21 diciembre 2002

El escritor pasará a escribir sus tribunas en EL PAÍS SEMANAL del Grupo PRISA

Javier Marías rompe con EL SEMANAL (Grupo Correo) por su negativa a publicarle el artículo anticlerical «Creed en nosotros a cambio»

Hechos

El 21 diciembre de 2002 D. Javier Marías Franco anunció a través de su web, javiermarias.es, que dejaba de colaborar con la revista EL SEMANAL, donde escribía desde 1994.

Lecturas

D. Javier Marías Franco, uno de los principales activos de «El Semanal», ha decidido abandonar el dominical del Grupo Correo. Publicamos las explicaciones del autor por su interés: «A partir del domingo 22 de diciembre de 2002 ya no aparece, en la revista, mi habitual colaboración desde ha ce casi ocho años. El motivo y la historia son los siguientes: A raíz de dos artículos de mi vecino de página Ar turo Pérez-Reverte sobre la Iglesia Católica, yo escribí uno sobre el mis mo tema y sobre las religiones en general, que titulé «Creed en nos otros a cambio». Esa pieza, la número 398 desde el inicio de mis colaboraciones fijas en «El Semanal», debería haber aparecido el 6 de octubre de 2002. No fue así porque los responsables del dominical la censuraron y dijeron que no se podía publicar. Al saberlo, mi reacción inmediata fue renunciar a mis colaboraciones. Al día siguiente, me propusieron una solución posible: el artículo no saldría de momento porque los ánimos estaban muy solivianta dos con los de mi vecino Pérez-Reverte (los de lectores varios, algunos directores de periódicos que distribuyen «El Semanal», alguna gente «de arriba»), pero sí cuando esos ánimos se hubieran calmado. Acepté la propuesta, con la condición de que la demora no fuera excesiva. Se acordó dejar pasar las Navidades. El artículo censurado se publicada el 12 de enero de 2003. Ese fue el trato. Pero ahora, cuando esa fecha acordada se iba acercando, los responsables me comunicaron que el artículo en cuestión tampoco iba a salir en esa fecha. De tal manera que, a la censura del artículo (ya para mí in aceptable), se unía el incumplimiento de un trato» (…).

21 Diciembre 2002

Ya no apareceré en la revista EL SEMANAL

Javier Marías Franco

javiarmarias.es

Leer

A partir del domingo 22 de diciembre de 2002 ya no aparece, en la revista El Semanal, mi habitual colaboración desde hace casi ocho años, que en los últimos tiempos llevaba el epígrafe Reino de Redonda. El motivo y la historia son los siguientes:

A raíz de dos artículos de mi vecino de página Arturo Pérez-Reverte, Duke of Corso, sobre la Iglesia Católica (el primero, en el mes de agosto, se titutó «Beatus Ille»; el segundo, en septiembre, «Resentido, naturalmente»), yo escribí uno sobre el mismo tema y sobre las religiones en general, que títulé «Creed en nosotros a cambio». Esa pieza, la número 398 desde el inicio de mis colaboraciones fijas en El Semanal, debería haber aparecido el 6 de octubre de 2002.

No fue así porque los responsables del dominical la censuraron y dijeron que no se podía publicar. Al saberlo, mi reacción inmediata fue renunciar a mis colaboraciones. Al día siguiente, El Semanal me propuso una solución posible: el artículo no saldría de momento porque los ánimos estaban muy soliviantados con los dos de mi vecino Pérez-Reverte (los de lectores varios, los de algunos directores de periódicos que distribuyen El Semanal —en particular, al parecer el Diario de Navarra—, los de alguna gente «de arriba», es de suponer que accionistas), pero sí más adelante, cuando esos ánimos se hubieran calmado. Acepté la propuesta, con la condición de que la demora no fuera excesiva. Se acordó dejar pasar las Navidades. El artículo censurado se publicaría el domingo 12 de enero de 2003. Ese fue el trato y yo seguí con mis colaboraciones.

Pero ahora, cuando esa fecha acordada se iba acercando, los responsables de El Semanal me comunicaron que el artículo en cuestión tampoco iba a salir en esa fecha.

