11 diciembre 1995

Acusó a Andreotti - al que había servido durante toda su vida política - de estar vinculado a La Mafia

Fulminante muerte del político italiano Franco Evangelisti, mano derecha de Andreotti al que atacó antes de su fin

Hechos

El 11.11.1993 falleció Franco Evangelisti

27 Diciembre 1995

De la poltrona al hospital o al cementerio

Peru Egurbide

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Para quienes contaron algo en la Italia de los años ochenta ha sido como una epidemia. Manos Limpias, la operación anticorrupción iniciada por la magistratura italiana hace ya casi cuatro años, apenas si ha hecho entrar aún a alguien en prisión, salvo con carácter preventivo, porque en Italia le tarda bastante más en llegar a una condena definitiva. Pero la magnitud del terremoto que desató sobre la clase política se refleja en un número de víctimas mortales que tiende a superar al de los supervivientes, inmersos en un panorama de ruina personal aunque su riqueza económica no haya sido casi tocada. Gozaron del poder hasta el exceso y hoy tienen dificultades para dejarse ver fuera de casa.Al goteo de suicidios, que en los últimos tres años suman al menos 13 casos, se sobrepone el rumor funerario de la enfermedad que siempre acecha en las fases difíciles de la existencia humana.

Giovanni Goria, democristiano que en julio de 1987 fue aclamado como el presidente del Gobierno más joven de su país, murió de cáncer de pulmón, a los 51 años, en mayo de 1994, y al menos el obispo de su ciudad no tuvo dudas sobre la gestación del mal que le llevó a la tumba. «¿La historia de Giovanni Goria? Lo han linchado durante 20 años por aquel asunto de la caja de ahorros. ¿Hay que añadir algo más?», dijo con tono amargo Severino Poletto, obispo de Asti, cuando el féretro de Goria estaba a punto de tomar tierra. Del «asunto de la Caja de Ahorros de Asti», el finado había sido absuelto. Pero, cuando murió, Goria, ministro de Hacienda hasta 1992, tenía pendiente otro juicio por comisiones ilegales derivadas de la construcción de un hospital.

Fue aún menos alentador el final de Vittorio Sbardella, fascista hasta los años setenta y máximo exponente andreottiano en el Ayuntamiento de Roma durante los años ochenta, que sucumbió a un cáncer de estómago el 26 de septiembre de 1994. En los pocos meses que duró el declive de su estrella política, el enorme volumen físico de Lo Squallo -El Tiburón, como se le llamaba, un verdadero tribuno salido del pueblo y vuelto para arengar al pueblo con el apoyo de los grandes constructores, fórmula que en Roma no ha fallado nunca y menos si el tribuno tiene un perfil de Primo Carnera- se consumió por dentro. Sólo le quedó color para el escándalo, que fue de tonos populistas, como toda su vida. La mujer de un colaborador tiró millones por la ventana gritando: «Son sucios, mi marido los trae cada noche a casa».

Sbardella parecía la sombra de sí mismo la última vez que fue a los carabineros, y volcó su desesperación en mil acusaciones contra compañeros de partido y, en especial, contra Giulio Andreotti, el jefe para el que había conquistado Roma.

Operado él mismo de un tumor en la hipófisis que le ha dejado una feo rastro en la nariz, Andreotti puede considerarse todavía un superviviente afortunado y capaz de defenderse de las acusaciones de pertenencia a la Mafia. Sobre todo porque más de una incursión de la Parca en este carrusel de la descomposición política italiana le ha pasado especialmente cerca.

Murió también en estos años Franco Evangelisti, el más próximo colaborador del siete veces ex primer ministro, además de Sbardella, aunque la verdad es que Evangelisti estaba enfermo y paralítico desde hace mucho tiempo. Andreotti le perdonó por ello que, antes de morir, tuviera tiempo y ganas de prestar un testimonio muy acusatorio ante los fiscales que han instruido el proceso del ex primer ministro por el asesinato de un periodista.

Murió asimismo, en febrerode 1993, horas después de entrevistarse con Andreotti, el ex director general de Participaciones Estatales Sergio Castellari, implicado en un escándalo con ecos de novela de espionaje. Su cadáver, desollado por las bestias, fue hallado en una colina próxima a Roma junto a una botella de whisky.

Andreotti ha dicho que no se explica por qué esa persona, a la que afirma haber conocido superficialmente, fue a contarle sus desgracias poco antes de llegar a un final trágico, que suele incluirse entre los 13 suicidios, aunque la magistratura rescata con frecuencia la hipótesis del asesinato.

