5 febrero 1992

"No hemos logrado los objetivos", reconoció el jefe del intento de golpe de Estado ante los medios de comunicación"

Fracasa un intento de Golpe de Estado contra el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, del comandante Hugo Chávez

Hechos

El 3 y 4 de febrero de 1992 un grupo de militares venezolanos se amotinó contra el presidente, D. Carlos Andrés Pérez, que no fructificó.

05 Febrero 1992

"Ciego y sordo"

Editorial (Director: Joaquín Estefanía)

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Hace apenas mes y medio, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri acusaba al presidente de aquel país, Carlos Andrés Pérez, de estar «ciego y sordo» ante la amenaza de un golpe de Estado. Aseguraba Uslar que las dificiles condiciones de vida que aquejaban a los venezolanos, unidas a la inseguridad ciudadana, la corrupción generalizada y la ineficacia de la justicia, eran un caldo de cultivo para el golpismo alimentado desde sectores intransigentes de las Fuerzas Armadas. No descubría con ello nada que sus conciudadanos no intuyeran ya, mientras la prensa hablaba abiertamente de la posibilidad del golpe.La asonada se produjo en la noche de ayer. Sin embargo, aunque violenta y con instantes de gran dúreza en la propia Caracas, afortunadamente para el sistema democrático no pasé de ser episódica: unas horas después de que diera comienzo, los rebeldes se rendían. Pero lo importante no es el tamaño, organización o fuerza del golpe, sino lo sintomático que resulta que haya ocurrido en un país de tanta tradición democrática.

Carlos Andrés Pérez fue, entre 1974 y 1979, el presidente despilfarrador de los años de la bonanza del petróleo: la más espectacular explosión de deuda externa, el inicio de la recesión y los índices mayores de fuga ilegal de capitales se dieron precisamente cuando Pérez fue primer mandatario. Aquellos primeros cinco años concluyeron en fracaso económico, pese a que el político venezolano consiguiera convertirse en uno de los líderes más carismáticos del Tercer Mundo al suministrar aparente prueba de que la independencia y despegue económicos eran posibles sin que ello dependiera de la colonización del mundo desarrollado.

En 1988 consiguió ser reelegido por una nación angustiada y empobrecida que, por segunda vez, decidió votar por el candidato que le prometía disciplina, honradez y estabilización económica. Apenas un mes después de su toma de posesión, el país se vio envuelto en un baño de sangre: el caracazo, una revuelta popular en contra de las medidas de ajuste económico del Gobierno que se saldó con decenas de muertos, centenares de heridos, saqueós de comercios, suspensión de derechos ciudadanos y toque de queda.

Tres años después, los disturbios han sido causados por un sector del Ejército de imprecisa connotación ideológica, pero apoyado en el tan familiar género de justificación populista: la mala situación personal de los venezolanos, la corrupción generalizada y la inseguridad ciudadana. Lo que, como de costumbre, no ha explicado el sector golpista del Ejército es cómo pretendía enderezar la situación.

El ajuste económico que se ha visto obligado a imponer Carlos Andrés Pérez tras un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ha servido para incrementar las reservas del país (hasta casi 14.000 millones de dólares partiendo de los 300 que había dejado la Administración de su correligionario Lusinchi) y para convertir la tasa de crecimiento de la economía en la más alta de todo el continente. Al mismo tiempo, la inflación ha sido rebajada al 30%, un indudable saneamiento que mejora los datos macroeconómicos del país, pero que, por ahora, de nada ha servido a la hora de hacer lo propio con las condiciones de vida de los venezolanos. Nada menos que entre el 35% y el 40% de los ciudadanos se encuentra en el umbral de la pobreza crítica, y otro 40%, en el de la pobreza relativa. Estos son los costes sociales de la estabilización.

Es preciso congratularse del fracaso de la asonada, entre otras cosas porque la respuesta a las dificultades nacionales no es nunca un golpe de mano (que además siempre esconde reivindicaciones de clase, legítimas pero no reclamables por las armas), sino la racionalización delaparato administrativo, la aplicación de mayor disciplina fiscal y económica y el exterminio de la corrupción como forma de gobierno. Tal vez en Venezuela se haya agotado un modelo, pero sustituirlo corresponde a las fuerzas que gestionan el sistema, no a salvadores caudillistas que tanto mal han hecho en la historia del continente latinoamericano.

