1 agosto 1992

Primarias EEUU 1992: Los Demócratas eligen al Gobernador de Arkansas, Bill Clinton como candidato a la Presidencia frente a George Bush

Hechos

En agosto de 1992 se celebraron las convecciones para la elección de candidatos a la presidencia de Estados Unidos de América.

12 Marzo 1992

Velocidad de crucero

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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ANTEAYER TUVO lugar en Estados Unidos el famoso supermartes, día en el que se juega la elección de un bloque muy importante de los delegados que en agosto designarán a los candidatos republicano y demócrata a la Casa Blanca. En 11 Estados se celebraron primarias o caucuses que decidían la selección de 793 delegados de los 2.277 que acudirán a la convención republicana en Houston y 603 de los 4.160 que estarán presentes en la demócrata de Nueva York.El campo republicano ha quedado, como era de esperar, listo para sentencia. La posición del presidente Bush, que pretende la reelección, nunca estuvo amenazada por los otros candidatos que se mueven a su derecha, el ex miembro del Ku Klux Klan David Duke y el ultraconservador Pat Buchanan. No se trataba tanto de saber si Bush tendría dificultades para ser designado candidato -que no las va a tener-, sino más bien de sacar las consecuencias de un castigo que la opinión pública le está propinando de forma reiterada. No es arriesgado aventurar que el presidente tiene las mayores posibilidades de ser reelegido en noviembre, pero su gestión en el interior del país, especialmente en política económica, está siendo severamente criticada. Ésa es con seguridad la explicación que puede darse a la continua presencia en las primarias de un 30% de votos favorables a Buchanan.

George Bush, que necesita 1.105 delegados para ser candidato automático a la reelección, cuenta ya con 554 de los 606 que era posible conseguir hasta anteayer. Nada parece interponerse, por tanto, en su camino hacia la elección para la Casa Blanca. Nada, esto es, que no sea él mismo. Los muestreos de opinión de su historial como presidente han ilustrado perfectamente sus virtudes y carencias en tanto que político: la opinión favorable de sus conciudadanos había caído al 45% poco después de su elección en 1988, cuando aún se debatía casi exclusivamente con cuestiones interiores; era del 90% en el punto más agudo de la crisis del Golfo, hace un año, y se había vuelto a desplomar al 40%-45% en las últimas semanas, en el peor momento de la crisis económica que padece ahora el país. A los estadounidenses podrá gustarles un presidente halcón en política exterior, pero dudan de su actitud excesivamente liberal en economía y demasiado conservadora en las cuestiones sociales, aspectos ambos que están en el corazón de la actual coyuntura. Por esta razón, el tamaño de su hipotética victoria en los próximos comicios presidenciales, en competencia ya con el candidato demócrata, depende de que la economía norteamericana inicie o no una recuperación a principios de verano.

Por estos mismos motivos, los demócratas echarán de menos no haber colocado al frente de su candidatura a un peso pesado como, por ejemplo, el gobernador de Nueva York, Mario Cuorno. Generalmente, un presidente saliente que pretende la reelección parte como favorito porque la Casa Blanca le coloca en situación de ventaja electoral; sin embargo, en esta ocasión las circunstancias históricas han puesto a Bush en posición de debilidad política. La reticencia de Cuomo a embarcarse en la pelea electoral sugiere que no le apetece nada plantarse de muñeco de feria a recibir las bofetadas que se propinan en unas campanas ya tristemente famosas por la violencia de los insultos y la suciedad de los escándalos que se aducen contra los políticos en liza. Ésa ha sido la suerte de Bill Clinton, el gobernador de Arkansas, que ahora se ha posicionado a la cabeza de los candidatos demócratas: pese a las acusaciones que le llovieron sobre su vida privada, la campaña le ha puesto al frente del grupo de candidatos, con 700 delegados de los 2.147 que necesita (frente a los 345 de su más inmediato rival, Paul Tsongas). Clinton será probablemente el candidato demócrata (a menos que en la convención de Nueva York los delegados decidan designar a Cuomo por aclamación), pero también probablemente será el candidato perdedor si no encuentra pronto alguna causa que refuerce su posición ideológica, que le diferencie en lo esencial de lo patrocinado por Bush, y que entusiasme al electorado con un liderazgo inédito hasta el momento.