Todavía menos motivos de queja debería tener Bettino Craxi, gran protagonista de la Italia de los ochenta junto a Andreotti y a Arnaldo Forlani. Al margen de su exilio tunecino, mucho más confortable que la vida del común de los mortales, la indudable caída del líder socialista sólo le ha provocado un agravamiento de su diabetes crónica y alguna complicación adicional en una hernia de disco. La diabetes es una enfermedad muy extendida entre los italianos, y también la padece Antonio Gava, hasta hace poco rey democristiano en Nápoles. Hace tres semanas, Gava no pudo asistir a su juicio por asociación mafiosa con la Camorra debido a que estaba en coma.

Craxi podría lamentarse comprensiblemente porque al secretario administrativo de su partido, Vincenzo Balzamo, le falló el corazón y murió cuando se le empezaban a acumular los procesos, de modo que el líder socialista quedó expuesto en primer plano como único responsable ante las denuncias futuras.

Paolo Cirino Pomicino, otro democristiano y grande napolitano, médico neurólogo y psiquiatra, que fue ministro de Economía del último Gobierno de Andreotti, esgrime ahora sus tres marcapasos y hace huelga de hambre para que le dejen salir de prisión y le encierren, como mucho, en su fabuloso ático sobre el golfo, valorado en unos 500 millones de pesetas. Pero los jueces italianos no están por los descuentos.

Calogero Mannino, también andreottiano y ex ministro, ha tenido que adelgazar una veintena de kilos y lograr que los médicos le consideren expuesto a «riesgos peores que el suicidio» para que el tribunal de Catania que le juzgará por mafioso la próxima semana suspendiera la prisión preventiva que sufría desde el pasado mes de febrero. Mannino sigue bajo control médico.

Algunos pasaron por su misma peripecia y la han superado sin mayores males, como la esposa de Duiglio Poggiolini, responsable durante décadas de la tasación de precios de los productos farmacéuticos, que llegó a pesar menos de 30 kilos mientras estaba encarcelada como cómplice de su marido.

En cambio, Francesco De Lorenzo, también rico napolitano, liberal, médico y ex ministro de Sanidad, puesto en libertad porque su delgadez y su cara de depresión impresionaron a los italianos cuando compareció en un juicio, prestó recientemente declaración con las manos enfundadas en guantes blancos. «Es por la quimioterapia», explicó a los periodistas, «que me ha causado una enfermedad de la piel. Los médicos no me dejaban venir, pero debo defenderme». De Lorenzo tiene cáncer de colon.

No todos los organismos son iguales, ni todas las psicologías reaccionan del mismo modo ante la desgracia. Tampoco son iguales entre sí los suicidas ni sus circunstancias.

Renato Amorese, de 48 años, secretario del Partido Socialista Italiano (PSI) en Lodi, un pequeño pueblo de Umbría, se disparó un tiro el 17 de junio de 1992, pocos días después de ser interrogado por el fiscal Antonio Di Pietro. Se habló de una comisión pequeña, de menos de diez millones. «He fallado en lo principal», dejó escrito. Cuatro días después se ahorcó Giuseppe Rosato, de 35 años, empleado del Ayuntamiento de Trecate, al que se le descubrió un abono en cuenta corriente de casi cien millones de pesetas. Apenas una semana más tarde, se disparó un tiro en la cabeza Mario Majochie, de 56 años, empresario de Como que había pagado comisiones para trabajar en la construcción de una autopista. El 2 de septiembre de 1992 se suicidó, también de un disparo, Sergio Maroni, de 45 años, diputado socialista por Brescia, muy próximo a Craxi, investigado por dos comisiones ilegales.

El 14 de noviembre se suicidó Mario Porta, alcalde democristiano de Vedano Olona, del que se decía que estaba implicado en las comisiones. Pero la familia descarta esa hipótesis como motivo del suicidio. El 12 de abril de 1993 fue el turno de Valterio Cirillo, de 43 años, concejal democristiano del Ayuntamiento de Pescara, absuelto pero «amargado», según dejó escrito, por las acusaciones de implicación en los escándalos. Trece días más tarde, Gino Mazzolaio, de 67 años, ex secretario democristiano de Rovigo investigado por comisiones ilegales en el Véneto, apareció muerto en su coche con una nota de despedida. El 26 de junio, Antonio Vittoria, decano de la Facultad de Medicina de Nápoles, implicado en la corrupción ligada a la industria farmacéutica, se envenenó tras escribir una dura acusación contra el ministro De Lorenzo. En julio, los suicidios de Gabriele Cagliari, ex presidente del ENI, asfixiado con un bolsa de plástico en su celda, y Raúl Gardini, tiburón del grupo Ferruzzi y de la química italiana, coparon los periódicos. El 12 de octubre de 1994, Pietro Concari, de 76 años, constructor de Parma, se disparó en la sien, en las oficinas de una empresa rival implicada en la corrupción.

El 28 de noviembre del mismo año, Beniamino Maldifassi, de 49 años, ingeniero consultor de Milán, investigado por comisiones ilegales en Varese, se ahogó con los gases de su coche.