16 abril 1994

Hernández Moltó fue el encargado de vapulear a su ex compañero: "Míreme a la cara, señor Rubio"

El PSOE machaca a Mariano Rubio en la Comisión Parlamentaria después de haberle estado defendiendo durante años

Hechos

  • El 15.04.1994 el ex Gobernador del Banco de España, D. Mariano Rubio compareció ante una comisión del parlamento, para responder a preguntas de los Grupos Parlamentarios.

Lecturas

El diputado del PSOE, D. Pedro Hernández Moltó fue el encargado de vapulear a su ex compañero: «Míreme a la cara, señor Rubio» o «sálve la poca dignidad que le queda» fueron algunas de las frases que usó para referirse a él con el mayor tono de desprecio.

PARTIDO POPULAR E IZQUIERDA UNIDA EN PINZA CONTRA FELIPE GONZÁLEZ

1995_rudi A diferencia del Sr. Hernández Moltó, la representante del PP en la comisión, Dña. Luisa Fernanda Rudi, y el representante de Izquierda Unida, D. Francisco Frutos no tuvieron tanto interés en exhibir una actitud de desprecio hacia D. Mariano Rubio, sino en atacar a quien tanto ellos como sus respectivas formaciones consideraban responsable de fondo del ‘caso Rubio’: el presidente del Gobierno D. Felipe González por haber ‘desprestigiado las instituciones’.

16 Abril 1994

Presunto culpable

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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De las varias posibilidades que se le presentaban en su comparecencia de ayer ante el Congreso, Mariano Rubio eligió la huida: es cierto que se presentó, cuando no estaba obligado a hacerlo, pero fue como si hubiera estado ausente. Lejos de responder a las preguntas obvias que se le hicieron, repitió, diez días después, la primera y patética intervención en la que dijo que tenía que revisar sus papeles para ver si las acusaciones tenían fundamento. Pero el patetismo fue si cabe mayor por su incompetencia como abogado de su causa, incapaz de aportar, frente a las documentadas imputaciones realizadas contra él, cualquier dato, argumento o precisión. Sólo el balbuciente latiguillo de que no es «consciente de tener una cuenta secreta» o de ser un «defraudador fiscal». Su torpe palabra contra documentos de gran fuerza acusatoria.El repliegue de Mariano Rubio hacia el terreno judicial, tal vez por consejo de sus abogados, puede ser una estrategia de defensa: para hacer valer en su favor la presunción de inocencia y el derecho a no declarar contra sí mismo, e incluso, eventualmente, de mentir. Pero al elegir esa vía está reconociendo implícitamente que es su pellejo, y no la verdad, lo que intenta salvar. Si de hacer luz se tratara, Rubio habría respondido a las muy concretas preguntas que se le hicieron: si se reconoce o no titular de la cuenta abierta en el despacho de Manuel de la Concha objeto de indagación, y si los ingresos en ella registrados como resultado, de operaciones bursátiles son ciertos y fueron declarados a Hacienda. En las condiciones en que se encuentra, su negativa a presentar las declaraciones de la renta, a hacer público su patrimonio, equivale casi a una con fesión de culpabilidad.

La única afirmación que realizó con cierta firmeza fue la de que no tiene ni ha tenido relación alguna con la sociedad Traya, desde la que habría participado en la compra y posterior venta de una compañía, con un beneficio de más de cien millones en tres meses. De nuevo su palabra contra documentos de gran verosimilitud. Pero su palabra está bajo sospecha desde el momento en que, como mínimo, las evidencias ahora conocidas indican que no dijo toda la verdad al Parlamento en su comparecencia de hace dos años. No dijo, por ejemplo, que, contra el criterio por él expresado, el administrador de su capital adquirió en su nombre acciones de Banesto por importe de más de cinco millones de pesetas. Algo que Rubio no negó ayer, sino más bien admitió, aunque de manera tan desmadejada que no se le entendió bien si reprochaba a De la Concha haber realizado la operación o haberla plasmado en la famosa cuenta 7MM; pero si era esto último, estaba reconociendo que esa cuenta era suya.

