14 diciembre 1995

El periodista español Hermann Tertsch, descendiente de Bismark, considera a Haider un enemigo de la democracia

Elecciones Austria 1995 – Triunfo del Partido Socialdemócrata de Vranitzky, preocupación por el ascenso de los liberales de Haider

Hechos

SPOE (Partido Socialdemócrata)- 71 escaños
OVP (Partido Popular)- 53 escaños
FPO (Partido Liberal)-  40 escñaos

15 Octubre 1994

Teutones alpinos

Hermann Tertsch

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El Oberkellner (camarero jefe) es una institución en los viejos cafés de Viena. A sus clientes habituales los tiene perfectamente clasificados. El trato que les otorga depende algo de la simpatía de cada uno y mucho de sus propinas. Robert, el Herr Ober del célebre Café Landtmann saluda a los clientes por su nombre y les premia su asiduidad, y generosidad con un título académico, gran deferencia en una sociedad tan devota de éstos como la vienesa. A mayor afecto y propina, mayor honor. Paco Eguiagaray, periodista vienés de adopción y vocación, escaló ya en la década de los setenta todos los grados de apreciación social desde el Doktor a Herr President -nadie sabe de qué-. Yo alcancé una nada desdeñable impostura como Rektor.

Fue en el Landtmann, hace una década, donde conocí a Jörg Haider. Estaba ya en plena ofensiva para hacerse con el mando del Partido Liberal (FPOE) que aún ostentaba Norbert Steger, un hombre infinitamente aburrido que intentaba mantener la línea liberal -y la coalición con el Partido Socialista- en un partido que siempre tuvo una facción pangermánica ultraderechista y fue cómodo refugio para viejos nazis. Haider nos aseguró a un pequeño grupo de periodistas que se haría con el mando en el partido y acabaría con la coalición. Anunció sus ambiciones en una «lucha sin cuartel para acabar con la corrupta partitocracia» que enfangaba Austria. Estaba en plena perorata el iconoclasta de Carinthia cuando Robert, gran conocedor de gentes, se me acercó y musitó: «Parece un chulo de putas de Klagenfurt».

No se le ocurría a Robert otro título -académico o no- para este personaje tan faltón como bien parecido, tan modernillo de pinta como tenebroso en sus instintos revelados. Gustaba ya por entonces Haider de alternar los atuendos del folklore ruralista con zamarras italianas y lucirse con pulseritas. Solo le faltaba un perro -bull terrier o Rothweiler- para pasar por un proxeneta próspero de provincia. Ahora se ha hecho con el 23% del electorado austriaco y asegura que será canciller en uno o dos años. Con aire de matón y retórica de «al pan, pan y al vino, vino» ha declarado ya obsoleta la democracia parlamentaria. Su intención consecuente es abolirla.

El escritor Joseph Roth solía calificar de Teutones de los Alpes a esos austriacos que quieren suplir con militancia germánica su complejo de inferioridad frente a los alemanes. Con su arrogancia frente a otros pueblos del imperio austro-húngaro, fueron corresponsables de su hundimiento. Formaron después la primera clientela fiel de Hitler en Austria. Son las almas gemelas de los montaraces que, en toda Europa, llaman al asalto de las instituciones de la sociedad abierta y laica. Les mueve la misma desconfianza frente a la cultura urbana y multicultural que alberga Karadz¡c frente a Sarajevo, Zhirinovski frente alcosmopolitismo o los neonazis alemanes ante la «pérdida de identidad por la invasión de los inmigrantes».

Teutones de los Alpes son aquellos que niegan la diversidad, que temen al diferente, que quieren expulsar a los extranjeros e ignorar al Tercer Mundo porque -se oye mucho- «la caridad bien entendida empieza por uno mismo», que descalifican a los políticos y a los parlamentos, que quieren poner orden de una vez por todas, que hablan con añoranza de la honradez de pasadas dictaduras, desprecian como debilidad a la mesura e insultan a quien no se adhiere a sus tesis. Se nutren tanto de la insatisfacción objetiva ante las dificultades económicas y las debilidades y flaquezas de los partidos como del miedo que ellos se encargan de generar y difundir.