De tal manera que, a la censura del artículo (ya para mí inaceptable), se unía el incumplimiento de un trato. Es evidente que no se me dejaba otra opción que poner fin a mis colaboraciones. Lo he hecho con pena: han sido 409 artículos, de los cuales vieron la luz 408; han sido casi ocho años de presencia semanal en esa revista. También lo he hecho con amargura: siempre la provoca tener que irse de un sitio por culpa de la censura (que, entre otras cosas, es algo ilegal en nuestro país); más aún si dicha censura se ejerce contra una opinión personal acerca de la Iglesia Católica y de las religiones, como si aún estuviéramos bajo un régimen confesional, y como si no hubiéramos padecido durante demasiados años censuras de la misma índole, todos y cada uno de los habitantes de nuestro país.

Un último artículo de despedida de El Semanal no era posible: nadie me aseguraba que yo pudiera contar, ni siquiera insinuar, las razones de mi adiós. Vaya éste desde aquí, aunque parcialmente, con mi gratitud hacia todos los lectores de esa revista que me han acompañado o soportado durante tantísimos domingos, y también hacia mi compañero Captain Sadwing. Combatir a su lado fue un placer.

No me parece inoportuno permitir aquí la lectura del artículo de la discordia, que no vio nunca la luz y que ha sido la causa indirecta de mi despedida de El Semanal.

Creed en nosotros a cambio

Mi arrojado vecino el Duque de Corso se ha topado con la Iglesia últimamente, o más bien con sus beatas y monaguillos más coléricos. Durante semanas he asistido a la furia de los lectores, bien representada aquí en la sección de cartas, y luego he leído, hace dos domingos, el eco que se hacía Pérez-Rafferty de las que no han visto más luz que la de sus fatigados, hartísimos ojos («Resentido, naturalmente», tituló su columna). No pretendo terciar, cada cual libra las batallas que elige y al Capitán Sadwing no le hace falta ayuda en las suyas, ya pega mandobles y suele cargarlos de razón, encima. Pero la larga escaramuza me ha llevado a reflexionar un poco (no suelo: encuentro el tema carente de todo interés) sobre esta Oficial y Privilegiada Iglesia de nuestro país, aconfesional país en teoría. Y, de paso, sobre mi relación con ella y con las religiones en general.

Y lo primero de que me he dado cuenta es de que difícilmente me habría yo visto metido en una como la que le ha anegado el buzón a Corso, por una sencilla razón, a saber: la Iglesia Católica me trae tan sin cuidado; espero tan poco de ella en cualquier terreno (en el intelectual, en el social, en el humanístico, en el de la consolación, en el compasivo, en el de la inteligencia, no digamos en el comprensivo); y, en suma, la considero tan ajena a mis inquietudes y preocupaciones, y tan lerda en sus argumentos e interpretaciones, y tan afanosa en sus influencias y sus bienes seculares (tanto en el sentido de los muchos siglos como en el de mundanales), que apenas presto atención a lo que dice, propone, manda, predica, condena o prohíbe. En realidad los católicos más indignados deberían agradecerle a mi vecino artúrico que se haya tomado la molestia de dedicar unos pensamientos y líneas, y por tanto de dar cierta importancia, a institución tan apolillada y necia. «Necio» significa «que no sabe lo que debía o podía saber», esto es, el que ignora con voluntad de ignorancia.

La Iglesia, cómo explicarlo, es para mi una de esas cosas que cuanto más lejos mejor. Ni siquiera quisiera rozarme con ella para combatirla, porque uno acaba siempre en el cuerpo a cuerpo y hay contrincantes que lo contaminan a uno con su solo contacto, aun si acaba derrotándolos. Esa Iglesia no me atañe, excepto cuando invade territorios políticos (y claro, eso sucede a menudo), o abusa del dinero de los contribuyentes (y eso ocurre cada año), o impone sus ortopédicos e intolerantes criterios fuera de sus jurisdicciones (y eso lo intenta sin pausa). Tuve una abuela y una madre muy religiosas, y tengo un padre creyente, pero para mi suerte fui a un colegio laico y mixto en tiempos en que éstos estaban prohibidos (ya he contado aquí cómo los chicos y chicas corríamos a cambiarnos de aula cuando aparecían inspectores franquistas), y mi contacto con curas fue en la niñez casi tan escaso como más tarde (he procurado que fuera nulo). No dudo de que los haya estupendos, y también monjas: en todo colectivo o gremio hay gente admirable, o eso creo optimistamente: los que AP-R llamó «la fiel infantería», los que de verdad ayudan sin ayudarse de paso a sí mismos, los que ni siquiera —pero estos no sé si existen— hacen proselitismo a cambio. Lo malo es que a esos se los ve poco por aquí, fuera de hospitales y residencias de ancianos. Tal vez estén la mayoría en sus perdidas misiones, en el África, en Sudamérica, jugándose a menudo el cuello. Los que aquí llevo viendo mi vida entera, en persona (pese a todo, unos cuantos) o en los medios, son, cómo decirlo, individuos que jamás van de frente. Y cuanto más alta la jerarquía (vaya ejemplares los obispos vascos; bueno, los obispos peninsulares casi en pleno), más esquinados y oblicuos, más manipuladores, más melifluos y más falsos.

