11 marzo 1984

El Estado pierde 45.000 millones de pesetas al año por la construcción de barcos que nadie quiere comprar

Felipe González comparece en TVE para defender la reconversión industrial en el quebrado sector naval español ante las protestas

Hechos

El 11.03.1984 el presidente del Gobierno, D. Felipe González, hizo una declaración público desde sus despacho al pueblo sobre la reconversión industrial retransmitida por las cámaras de TVE.

Lecturas

EL MENSAJE ÍNTEGRO DEL PRESIDENTE:

«Buenas noches. Comparezco hoy ante ustedes iniciando una serie de apariciones ante los ciudadanos españoles para explicar algunas acciones de gobierno, para explicar algunas dificultades y proyectos. Y lo hago por dos buenas razones:

La primera, porque ya tenía el compromiso de hacerlo hace un año y, por unas u otras circunstancias, se ha ido aplazando hasta este momento, en el que puedo hacer un cierto balance de algún problema importante para todos nosotros; y la segunda, porque creo interpretar un estado generalizado de conciencia ciudadana en la que se demanda o se detecta la demanda de una explicación de acciones de gobierno, de políticas de gobierno y también de dificultades. Incluso en los medios de comunicación se está pidiendo que se haga este tipo de explicaciones o de comparecencia.

El día de hoy lo vamos a dedicar, por consiguiente, a un aspecto enormemente importante de la política económica del Gobierno, cual es la reconversión industrial.

Ya saben ustedes que se han gastado ríos de tinta en explicar los problemas de la reconversión industrial. Ha habido bastante conflictividad social en torno a la reconversión industrial. Se ha cuestionado repetidas veces el objetivo o los objetivos de la reconversión industrial. Y muchos ciudadanos se preguntarán para qué sirve la reconversión industrial, por qué se hace, qué se pretende con la reconversión industrial.

Pero, incluso antes de entrar en el tema de la reconversión, quiero depejar una duda, una duda que aparece con una cierta frecuencia en medios de comunicación. La duda que se proyecta sobre si la política del Gobierno está más o menos cuestionada o está más o menos en crisis. Yo les quiero decir, desde la responsabilidad de presidente del Gobierno, que la política económica se va a mantener con toda firmeza. Es una política económica rigurosa.

Después de 10 años de crisis, por una o por otra circunstancia, los Gobiernos no han estado en condiciones de afrontar la crisis económica con decisión y con valentía, no han estado en condiciones de afrontar, ante la realidad dramática que vivía industrialmente nuestro país, una respuesta rigurosa y una respuesta de sacrificio político.

Nuestro Gobierno ha tenido la voluntad de hacerlo y la voluntad de hacerlo para ganar una batalla contra la crisis, y va a mantener esa política económica: no vamos a hacer sesiones permanentes que nos cuesten, nada más y nada me nos, que seguir hundidos en la crisis económica, mientras que otros países de Europa empiezan a remontar su situación.

Por consiguiente, querría despejar esa duda y querría decir a los ciudadanos que 1983 ya ha sido mejor que otros años. En 1983, por sólo exponer alguno de los detalles, hemos recuperado más de 1.000 millones de dólares de reservas de divisas, reservas que se iban agotando, que se iban perdiendo en, los anteriores.

En 1983 hemos crecido más del doble que la media de los países europeos. Y ya sé que algunos ciudadanos pensarán que a ellos les ha ido mal y normalmente eso suele pasar, a los que les va mal lo dicen, a los que no les va mal o les va bien no suelen decirlo. Por tanto, hay unos ciertos síntomas de recuperación económica y vamos a mantener nuestra política económica con rigor.

Todo lo que se diga en torno a divisiones internas son especulaciones, yo se lo garantizo. El tema de la reconversión industrial. ¿Por qué se hace la reconversión industrial?, se preguntarán muchos ciudadanos.