El mismo reconocimiento indirecto puede deducirse de su argumentación según la cual sería absurdo meter cheques nominativos y aun cruzados en una cuenta secreta, fiscalmente opaca. Pero si ello significa que la cuenta sí era suya, y sus anotaciones verdaderas, aunque no era secreta ni opaca, tiene que existir constancia documental de esos ingresos de 1987 en las declaraciones de renta y patrimonio de ese año. Que las muestre.

A su vez, los datos ahora conocidos iluminan retrospectivamente aspectos del asunto Ibercorp. Hace dos años no había constancia de que el ex gobernador se hubiera enriquecido desde el cargo, aunque no fuera mediante prácticas relacionadas con sus responsabilidades. En otras palabras, no había evidencias para dudar de su palabra cuando negó cualquier intervención torticera en beneficio propio. Esa presunción está hoy muy erosionada, pese a que el ex gobernador insistió ayer en ella como «un mérito que nadie podrá negar». Es posible que no tomara decisiones como gobernador motivadas por sus intereses particulares. Pero es imposible ignorar el daño que para la credibilidad del Banco de España deriva de la convicción de que la persona que lo ha encarnado durante ocho años era un defraudador enriquecido desde el cargo. El mensaje no pudo ser más patético: puedo ser un delincuente privado, pero fui un probo funcionario.

16 Abril 1994

No sabe, no contesta

ABC (Director: Luis María Anson)

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Sólo si apelamos a la situación anímica, comprensiblemente deprimida por la que debe atravesar el ex gobernador del Banco de España, cabría hacer un juicio indulgente de su remedo de comparecencia ante la Comisión de Economía del Congreso. Porque, de no invocar ese factor psicológico, habríamos de concluir que, a los elementos de sospecha sobre la corrección de alguna de sus conductas, Rubio añadió ayer un agravio gratuito a la representación de la soberanía popular, al manifestarse incapaz de esclarecer las cuestiones más sencillas de la gestión de su propio patrimonio.

Rubio pretendió desviar hacia generalidades, juicios de valor, cuestiones adjetivas o defensas genéricas de su gestión, la naturaleza indagatoria de la comperencia, planteada con escueta sagacidad por la diputada Luisa Fernanda Rudi. Si no la certeza, una sólida convicción moral sobre la autenticidad de los documentos publicados sobre el ‘escándalo Ibercorp’ fue el saldo más consistente de la reunión. Y Rubio – sin duda peor dotado para la simulación que González – aún incurriría en el candor de reconocer la existencia de cheques cruzados contra esa misteriosa cuenta – cuya naturaleza su aparente titular no conoce – dato rigurosamente inédito antes de que Rubio cometiera el desliz de confesarlo.

Honra a Rubio el tan paladino como estéril afán exculpatorio de Solchaga y González que animó su comparecencia. Baldío empeño. Haciendo abstracción de la anécdota de la composición ministerial, es el mismo Gobierno González el que se dispone a perseguir las responsabilidades – negadas, ocultadas, obstruidas – engendradas bajo la propia era González. La continuidad de González en el vértice del Ejecutivo otorga un involuntario rasgo sarcástico a todas las promesa gubernamentales de rectificación.

¿Va a evitar la impunidad un fiscal del Estado cuyos más abnegados esfuerzos – en Filesa, en Ibercorp – se han encaminado a enrarecer las investigaciones? ¿O lo hará un Tribunal de Cuentas capaz de ‘extraviar’ una auditoría estremecedora sobre la RENFE gestionada por García Valverde, represaliar a su autor y encomendar otra versión edulcorada al hermano de un implicado en los sucesos denunciados? ¿Serán las comisiones de investigación parlamentarias con atribuciones recortadas, dominadas por la mayoría, tradicionalmente ideadas para concluir en apoteosis exculpatorias como ocurriera en el asunto Filesa?