30 Mayo 1992

El peligro Perot

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA campaña presidencial norteamericana puede sufrir un auténtico terremoto. El culpable de ello es Ross Perot: un virginiano multimillonario de 61 años, salido del Oeste tejano, con cierto aire de cowboy y, por lo que dicen todas los sondeos, capaz de encandilar al electorado. Las últimas encuestas colocan a Perot, hombre de inmensa fortuna personal -la vigésimoquinta de los USA: unos 2.500 millones de dólares, obtenidos en el mercado de la informática- a la par o por delante del propio Bush y muy por delante de Clinton, el ya seguro candidato demócrata. Republicanos y demócratas empiezan a referirse al tejano como «un tipo peligroso» y «un fraude». Todo inútil. Con demagogia populista, chistes fáciles sacados casi siempre de series infantiles como Sesame Street, y descalificaciones globales de la Prensa, Perot sigue ganando en las encuestas sin haberse presentado ni a una sola primaria y sin comprometerse a nada en concreto. Se apoya en su prestigio de hombre de empresa triunfador y en el halo de energía que le dio intervenir por la brava en el Irán revolucionario para rescatar a dos empleados suyos secuestrados: méritos dudosamente aplicables, cuando no peligrosos, en la Presidencia de una gran potencia. Su programa político es, por lo demás, un libro en blanco. Muchos temen que, cuando Perot se ponga a escribir, lo llene de proclamas autoritarias y semifascistas no muy alejadas de las de los lepenistas franceses o los republicanos alemanes. El electorado estadounidense, como el de casi todos los países europeos, está cansado de políticos tradicionales. Perot se beneficia de ello. Cuanto menos hace y menos dice, mejor le va. Tras la desparición del comunismo, los estadounidenses se sienten frustrados por la falta de inspiración política y la ineficacia de sus dirigentes, golpeados por la recesión heredada ele Reagan y sin dinero para hacer frente a las responsabilidades del «liderazgo» que Bush les invita a ejercer en cada discurso. Frente a los candidatos oficiales de las maquinarias electorales, los votantes ven en Perot lo que ansían: un autodidacta sencillo que no sabe de diplomacias, un self -rnade-man emblemático, un prestidigitador sin experiencia alguna en cargos políticos, alguien que podría ser capaz de reformar la economía, reducir el déficit y combatir la droga y la delincuencia. Poco importa que tenga o no esas cualidades. Tiene dinero, dicen que cabalga solo y no habla como los demás políticos. Demócratas, republicanos y medios de comunicación tardaron demasiado en reaccionar ante la amenaza Perot. No se la creían. Cierto que nunca un independiente ha ganado las presidenciales en los Estados Unidos. Pero vivimos tiempos nuevos. El electorado está desencantado con la política de siempre, y el sistema electoral estadounidense permite éxitos kamikaze con una sola condición: que el candidato tenga dinero para financiarse una gran campaña. ¿Dinero? Eso es, precisamente, lo que le sobra al inquietante Ross Perot.

06 Junio 1992

El tercer candidato

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA LISTA de candidatos a la presidencia de Estados Unidos ha quedado establecida: George Bush, presidente saliente, por el Partido Republicano; Bill Clinton, gobernador de Arkansas, por el Demócrata, y Ross Perot, millonario de Tejas, por sí mismo.Desde hace algunas semanas, Bush tenía el número suficiente de compromisarios para ser automáticamente candidato republicano en la convención de Houston. Clinton se ha asegurado de ello en las primarias de California para la opción demócrata en la convención de Nueva York. Y Perot sigue diciendo que sólo se presentará a la elección si se lo pide prácticamente el país entero.

Para ser alguien que asegura no haberse decidido aún a lanzar su candidatura, Ross Perot está tomando decisiones que engañarían a cualquiera. Ha contratado los servicios de dos expertos en campañas presidenciales: Hamilton Jordan, que fue el artífice de la elección del demócrata Jimmy Carter (y, posteriormente, jefe de la Casa Blanca), y Edward Rollins, que fue asesor de Ronald Reagan. Ha montado un equipo secreto de asesores para que le elaboren las respuestas a los problemas que tiene la gobernación de Estados Unidos. Finalmente, ha entrado en contacto con Jeanne Kirkpatrick (la Thatcher norteamericana, que fue embajadora de Reagan en la ONU) para comprobar si estaría dispuesta a ser vicepresidenta en su inexistente candidatura. Según todas las encuestas, y de acuerdo con los resultados de las primarias de California, hoy votaría por Perot el 38% de los ciudadanos; por Clinton lo haría el 29%, y por Bush, el 25%. ¿Malas noticias para Bush? No necesariamente.

La impresión predominante en la escena preelectoral de EE UU es que existe un cansancio grande de la población con los políticos que Perot llama «profesionales» (como si los hubiera de otras clases). También se invoca el hecho de que la situación económica no es buena y que el tejido social ha resultado particularmente dañado por acontecimientos como los de Los Ángeles. Y que los candidatos de los dos partidos predominantes son blandos. Más o menos las mismas cosas que se decían hace cuatro años, cuando se pensaba seriamente en que la figura del reverendo Jesse Jackson emergería como la solución entre dos candidatos de perfiles poco definidos, George Bush y Michael Dukakis.