¿Saben cuál es el principal problema de esa religión y de cualquiera, incluidas las sectas engañabobos que proliferan tanto? Que, por su definición y esencia, jamás actúan desinteresadamente. Siempre hacen proselitismo (lo llaman «apostolado»), siempre esperan conseguir algo a cambio de sus supuestos favores, enseñanzas, consuelos o buenas obras. Cualquier religión, así, me merece en principio desprecio, porque va siempre a captar clientes, aunque ellas los llamen «fieles» o «acólitos», no sé si no son peores estas dos palabras: la segunda, fíjense, significa etimológicamente «los que siguen o acompañan». Esto no quiere decir que, tal como ha ido el mundo, las religiones no haya que conocerlas, saber de ellas. Sin ese conocimiento nadie entendería nada, de la historia pasada ni de la presente. Y cómo no va a ser comprensible (quizá hable otro día de eso) la larga necesidad de los hombres de pensar en un Dios o en unos dioses. Pero ese es otro asunto: el Dios o los dioses —su idea— poco tienen que ver con las Iglesias; y si bien se mira, éstas son casi la negación de aquéllos. Porque, ¿hay acaso alguna que no dé órdenes y no legisle, que no influya en las vidas de sus creyentes y no aspire a controlarlas, que no prohíba y no manipule y no amenace y no castigue y no atemorice, y que no saque provecho de todo ello? Con la Iglesia Católica de España a la cabeza, no lo duden, sobre todo en lo relativo al provecho.

Apostilla navideña

Sabedor de que algunos responsables del suplemento dominical El Semanal niegan que se hubiera acordado una fecha concreta (el 12 de enero de 2003) para la publicación tardía de mi artículo censurado «Creed en nosotros a cambio», quizá sea oportuno completar la información dada hace unos días sobre mi salida de esa revista, con el siguiente dato:

El que resultó ser mi último artículo publicado («La casa en semiorden», del 15 de diciembre de 2002) constaba originalmente de siete apartados numerados. El séptimo, sin embargo, fue también censurado, y decía así:

«7) Aprovecho para avisar de que el 12 de enero (tras la tregua navideña) publicaré aquí un artículo del que discreparán muchísimo los católicos y los religiosos en general. Visto cómo reaccionaron algunos contra mi vecino Corso en su día, quisiera recordarles que tanto derecho tenemos él o yo de expresar nuestras opiniones personales sobre esos asuntos como los creyentes más fervorosos. (Ya lo sé, curarse en salud se llama esto. Pero tengo mis razones, qué quieren.)»

Los responsables de El Semanal consideraron este apartado «una provocación», cuando era más bien un aviso y, como dice el texto, un «curarse en salud». Juzgaron inconveniente que yo anunciara ese artículo, de modo que el párrafo se suprimió, con mi consentimiento pero no por mi gusto. Uno o dos días después supe que el artículo de la discordia no se iba a publicar el 12 de enero, en contra de lo pactado, y fue entonces cuando comprendí por qué el apartado 7) resultaba tan inconveniente. En él los emplazaba a cumplir un trato que, mucho me temo, ya tenían previsto no cumplir. Y, claro está, que la fecha estaba acordada lo prueba ese apartado 7), que tampoco vio la luz.

Muy agradecido por la atención,

Javier Marías

13 Enero 2003

Agradecimiento y repaso

Javier Marías

javiermarias.es

Leer

Por primera vez he hecho uso de la Real Zona Fantasma o Twilight Zone Royal, es decir, de la página web que Montse Vega tuvo la amabilidad y la paciencia de abrir hace unos años y que, según se me cuenta sin excepción, ha cuidado desde entonces con una atención que a buen seguro su subject-matter no merece.

