19 abril 1994

El Gobierno González (PSOE) se mantiene estable gracias al apoyo de los diputados de Convergencia i Unió (CiU)

Debate sobre el estado de la Nación 1994: José María Aznar exige la dimisión del presidente del Gobierno: «¡Váyase, señor González!»

Hechos

El 19.04.1994 en el Debate sobre el Estado de la Nación el jefe de la oposición, D. José María Aznar solicitó la dimisión del presidente del Gobierno, D. Félipe González. «Váyase, Sr. González, hágale un favor a España y váyase».

Lecturas

ANGUITA CON AZNAR Y CONTRA GONZÁLEZ

FelipeGonzCongreso_1995 D. Felipe González se negó a dimitir y retó a D. José María Aznar a que presentara una moción de censura contra él si creía que no debía seguir siendo presidente.

JulioAnguita_AntonioRomero1992 El líder comunista D. Julio Anguita, coordinador general de Izquierda Unida, coincidió con el líder del PP en pedir a D. Felipe González que presente su dimisión por considerarle responsable de los casos de corrupción y que el PSOE designe a otro candidato para que termine la legislatura.

MiquelRoca El grupo parlamentario de Convergencia i Unió, cuyo portavoz era D. Miquel Roca, reiteró su apoyo al Gobierno González, lo que le suponía cierta tranquilidad al PSOE, ya que con el apoyo de CiU podía terminar su legislatura.

20 Abril 1994

González y Aznar

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El congreso de los Diputados fue escenario ayer de la recuperación del reinado de la política. Ya era sabido que la inexistencia de una mayoría absoluta en el Parlamento, después de los resultados de las últimas elecciones generales, tenía por fuerza que devolver a aquél la vivacidad en las discusiones propia de toda asamblea democrática. El «rodillo socialista» ha pasado a mejor vida, y ayer Felipe González tuvo que emplearse a fondo para tratar de resistir la avalancha de críticas y acusaciones que el líder de la oposición volcó sobre él antes de demandar, en un tono ácido y sin contemplaciones, su dimisión. Estuvo brillante Aznar, contundente en sus acusaciones sobre la corrupción, aunque más confuso en su análisis de la situación económica. Por lo demás, logró su empeño de desestabilizar al presidente del Gobierno, que había comenzado la sesión con un discurso evasivo en torno a los asuntos que interesaban a la opinión pública. Pero este tono huidizo desapareció una vez que González se subió a la tribuna para el primer turno de réplica y Aznar, ya en la dúplica, sin el discurso preparado, demostró su debilidad en muchas de sus argumentaciones.No obstante, los socialistas tampoco vieron cumplida la esperanza de que González diera con alguna fórmula que le permitiera invertir la situación creada por los escándalos. Ofrecer una batería de medidas para evitar la corrupción en el futuro resulta claramente insuficiente si no va precedido de explicaciones, de alguna forma rotunda de autocrítica, de reconocimiento de los errores cometidos, por acción o por omisión.

Es posible que la decisión de mantener a Mariano Rubio fuera adoptada para evitar el descrédito de nuestro sistema financiero que habría producido su cese tres meses antes de que expirase su mandato. Tal vez, pero al hacerlo se asumía paralelamente el compromiso implícito de cargar con la responsabilidad si el tiempo confirmaba las sospechas o indicios existentes en 1992. Felipe González aprovechó la respuesta a Anguita para admitir lo que había rehuido en el discurso de la mañana: que se equivocó, y que probablemente se derive de ello alguna responsabilidad.

A propósito del llamado impulso democrático es difícil compartir las sugerencias del jefe del Gobierno. De entrada, hay un malentendido si piensa que la gente identifica ese principio -al que se refirió en la noche electoral tras asegurar que había «entendido el mensaje»- con la provisión de los puestos vacantes en las instituciones. Pero además, su propio relato de la situación en que se encuentra el proceso de elección del Defensor del Pueblo indica la falta de visión con que su partido está planteando este asunto.

La idea de modificar las reglas del juego ante el bloqueo del PP resulta peligrosa si se tiene en cuenta que las mayorías absolutas siguen siendo posibles. El Defensor del Pueblo es un cargo que por su propia esencia debe nacer del mayor consenso entre partidos. En el momento en que basten los votos de uno solo para designarlo estaríamos ante el final de la institución. Por lo que puede ser preferible mantener a la defensora en funciones antes que lanzarse a la aventura de cambiar el quórum.