05 Febrero 1992

Golpe contra la democracia

Editorial (DIrector: Luis María Anson)

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Venezuela vive en democracia desde hace treinta y cuatro años. En 1974, Carlos Andrés Pérez ganó sus primeras elecciones y agotó su período legislativo. Como recoge la Constitución democrática venezolana, el presidente, elegido por la voluntad popular, no puede volver a ser candidato a la presidencia, una vez agotado su mandato, hasta que transcurran dos legislaturas. Por ello, el actual presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, no pudo presentarse hasta 1988, año en que fue reelegido. En esos comicios, el actual jefe del Estado obtuvo el respaldo de la mayoría de los ciudadanos y se convirtió así, por segunda vez, en el presidente de Venezuela, por la voluntad popular libremente expresada, tras el lapso prescrito constitucionalmente.

La tentativa de golpe de Estado que se fraguó en la madrugada pasada, primero en Maracay y luego en Caracas, en un atentado contra la democracia, una acción en caminada a liquidar por la fuerza al Estado de Derecho. El presidente venezolano, apoyado en su calidad de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y con el respaldo del pueblo, que le eligio mayoritariamente, ha ordenado a los militares sublevados deponer las armas y ha conseguido controlar la intentona golpista.

Carlos Andrés Pérez supo transmitir tranquilidad a la población civil declarando que la situación es normal y que han sido detenido los ‘insurrectos’, que pertenecían al batallón de paracaidistas Leonardo Chirinos, con sede en Maracay, a cien kilómetros de la capital, que encabezaron la intentona golpista ahora fracasada. Los focos rebeldes se encontraban en la ciudad de Valencia, donde se alzó en armas el batallón blindado al mando de un capitán que tomó el control de esa unidad, una de las mejor equipadas del país. Los primeros análisis apuntan como razón de golpe al contencioso entre Caracas y Bogotá, cuyos Gobiernos negocian por enésima vez el problema de las aguas jurisdiccionales del Gran Golfo, donde se extienden los principales yacimientos del petróleo.

No vamos a entrar a juzgar la gestión de Carlos Andrés Pérez al frente de la presidencia venezolana. Como todo gobernante, habrá tenido aciertos y errores; habrá conseguido éxitos en unos asuntos y habrá errados en otros. Es necesario subrayar que aquellos venezolanos que consideren que el presidente ha llevado a cabo una gestión desafortunada deben acudir a las urnas una vez agotada la actual legislatura parlamentaria y mostrar con su papeleta, si así lo creen oportuno, su disconformidad apoyando a otro partido político.

Por consiguiente no se trata de una cuestión personal. Lo que ha estado en juego ahora en Venezuela es la defensa del sistema democrático. Los demócratas sólo pueden ponerse del lado del presidente legítimo, cuya fuerza proviene de los sufragios emitidos libremente en unas elecciones. Sólo los que están en contra del sistema de libertades y del Estado de Derecho justificarán a los golpistas, que han intentado usurpar el poder legítimo con la razón de la fuerza.

23 Febrero 1992

Ruido de sables

Mario Vargas Llosa

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Cuando el sah fue derrocado y se instaló en Irán el régimen de los ayatolás, hubo un suspiro de satisfacción en el mundo: había caído un tirano y nacido un Gobierno popular. Pocos se percataron en ese momento de una incómoda verdad. Que la razón decisiva para el levantamiento del pueblo iraní contra Reza Pahlevi no fue su megalomanía y sus locos dispendios, ni la corrupción, ni los crímenes de la SAVAK, su siniestra policía secreta, sino la reforma agraria encaminada a acabar con el feudalismo y transferir las tierras de la Iglesia a una masa de nuevos propietarios y sus esfuerzos por occidentalizar Irán, emancipando a la mujer y secularizando parte de la vida pública. Fueron estas medidas las que exacerbaron a los imanes, quienes convirtieron todas las mezquitas en centros de rebelión contra el sacrílego y el impío. El sah no cayó por los muchos males que causó a su pueblo, sino por las pocas cosas buenas que intentó.Algo parecido hubiera podido decirse del presidente Carlos Andrés Pérez si la tentativa golpista del 4 de febrero hubiera tenido éxito. No menos megalómano y dispendioso que el último sah, Carlos Andrés Pérez gobernó entre 1974 y 1979, en medio de una corrupción indescriptible, llevando el populismo, ya firmemente enraizado en Venezuela, a extremos de delirio: nacionalizaciones -entre ellas la del petróleo-, subsidios masivos, reglamentarismo e intervencionismo generalizado en la vida económica, inversiones astronómicas del Estado para crear una industria nacional y fuertes barreras aduaneras para protegerla contra la competencia extranjera. La política de «sustitución de importaciones» fue aplicada en Venezuela por todos los Gobiernos, antes y después de este primero de Carlos Andrés Pérez, pero en ninguno alcanzó los excesos vertiginosos que con él. El control de precios por la burocracia política no sólo concernía a los llamados productos sociales, como el pan y las medicinas, sino incluso al papel higiénico y a las tazas de café, que el Gobierno decidió, en esos años, que tuviera dos tarifas: una si se tomaba de pie y otra si sentado…