Sería inútil intentar acotar en tal o cual nivel secundario el ámbito de responsabilidad. Como Ruiz-Gallardón acaba de recordar con oportunidad, Nixon, al anunciar su renuncia, dijo que la hacía ‘no por ordenar el Watergate’, sino por haber permitido la creación de un clima moral entre sus colaboradores que hizo posible realizar estas conductas’. Quizá Felipe González sea personalmente un hombre honrado. Pero es el responsable del más irrespirable clima moral que la historia de España haya podido conocer. Algunos guerristas creen que el escándalo Juan Guerra se generó en el entorno de Solchaga. Hoy esos mismos guerristas se han lanzado sobre el caso Rubio para forzar la dimisión de Solchaga, como forzada fue la de Alfonso Guerra.

16 Abril 1994

Patético Rubio

Casimiro García-Abadillo

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Mariano Rubio realizó ayer una intervención decepcionante, lamentable y patética.

Incluso para los que tenemos la absoluta convicción y las pruebas de que ha mentido de forma reiterada y que ha ocultado a Hacienda un importante patrimonio, que se ha lucrado con operaciones especulativas y que ha favorecido a sus amigos y administradores desde su cargo de gobernador del Banco de España, las balbuceantes palabras de Rubio sólo sirvieron para ratificar el comportamiento amoral del que fuera máximo responsable del sistema financiero en España durante ocho años.

Rubio asistió al Congreso obligado por González. El presidente y el jefe del Grupo Parlamentario Socialista necesitaban al menos alguna justificación para frenar el vendaval de este escándalo sin precedentes. Pero Rubio se mueve entre la necesidad de no desairar en exceso a la autoridad y defenderse a sí mismo ganando algo de tiempo.

Lo más grave de todo lo que ocurrió ayer es que Rubio no pudo ni siquiera negar la existencia de su cuenta RU 7MM. Tan sólo pudo decir, con palabras entrecortadas, casi inaudibles, que él no fue en ningún momento consciente de tener dicha cuenta.

Terrible inconsciencia que pesa como una losa sobre los que le apoyaron hasta el final. ¿Cómo puede decir Rubio que no era consciente de esa cuenta? ¿De dónde le sacaba el dinero De la Concha cuando le pedía los cheques por tarjetón y con motorista del Banco de España?

Rubio no ha tenido el valor de decir la verdad. Se ha conformado con hacer algunas insinuaciones sobre la naturaleza de la información publicada por EL MUNDO (sería bueno que todos los que ponen en duda la naturaleza de lo investigado por este diario aportaran alguna vez alguna prueba de sus insinuaciones). Rubio volvió a referirse a las «campañas» contra su persona e intentó en algún momento mezclar a EL MUNDO con una información falsa publicada por otro medio. Información que también llegó a nuestro periódico como una trampa mortal en la que nunca caímos.

Rubio conoce como nadie aquella historia, aquellos papeles que de forma anónima aterrizaron en nuestro diario para distraer nuestra atención de lo esencial. Y fue la labor de comprobación de toda aquella información envenenada la que evitó que EL MUNDO cometiera errores.

Han sido largos los meses de investigación para tener en nuestro poder las pruebas irrefutables de la actividad ilegal de Rubio.

El ex gobernador se permitió ayer de nuevo el lujo de hablar de «casualidades». Casualidades de la vida. Schaff Investments también fue una casualidad de la vida. La existencia de aquella misteriosa sociedad beneficiaria de una venta masiva de acciones de Sistemas Financieros, en la figuraban como administradores su hermana, su cuñado y su primo, fue explicada hace dos años por Rubio como «una casualidad». Ahora, Rubio explica como otra casualidad la implicación de su cuñado en Traya.

De lo poco entendible que pudo decir Rubio ayer en el Congreso, lo único que negó con cierta rotundidad fue su pertenencia a Traya. Este es un viejo truco de experto que no sirve para negar lo esencial. El ex gobernador sabe perfectamente que no es necesario intervenir en una sociedad para ser partícipe de sus beneficios. Sobre todo cuando se trata de una sociedad en la que hay un administrador único y no es necesario declarar en el registro quiénes son sus accionistas.

