12 septiembre 1980

El General Kenan Evren se convierte en nuevo dictador

Golpe de Estado en Turquía: el primer ministro Süleyman Demirel es derrocado y reemplazado por una nueva dictadura

Hechos

El 12 de septiembre de 1980 el primer ministro de Turquía fue derrocado.

Lecturas

El General Kenan Evren se convierte en nuevo dictador

El general Kenan Evren, jefe del Alto Estado Mayor, ha anunciado esta mañana de 12 de septiembre de 1980 por televisión que el Ejército acaba de tomar el poder, en un golpe de Estado incruento, a fin de evitar una guerra civil.

Un consejo militar presidido por el general Evren, gobernará a partir de ahora el país de acuerdo con la ley marcial.

Asimismo, quedad suspendida la constitución, disuelto el parlamento y prohibidos los partidos políticos cuyos líderes han sido arrestados.

Este golpe de estado no ha sorprendido a nadie, y menos a la población turca.

Los continuos atentados de toda índole y el caos político de estos dos últimos años han llevado a los militares al poder.

03 Enero 1980

Turquía: variantes sobre una crisis

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

LA HISTORIA de Turquía, el tan nombrado enfermo de Europa, es la historia de una revolución desde arriba que ha dado bastantes quebraderos de cabeza a los analistas políticos modernos. Pues Turquía, a partir del populismo y del capitalismo de Estado de Kemal Ataturk, entra en un camino contradictorio que reúne algunas caracteristicas de los populismos de América Latina -la búsqueda de un modelo de industrialización según el patrón de la sustitución de importaciones-, a la vez que rasgos jacobinistas, más propios del viejo despotismo ilustrado europeo. Por añadidura, el régimen de Ataturk trastornó la tradicional vinculación de las minorías nacionales de origen exterior con las posiciones de la burguesía industrial y comercial, desarticulando simultáneamente la relación de fuerzas entre las diferentes clases sociales y los distintos sectores nacionales heredados del pasado imperial de la Sublime Puerta.Tras la segunda guerra mundial, el Estado turco se ha visto así atrapado en una conocida situación inestable, que los teóricos del desarrollo económico caracterizan como situación semiperiférica. Turquía adoptó un modelo de desarrollo basado en un serio endeudamiento externo. Cuando a comienzos de 1978 el Partido Republicano, encabezado por Bulent Ecevit, llegó al Gobierno, la deuda externa de Turquía ni siquiera era conocida oficialmente. En los veinte meses siguientes, Ecevit consiguió renegociar casi la mitad de esta deuda -de un total de 13.000 millones de dólares-, pero dentro de un contexto ambiguo en el que se buscaba simultáneamente abrir el paso a la inversión extranjera y cerrar el canuno a las tradicionales exigencias de estabilización y reducción del endeudamiento del Estado, que caracterizan a la política del Fondo Monetario Internacional como criterio decisorio para la concesión de créditos a las economías en desarrollo, que tocan el fondo de sus posibilidades autónomas.

Previsiblemente, el FMI conseguiría imponer sus condiciones a corto plazo, aunque simultáneamente el Gobierno de Ecevit ofreciera fuerte resistencia a las condiciones propuestas por la OCDE para coniribuir al desarrollo y saneamiento de la economía turca. Este fenómeno, relativamente exótico o de difícil comprensión en Turquía, no constituye, en realidad, sino la vieja tragedia de los intentos de desarrollo autocentrado en aquellos países a los que la división internacional deltrabajo y su propia historia sitúan a mitad de camino entre la periferia subdesarrollada y los países de capitalismo avanzado. Teóricamente sería posible para estos países un modelo de desarrollo industrial intensivo, pero su estructura interna de clase hace imposible la creación de un régimen Político con una base suficientemente amplia como para impulsar tal desarrollo.

El Gobierno de Ecevit sujumbió en octubre de 1979, víctima de su incapacidad para relanzar la economía turca en un momento de recesión mundial -previsiblemente, el hundimiento de la economía europea afectó a una economía basada en buena medida en las remesas de los emigrantes, como lo estuvo la española en los «milagrosos» años sesenta- y de su escasa capacidad para combatir el terrorismo -de derecha y de extrema izquierda -sin recurrir a la inmediata y cruda extinción de las principales características del Estado democrático. Se unirían a estos otros problemas -las ataduras turcas con el problema chipriota, los nacionalismos fanáticos-, pero la clave debe buscarse siempre en la extraña situación de las formaciones sociales, a las que el sistema mundial aboca a un modelo de desarrollo socialdemócrata, a la vez que les niega la base social y el apoyo financiero internacional precisos para seguir este camino.