Y aunque sigo sin visitarla, por los ecos recibidos he comprobado cuán meteórico es su funcionamiento, por lo que estoy muy agradecido. También me ha sido dado ver, impresa, una selección de los mensajes enviados a la web o al foro (disculparán que vacile con la terminología). La mayoría eran de apoyo ante la situación que yo expliqué con motivo de mi despedida de El Semanal. Y, para agradecerlos, se me ha ocurrido ahora hacer algunos comentarios y puntualizaciones al respecto:

–Algunos mensajes dudaban de que el mío se tratase efectivamente de un “caso de censura”. La duda es para mí incomprensible. Si yo tengo una publicación y me envía espontáneamente un texto –cómo decir– Jaime Campmany, es seguro que no lo publicaré y que estaré en mi perfecto derecho a negarme, en consonancia con la libertad de contratación de cualquier empresa privada. Ahora bien, si yo le ofrezco una colaboración fija a un escritor, todos los domingos; si le digo que el tema de sus escritos es libre y que hable de lo que le parezca cada semana; si además no le advierto de que hay algunas cuestiones o personas “delicadas” y de las que preferiría que no se ocupase críticamente; si, al cabo de casi ocho años de esa colaboración y de 398 artículos publicados, no le he planteado apenas problemas, y tan sólo le he pedido en una ocasión que omitiera el nombre de una empresa y en otra que retirara “lo de las patillas de mayordomo” de un individuo que resulta ser uno de mis principales accionistas (cosa que el escritor ignoraba); si le he dado el visto bueno, en suma, a 398 de sus opiniones, me gustaran o no, porque si contraté a ese escritor fue para que opinara libremente e hiciera pensar a mis lectores y planteara cuestiones de interés; entonces no es de recibo que la opinión 399 sea condenada a ver la luz, por el motivo o las presiones que sean, y se trata, clara e indudablemente, de un caso de censura. Parece que todavía hay gente en España que no acaba de entender que, ante una opinión que le desagrade, puede criticarla, rebatirla, enojarse con ella y hasta poner verde a quien la ha expresado. Pero no impedírsela. Porque, entre otros motivos, y como ya comenté en mi nota, la censura es algo ilegal en España desde que tenemos la actual Constitución. Y supongo que, si yo estuviera dispuesto a meterme en semejante lata y semejante lío, podría incluso presentar una denuncia contra mis censores. No lo estoy, de momento al menos.

–He visto algunos mensajes que o se pasaban de listos o eran muy retorcidos o ambas cosas a la vez. Alguien señalaba que, al aceptar yo el retraso de tres meses para la publicación de mi artículo “Creed en nosotros a cambio”, ya sabía que la pieza nunca saldría, porque en ella hacía referencia a las anteriores de Pérez-Reverte, de agosto y septiembre de 2002. Pues bien, nada más fácil que haber cambiado las palabras “últimamente” por “hace unos meses”, “durante semanas he asistido” por “en su momento asistí”, etc. Mi artículo era, en todo lo demás y por desdicha, completamente intemporal, y habría valido lo mismo en septiembre de 2002, o en octubre, y en enero de 2003. Son ganas de desconfiar, ¿no?

–También lo son decir que el acto de censura se produjo en septiembre y que a qué venía todo lo demás. Expliqué cuál fue mi reacción entonces, y cómo los responsables de El Semanal (que quizá padecían esa censura más que imponerla ellos) intentaron al día siguiente salvar la situación y proponerme algo intermedio para impedir mi marcha. Durante demasiados años he sido en exceso impulsivo. He aprendido a escuchar a los demás, y a transigir hasta donde me suele parecer aceptable, y siempre que creo ver buena intención. Así que acepté la demora, una solución insatisfactoria pero razonable dentro de todo. Ya no transigí más cuando aquel trato se vio incumplido, pese a que no tengo aún motivos para dudar de la buena intención con que se me propuso esa demora en su día. Tal vez los responsables directos de El Semanal se vieron impedidos de cumplir el trato, a su pesar. No lo sé ni lo voy a saber. Siempre hay que dar, sin embargo, el beneficio de la duda.

