4 marzo 1994

Jean-Marie Colombani es elegido nuevo director del legendario diario francés LE MONDE

Hechos

Jean-Marie Colombani fue elegido el 4 de marzo de 1994 nuevo director de Le Monde.

29 Mayo 1995

La resistencia de LE MONDE

Lorenzo Gomis

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Cinco años tiene Jean-Marie Colombani, el nuevo director del legendario LE MONDE, para realizar con éxito su programa de recapitalizar la empresa sin desvirtuarla, de rehacer el diario desde el mismo diario. LE MONDE rehace LE MONDE, nos dijo en la mesa redonda organizada por el Centre d´Investigació de la Comunicació y la Fundación Caixa de Catalunya – I Fòrum de la Comunicació -. Lo que pretende el periodista corso elegido por sus compañeros para pilotar la aventura es que un diario de calidad pueda vivir por sus propios medios, sin necesidad de acumular pérdidas de una manera crónica como venía haciendo. Un diario que siga siendo LE MONDE. LE MONDE, insistió, sólo vale si es independiente.

Pero si el programa de cinco años no tiene el éxito se volverá a pensar en el último recurso: encontrar un comprador. No sería difícil. El prestigio vale, la historia también. En su día THE TIMES lo encontró. Claro que dejó de ser lo que había sido. Este es el problema. ¿Quieren los lectores pagar el precio de la independencia y la calidad de su diario?

El periódico francés ha cumplido medio siglo. El general De Gaulle, cuando volvió a París después de ganar la guerra con sus aliados – ese era al menos su punto de vista – concedió a Huber Beuve-Méry una licencia para sacar un periódico. Quedaba el vacío del viejo LE TEMPS, el prestigioso diario oficioso de la diplomacia gala, tocado de colaboracionismo. Beuve-Méry agradeció el permiso, pero quiso instaurar y mantener la independencia de su diario y lo logró. Tuvo sus más y sus menos con otros fundadores y se apoyó en la redacción. Lo recordaba el otro día su actual director. El resultado es que la redacción ha tenido un gran papel en el diario, no sólo a la hora de hacerlo, sino en la misma gestión.

Hace años eso parecía el ideal de un periódico y los estudiantes que entraban en un diario aspiraban a que se montara cuanto antes un comité de redacción. Luego se ha visto que la cosa tenía sus inconvenientes. LE MONDE – como también LIBERATION, otra estrella del periodismo parisiense – ha tenido que recapacitar y buscar fórmulas de mayor eficacia. Un diario necesita decisiones rápidas y un responsable, que es el director. El director es el único garante de la línea oficial recordaba el otro día el periodista francés. Las fórmulas actuales de LE MONDE son singulares y ciertamente difícilmente exportables: un capital minoritario que influye poco en la gestión, y un director-gerente de consenso, con el apoyo de los mismos redactores. Claro que se supone que escarmentados por los sinsabores de los últimos años.

En el mundo de hoy no basta con que un diario esté bien hecho, que tenga calidad e incluso que sea independiente. Es preciso que se venda. El director de LE MONDE señaló que los diarios franceses son los más caros de Europa. Habló de los sindicatos, de la distribución, de las condiciones del mercado. Su programa parece bien trazado y ha empezado con buenos auspicios. Calculaban un tres por ciento de incremento de la difusión y están ya en el doce por ciento. Parece raro dar tanta importancia a la difusión cuando se habla a periodistas y profesores de periodismo de un diario de calidad. Pero en la supervivencia. No es culpa de LE MONDE. Por eso uno desea que Colombani y sus compañeros tengan éxito. Por su diario y por nuestro mundo.

Mientras Colombani respondía a la preguntas, sin levantar la voz ni desplegar del todo una sonrisa incipiente, yo recordaba los planteamientos de Walter Lippmann, hace más de setenta años, en su libro sobre la opinión pública. Las cosas no han cambiado excepto para empeorar. En el capítulo sobre el público comprador, el periodista americano explicaba los prejuicios económicos que tenemos como lectores de periódicos. Éticamente decía, un periódico es juzgado como si fuera una iglesia o una escuela. Pero si tratamos de compararlo con éstas, fracasamos. El contribuyente paga la escuela pública y la privada recibe donaciones o se mantiene con lo que cobra, mientras que para las iglesias hay subsidios y colectas. No se puede comparar, añadía, el periodismo con la medicina o la ingeniería, puesto que en estas profesiones el consumidor paga por el servicio. Y concluía: “Una prensa libre, a juzgar por la actitud de los lectores, significa periódicos que virtualmente se regalen”. Esperaremos que el periódico nos presente la verdad – insistía – y por este servicio difícil y a menudo peligroso pretendíamos pagar hasta hace muy poco la moneda más pequeña que fabrica el troquet. Pese a los aumentos, se supone que la información tiene que ser prácticamente gratuita.

Las circunstancias no han cambiado mucho en setenta años y, en todo caso, las cosas se han puesto todavía más difíciles para la prensa. Me doy cuenta de ese prejuicio de la gratuidad del periódico cuando, como veo que ocurre con cierta frecuencia en nuestros vecindarios burgueses y de clase media, los sábados y domingos los periódicos de los suscriptores que no madrugan son hurtados limpiamente por vecinos que se supone que les saludan amablemente en el ascensor. Eso puede aportar un dato a nuestra moral pública, pero más aún a la presunción de que no le va a costar nada al suscriptor adquirir otra vez el periódico en cualquier esquina. Lo importante no es el precio.

No es cierto, por otra parte, que la publicación que no consigue lectores suficientes muera por una ley casi física del mercado. Las leyes del mercado pueden cumplirse más o menos en la construcción y venta de coches o en la fabricación y despacho de pastillas de chocolate. Pero en el mundo de la información, las reglas no se cumplen. Hay dinero de los presupuestos públicos y de las grandes corporaciones financieras o industriales que afluye a los medios, sean impresos, radiados o televisivos. Hay entidades financieras y ministerios o departamentos que editan sus propias revistas, que difunden cuantiosa y gratuitamente, ante la perplejidad de los que hacen las suyas con esfuerzo. Gratis dan también noticias los canales de televisión. ¿Quién paga las noticias? Lippmann decía hace 70 años que son los sectores medianamente prósperos de las ciudades de más de cien mil habitantes los que adquieren productos anunciados en la prensa.

Pese a todo, se sigue viendo en el periodista un ser influyente que debe estar muy atentato al poder que tiene y la responsabilidad que contrae. Y ese prestigio misterioso de los medios hace temer a Jean-Marie Colombani que, si no consigue lectores de calidad para su diario en número suficientes para no cerrar con pérdidas en los próximos cinco años, el honor de cincuenta años de historia  vaya a parar con el título a un magnate de cualquier rama industrial o financiera que, como quien compra una finca de recreo o adquiere un título de propiedad de un objeto de lujo, se haga con la cabecera. Sin por eso admitir ni un año más que le cueste otro dinero que el del primer día.

Por eso importa tanto la resistencia moral y profesional de LE MONDE. Nació a la sombra de lo que se llamó la resistencia, y sigue resistiendo, aunque sea a otras presiones.