16 julio 2016
Las detenciones masivas hacen temer a que el mandatario vaya a realizar una purga
Fracasa un intento de Golpe de Estado en Turquía contra el Presidente Erdogan, que se salda con más de 200 muertos
Hechos
El 16.07.2016 el Gobierno de Turquía aseguró que había desbaratado un intento de golpe de Estado contra el presidente Recep Tayyip Erdoğan.
17 Julio 2016
Fracasa el golpe en Turquía, pero sus causas no han desaparecido
Turquía es tan importante en la difícil coyuntura geoestratégica que vive el planeta que el fallido golpe de Estado de la madrugada del viernes al sábado ha convulsionado los principales centros de poder del mundo. Los turcos están acostumbrados a las asonadas militares. Han vivido cuatro -cinco con la que acaba de ser sofocada- en los últimos sesenta años. En todas ellas, El Ejército se ha mostrado como el garante del Estado laico, basado en los principios establecidos por Mustafá Kemal Atatürk, creador de la Turquía moderna, en 1920. El último asalto del Ejército al poder se produjo en 1997, para evitar que el islamista Necmetin Erbakan instaurara una república teocrática.
Pero el papel que jugaba en el concierto internacional Turquía a finales de los noventa en aquel momento, a pesar de que pertenecía a la OTAN desde 1952, era mucho menos relevante que ahora. Oriente Medio se ha convertido en el principal escenario de conflictos terroristas, bélicos y diplomáticos, y ahí Turquía es uno de los principales protagonistas. Aunque el golpe de Estado tenga su principal motivación en la política interna -una parte del Ejército se erige en guardián de las esencias ante la deriva autoritaria y radical de Erdogan-, la desestabilización del país puede influir en una región clave para la política mundial.
Turquía es el bastión de la Alianza Atlántica en Oriente Próximo gracias a su situación geográfica, cercana a las zonas a los países más conflictivos. Erdogan se ha enfrentado a Israel, Irán y Rusia y, sobre todo, ha intentado el derrocamiento de Asad en Siria. Esto le ha granjeado enemistades en la región y ha puesto el foco del Estado Islámico sobre Turquía, como demuestra el atentado del aeropuerto de Estambul a finales de junio.
Pero a su posición geoestratégica, Turquía añade en estos momentos su papel clave en la crisis de los refugiados. Sus acuerdos con la Unión Europea -cobijar a quienes lleguen huyendo de sus países a cambio de ayuda económica y una mayor facilidad para que los turcos viajen a la UE- está amortiguando las indeseables consecuencias que podría tener de cara a la opinión pública la nefasta gestión europea de esta cuestión.
La necesidad de Occidente de contar con el apoyo de Turquía ha ido creciendo a la par que la deriva autoritaria de Erdogan. Lejos queda aquel político con el que en 2002, cuando fue elegido primer ministro, Turquía llegó a ver cercana la posibilidad de ingresar en la Unión Europea. Pero la consolidación del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan en el poder significó la radicalización de la política y la defenestración de oponentes en el Ejército, en la política y en la judicatura. Hoy nos encontramos ante la contradicción de que el Erdogan más dictatorial es el más necesario para la UE y para Estados Unidos.
De este difícil equilibrio con Turquía da fe que los principales líderes sólo reaccionaran para condenar el golpe de Estado cuando ya se empezó a comprobar que las masivas manifestaciones de los turcos en las calles -enfrentándose pacíficamente a los soldados-, iban a hacerlo fracasar. Obama esperó hasta entonces para llamar ‘a todas las partes’ a apoyar ‘al Gobierno elegido democráticamente’ y evitar ‘derramamiento de sangre’.
El hecho es que Erdogan ha conseguido parar el golpe de Estado, que se ha saldado con 265 muertos y más de 2.800 militares detenidos. El presidente turco culpó al influyente clérigo Fetulá Gülen, que lidera una red de personajes influyentes en la vida política y judicial turca, de ser el instigador de los militares que se sublevaron el viernes. A pesar de que Gülen también rechazó el golpe, el régimen detuvo o expulsó de sus puestos a casi 3.000 jueces afines al clérigo.
