25 julio 1992

II Cumbre Iberoamericana celebrada en Madrid bajo la presidencia del Rey Juan Carlos I

Hechos

Fue noticia el 25 de julio de 1992.

25 Julio 1992

Un logro discreto

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA II Cumbre Iberoamericana, celebrada en Madrid en un año emblemático para España, concluyó ayer con una declaración final llena de buenos propósitos. Es positivo que se vaya creando para Latinoamérica, España y Portugal un cuerpo de doctrina en torno a la libertad, la democracia y los derechos humanos por el que, idealmente, acaben rigiéndose todos los integrantes de esta comunidad iberoamericana que se pretende constituir. Los cuerpos de doctrina, sin embargo, operan por consenso y no tienen más reglas de aplicación que la voluntad de Gobiernos sustentados por el voto de la ciudadanía. Para que la declaración resulte verdaderamente creíble, falta en más de uno de sus firmantes, presentes o ausentes, la universalidad en el respeto de los derechos que se consagran. En este sentido, sería lamentable que esta flamante comunidad siguiera, por poner un ejemplo, el camino emprendido por la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) y pasara, como ella, de los píos deseos a la ineficacia.Era inevitable que 21 jefes de Estado tan heterogéneos se movieran entre el extremo de la ampulosidad retórica del presidente dominicano y la sequedad semántica del de México. Inevitable y, probablemente, reflejo fiel de las grandes diferencias que separan a unos de otros. Acaso lo más significativo de esta cumbre haya sido que la armonía entre los asistentes no ha eclipsado su condición de líderes de un mundo en ebullición y lleno de problemas. Por debajo de las galanas frases, seguían vivas cuestiones desestabilizadoras en muchos de los países, desde la farsa de los narcotraficantes colombianos hasta la tragedia del terrorismo peruano, pasando por el escándalo de la vida pública brasileña o las dificultades de un presidente al que el Congreso venezolano prohíbe viajar.

Pero ese continente latinoamericano, que es el protagonista pasivo de tanta atención, ha llegado a la saturación de palabras, de revoluciones y de proyectos. Le aquejan de manera especialmente dura algunos de los problemas más terribles que inciden sobre la humanidad: el hambre, el narcotráfico, la degradación de las condiciones de vida de grandes bolsas de población (especialmente indígenas), la sanidad… El informe hecho público por el Unicef con ocasión de la cumbre es escalofriante: 15 millones de niños luchan por una «supervivencia errática» en las calles de las ciudades latinoamericanas. Muchos morirán, ninguno recibirá enseñanza alguna, todos malviven sin esperanza. Los problemas de la economía, de las finanzas, del equilibrio en el desarrollo ecológico, parecen insalvables.

Poca entidad parecen tener los acuerdos específicos sobre la hipotética creación de un mercado común del conocimiento y de un fondo de protección de las minorías indígenas si se los relaciona con las necesidades reales del continente. Dos son las exigencias que harían creíbles las aspiraciones contenidas en la Declaración de Madrid: por una parte, que, efectivamente, los esfuerzos en pro de la «reestructuración de la economía» y la «liberalización del comercio» tuvieran un reflejo menos escaso en la realidad. Cuestiones como la miniguerra del plátano o como la incapacidad de los países más ricos de concluir la Ronda Uruguay del GATT son la barrera más rotunda impuesta a los buenos propósitos de la nueva comunidad. Por otra parte, ningún futuro es contemplable para el continente latinoamericano si no se orienta con realismo por la senda de la regionalización de las diferentes economías complementarias; el porvenir se encuentra en proyectos tales como el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, y no en construcciones hueras y carentes de entidad.

La cumbre de Madrid ha completado las coordenadas que empezó a diseñar la de Guadalajara: un marco de libertad y democracia. Un logro discreto, pero serio. Y una ausencia lamentable: la de Francisco Fernández Ordóñez, trabajador incansable para la celebración de ambas. Corresponde ahora a los acto res mostrar su sinceridad para llenarlo de contenido. Un sueño dificil, pero al que debe darse el margen de confianza que merecen los grandes proyectos.