El líder de la oposición emplazó a Felipe González a designar a las personas responsables de los principales escándalos de los últimos años, de los nombramientos y de la negligencia en la vigilancia, adelantando que si no era capaz de hacerlo estaba reconociendo su propia responsabilidad. De ello dedujo, Aznar, forzando el razonamiento, que González debía dimitir de inmediato y nombrar un sucesor. No parece ésta la mejor solución, y tenía razón González cuando señaló a Aznar que lo ortodoxo hubiera sido plantear una moción de censura, con un voto constructivo y un programa de gobierno. Pero eso no lo hará todavía el PP, sabedor de que perdería, y de que esa derrota táctica le habría de suponer una erosión considerable antes de las elecciones europeas y de las autonómicas andaluzas.

Tan preocupante es el esfuerzo permanentemente destructivo del principal partido de la oposición como la sensación de pérdida continua de rumbo por parte del Gobierno. Los ciudadanos deben preguntarse si, en las circunstancias actuales, una propuesta como la de Aznar es la que prefieren. A saber: que gobiernen los socialistas, pero sin González de presidente. Y eso, después de la victoria electoral de junio pasado, atribuible fundamentalmente al propio presidente. Cuando menos habrá que reconocer que el partido gobernante tiene derecho a intentar agotar la legislatura en su actual fórmula, tal y como González anunció que iba a hacer. La obligación del Partido Popular no es sólo demoler al Ejecutivo, sino ofrecer una alternativa fiable. Ayer Aznar estuvo glorioso en sus improperios, y paupérrimo en sus propuestas.

Pero el debate no se agotó en esa confrontación, aunque fuera lo más espectacular del mismo. Tuvimos ocasión de redescubrir otra vez al gran orador que es Miquel Roca. Elaboró un discurso lleno de sentido común y de realismo. Anasagasti, como portavoz del PNV, también demostró sus buenas dotes parlamentarias. En definitiva, en el Congreso hubo ayer tensión, altura en los debates, interés y confrontación. Si Aznar no hubiera sido sólo destructivo y González no se hubiera mostrado tan a la defensiva, todo hubiera resultado mucho mejor.

20 Abril 1994

Desfachatez. La responsabilidad de Pujol

ABC (Director: Luis María Anson)

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Desfachatez

El síndrome de la Moncloa, caracterizado por una vertiginosa pérdida de contacto con los términos de la realidad, parece haber hecho presa en González. Es la más benévola de las interpretaciones que cabe aplicar a un tiempo y de otro país, como podría calificarse el que González desgranó en su intervención de apertura del debate sobre el Estado de la Nación. Acogiéndose a la forma indeseablemente popularizada, no parece ‘ser consciente’ de que el plausible objetivo ‘de que el país recupere la confianza en sí mismo y en sus responsables políticos’ pasa perentóreamente por su abandono del Gobierno

Descartada formal la moción de censura , Aznar optó por eludir la extemporánea refriega programática y se dedicó a ejercer de portavoz de la censura fácil que le clamor de la calle arroja sobre González. La dureza de su intervención pasaría por versallesca si tomáramos como referencia lo que los españoles dicen de González en los transportes públicos, en los bares o ante los televisores de sus hogares.

“¿Cuál será el próximo escándalo, señor González? A qué extremos se ha tenido que llegar para que esta sola pregunta resuma el estado de la Nación? ¿Qué está ocurriendo en este país, donde cada mañana nos levantamos con el temor a enterarnos de un nuevo escándalo? ¿Qué está ocurriendo para que los ciudadanos perciban una sensación de impunidad, de que aquí nadie es responsable de nada, de que es posible corromper, defraudar, engañar, sin que se derive consecuencia alguna para nadie? ¿No fue usted quien pronunció aquella célebre frase de ‘dos por el precio de uno’… Usted, que ha sido el causante del daño, no puede ser quien lo corrija. Asuma la responsabilidad que le corresponde y váyase. España necesita un impulso y usted se ha convertido en una rémora”.

Tendríamos que adentrarnos en la mente y el corazón para averiguar si alguna de estas requisitorias de Aznar llevó a su ánimo una sombra de duda. Por la viveza agresiva de sus réplicas se diría que no. Doce años de poder han hecho que en González la arrogancia se haya convertido en una segunda piel. La soberbia le confunde. Su continuidad al frente del Gobierno se convierte en un peligro para la preservación de la democracia. Fue, en fin, Aznar piadoso con la situación económica. El paro, por ejemplo, se ha sumido en tal abismo que es imposible no mejorar. Si un día todos los españoles estuvieran en paro, a partir de ese momento está claro que sólo podría avanzarse en la recuperación de empleo. Con cuatro millones de parados se ha tocado fondo. Naturalmente que en los próximos meses se producirá una recuperación no se ha podido llegar más bajo.