Todas estas cosas parecen haber propiciado la popularidad de Ross Perot ante un pueblo que aparentemente busca un liderazgo fuerte. Queda por saber durante cuánto tiempo continuará acaparando la atención de los ciudadanos, sobre todo si se empeña en seguir diciendo cosas tales como que excluye la presencia de homosexuales y adúlteros en la Casa Blanca y si su discurso político sigue siendo tan vacuo y autoritario como hasta ahora. Ayer, el presidente Bush acusó con toda la razón a Perot de basar su popularidad exclusivamente en criticarlo todo, sin ofrecer soluciones de recambio. Y, en efecto, no se ve claramente la razón por la cual un hombre de negocios que ha tenido éxito en su campo de acción debe tener el mismo éxito en toda otra actividad, incluida la presidencia de Estados Unidos. Y existen cuando menos dos preguntas sobre la santidad sin tacha del extraño candidato: Perot es hombre que se ha hecho a sí mismo, pero nadie parece recordar que debe la mayor parte de su fortuna a contratos gubernamentales; nunca se ha mancillado en los tenebrosos pasillos del poder en Washington y, sin embargo, no puede olvidarse que, durante la presidencia de Nixon, se movió en ellos como pez en el agua.

¿Acabará Ross Perot ocupando la Casa Blanca? Por mucho que le favorezcan ahora los porcentajes, a la hora de la verdad, las cosas suelen ponerse muy difíciles para los espontáneos. Afortunadamente, los redentores de soluciones fáciles suelen quedar en la cuneta.

22 Agosto 1992

Bush puede ganar

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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¿DE QUÉ depende la elección de presidente de Estados Unidos? ¿De los programas, la personalidad de los candidatos, los genios en mercadotecnia política o la televisión? A la vista de la evolución que han seguido las encuestas durante la convención republicana, que finalizó la madrugada de ayer en Houston (Tejas), quien más vota es la pequeña pantalla. Imposible explicarse de otra forma que, sin que se hayan producido cambios sustanciales en las ofertas electorales de George Bush y Bill Clinton, el actual presidente haya reducido espectacularmente la diferencia respecto a su rival demócrata y, por primera vez en varios meses, emerja como un aspirante capaz de ganar.Antes de la gran fiesta tejana de la convención de Houston, un espectáculo más cinematográfico que político, Bush estaba, siempre según los sondeos, entre 15 y 25 puntos por detrás de su rival. Sin embargo, los sondeos efectuados incluso antes de su discurso de aceptación, cierre del gigantesco show, le sitúan con una desventaja que oscila entre 9 y 12 puntos. Ya tiene al alcance a su oponente. Con dos meses y medio por delante, y con toda la artillería pesada en el campo de batalla, cualquier cosa puede ocurrir.

La televisión será el juez supremo. Habrá tres grandes debates en los que la fotogenia, la habilidad por llegar al corazón o al bolsillo de los votantes, el manejo de la sonrisa, la imagen de honradez que se transmita, la medida equilibrada de agresividad y moderación, el reflejo de liderazgo o debilidad y la capacidad para evitar errores jugarán un papel decisivo. En 1988, casi todo el mundo creía que Dukakis era más hábil que Bush y que éste perdería la batalla de la televisión. No fue así. Un tanto por sorpresa, demostró que no era tan pésimo comunicador y que algo había aprendido de Reagan.

A partir de ahora, Clinton, más que Bush, tendrá que mantener la guardia alta, observar un exquisito cuidado con cada palabra que diga sobre aborto, homosexualidad, sida, familia, impuestos, compromiso exterior, asistencia social o criminalidad. Cualquier error grave (y la sinceridad, incluso la coherencia, pueden serlo) le hundiría. Bush no corre tantos riesgos. Ya lleva cuatro años en la Casa Blanca (o 12 si se cuentan los de su vicepresidencia con Reagan) y no tiene que demostrar lo que haría si es elegido.

Pero, ¿y los programas de gobierno? Hay diferencias (véase EL PAÍS del jueves), pero, después de todo, nunca se cumplen al completo. Al final sólo quedan algunas ideas. La de 1988 se resumió en una frase muy simple: «Read my lips, no more taxes» («Leed mis labios, no más impuestos»). Luego los hubo, pero Bush dice que no fue culpa suya, sino de un Congreso dominado por los demócratas y que ahora promete meter en cintura. Cuatro años después propone una. «nueva cruzada» para convertir a EE UU en un «superpoder económico» e invertir en casa el dividendo de la paz, de la que se considera máximo artífice. Se atribuye el mérito (y en algunos casos con razón) de la caída del comunismo, la unificación alemana, el diálogo árabe-israelí, la victoria en la guerra del Golfo y la liberación de los rehenes en Líbano, y proclama que durante su segundo mandato visitará «una Cuba libre y democrática».

Bush promete limpieza moral, defensa de los valores tradicionales y liderazgo mundial: «Estados Unidos debe ser un superpoder militar, económico y exportador». Añade que Clinton acabaría con eso, sería un nuevo Carter. Los republicanos presentan al gobernador de Arkansas como un ex consumidor de marihuana, subido al carro libertino de las revoluciones de los sesenta, que eludió combatir en Vietnam, que llevará al paro a cientos de miles de trabajadores de la industria militar y que permitirá que el aborto sea tan frecuente como el uso de la píldora. Que se prepare Clinton. Vale todo.