Miren, en los países de nuestro entorno, en toda la Europa occidental, nos llevan ya varios años de ventaja. Nos suele ocurrir históricamente. Ya hace un siglo, o más de un siglo, perdimos el desafío de la revolución industrial, España se quedó descolgada, se quedó fuera de esa revolución industrial, perdimos 40 o 50 años, en términos de atraso, de mayor pobreza, de menos capacidad de ser un país moderno y eficaz a la altura de los tiempos.

Ahora corremos el riesgo, no sólo de acumular ese atraso que tenemos respecto de Gran Brtaña o respecto de Alemania o de Francia, ese retraso histórico, sino que corremos el riesgo de perder la nueva revolución tecnológica. Europa nos está ganando en ese desafío tremendo, porque lleva muy por delante de nosotros el esfuerzo de revolución industrial.

¿Por qué se hace la reconversión? Miren, por ejemplo, se ha hablado mucho de la siderurgia integral, con algunos problemas sociales muy serios, se habla mucho también de la construcción naval.

Yo me concentraré en esos dos ejemplos. Si no hacemos la reconversión industrial, que, en definitiva, no consiste más que en hacer un tratamiento para un cuerpo que estaba pensado para producir este año 20 millones de toneladas de acero y que sólo produce ocho millones de toneladas de acero (porque no tiene mercado para venderlo), y por consiguiente, cuesta mucho dinero producir cada tonelada de acero, estaba fuera de competencia, por eso se hace la reconversión industrial.

Primer objetivo: sanear las empresas. Y a mí me causa una cierta estupefacción oír que hay gente por ahí diciendo que la política de reconversión destruye puestos de trabajo. La política de saneamiento de empresas con fortísimas pérdidas lo que hace es salvar el máximo de puestos de trabajo posibles.

No es posible para España seguir soportando 45.000 millones de pérdidas en la construcción naval por año, no es posible seguir produciendo a tal coste que no se puedan vender barcos, con todas las dificultades que hay ya de ventas de barcos, no es posible seguir perdiendo en la siderurgia más de 30.000 millones de pesetas al año.

Y esto ocurre en empresas públicas, ocurre en empresas privadas. Las pérdidas son enormes, hay que frenar ese río de pérdidas, ese desagüe permanente que se hace con esfuerzo de todos, y hay que sanear nuestra estructura industrial.

Y ese saneamiento exige dos tipos de sacrificio, de poner decenas de miles de millones de pesetas de todos los españoles para hacer nuevas inversiones, por ejemplo, en la siderurgia, y hacer que nuestra siderurgia pueda producir acero a unos precios competitivos con los precios europeos o con los precios mundiales.

Y hace falta también el sacrificio de las personas que pertenecen a ese tipo de empresas en pérdidas. Por eso repartimos los sacrificios, los exigimos a unos y a otros, y esperamos que se comprenda la necesidad de hacer el sacrificio.

Pero no sólo se hace por eso, para salvar a esas empresas y hacerlas competitivas, se hace también porque, si logramos hacer las empresas sanas, fuertes y competitivas, los recursos que hoy enterramos ahí, el dinero que enterramos y que perdemos en esas empresas,

Se hace, por tanto, para sanear y para recuperar recursos e invertirlos en otros sectores industriales. España ha perdido, nada más y nada menos, que 900.000 puestos de trabajo industriales en los últimos seis o siete años, y yo creo que los ha perdido porque no ha hecho la reconversión industrial.

En Alemania nos llevan una enorme ventaja. Naturalmente, han pagado un coste; naturalmente, se han reducido las plantillas en un 46`/; en Luxemburgo, en un 48,5% en Francia, en un 42,5%, en la siderurgia integral; en Gran Bretaña, más de un 60%.

Nosotros tenemos unas metas más cortas, queremos salvar más actividad y más puestos de trabajo, pero no tenemos más remedio que decir las cosas como son: no podemos permanecer en ese tremendo retraso en que nos coloca el no ser capaces de afrontar los problemas.