Esa forma degenerada y perversa del capitalismo que es el mercantilismo la ha vivido Venezuela de manera más intensa que ningún otro país latinoamericano, en gran parte por culpa de la política de Carlos Andrés Pérez entre 1974 y 1979. Sus sucesores no la enmendaron; socialcristianos y adecos discrepaban en muchas cosas, pero los dos grandes partidos venezolanos parecían convencidos de que siempre habría suficiente oro negro en las entrañas del país y bastantes créditos en los bancos extranjeros para seguir subsidiando industrias artificiales, la ineficiencia de los monopolios y oligopolios que enriquecían de manera extravagante a un puñado de empresas e individuos con influencia, la gasolina barata, el pan barato las medicinas baratas; es decir, el miliunanochesco despilfarro y la efervescente corrupción congénitas a este sistema.

Cuando el barco comenzó a hacer agua, el pueblo venezolano, muy mal educado políticamente, ¿a quién volvió los ojos como opción salvadora? ¡A Carlos Andrés Pérez! Quedaba, sin duda, en la memoria colectiva una fuerte nostalgia de aquellos años pródigos de su primer gobierno, los de la Venezuela saudí, donde había tanto para repartir que a cada grupo de presión en el país le llegaba una prebenda, algún privilegio. Habilidoso hasta los tuétanos, en su campaña electoral Carlos Andrés Pérez se guardó muy bien de decir lo que pensaba hacer en su segundo gobierno. Sólo habló, prudentemente, de la necesidad de «modernizar al país».

Lo que hizo, ya en el poder, fue lo único que puede hacerse con un organismo al que el exceso de droga o de alcohol han puesto a orillas de la muerte una desintoxicación radical. Y como ocurre con los síntomas de retiro del intoxicado, el pue blo venezolano, sorprendido de la noche a la mañana con la tremenda subida del coste de vida que trajo el plan de estabilización -la desaparición de los subsidios y la liberación de los precios-, sufrió un verdadero trauma y salió a las calles a pro testar y a asaltar tiendas. El resultado: varios cientos de muertos.

Pero el antiguo populista parecía haber aprendido bien la lección de lo ocurrido a su com padre y amigo Alan García quien estuvo a punto de desintegrar Perú entre 1985 y 1990 y, pese a la reacción popular -el llamado Caracazo-, tuvo la responsabilidad de perseverar en el programa de saneamiento de la economía elaborado por el grupo de tecnócratas que llevó al Gobierno: redujo el gasto fiscal, inició las privatizaciones reestructuré la deuda externa de 30.000 millones de dólares y obtuvo para ello el apoyo entu siasta del Fondo Monetario y del, Banco Mundial.

Los resultados de esta polí tica sensata (aunque insuficiente) han sido ya positivos, gracias a los inmensos recursos de que Venezuela está dotada Aunque la inflación se ha mostrado rebelde -34% para 1991-, el crecimiento de la economía fue el año pasado uno de los más altos del mundo: cerca del 10%. ¿Por qué entonces, esa pasividad o, incluso, secreta simpatía de tan tos venezolanos con los militares putchistas? ¿Por qué no salieron en masa a defender la democracia cuando vieron los tanques en las calles, como lo hicieron en otras oportunidades? La respuesta a estas preguntas entraña una importante lección para los otros países de América Latina que, al igual que Venezuela, han comenzado en estos años a tratar de corregir varias décadas de desvaríos políticos y económicos.

