un nuevo abandono de la crítica racional, se deja sustituir el juego de unos grupos interesados por el de otros, que se benefician de la sustitución por lo contrario.

Pues lo que se ve claro entre el gran cambio que estamos viviendo, es que no a todos los grupos, poderes, naciones y religiones se les reconocen iguales derechos. En el mundo de buenos y malos en que hemos entrado, lo que está bien en unos no está bien en otros. Se impone, de la manera menos racional y crítica, una interpretación interesada de toda esa historia que laboriosamente se ha ido construyendo. Ciertos imperialismos y expansionismos son criticados, pero otros no. ¿Por qué están, por ejemplo los árabes en Marruecos y en Túnez, sino porque una sangrienta cabalgada los llevó, con su religión y su lengua, hasta allá? ¿Quiénes sino comerciantes musulmanes heredaron de los antiguos y transmitieron a los europeos el comercio de los negros de África?

Históricamente podemos comprender muy bien la reacción anticolonial de los pueblos todavía explotados, de modo difícilmente evitable, por la superioridad de los más fuertes y más hábiles. Podemos también entender, que en el siempre cambiante juego de la política mundial, unos u otros países utilicen en beneficio propio, tales sentimientos y resentimientos. Pero ¿quién puede tirar la evangélica primera piedra del inocente?

Las actuales superpotencias no son otra cosa que imperios que han conseguido redondearse en una zona geográfica continua, formando un bloque unitario, en el que se engloban y funden otros pueblos, con una fuerte voluntad política que los mantiene unidos. Así los Estados Unidos, sin hablar de Hawai o Puerto Rico o Panamá, son una formidable agregación que alcanzó el Pacífico, hace menos de siglo y medio, y que entonces acababa de incorporarse el valle del Mississipi y las costas del golfo de México. Por el acierto y la fortuna de semejante empresa histórica ¿se va a olvidar se origen de conquista imperial? ¿Y la inmensa URSS, con sus nacionalidades y su vasta geografía, sus lenguas y sus razas, no es tan heterogénea como otros grandes imperios de la historia? Los rusos quedaron al borde de Europa, y comenzaron sus conquistas hasta someter a sus antiguos dominadores mongoles. Desde el siglo XVI fueron incorporándose Siberia, y en el XVIII llegaban a los mares del extremo oriente y seguían a lo largo de las costas americanas, y se encontraban allí con los españoles de California. Y allá están todavía, con su orgulloso Vladivostok, «señor del Oriente» en traducción castellana, asomados a los mares del Japón y molestando a los chinos, Los cuales, por su parte, también se han extendido mucho más allá de sus fronteras originarias. Manchuria y Mongolia, el Turquestán y el Tibet, y toda la parte sur de China misma, son conquistas imperiales.

Pero la poco crítica retórica colonialista atacará a los viejos imperialismos y cerrará los ojos ante realidades como estas, que en la historia actual son las más poderosas, y se complementan y compiten con esos nuevos modos de penetración, que son las compras y las ventas, y los asesores económicos o militares, y las bases que ahora esconden a menudo la bandera, y no se ponen con colores distintos en los mapas políticos.

Nuevas formas de colonialismo sustituyen a las antiguas, y en la primera y forzada descolonización, por la que surgieron las repúblicas en que se dividió el antiguo poderío español, apareció, justamente con el nacimiento de la industria, el primer colonialismo de tipo económico, basado en la libertad política más o menos real de los nuevos países. Las nuevas formas de revolución social han complicado el cuadro del dominio industrial y capitalista, pues han surgido nuevas formas de colonización, con la importación de ideas y consejeros, y el eterno establecimiento de bases.

Curiosamente, cada nueva interpretación de la historia, lleva consigo el desprecio y la incomprensión para las etapas anteriores. Sobre nuestra vieja historia, la de la conquista y colonización de América y Oceanía, cae la vieja leyenda envidiosa, mas las interpretaciones ajenas que idealizan Machu Pichu y Tenotichlan. Destrucción de culturas, etnocidio, fanatismo… Pero ¿es que hubo épocas en que extender la civilización y descubrir la Tierra era empresa laudable, y épocas en que las mismas hazañas, con toda su inevitable crueldad, carecen de todo valor positivo? ¿Por qué se censura en españoles y portugueses lo que se alaba en los argonautas y en los romanos y en Alejandro, y hasta en aquellos bárbaros vikingos que tuvieron a Europa aterrada?

Tal vez el hombre civilizado no sabe librarse del nacionalismo. ¿Por qué, frente a nuevas y virulentas formas de nacionalismo, no sabemos oponer una comprensión racional de ese impulso de los pueblos a imponerse, y dentro de ella, mantenemos despierta nuestra conciencia de pueblo, nuestra memoria histórica, como cosa pasada y ya no utilizable politicamente, pero como identidad necesaria para no desaparecer?

Ciertos escritores nuestros, de los buenos y de los mediocres, parecen ahora empeñados en una torpe lucha de borrarlo todo con desprecio basado principalmente, me parece, en la ignorancia.