Así, la creciente inestabilidad del régimen turco acentúa día a día la posibilidad de un golpe militar que responda a la incapacidad del Partido Republicano de Ecevit y del Partido de la Justicia de Demirel -actualmente en el poder- para dar respuesta a una situación contradictoria dentro del sistema económico mundial y para poner freno al terrorismo -fruto de la descomposicion social resultante de esta situación contradictoria- en un momento en que la recesión mundial puede alcanzar su clímax en estos comienzos de la década de los ochenta. Sólo un (imposible) Gobierno de coalición Ecevit/Demirel podría cerrar el paso a una solución de dudosos resultados, pero que, en todo caso, sólo podría ponerse en marcha a costa de la liquidación de los derechos humanos y del aplastamiento de las capas trabajadoras más indefensas.

No es casual, por otra parte, que los rumores de agravación de la crisis política en Turquía se extiendan precisamente ahora, cuando Irán es el punto álgido del arco de crisis en Asia, y cuando la posición estratégica de Turquía, respecto a Irán y Afganistán, y, por supuesto, respecto a la URSS, se ha incrementado vertiginosamente. La geopolítica, previsiblemente, sobredetermina las políticas nacionales.

13 Septiembre 1980

Golpe en Turquía

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

EL EJÉRCITO turco recupera oficialmente un poder que nunca ha dejado de ejercer en la sombra; lo hace cumpliendo las palabras rituales del golpe de Estado: para restablecer el orden, evitar la guerra civil y restaurar la democracia. Todo, efectivamente, estaba maltrecho, en un país que no levanta cabeza. El terrorismo de la derecha y de la izquierda -con un balance de acciones muy claramente superior por parte de la derecha- y los disturbios frecuentes son simultáneos a una política equívoca y contradictoria de la coalición gubernamental que presidía hasta ahora Demirel. La rudeza de la política turca se explica fácilmente recordando que en un solo proceso, en 19791 el fiscal requirió 330 penas de muerte (por los disturbios de Maras, en diciembre de 1978). El Ejército ha intervenido en varias ocasiones directamente, antes del golpe: lo hizo en la proclamación de estado de sitio de trece de las 67 provincias y en el toque de queda de Estambul.La pregunta que puede hacerse es por qué el Ejército ocupa ahora el poder y precisamente ahora, cuando no lo ha hecho en otros momentos del pasado en que los pretextos eran tanto o más abundantes. Una respuesta es la de que trata de cortar una tendencia muy fuerte en el país a la alineación con los países árabes y abandonar el occidentalismo. No puede dejar de relacionarse este golpe militar con la expulsión del Gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Erkment, sucedida hace unos días (el 5 de septiembre), después de ser derrotado por una moción de censura en la Asamblea. Erkinent era occidentalista convencido, y se había negado a romper relaciones con Israel después de la declaración de capitalidad de Jerusalén, a pesar de las presiones de los partidos de la oposición y de alguno que forma parte de la coalición gubernamental, el de Salvación Nacional, de Erbakan. Aunque el propio Demirel comparte la política occidentalista, que es la de los militares y la que había llevado al Gobierno anterior a la nueva entrega de cuatro bases a

Estados Unidos, clausuradas en 1975, el miedo a que prevaleciese la política de neutralismo, la influencia creciente del jomeinismo, la que pueda ejercer la nueva fusión de Libia y Siria, pueden haber decidido la movilización de los militares, que son claramente occidentalistas y proamericanos, y que no tienen ninguna vacilación en cuanto a su adhesión a la OTAN (precisamente, el golpe de Estado se ha producido durante unas maniobras de ésta, como sucedió en Grecia cuando el movimiento de los «coroneles». ¡Para que luego se diga que la pertenencia a la Alianza, en el caso de una potencia media como es España, resulta una vacuna contra los golpes militares!). Un hecho que tampoco se debe pasar por alto es el de que el lunes próximo comienzan las conversaciones con Grecia sobre el mar Egeo: Turquía tiene pretensiones importantes sobre los yacimientos subacuáticos de petróleo, y se opone al mando griego del Egeo dentro de la OTAN. Los militares turcos estaban preocupados con que el Gobier no Demirel se mostrase débil o inepto en estas negociaciones.