La primera conclusión es que la vieja picardía criolla de los politicastros profesionales no sirve para hacer una reforma liberal en democracia. Pasar de una economía enajenada por el subsidio y los controles a una libre tiene un alto coste social que no puede imponerse por sorpresa -con nocturnidad y alevosía- a una sociedad sin que ello genere tremendas explosiones de descontento y frustración. Ni el pueblo venezolano ni pueblo latinoamericano alguno tiene la suficiente cultura política -impregnado como está de demagogia y prácticas populistas desde hace muchas décadas- para comprender que no hay otra solución, si quiere salir del embrollo en que sus gobernantes anteriores lo pusieron, que los sacrificios que ahora le inflinge el actual (sin haberlo prevenido ni haberle pedido un mandato para ello). Ello requiere de los gobernantes, no picardía y tretas, sino docencia y transparencia para con los electores desde la campaña electoral.

Esto es importante por razones de principio -en una democracia un presidente no es elegido para que haga lo que le dé la gana, sino para que ponga en práctica aquella política que fue convalidada por el voto-; y, también, porque una reforma liberal tiene muchas posibilidades de frustrarse si ella se ve enfrentada a la oposición resuelta de aquellos sectores de la población a quienes se les piden los mayores esfuerzos para que ella tenga éxito.

La segunda conclusión es que una «reforma liberal», si se limita, como en Venezuela -o Argentina, México, Bolivia, Perú, etcétera-, a combatir la inflación, bajar las tarifas, reducir el gasto público y estimular la inversión, sin remover las barreras que mantienen discriminada a una mayoría de la población, impidiéndole el acceso a la propiedad y al mercado, puede fortalecer la moneda, equilibrar el presupuesto, elevar la producción, pero sus beneficios se confinarán en sectores muy minoritarios, en tanto que la mayoría recibirá sólo migajas (y a veces ni siquiera eso) del saneamiento y desarrollo de la economía del país.

Por eso, sin transformaciones profundas de estructura que extiendan la propiedad privada y den acceso a la empresa y a la iniciativa económica dentro del sector legal a quienes los sistemas mercantilistas imperantes han privado de todo ello, serán reformas «liberales» con pies de barro, pues no habrán Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior hecho avanzar un ápice aquella justicia social -la igualdad de oportunidades- que es, junto con la libertad política y la economía de mercado, principio básico de una democracia liberal. En ningún país de América Latina -con la excepción, tal vez, de la Reforma Previsional chilena de José Piñera- ha habido alguna privatización de empresas públicas que, como aquellas que se hicieron en el Reino Unido bajo el Gobierno de la señora Thatcher, permitieran a millones de obreros y empleados de esas mismas empresas volverse sus accionistas.

Dentro de esas reformas olvidadas por los flamantes Gobiernosliberales de América Latina se halla la moralización. Ninguno de ellos ha tenido la entereza de sancionar a quienes, al amparo del poder político, se enriquecieron, pillando descaradamente los recursos públicos y abusando hasta la náusea del tráfico de influencias. Los antiguos ladrones siguen allí, nadando en la abundancia, exonerados de toda culpa por indignos Parlamentos o Cortes Supremas corrompidas, haciendo tiempo para volver al Gobierno si la amnesia y la estupidez humana lo permiten (en Venezuela lo permitieron).

Este espectáculo no es el más adecuado para mantener la confianza de un pueblo en sus gobernantes y en el sistema democrático en la hora difícil de una transición hacia la economía de mercado, sino, más bien, para desalentarlo e inducirlo a abrir las orejas ante quienes, como el novísimo aspirante a dictador de Venezuela ahora en la cárcel, le dice que ha llegado la hora de sacar el sable y cortarle el pescuezo de una vez a toda esa recua de políticos civiles que sólo sirven para hacer más ricos a los ricos, más pobres a los pobres, y para llenarse ellos mismos los bolsillos.

