9 febrero 1955

Malenkov reconoce públicamente 'sus culpas' y se somete al PCUS de Kruschev

Golpe de mano en la Unión Soviética: Kruschev destituye a Malenkov consolidando su condición de nuevo dictador absoluto de la URSS

Hechos

El 8.02.1955 las agencias de noticias informaron del relevo como Georgi Malenkov por Nicolai Bulganin.

Lecturas

EL DEFENESTRADO

Malenkov Malenkov, que había sucedido a Stalin como jefe de Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se ve ahora cesado por el Secretario General del PCUS, Nikita Kruschev, y reemplazado por Nicolai Bulganin, al tiempo que ha tenido que hacer un comunicado reconocido que su ‘culpabilidad’ en su gestión ahora y en la etapa de Stalin.

09 Febrero 1955

Las tres figuras de la zarabanda

LA VANGUARDIA (Director: Luis de Galinsoga)

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El mea culpa vergonzoso entonado por Malenkov, su actitud sumisa y aun de aplomo ante su substituto, prueban e sobras que el personaje responde por dentro a lo que su aspecto exterior: fofo. A Stalin le fue utilísimo porque bajo su acerada mirada, el hombre que era un archivo viviente, un trabajador incansable, el burócrata más fiel y abnegado que un dictador haya tenido jamás a su lado, resultaba realmente inapreciable en sus servicios. Como con Djugachvili no había lugar a dudas ni ambiciones personales, a salvo las que él quería tolerar. Malenkov, en los turbios momentos de su muerte, pudo esgrimir su condición de ‘mano derecha del extintor’ y acceder a la cima del Poder, no personal, sino ‘colegial’.

El otro factor visible del ‘colegio’ era Beria; el tercero, oscuro aún, era Kruschef. Y éste es hoy el árbitro aparente de la situación, porque detrás de la misma se ocultan otros poderes que la desaparición de Stalin permitió aflorar y que no son otros que los mariscales y los jefes y oficiales a sus órdenes que hicieron la guerra de verdad, de Zukov y Vasilievsky para abajo, los cuales dirán en su día indefectiblemente la última palabra.

La última palabra no la pueden decir Bulganin – mariscal político – ni el Partido, cuarteado gravemente por sus disensiones internas, desorientado en su doctrina general por los groseros errores de gestión, en la cosa pública y en la entraña de la particular moral comunista, cometidos por las capillas y capillitas dirigentes.

Este golpe de timón para tratar de orientar la desorientación general era previsible desde el día en que Beria, verdadero hombre duro del triunvirato pos-staliniano hubo de ser suprimido por la fuerza. Contra él pudo adelantarse la intriga que quizá unos días más tarde no hubiera sido posible. Contra el débil Malenkov no ha sido necesario usar la manera violenta. Los ardides de Kruschef, el gran ambicioso de esta hora, han sido en verdad suaves. El ablandamiento incondicional del jefe no ha requerido mayores esfuerzos.

Vencido de antemano, pues, sólo se trataba de dar estado oficial al asunto como culminación de un año – 1954 – caracterizado por los dinámicos éxitos de Nikita Kruschef, secretario general del Partido, y el obscurecimiento paulatino pero implacable del orondo presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Que las funciones de éste eran mediatizadas, lo prueban hechos palpables. Así, por ejemplo, Kruschef, que tiene sesenta años, jugó el papel protagonista en las tres conferencias sobre problemas agrícolas – siempre los primeros en la Unión Soviética – que reunieron en el mes de enero a los trabajadores tractoristas de los kolkoses y a las juventudes de vanguardia en la producción colectivizada. Kruschef ha sido el autor del gran informe al Comité Central del Partido, llevado después al Presidium del Soviet Supremo, respecto a la rehabilitación de las tierras incultas de Siberia, y él es quien ha dirigido posteriormente el vasto programa de colonización con mano fuerte. Kruschef invadió públicamente el campo de la economía algodonera, señalando para la misma nuevos rumbos; criticó públicamente los defectos en que incurría la industria de la edificación protegida por poderosos Ministerios, obligando a la derogación de sus normas habituales.