Y observen que durante el año 1983 liemos hecho un enorme esfuerzo de explicación a las organizaciones sindicales y a las organizaciones empresariales.

Todo el mundo está de acuerdo en que: hay que hacer la reconversión industrial; es más difícil, después, ponerse manos a la obra; es mucho más difícil ser consecuente y, una vez que uno está de acuerdo en que hay que conseguir un objetivo, decidir ir a por ese objetivo y conquistarlo en beneficio de todos.

Miren, este Gobierno tiene una enorme responsabilidad, pero todos tenemos que ser conscientes de que sólo el Gobierno no puede salvar la situación de la nación.

A una política firme y rigurosa de¡ Gobierno se tiene que corresponder una política de solidaridad, de corresponsabilidad de la sociedad en su conjunto.

No podemos permitirnos el lujo de seguir engañando al Estado, porque el Estado somos todos, todos los ciudadanos. Los recursos no salen de un pozo sin fondo, salen del esfuerzo colectivo y de un esfuerzo colectivo que se pide en una situación de crisis.

«Vencer la crisis exige un sacrificio»

Por consiguiente, no tenemos más remedio que ser conscientes de que la orientación de la política económica tiende a conseguir el objetivo de sanear nuestros sectores industriales fundamentales. Sanear significa salvar. Sanear significa hacerlos capaces de competir con Europa, donde nos vamos a integrar.

Y esa política económica tiene también como complemento de ese objetivo, fundamental, ser capaces de afrontar el objetivo de una modernización de España; alcanzar industrias de futuro; no quedamos con un cementerio industrial; no quedarnos, otra vez, a la cola de los países industrializados.

Créanme, eso exige un sacrificio, pero un sacrificio para ganar, un sacrificio para vencer la crisis. Ese es el permanente llamamiento que hacemos a la solidaridad.

Este Gobierno quiere dialogar. Lo ha hecho durante el año 1983. Hace de nuevo un llamamiento al diálogo, pero quiere hacer una advertencia: si el diálago consiste o la negociación consiste en que variemos la política económica que creemos que es buena para España (y yo no puedo olvidar mi condición de presidente de Gobierno con una ideología socialista y, por consiguiente, mi compromiso con los más desfavorecidos), si alguien pretende que cambiemos nuestra política para no alcanzar esa modernización de la sociedad española, para no ganar el desafio de la crisis, se encontrará con que el Gobierno no podrá aceptar ese tipo de diálogo.

Diálogo y negociación, sí, entre todos y con todos, esfuerzo de todos y con todos, pero para ganar esta batalla, no para perderla. El Gobierno está dispuesto a sacar a España del hambre, a pesar de las dificultades, por encima de las dificultades, porque creemos que tenemos potencial humano suficiente, capacidad suficiente para ganar esta pelea contra la crisis y hacer de España un país a la altura de los tiempos en que estamos».

El día de mañana, dentro de tres, de cuatro años, podremos emplearlo en empresas con un fuerte futuro y, por consiguiente, podremos animar procesos nuevos industriales ganando ese enorme desafío de la revolución tecnológica que España no se puede permitir el lujo de perder».

Felipe González


MARCELINO CAMACHO (CCOO): «EL PRESIDENTE QUIERE CALMAR A LOS BANQUEROS Y EMPRESARIOS»

MarcelinoCamacho87 El secretario general del sindicato comunista Comisiones Obreras (CCOO) D. Marcelino Camacho, se sintió aludido por una parte del discurso del presidente del Gobierno, dado que era CCOO el principal movilizador contra la reconversión industrial del sector naval y el sector siderúrgico. Preguntado por sus impresiones sobre el discurso de D. Felipe González alegó:

«El presidente del Gobierno intentó tranquilizar a la banca y a los empresarios que le habían pedido que fuera tenaz y perseverante. E intentó convencernos de que no existían fisuras en su equipo de Gobierno. A los trabajadores únicamente nos pidió sacrificios. Después, en el mensaje del presidente parecía haber una parte dirigida a CC OO y nos decía que no habría negociación si no se partía previamente de la política económica del Gobierno. Felipe González se confundió de sindicato. Tiene que comprender que CC OO no puede dejar de defender a los trabajadores y eso supone una política distinta. Nosotros no atacamos al Gobierno, defendemos a los trabajadores. Y estamos por la negociación, porque no somos ni unos locos ni unos irresponsables. A mí me hubiera gustado oir decir al presidente que con unas tasas de paro como las que hay, con un déficit y una deuda exterior como las que tenemos lo que se está dando es una situación de emergencia. Y en una situación así, hay que hacer un gran esfuerzo, para conseguir a cambio un mayor empleo y un grado de cobertura a los parados más amplio. Pero lo tiene que hacer todo el país. No tenemos que hacerlo sólo los trabajadores».

12 Marzo 1984

Mensaje a la nación

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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El presidente del Gobierno ha dirigido, por vez primera desde su investidura, un mensaje televisado a la sociedad española. No faltarán quienes critiquen esa utilización del medio de comunicación estatal con el argumento de que los dirigentes de la oposición parlamentaria también deberían disponer de la oportunidad de exponer sus opiniones. Sin embargo, el artículo 22 del Estatuto de Radiotevisión establece claramente que «el Gobierno podrá hacer que se programen y difundan cuantas declaraciones o comunicaciones oficiales de interés público estime necesarias». En otros sistemas democráticos, especialmente en Estados Unidos, los presidentes electos hacen amplio uso de esa justificada prerrogativa. Felipe González ha anunciado que su comparecencia de anoche era la primera de una serie dedicada a explicar la política del Gobierno. Ese propósito, que responde, en efecto, a una amplia demanda social, merece aplauso. Mayores razones asisten, en cambio, a quienes echan en falta la celebración de debates parlamentarios, transmitidos por las cámaras de Televisión, en los que el presidente del Gobierno se someta al fuego cruzado de los diputados.Pero eso sería pedir peras al olmo. Si la televisión pública fuera un instrumento para llevar a los ciudadanos los verdaderos problemas nacionales y no estuviera dirigida por los comportamientos del servilismo político y la ignorancia profesional, la intervención de ayer de Felipe González no significaría una ruptura tan significativa con el normal tratamiento que se concede al poder. En los países democráticos, las conferencias de prensa también pueden ayudar a mejorar la comunicación entre el jefe del poder ejecutivo y los ciudadanos, aunque resultaría preciso, para cumplir ese objetivo, una preparación y una organización menos deficientes que las que rodearon la, desgraciada experiencia de las vísperas navideñas.

El presidente del Gobierno dedicó su intervención a los problemas de la reconversión industrial y se detuvo especialmente en los campos de la construcción naval y la siderurgia integral. Dejó muy en claro que las líneas directrices de esa estrategia van a ser mantenidas y que no existen dentro del Gabinete dudas o divisiones internas al respecto. Felipe González, apoyándose en datos comparativos de los procesos de reconversión ya realizados en la República Federal de Alemania, Francia, Luxemburgo y el Reino Unido, subrayó que la economía española podría quedar todavía más rezagada de nuestros competidores, que nos llevan ya una considerable ventaja, y marginada de la nueva revolución tecnológica en el caso de que no transformáramos nuestra estructura industrial. Las enormes pérdidas de la construcción naval (45.000 millones de pesetas anuales) y de la siderurgia (30.000 millones) no sólo incrementan el déficit presupuestario, sino que, además, detraen los recursos necesarios para instalar industrias de futuro. La desaparición de 900.000 puestos de trabajo industriales en los últimos siete años demuestra, a contrario, que el factor decisivo del desmesurado crecimiento de las cifras globales de desempleo no son las medidas de saneamiento sectoriales, que llevan aparejadas imprescindibles reducciones de plantillas, sino la quiebra técnica de empresas sobredimensionadas, que carecen de mercado para sus productos y ponen en movimiento la bola de nieve de las pérdidas acumuladas sin perspectiva alguna de recuperación.