–Más interesante que estos mensajes recelosos me pareció el de alguien que más o menos señalaba: “Bueno, el autor se ha largado muy dignamente, pero mira, de momento ya lo tienen callado”. En efecto, a eso se lo llama en política “posibilismo”. Mi razonamiento podía haber sido: “Bueno, dejo que me censuren este artículo, pero si sigo aquí podré dar la tabarra con otros asuntos, y eso es mejor que nada”. Ignoramos cuántos escritores o periodistas no habrán hecho caso a ese razonamiento, o no se habrán justificado con él, porque, para empezar, ignoramos los casos de censura en los que los damnificados han tragado. Sólo nos enteramos, precisamente, de los que no son aceptados. Así que no sabemos si es que con este o aquel autor “no se atreven”, o si es que este o aquel autor, simplemente, han tragado cuando les ha tocado. En lo que a mí respecta, no le faltaba razón a quien hizo aquel comentario. Pero ahí entra el carácter de cada uno. Los responsables de El Semanal intentaron convencerme de que continuara, hasta el final. Es decir, de que aceptara la censura y siguiera como si tal cosa. Yo, lo siento, me conozco ya un poco, y, como les dije a ellos: “Eso no es que vaya contra mis principios, que no sé si los tengo ni cuáles son y además son una cursilería para apelar a ellos; pero sí va contra mi manera de ser. Yo me sentiría mal e incómodo, y enfadado conmigo mismo”. A eso hay que añadir algo más: si uno acepta o traga una vez, es seguro que intentarán que trague de nuevo, con esto, aquello o lo de más allá. De tal manera que, aun siguiendo, uno puede acabar igualmente callado o, lo que es peor, atemorizado.

–Aparte de eso, dudo mucho que vaya a estar yo “callado” mucho tiempo Y si no, al tiempo. Hay otros sitios en los que por lo visto quieren que siga hablando.

–Me han llamado también la atención algunos comentarios del tipo: “Ya, se pone digno porque puede … Así es fácil”. No, no es fácil irse de los sitios aunque uno no viva exclusivamente de lo que gana en tales sitios. Y casi nadie lo hace, aunque se lo pueda permitir. Hay otros muchos factores por los que la gente se resiste a abandonar la silla que ocupa, ya lo creo. Pero, en todo caso, si yo puedo permitírmelo es sólo porque mis libros han sido o son comprados por los suficientes lectores, aquí y sobre todo en otros países. No es porque posea una fortuna personal, no porque haya hecho negocios turbios, ni porque haya explotado jamás a nadie. Es sólo por suerte, digámoslo así. Y la suerte sirve para eso, entre otras cosas: para elegir, para ser algo más libre que la mayoría, para no tener que quedarse donde uno ya no quiere estar. Para elegir con quién se está y con quién no se está. Yo les deseo a todos la máxima suerte, claro está.

–Pero aún añadiré que cuando mis libros los compraban como mucho tres mil lectores y yo vivía en parte de traducir, me negué a que una editorial “retocara” una traducción que había hecho, a sabiendas de que eso me supondría no volver a trabajar para ella. Es tan sólo un ejemplo, entre otros posibles. Porque, para irse de los sitios, hay que tener otra cosa además de suerte y posibilidad: carácter.

–Hay que tener carácter para irse de una editorial importante, o para ponerle un pleito a un importantísimo productor de cine por incumplimiento de contrato, o para marcharse de Televisión Española dando un portazo. Independientemente del dinero que uno haya ganado sin engañar ni robar a nadie, o de los libros que le hayan comprado lectores que lo han elegido con entera libertad. Y carácter tuvo, por tanto, mi compañero de página Arturo Pérez-Reverte cuando se fue de TVE. Porque al irse uno no se va solamente, sino que se cierra puertas y se crea enemigos. Y créanme todos, eso es algo que casi nadie quiere hacer, ni siquiera los mayores millonarios.