El cambio político de Turquía tiene una gran importancia en la crisis mundial. Turquía fue ya una pieza importante en las negociaciones originales de la coexistencia entre Jruschov y Kennedy, durante la «crisis del Caribe», y se llegó al trueque de la retirada de los cohetes soviéticos de Cuba por la de los americanos en la base turca de Adana. A partir de entonces, se produjo una moderada neutralización de Turquía, que, poco a poco, fue olvidándose, hasta llegar, como queda dicho, a la recuperación de las bases cerradas, aunque se sospecha qué no se han vuelto a repetir desde su territorio acciones como la del vuelo de espionaje del avión U-2, que tantos disgustos costó a Eisenhower en los últimos tiempos de su presidencia. La URSS no dejará de percibir la importancia de ese cambio en su frontera, ni en Irán ni Siria, y acusarán a Estados Unidos de haber fomentado ese golpe para evitar otra libre disposición de su destino y de su actualidad política por parte del pueblo turco. Tampoco el tema será grato para Grecia, que trata, en estos momentos, de volver a la Alianza Atlántica. Y repercutirá en la Conferencia de Madrid, a la que Turquía pertenece en tanto que nación europea y donde, con toda razón, se verá ahora acusada de no respetar los principios del Acta de Helsinki.

19 Septiembre 1980

Los militares turcos

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

PUEDEN ESTAR satisfechos los militares turcos del discreto, casi amable, silencio con que ha sido acogido su golpe de Estado. Sólo Bélgica ha repudiado el suceso, y de una manera activa, al negarse a enviar su pequeño contingente a las maniobras de la OTAN en Tracia por no colaborar con los golpistas. Y, curiosamente, la decisión belga ha despertado más contrariedad que el golpe turco. Ni siquiera Noruega y Dinamarca se han unido a ella, y en los medios de la OTAN se critica la decisión de Bruselas como susceptible de debilitar la Alianza. Los belgas habían suspendido ya su decisión de aceptar los cuarenta y ocho misiles nucleares -los «euromisiles»- que les corresponden como cuota, y todo esto hace aparecer a Bélgica como un país dudoso en el seno de la Alianza. Turquía, en cambio, se afirma. No importa demasiado que hayan quedado en suspensión las garantías constitucionales, que los partidos estén impedidos de continuar sus actividades políticas, que la huelga haya quedado automáticamente prohibida, que los dirigentes del régimen -elegidos y en el uso de un poder legítimo- estén detenidos -o cubiertos por algún eufemismo-, que los sacrosantos principios que la OTAN defiende en la Carta del Atlántico frente a la dictadura estén siendo violados. La OTAN y Estados Unidos han visto alejarse el espectro del neutralismo, como lo vieron en Grecia por el golpe de los coroneles, y bastan ahora unas cuantas actividades equívocas de los militares -la actuación visible contra la extrema derecha, las declaraciones de que devolverán el poder a los civiles más adelante, la proclamación de su afición personal por la libertad- para que queden incluidos en la lista de los «buenos» o, por lo menos, entre la de la gente estimable.Mientras, la Unión Soviética prefiere mantener un cierto silencio, consciente de que todo lo que pase en sus fronteras es delicado, y sólo los países árabes protestan, especialmente Irán. Todo un encubrimiento de luchacontra el fanatismo religioso -siguiendo las huellas de Ataturk- y de modernización – se produce en Ankara. La lógica hace pensar que en ningún momento la defensa de la democracia puede hacerse en Turquía ni en ningún otro país paralizando o destruyendo las instituciones democráticas, ni siquiera con una supuesta provisionalidad, que, a juzgar por la historia del desgraciado país en los últimos tiempos, nunca ha cesado, sino ayudándola a afirmarse. Cuando una democracia tiene unos enemigos fuertes, hacer lo que esos enemigos desean es simplemente colaborar con ellos y formar parte de sus designios.

Si la OTAN tiene una razón de ser, si lo que llamamos Occidente posee una filosofía, es la de enfrentar y luchar por unas libertades frente a una forma de totalitarismo y una violación de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas. Se da justamente el nombre de ese totalitarismo a la Unión Soviética y a su expansión sobre países sojuzgados. Cuando un país aplica esos mismos tratamientos a su pueblo, no importa en ningún caso el signo político o el nombre que adopten ni la semántica con que nos quieran engañar: su régimen será tan contrario a los principios esgrimidos por la OTAN y defendidos por Occidente como los de cualquier otro. Los militares turcos no deben ser una excepción. Y mucho menos, una metáfora.