Responsabilidad de Pujol

Si de la corrupción política es responsable quien ostenta el máximo rango en el Gobierno, de la imposibilidad remoción de Felipe González mediante una cuestión de confianza o una moción de censura, el responsable es, sin duda alguna, el presidente de la Generalitat de Catalunya. Su interesado apoyo a la minoría socialista en el Gobierno – a cambio, entre otras concesiones, de un procentaje sobre el IRPF y la pasividad del Ejecutivo ante la tropelía de la ‘normalización lingüística’ – no es sólo una aberración ideológica oportunista en un partido de centro-derecha como el que encabeza: es también un vergonzante mercadeo de prebendas, una interminable cadena de extorsiones, un impuesto revolucionario a la nación entera. La excusa de que su postura asegura la gobernabilidad del país no se sostiene en pie porque implícitamente niega la viabilidad de un Gobierno de centro-derecha que, ante la decadencia socialista, resulta previsible y en el que su partido tendría la representación adecuada. El miedo a asumir esa responsabilidad y la pravedad de su apoyo recompensado a un Gobierno socialista, cuyo poder se desvanece entre la corrupción y la disgregación interna, hacen de Pujol el responsable último de la movilidad actual de González. Hay que decirlo así de claro.

20 Abril 1994

González en el banquillo

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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POR primera vez desde que el felipismo campa a sus anchas por España, Felipe González hubo de afrontar ayer una requisitoria con todas las de la ley. Al fin alguien puso al presidente del Gobierno ante el abrumador inventario de sus muchos desatinos, en el banquillo de los acusados. La catilinaria resultó doblemente electrizante por salir de la boca del líder del PP, José María Aznar, cuyo verbo no suele acostumbrar a rivalizar con el de Cicerón.

Todo apareció ayer teñido por un tono inusual: el implacable Quousque tandem…? de Aznar; la desvaída defensa de González, sorprendentemente torpe en el uso de sus trucos polémicos de siempre; la triste compostura que guardó en el banco azul, tan lejos de la desdeñosa sonrisa de suficiencia exhibida tantas otras veces; la desgana del Grupo Socialista -al que González se vio obligado a «agradecer» repetidamente el poco ruido que hizo-… Ayer, a Aznar se le sintió seguro de la solidez de su ataque. Otro tanto cabe decir de Anguita. Felipe González, en cambio, apareció decididamente a la defensiva.

Alguna vez tenía que empezar a desmoronarse la ficción. Alguna vez tenía que empezar a hacerse evidente que no es posible escapar perpetuamente de las responsabilidades con ejercicios de pura palabrería. Que es intolerable que alguien asegure que «asume plenamente su responsabilidad» en tales o cuales escándalos para, acto seguido, no deducir la menor consecuencia de ello, limitándose a dejarlo todo a beneficio de inventario. González se reconoció «concernido» por el caso Rubio, pero aseguró a continuación que no piensa ligar a él su destino político. ¿Cuál es el precio que paga por su responsabilidad, entonces? ¿Ninguno? Eso, sencillamente, no es aceptable. Ya no. Ya no más.

Cuando ayer Aznar y Anguita reclamaron a González que dimita y que se vaya de una vez, no lo hicieron desde ninguna repentina audacia, sino desde el puro y simple hastío.

Este consenso del rechazo que suscribió ayer una parte sustancial de la Cámara -tan sustancial como la representada por el partido mayoritario- quedó realzado por la alternativa que propuso José María Aznar: que se marche González y sea de momento otro miembro del propio PSOE el que asuma la responsabilidad de gobernar. Porque el clamor que ayer llegó hasta el hemiciclo no denosta al PSOE en su conjunto, sino a González y a los más directamente implicados en su gestión.

Por lo demás, no vale la pena entrar a discutir los argumentos que el jefe del Gobierno llevó al Congreso para defender su gestión. Propuso varias medidas anticorrupción, pero demasiado parecidas a otras que ya ofreció en otras ocasiones y que luego burló. Pretendió que gracias a su política se está superando la crisis económica, pero fue incapaz de justificar por qué durante años trató de contrarrestar la recesión sin más arma que el dogma monetarista, que ahora ha abandonado a la fuerza. Sencillamente, no es creíble. Y un país en crisis no puede permitirse el lujo de tener un jefe de Gobierno que no es creíble. Es mejor que se vaya. Es mejor para todos. Incluso para él.