El futuro que se abre ahora sobre Turquía es más incierto que antes. Erdogan va a aprovechar su victoria para afianzar su poder en el país y depurar a sus enemigos. Sabe que cuenta, además, con el respaldo implícito de los países occidentales. Pero el levantamiento militar, aunque ha sido aplastado, saca a la luz la tremenda fisura que existe en las élites del poder, que puede desestabilizar el país en los próximos años. El golpe ha fracasado, pero sus causas no han desaparecido.
18 Julio 2016
Golpe en Turquía
El trágico balance de muertos en la intentona del pasado viernes y sábado, 265 según las últimas cifras oficiales, ensombrece la alegría por el fracaso de un golpe de Estado tan insensato como inaceptable desde cualquier parámetro democrático. Por muchos y muy graves que sean los problemas que enfrenta Turquía, que lo son, tanto en el frente interior como en el exterior, ninguno de ellos se hubiera solucionado con una toma del poder por parte de los militares. Al contrario, en las actuales circunstancias el triunfo del golpe y la eventual puesta de los destinos del país en manos de una junta militar sin duda habría generado una espiral de violencia, represión y abuso de los derechos humanos de incalculables consecuencias.
Hay que alabar la reacción tanto de la población turca, que no se dejó amedrentar por los militares y salió a la calle a desbaratar el golpe, como la firmeza de las principales fuerzas de oposición, que no dudaron en ponerse inmediatamente del lado de la institucionalidad y la democracia; sin olvidar el papel de los medios de comunicación, que una vez más han demostrado cuán esenciales son como baluartes de la democracia y las libertades de los ciudadanos.
El fracaso del golpe demuestra que la democracia turca ha dejado atrás los tiempos en los que los militares podían hacer y deshacer a su antojo, ignorando la voluntad de la ciudadanía democráticamente expresada en las urnas, una madurez que debe inspirar ahora en el presidente Erdogan y sus seguidores el deseo de unir al país bajo un liderazgo abierto y en interés de todos, partidarios o no de Erdogan y su partido, el AKP.
Erdogan, que sin duda sale notablemente reforzado de esta falida intentona, tiene todo el derecho a investigar y depurar, hasta las últimas consecuencias, a todos los elementos que desde los aparatos del Estado, valiéndose de los instrumentos que los ciudadanos han puesto en sus manos para garantizar sus derechos y libertades, se hayan vuelto contra ellos. Por el futuro de Turquía, y en honor a la memoria de los que han perdido la vida oponiéndose al golpe, debe quedar claro que ninguna institución ni persona puede estar por encima de la democracia ni la Constitución.
Una máxima esta que el propio Erdogan y sus partidarios también deberán aplicarse a sí mismos. Una vez pasado el momento del desbordamiento de la tensión, que ha dado lugar a algunas deplorables imágenes de linchamiento de los militares sublevados, es necesario que sea la justicia la que, con plena independencia, asuma la causa contra los golpistas y aquellos que les hayan apoyado. Nos preocupa en este sentido la destitución, el día después del golpe, de miles de jueces y fiscales, y la detención de diez magistrados del Tribunal Supremo. Son hechos que podrían minar aún más una separación de poderes que ya estaba en entredicho antes del golpe debido al continuo acoso de un Erdogan en clara deriva autoritaria. El fallido golpe debería servir para profundizar la democracia, consolidar el Estado de derecho y unir al país ante los graves desafíos que enfrenta, no para polarizar aún más a la sociedad.
21 Julio 2016
A propósito de Fetullah Gülen
El presidente turco Erdogan ha acusado al clérigo musulmán Fetula Gülen de ser el instigador del fallido golpe de Estado que tuvo lugar el pasado viernes en el país. En la acusación no han faltado los adjetivos condenatorios de Gulen, al que el presidente turco ha calificado de terrorista. Las autoridades turcas, como ya hicieron varias veces en el pasado, han reiterado su intención de solicitar de Washington la extradición del clérigo, que decidió establecerse en los Estados Unidos, en una localidad rural del Estado de Pennsylvania, en 1999.