Desde luego, hay que alegrarse de que el cuartelazo venezolano no triunfara, porque, si ello hubiera ocurrido, Venezuela lo habría pasado mucho peor. Y fue bueno, también, que Carlos Andrés Pérez recibiera el apoyo inmediato de los gobernantes del resto del continente. Pero lo importante ahora es que todos ellos tomen nota de la seria advertencia que significa esa terrorífica imagen de la tanqueta embistiendo las puertas del palacio de Miraflores, pues va dirigida a cada uno de ellos tanto como a Carlos Andrés Pérez. Nuestras democracias son frágiles y los pueblos que las han hecho posibles necesitan ser persuadidos con hechos concretos de las bondades del sistema y de que los sacrificios económicos se hacen en su beneficio, no en el de las pequeñas minorías privilegiadas de siempre. El apoyo popular a la democracia da síntomas de fatiga no sólo en Venezuela.

El rumor de los sables desenvai nados se escucha también en otras partes. La responsabilidad de lo que ocurra, si algo malo ocurre, no será del Fondo Monetario Internacional, sino de quienes, teniendo, como nunca antes, todo en sus manos para cambiar el destino de América Latina, hicieron lo necesario para que ésta permaneciera den tro del círculo vicioso tradicio nal de los tres seudos, los gran des protagonistas de nuestra his toria: seudodemocracia, seudo capitalismo y seudorrevolución.

05 Febrero 1992

El otro «caracazo» de Carlos Andrés Pérez

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LOS rumores de golpe de Estado se hicieron realidad en la madrugada de ayer en Venezuela. La crítica situación económica y social había desencadenado una ola de especulaciones sobre la opinión de los militares al tiempo que diversos sectores del país, desde la oposición política a los intelectuales, demandaban de Carlos Andrés Pérez un «cambio de rumbo» en su dura política de ajuste iniciada nada más acceder al poder, por segunda vez, hace tres años. Aquellos primeros ajustes provocaron que miles de ciudadanos asaltaran los comercios y se enfrentaran a las fuerzas del orden: fue el «caracazo», duramente atajado por mandato directo de Pérez. El resultado fue la muerte de 300 personas y el malestar del ejército por haber tenido que asumir el papel represor. Por parte del gobierno no hubo marcha atrás. Carlos Andrés Pérez, populista y derrochador, gracias a los ingresos del petróleo, cuando fue presidente en los años setenta, se ha convertido -en una situación de crisis propiciada por la bajada del crudo, la inoperancia de los sucesivos gobiernos, la deuda externa y la corrupción política- en un neoliberal que ha seguido al pie de la letra las pautas del FMI y no ha sabido gestionar las ayudas que le llegaban, entre otros países, de España, que tiene en Venezuela a su segundo beneficiario mundial de créditos blandos. La consecuencia de todo esto ha sido el empobrecimiento acelerado del país, (un 40% de la población vive en una situación de pobreza crítica y otro 40% en pobreza relativa), mientras su presidente vive en otro mundo. Obsesionado con la política internacional, Pérez pasa semanas en el extranjero mientras la situación interna se degrada. Nuevas subidas de precios en diciembre provocaron más protestas que volvieron a ser reprimidas con violencia. «Hablar de golpe de Estado es ofender a las fuerzas armadas», dijo entonces el presidente. El escritor Uslar Pietri avisaba: «Es idiota pensar que aquí no puede haber un golpe de Estado». Pero Carlos Andrés Pérez no reaccionó. Creyó que un reciente incremento en los sueldos de los militares iba a contentarlos. Igual que creyó que presidir la democracia más antigua de Latinoamérica era suficiente garantía. Parcialmente ha sido así, porque los principales mandos militares no creen en aventuras como la protagonizada por los oficiales intermedios que, además, en la actual coyuntura democrática del subcontinente, les dejaría aislados internacionalmente. Pero el aviso ha sido, al tiempo que injustificable, importante. Y no sólo para quien ha sido calificado por Bush como «uno de los grandes líderes democráticos de nuestro hemisferio» poco antes de que suspendiera los derechos constitucionales. Occidente debe saber que las duras condiciones que impone a los países en desarrollo para ayudarles a salir de sus crisis endémicas puede alentar a los golpistas; más aún si quien gobierna es capaz de asumir -utilizando al Ejército en la represión-la muerte de centenares de personas para acallar sus legítimas aspiraciones no sólo a contar con una democracia formal, sino a vivir dignamente.