Los ciudadanos escucharon las respuestas a las preguntas depara qué sirve y por qué se hace la reconversión industrial, pero no pudieron conocer cómo se llevará a cabo ese proceso ni tampoco cuánto costará su realización. El presidente del Gobierno renovó su oferta de diálogo y negociación, no para frenar la estrategia de reconversión, sino para ganar esa batalla. En este punto está, sin duda, la clave del problema. Es cierto que algunas críticas de la oposición parlamentaria y algunas actitudes discrepantes de los empresarios y de los sindicatos llevarían, por la propia lógica de sus planteamientos, a una paralización de los planes del Gobierno. Aunque sean escasas las voces que nieguen explícitamente la necesidad de reconvertir sectores industriales de imposible recuperación y con pérdidas galopantes, no son infrecuentes las posiciones que hablan de boquilla. En ocasiones, en un incestuoso maridaje se acepta la inevitabilidad de la reconversión industrial, pero se plantean condiciones para su realización que harían imposible llevarla a la práctica. Pero también existen dudas razonables sobre la habilidad y la eficacia mostradas hasta ahora por el Gobierno en su diálogo con los sindicatos, especialmente con UGT, y en la instrumentación de esa política. Ni siquiera ayer Felipe González despejó la incógnita acerca del procedimiento elegido -suspensión o rescisión de contratos- para la reducción de las plantillas.

La ecuación que tiene que resolver la sociedad española no pasa por una mayor o menor brillantez a la hora de exponer análisis macroeconómicos. Es otra cuestión bien distinta que tiene más que ver con las perspectivas globales de nuestra sociedad. Nuestro bienestar futuro difícilmente encontrará soluciones en trasnochados planteamientos ideológicos. La solidaridad y la colaboración que el presidente del Gobierno solicitó ayer ante las cámaras de la televisión es un mensaje destinado a la capacidad de modernidad de este país, a su confianza en el reto del futuro, a la necesidad de que los ciudadanos participen personalmente en la creación de riqueza y asuman los riesgos de la innovación frente a la reaccionaria actitud de convertirse prematuramente en celosos conservadores de situaciones personales, que -por otra parte- los cambios de la civilización han puesto en período de liquidación. El presidente del Gobierno, simplemente, pidió ayer a los españoles confianza en sus capacidades para poder vivir mejor.

12 Marzo 1984

Desafío a Comisiones

ABC (Director: Luis María Anson)

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Lo declarado ayer por el presidente del Gobierno a través de las cámaras de televisión debía haber sido expuesto y manifestado ante el Congreso de Diputados. Este género de expresiones públicas por parte del Poder tiene en las democracias un cauce específico y determinado. El Parlamento es la representación de la soberanía nacional y el Parlamento debe ser por ello el destinatario de estas manifestaciones del presidente del Consejo de Ministros. Tan claro como lo que acabamos de señalar es el hecho de que hacerlo así, ante el Parlamento, comporta para el presidente del Gobierno el riesgo de la réplica y el juego del contraste, la discrepancia y el turno de la crítica. La democracia parlamentaria no es de otra manera. La democracia parlamentaria tiene servidumbres formales para el Poder que no deben ser hurtadas ni esquivadas abusivamente en beneficio de una política de imagen. La didáctica política, en la democracia, debe disponer de otros cauces y de otras vías. Mandar es comprometerse, comprometerse no sólo en el fondo, sino también en la forma.

Dicho esto, en la que tantas veces hemos insistido, y no sólo ante el recurso de la televisión por parte de este presidente del Gobierno, sino también frente a idénticos abusos o desvíos cometidos por otros gobernantes en nuestra democracia, hemos de reconocer que ese otro riesgo, el riesgo de fondo, ha sido asumido entera y frontalmente por don Felipe González, al manifestar, comprometiéndose con ello, que la reconversión industrial será llevada adelante. Este compromiso del señor González hay que aplaudirlo sin reservas y entenderlo como respuesta sin ambages al reto que han hecho los comunistas de Comisiones Obreras y sindicalistas pertenecientes también a la propia Unión General de Trabajadores. El Gobierno asume el reto y todos hemos de esperar que la voluntad de llevar adelante la reconversión industrial y no ceda ante nada.