El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, se ha mostrado al respecto extremadamente circunspecto, señalando que esperan del Gobierno de Ankara la información fehaciente sobre las actividades criminales de Gülen antes de proceder al estudio de la solicitud de extradición. En efecto, si las implicaciones de Erdogan fueran ciertas, Washington habría estado amparando en su territorio a un peligroso terrorista islámico durante los últimos dieciséis años.
Gülen, que en 2013 fue incluido por la revista «Time» entre los cien personajes más influyentes del mundo, es una figura voluntaria y relativamente ajena al ruido de las redes sociales contemporáneas, del que sin embargo sí es cierto presumir su afiliación a la corriente sufí del islam y su evidente alcance en la conformación de tendencias económicas, educativas, sociales y humanitarias en la vida de su país. En ambos terrenos, y por lo que de él se sabe, manteniéndose fiel a sus inspiraciones originarias, predica una proyección religiosa que con origen en el Corán asocia sus convicciones a los valores de la tolerancia, de la libertad individual y de la iniciativa cívica.
El movimiento Hizmet que él inspira ha venido extendiendo su alcance a sectores significativos de la vida pública y privada turca, conformando un conglomerado que, sin poner en duda los valores laicos del kemalismo, introduce en el comportamiento colectivo la poética, y en muchos sentidos el helenismo, de las proyecciones sufíes. El movimiento tiene también sus ramificaciones en los Estados Unidos, donde organizaciones como la Niagara Foundation en Chicago o el Rumi Forum en Washington DC mantienen una activa presencia en medios políticos, culturales y sociales de la vida americana.
No existe ninguna constancia de que el abundante segmento de la sociedad estadounidense que ha mantenido y mantiene contactos con tales organizaciones haya percibido la más lejana indicación de que ellas o sus inspiradores albergaran propósitos terroristas o simplemente desestabilizadores en Turquía o en cualquier otro país. Más bien al contrario: entre los proclamados objetivos de tales instituciones se encuentra de manera destacada el de dar a conocer la realidad turca en todas sus manifestaciones, sin que en ello, por lo que se observa, se incluya crítica política o posicionamiento partidista. Si Erdogan consiguiera demostrar que Gülen y sus seguidores forman parte de una organización terrorista no son pocos los políticos, académicos, militares, diplomáticos y financieros en los Estados Unidos y en el resto del mundo que debieran ser situados bajo la sospecha de complicidad en nefandas conspiraciones.
Fueron en su momento amigos y aliados, Erdogan y Gülen, y son varias las interpretaciones que, a falta de mejores fuentes, permiten adivinar la razón del evidente alejamiento. Quizá Gülen temiera la deriva totalitaria del político. Quizá Erdogan envidiara el alcance de la influencia social del clérigo. Sea como fuere, enemigos declarados ya, y sin que sea necesario proceder apresuradamente a la canonización del clérigo, la balanza del buen sentido analítico se inclina decididamente en su favor.
Esta reciente historia de la fallida asonada, que tantas incógnitas encierra y tantas preocupantes tendencias desvela, nos muestra la imparable tentación totalitaria de un nacionalismo neootomano y asultanado que cree poseer las claves de su indispensabilidad frente a propios y ajenos: en la OTAN por ser baluarte del Occidente en la frontera de los infieles; en la UE por aceptar, previo pago, el albergue y la contención de las emigraciones sirias, en el Asia Central por ser la madre de todos los turcomanos, y en el resto del mundo por ser Erdogan quien es.
El último giro de tuerca de la evolución a que Erdogan ha sometido la situación en Turquía deja pocos resquicios para la esperanza o para la contemporización. Son ya decenas de miles los ciudadanos sometidos a la obscenidad de la apresurada purga, cual si se tratara del Chile de Pinochet o de la URSS de Stalin. ¿Merece ese país, al menos mientras sea Erdogan el que lo dirija, seguir siendo miembro de la Alianza Atlántica o pretender llegar a serlo de la Unión Europea?
Ha sido recurso habitual entre los dictadores el calificar de terroristas a sus adversarios. El procedimiento certifica la innoble calidad de los primeros. Y sitúa sobre los segundos una amplia presunción de inocencia. La que indudablemente merece Fetula Gülen.