Ese truco lo emplearon con profusión Manuel de la Concha y Jaime Soto en las más de veinte sociedades fantasmas que crearon en el despacho del abogado Vázque Padura, uno de cuyos miembros aparece curiosamente también (otra casualidad de la vida) en Traya con poderes para actuar y adjudicar las acciones de Sistemas AF. Y eso sí que está explícitamente dicho en el registro de Traya.

Rubio recibió de la venta de acciones de Sistemas AF en Bolsa, a través de Traya, más de 100 millones de pesetas y eso no lo pudo negar.

A estas alturas del partido, el ex gobernador debe conocer que la Justicia y Hacienda han indagado ya en los libros de Manuel de la Concha, donde las operaciones de su «cuenta B», esa de la que nunca ha sido consciente, y han descubierto ya que lo publicado por EL MUNDO es absolutamente cierto.

Por eso fue muy cauto y no metió la pata en exceso. Al menos, no negó lo esencial y, por lo tanto, es difícil que pueda acusársele de perjurio.

La dureza con la que arremetió ayer Hernández Moltó contra el ex gobernador contrasta con la defensa cerrada que hizo de su honestidad hace ahora dos años. El representante socialista fue sin duda el diputado más duro en sus calificaciones sobre el comportamiento de Rubio. Le llamó cobarde e indigno y le acusó de haber infringido un grave daño a las instituciones.

Ante el acoso, Rubio sólo supo responder justificando que en sus decisiones como gobernador nunca actuó anteponiendo el interés privado. Nada más.

Rubio ahora es ya un cadáver. Hundido moralmente, sin ningún apoyo, no es justo que pague con algo que no le corresponde. El ex gobernador es culpable de haber engañado al Fisco, de haber realizado operaciones especulativas, de haber protegido a sus amigos. Pero la responsabilidad política por sus actos (máxime cuando hace dos años se dieron evidencias suficientes como para que se pusiera en cuestión su honestidad) es de los que ahora le lapidan: Solchaga es responsable; Felipe González es responsable. Ellos también deben pagar por el «caso Rubio».

16 Abril 1994

Patético Mariano

Pablo Sebastián

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Como un lagarto milenario, un viejo reptil de mirada baja, sangre fría y muchas escamas, como el dragón japonés, así, renqueante, balbuceante y escurridizo apareció Mariano Rubio, látigo de banqueros, ante la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados. Llevaba una misión entre ceja y ceja, entre pitillo y pitillo, y la cumplió.

No le salían las palabras pero al final de su intervención, tomó agua, tomó aire, hinchó el pecho y mirando fijamente a las cámaras de televisión, como le habían pedido desde el PNV, exclamó: «Jamás he utilizado el Banco de España en mi beneficio personal». Ese era el mensaje, el punto fuerte de su insostenible estrategia defensiva en la que se mezclan, mal que le pese, su responsabilidad política y la personal. Rubio no quiere ir a la cárcel, ni llevar con él a los cómplices -y demás clientes secretos de Ibercorp- y mantuvo impertérrito, frío y cabizbajo, su posición.

Tuvo incluso la audacia de decirle a la Comisión que nadie le había acusado de meter la mano en el Banco de España, de haber tocado un lingote, ni de haber utilizado el banco en su favor. Y fue verdad, nadie le acusó de tal cosa, e, incluso, hubo algun untoso que elogió, al presunto delincuente, su labor en el banco emisor, y el acusado se creció. Y presumió de que, su «honradez» como gobernador, le había creado feroces y poderosos enemigos. No dijo nombres, pero pensó en Conde, Escámez, Guarnica, etc, las «familias» de antes, y los «tiburones» de ayer.

En realidad y, a duras penas, Rubio marcaba una delicada y casi imaginaria línea entre lo público y lo privado. Algo que ya insinuó en su lacónico comunicado. Lo mismo -¡ojo!- que anunció Carlos Solchaga en la televisión, cuando dijo que no se haría responsable de las finanzas secretas de don Mariano. Lo mismo -los tres de acuerdo- que insinuó Felipe González hablando de distintos niveles de responsabilidad. Lo público y lo privado, «¡voilà!» el distingo salvador.