Pero no sólo en el campo económico puede señalarse la actividad extraordinaria y de primer plano del secretario general. A él se deben, en efecto, directrices de tipo doctirnal, tan espinosas como las que han implicado modificación en los sistemas de lucha contra la religión, los que atañen a la familia – lema: mas matrimonios, más hijos – y a la política exterior. Citemos sus viajes a Praga, donde se permitió aleccionar a sus camaradas checos sobre lo que tenía que ser la acción antioccidental; sus viajes a las zonas rusas del Extremo Oriente y, sobre todo, su marcha a Pekín al frente de la Delegación que el Kremlin envió para celebrar el quinto aniversario de la Revolución china.

Todos los observadores occidentales en Moscú habían señalado durante el transcurso del año último la extraordinaria libertad de actuación de que Kruschef gozaba. Así, recogiendo una referencia, fue él el verdadero protagonista de la fiesta dada por Molotof en el palacio Spiridonovka, en honor de Chu En Lai, cuando éste regresaba en Ginebra; lo fue también en el curso de la comida dada en la Embajada del a Gran Bretaña por la Delegación Parlamentaria laborista. Y es también Kruschef el principal animador de las recepciones que tuvieron lugar, bien en la Embajada de Yugoslavia con motivo de la fiesta nacional de este país. En esta última sazón, Kruschef se permitió hablar ‘a corazón abierto’ con los embajadores occidentales e incluso conversar animadamente con el Padre Bissonnette, limosnero catódico de la colonia extranjera, y entablar una cordial charla con Vidich, embajador de Belgrado, con el que brindó en alto ‘por la salud del camarada Tito’. Sorprendido por el comportamiento del secretario general del Partido, un diplomático hizo la reflexión siguiente: “Podría creerse que él era el amo y que Malenkov era uno de sus colaboradores”.

Kruschev, según puede colegirse, ya es, en efecto, el patrón.

Bulganin, mariscal ‘de dedo’ creado por Stalin no resulta, a distancia, más que una figura decorativa a pesar de la gran experiencia política que le atribuyó a Kruschev en el momento de designarlo. Otra vez hemos dado ya alguno de sus brazos. Helos aquí.

Efigie apacible y respetable, con barbichuela blanca bien cuidada y fronda de condecoraciones, familiar en los desfiles marciales de la Plaza Roja moscovita, no es un militar de la guerra ni siquiera un jefe heroico de unidad dispersa. Si nombrado jefe absoluto de las Fuerzas Armaas rusas, era más bien según se creía en las Cancillerías occidentales, en virtud de sus merecimientos políticos, de su probada adhesión a la línea staliniana, que le llevó en poco tiempo a oficial del Ejército, a jefe, a general y a mariscal.

Claro que hay algo importante en su historia castrense que define tal vez su verdadero carácter; Bulganin fue el hombre que en su calidad de alcalde y gobernador de Moscú, dos cargos civiles en una pieza, ‘paró al alemán’ ante la capital en el invierno primero de la guerra en el Este. El soldado a su puesto, y el paisano a cavar defensas fue la doble consigna que con nieve hasta el cuello cumplieron bajo sus órdenes tajantes los defensores de Moscú en aquella coyuntura que Hitler estimaba victoriosa y que juzgaron con mucho menos optimismo los generales alemanes, tal Von Brauchitsch. Luego, Bulganin no destacó ya en ninguna acción de la contienda, o sea que volvió a su tenaz labor en el Partido y de enlace entre el Partido y las Fuerzas Armadas que le permitió – Stalin dixit – ser jefe supremo de las fuerzas rusas cuando el zorro georgiano creyó que la popularidad de los generales, sobre todo Zukov, que habían luchado de verdad, podía perjudicar a su omnipotencia y que era necesario enviarlos a guarniciones obscuras como así lo hizo en efecto.

Barin