–Me ha sorprendido mucho, por tanto, ver tantos mensajes reclamatorios hacia Arturo Pérez-Reverte. Como hemos contado él y yo, nuestra amistad es relativa, en el sentido de que nos hemos visto pocas veces la cara. Está basada en inesperadas afinidades, no tanto literarias cuanto de posturas ante las cosas, que el uno hemos visto en el otro a lo largo de casi ocho años de compartir la misma publicación, hombro con hombro. Debo decir que en ningún momento se me ha ocurrido esperar (menos aún pedir, ni siquiera insinuar) que él fuera a marcharse de El Semanal por lo ocurrido con mi “caso”. Como él dice muchas veces, “cada cual es cada cual”. Y si en algo coincidimos, es, estoy seguro, en no dar nunca nada por descontado, menos aún por “debido”. El asunto me ha tocado a mí como podía haberle tocado a él si, por ejemplo, hubiera sido yo el primero en hablar de la Iglesia y él hubiera llegado con el incendio ya en su apogeo. Pero me ha tocado a mí y no a él. Cada uno ventila sus asuntos como le parece, cada uno toma sus decisiones libremente, sin esperar nada del otro sino más bien al contrario (o ese es mi caso), es decir, no queriendo mezclar a nadie más, por nada del mundo, en las propias batallas, en las que uno decide librar. Lo último que yo quisiera es poner a nadie en ningún brete por mis problemas o mis querellas. Y estoy seguro de que también es lo último que querría él, conmigo o con cualquier otro. Y por lo tanto no pienso de mi compañero ni una pizca menos de lo que pensaba antes de este “caso”. A mí no me ha podido “defraudar”, porque la última de mis expectativas era la que, curiosamente, manifiestan albergar muchos mensajes de los que he leído. Así que, en lo que a mí respecta, dejen estar tan absurda cuestión. Está totalmente fuera de lugar. Ni él ni yo, recuérdenlo, hemos ido nunca, cómo decir, de “solidarios oficiales”, ¿verdad que no?

–Dicho sea de paso, y por si ellos no lo dejaran estar: he visto con horror cómo entre los revertitas hay unos pocos que más bien parecen campmanyitas, por lo falangistas y lo soeces y lo tarados que se diría que son. Estoy seguro de que, en un hipotético barco pirata comandado por el Capitán Sadwing, éste ya los habría colgado a todos del palo mayor, tras una buena tanda de latigazos ante toda la tripulación.

–Última cuestión: el silencio de la prensa escrita sobre este “caso”, la de Madrid y Barcelona al menos. Yo no puedo saber, pero habría varias posibilidades, alguna de ellas ya apuntada en algún mensaje. A saber: a) que la prensa observe ciertas “diplomacias” que desconocemos; b) que exista entre los diarios un tácito corporativismo, y que en ciertas cuestiones eso prime sobre todo lo demás; c) que en el terreno de los artículos censurados, nadie esté enteramente libre de pecado, cada uno con sus santos, y sea por tanto muy arriesgado lanzar una primera piedra contra el vecino. Sea como sea, más llamativo que el silencio de los periódicos propiamente dichos me parece el de los diversos columnistas (en principio con libertad para referirse a los asuntos que quieran), esos sí, “solidarios oficiales” y aun profesionales. No puedo evitar preguntarme si habría habido el mismo silencio de haber sido el “damnificado”, en vez de yo, un Juan Goytisolo, o un Vázquez Montalbán, o incluso un Muñoz Molina. Puede ser, no lo creo. Parecidos silencios (cuando no algo peor, animadversión) encontré por parte de mis colegas cuando me enfrenté a una editorial y a una productora cinematográfica, por cuestiones que podían atañer a cualquiera. Como una y otra van de “progres”, pensaba, no acaban de ver bien mi actitud (que no era muy distinta de la de un trabajador ante sendos empresarios). Pero esta vez la cosa tiene menos explicación aún: un caso de censura, y con la Iglesia Católica por medio … ¿Cómo no están armándola quienes la arman por todo y por nada, y además quedan muy bien? Yo tengo mi teoría, pero sería pretencioso darla a conocer, aunque sea aquí. Pues he comprobado que aquí llega quien quiere … y quien posee un ordenador. Tal vez algunos de ustedes tengan otra teoría, o la misma, vayan todos a saber.
Sólo me queda reiterar mi agradecimiento a Montse Vega por permitirme explicar aquí lo que quizá no habría podido explicar fácilmente (o sin dar la lata) en otro lugar; y a Inés Blanca, o Strogoff Royal, por hacerme de intermediaria; y a todos los demás, por último, por su atención y su apoyo manifiesto y lleno de simpatía hacia mi “causa”, que ya no “caso”, o ya no más,


Javier Marías En Madrid, a 13 de enero de 2003.