Y de la «cuenta b», la 7MM RU, de Ibercorp, ¿qué? Pues, nada, ni palabra. El gran gobernador que lo sabía todo del mundo bancario y financiero español desconocía sus propias finanzas, como lo señaló Albistur. No había tenido tiempo, en los últimos días de ocuparse, ni en los últimos dos años, desde que estalló Ibercorp. Como ni González, ni Solchaga habían tenido tiempo de investigar.

Don Mariano se cerró. El lagarto milenario, el dragón japonés, se acostó, se durmió, se hibernó y no dijo ni pío del fondo de la cuestión. Usó respuestas medidas y meditadas: «desconozco» lo de la «cuenta b»; o «no soy consciente de que exista», musitó sin desmentir su existencia. Lamentándose del azar que implicó a su familia en la operación Ibercorp. ¡Coincidencias que matan! Y querellarse ¿para qué? Y, ¿contra quién? ¿Contra Manolo de la Concha, otro largarto cebón?

El Parlamento, después de casi tanto tiempo sin tocar pelota en la corrupción, se estrenó a medio gas y anunció comisión de investigación. Atacó a Mariano, apeló a España, a las instituciones «a la poca dignidad que le queda», le dijo a Rubio Hernández Moltó, del PSOE. La señora Rudí, del PP, señaló a González, Olarte apretó, y Frutos de IU habló del «pelotazo» y de los pobres. Y los «cómplices» habituales del PSOE, PNV y CiU, tomaron cierta distancia del poder.

Pero ¿y las responsabilidades políticas? Ese es otro cantar de los jefes del patético lagarto que se hará esperar, hasta que se aclare la raya divisoria entre lo público y lo privado de la corrupción. Aunque de momento faltan dos ceses: el de Solchaga y el de González. Falta el informe del Gobierno, que lo sabe todo sobre Ibercorp. Falta la moción de censura del PP, faltan los papeles de Mariano, como los de Luis Roldán, los de Filesa, los del BOE y las cintas del Cesid. Falta decencia y democracia en la vida pública y sobran mentiras y complicidad.

17 Abril 1994

Cuando la mano de Dios ya no pasa por ese perro

Pedro J. Ramírez

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No recuerdo haber visto jamás comportarse a nadie en el Parlamento de un modo tan repelente y despreciable. Su intervención en la sesión urgente de la Comisión de Economía del viernes fue un modelo de cinismo, hipocresía y deshonestidad. Hubo tanta falacia, doblez y mendacidad en sus palabras que en algún momento llegué a sentir arcadas al escucharle. Lo peor de la vida pública quedó reflejado en su burdo oportunismo, en su inmoral huida hacia adelante, en su intolerable pretensión de camuflar sus responsabilidades bajo la pantalla de unas palabras huecas y engoladas.

No estoy hablando de Mariano Rubio, sino del portavoz socialista Juan Pedro Hernández Moltó, el hombre que hace dos años sirvió reiteradamente de alfombra al todavía poderoso gobernador del Banco de España y anteayer se ensañó con el pobre guiñapo que le pusieron delante, transgrediendo las más elementales normas de la cortesía parlamentaria. Hernández Moltó es un tipo peligroso que llegará lejos, pues quintaesencia la falta de escrúpulos del «homo felipista»: alguien capaz de pasar del sonrojante servilismo a la más descarnada invectiva, sin solución de continuidad y con la misma eficacia escénica.