Es de lamentar, sin embargo, que don Felipe González no haya entrado en mayores y más suficientes precisiones sobre los contenidos de esa que parece renovada voluntad del Gobierno: voluntad que resulta, lo quiera o no quiera reconocer el presidente, o del ejercicio de su propia y dirimente voluntad política, o de una síntesis más o menos forzada entre las distintas posturas que han contenido internamente en el Gabinete. La realidad ha sido así. Los periódicos no nos hemos reiterado en el ejercicio de la fantasía durante los últimos meses, cuantas dificultades presenta la reconversión industrial: las dificultades externas al Gabinete y las dificultades internas del mismo.

Tiene la razón el presidente del Gobierno cuando afirma que no podemos perder más tiempo en la realización de ese proceso reconversor de nuestra industria. El cambio económico se habrá de hacer de una manera o de tora, pues España no puede quedar descolgada, es verdad, de la mutación industrial y tecnológica en el que están embarcadas ya las naciones que son nuestros principales interlocutores económicos. Pero esa razón que tiene el presidente del Gobierno no le bastará para que se disipen en las señaladas hostilidades y resistencias por parte del sindicalismo que sirve de correa de transmisión al Partido Comunista [Comisiones Obreras] y por parte del sector radicalizado de la propia UGT socialista. Mantener la política de reconversión será ir a un escenario de conflictividad: cada vez más enconado cuando más clara y definida sea la política seguida en este sentido por el Gobierno. Se avecinan, pues, meses de enorme tensión social que si coinciden con una escalada del terrorismo podrían colocar al Gobierno y a la nación en una situación límite.

Ante la conflictividad no se puede hablar de pronóstico porque la conflictividad ya la venimos padeciendo por todas las esquinas de la economía española. Esa misma conflictividad, por otra parte, la han padecido otros países y otros Gobiernos. No es necesario el recurso a las hemerotecas para saber cuales han sido las secuencias del conflicto sindical europeo durante la década de la crisis. Tampoco es necesario insistir en el hecho de que ante tal problema, los Gobiernos que más eficazmente han conducido ese debate político a corazón abierto – pues en él se llegó incluso a apostar contra la estabilidad del sistema democrático – no fueron Gobiernos de izquierda, emparentados con los sindicatos o emanados de éstos, sino que fueron Gobiernos conservadores o liberales. El caso de Gran Bretaña fue paradigmático.

Sería injusto, sin embargo, no recoger ahora en estas consideraciones retrospectivas y en esta valoración comparada, el hecho diferencial de que en España viene la conflictividad, implícita en toda crisis de cambio, coloreada, agravada y radicalizada por el consumo de unas estrategias revolucionarias de conducción comunista, en la que se conjuntan los factores económicos y sociales con otros elementos que nada tienen que ver con éstos, sino con cálculos estratégicos directamente derivados de la tensión entre las superpotencias.

Se entienden, por tanto, muy bien las demandas de solidaridad social frente a la crisis hechas por el señor González. Toda solidaridad será poca. Pero cualquier solidaridad, sea poca o sea mucha, por parte de la sociedad española, exige del Gobierno actitudes distintas de todo lo que sea prepotencia. Cuando a la sociedad y a todas las fuerzas políticas se las convoca a colaborar ante la crisis de la reconversión, se le debe dar a esa sociedad audiencia mayor y suficiente acogida en cuantas demandas razonables formula al Gobierno, o en cuantas posiciones razonables también disiente del Gobierno. El consenso para la solidaridad es impensable y resulta imposible con la reiteración de la prepotencia y con el ejercicio del rodillo.