Como al morir Roth en 1939, surgen en toda Europa. Pero hoy no los dirigen como entonces generales africanistas ni fascistas iluminados. Son los chulos, especuladores y pícaros los que, en nombre de la virtud, se han puesto a la cabeza de la manifestación contra la democracia

18 Diciembre 1995

Una negociación complicada

José Comas

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El canciller de Austria, el banquero socialdemócrata Franz Vranitzky, expresó ayer su convicción de que el presidente federal, Thomas Klestil, le encargara la formación de un nuevo Gobierno. El canciller, auténtico vencedor de las elecciones, manifestó que consultará con todos los partidos, a excepción de Los Liberales del populista de derechas Jörg Haider para la formación del nuevoGobierno.

La tarea puede resultar complicada, porque el electorado austriaco ha quedado dividido en dos bloques casi iguales de poco mas o menos un 50%, según los criterios tradicionales de izquierda y derecha. Esta división había quedado borrada en el pasado con la formación de grandes coaliciones, entre socialdemócratas (SPOE) y populares (OEVP, democristianos). La última la rompió hace dos meses el ministro de Exteriores, el democristiano Wolfgang Schüssel, quien anoche manifestó que negociará con Vranitzky.

Pero la inquina entre ambos hace difícil reeditar la gran coalición, al menos con los mismo protagonistas. Los dos tendrán que tragarse muchos sapos para volver a sentarse en el mismo Gabinete.

En pura aritmética electoral, sería posible formar una coalición con el bloque de derecha (OEVP y Haider), pero esto resulta poco viable. La voluntad del electorado austriaco se manifestó ayer por la estabilidad y en contra de esta opción, que numéricamente resultaría posible. Haider consideraba antes de la elección que no había llegado todavía su hora, y no parece que vaya a comprometerse ahora en las tareas sucias de gobernar como hermano menor de los populares. A Haider le conviene más esperar el desgaste de una gran coalición reeditada y que la fruta madura caiga en sus manos más adelante.

20 Diciembre 1995

Vranitzky gana

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LA BUENA noticia es que los austriacos han frenado el hasta ahora permanente ascenso electoral del ultraderechista Jorg Haider; la mala es que si, en contra de lo que predecían los agoreros, Haider no ha subido, tampoco ha sufrido un descalabro. Su populista Partido Liberal mantiene el apoyo de algo más de uno de cada cinco austriacos. Por lo demás, las elecciones anticipadas del domingo dejan las cosas en Austria más o menos como estaban. La coalición entre socialdemócratas y democristianos sigue siendo necesaria; su principal objetivo es combatir el déficit público para cumplir los criterios de convergencia de Maastricht y sus dos componentes siguen en desacuerdo sobre cómo hacerlo.Dicho esto, los comicios tuvieron un claro vencedor: el canciller socialdemócrata Franz Vranitzky, que por primera vez desde la era de Bruno Kreisky vuelve a ganar terreno, después de 12 años de continuo desgaste. El partido socialista ha logrado incrementar en 3,4 puntos su apoyo electoral, colocándose en él 38,3%. Ello le supone 72 diputados, siete más que en la anterior legislatura. Conservar intacto el nivel de las pensiones de maternidad, desempleo o jubilación les ha parecido a muchos austriacos un objetivo más movilizador que sanear las cuentas del Estado. Pero el voto socialista es también el voto contra la histeria, contra el permanente estado de excepción decretado por Haider y el voto de la salubridad política.

El democristiano Wolfgang Schüssel, líder del Partido Popular Austriaco, perdió. Pretendía romper la larga hegemonía política socialdemócrata en Austria y colocar a los democristianos como la primera fuerza política del país. Su partido sólo incrementó el voto un 0,6%, hasta el 28,3%, lo que le adjudica 53 diputados, uno más que en las elecciones anteriores. Vranitzky tiene razón al interpretar que los austriacos desean una nueva edición de la coalición gubernamental entre los socialdemócratas y los populares, pero en la que primen los criterios de los primeros. Los socialdemócratas han demostrado su fortaleza y que la oposición radical a la extrema derecha puede cosechar más frutos que el seguidismo de la misma. El fracaso de las aspiraciones de Schüssel, que le debilita objetivamente, no impide al líder democristiano y ministro de Exteriores en el anterior Ejecutivo mantener su oposición a un presupuesto en el que se proponía un aumento de la presión fiscal. Ese desencuentro fue el que rompió la coalición de gobierno y forzó el adelanto electoral. En esas circunstancias, las negociaciones para formar una nueva coalición se perfilan difíciles. Pero ahora Vranitzky es más fuerte.