Tiene narices que frente a la mojigatería monjil de la confusa Princesa de Eboli que puso en liza la derecha y la turbación ideológica con que Francesc Frutos, como buen comunista, se expresa siempre que trata de dinero, fuera precisamente Hernández Moltó quien se erigiera como gran protagonista y apareciera ante la opinión pública como el único capaz de soltarle cuatro frescas al «Ecce Homo» que a empellones el Gobierno había hecho subir a la carreta que enfila la ruta hacia la guillotina. En Inglaterra, Estados Unidos o cualquier otro país con tradición democrática y distritos uninominales la vida política de Hernández Moltó estaría terminada porque sus electores no le perdonarían jamás que, despreciando todos los indicios y evidencias que ya hace dos años estaban sobre la mesa, hubiera avalado incondicionalmente por meras razones de conveniencia partidista a quien ahora resulta ser sin género de dudas un hombre corrupto. En la España contemporánea le nombrarán, en cambio, ministro o al menos secretario de Estado y su prestigio interno en el partido crecerá proporcionalmente al inmenso servicio prestado; después de sus espectaculares banderillas negras del viernes, el toro -cornudo y apaleado- ya está puesto en suerte para que el martes González remate la faena con una estocada hasta la bola: «Ven ustedes como, cumpliendo nuestras promesas electorales y fieles al espíritu del «cambio del cambio», somos ahora quienes encabezamos la lucha contra la corrupción…».

Los socialistas están en su derecho, y probablemente en su deber, de meter a Mariano Rubio en la cárcel, pero no tienen legitimidad alguna para insultarle. Y menos si lo hacen con el indisimulado propósito de eludir sus responsabilidades, dándoles la vuelta a los aspectos esenciales de este «affaire» y tratando de encabezar una manifestación que principalmente debe ir dirigida contra ellos. En el terrible friso de la revolución francesa no hubo conducta más despreciable que la de aquellos aristócratas que, con su primo Felipe Igualdad a la cabeza, votaron en la Asamblea Nacional a favor de la muerte del Rey. Si a alguien le cuadran los reproches de «poca dignidad», «egoísmo» y «cobardía» con los que Hernández Moltó flageló a Rubio es al propio diputado-criada para todo y a sus jefes Solchaga y González. ¿Por cuál de tales razones convirtieron hace dos años la «honestidad» del gobernador en una especie de inamovible dogma de fe, obligando a la sociedad española a comulgar con esa rueda de molino, cuando ya se sabía que la hermana, el cuñado y el primo de Rubio eran los administradores de Schaff? ¿Fue por la «indignidad» de no querer admitir que alguien tan directamente tocado por la mano del Supremo Hacedor de la Moncloa pudiera ser un corrupto, lo que pondría en evidencia la falibilidad de sus designios? ¿Fue por el «egoísmo» de no tener que afrontar las incómodas consecuencias de un proceso de depuración de responsabilidades en regla? ¿O fue acaso por la «cobardía» de temer verse personalmente perjudicados por ese exorcismo?

Los últimos días están siendo días de miel y rosas para los periodistas de EL MUNDO. Llueven las palmaditas en la espalda y los gestos de reconocimiento por nuestra decisiva contribución al esclarecimiento de la verdad. Por eso me importa tanto que no se confunda cual es el valor esencial que, al menos yo, otorgo a esa verdad. Estamos colaborando sin reserva alguna con la investigación iniciada por la Fiscalía de Madrid a instancias del Gobierno y nos parece de justicia que Rubio pague todas sus culpas. Pero no será el castigo de un delincuente de alta alcurnia, cuando tantos otros, de forma inadvertida o imposible de probar, continúan campando a sus anchas, lo que cambie la textura moral de este país. Máxime cuando la captura de la pieza jamás podrá ser atribuida al correcto funcionamiento institucional, sino a una anomalía, a una vulnerabilidad casi, que cada equis tiempo el sistema trata de suprimir, llamada «periodismo de investigación».

Poniendo pruebas incontestables encima de la mesa, lo más importante que nuestro periódico ha querido decirle a la sociedad no es que Mariano Rubio era un sepulcro blanqueado sino que el Gobierno lo sabía, o al menos habría tenido la posibilidad de saberlo si se lo hubiera propuesto. Lo que a nosotros nos ha costado dos años encontrar, podría haber estado en sus manos en dos semanas si entonces hubieran movilizado a la Fiscalía, la Inspección de Hacienda, la Comisión de Valores y el propio Parlamento con el mismo celo con que ahora los han puesto a competir en el cruel deporte de alancear al moro muerto.

Al no tratarse de un caso aislado, la corrupción de Mariano Rubio no es, en primer lugar, sino parte de la corrupción del sistema, achacable por tanto a las reglas del juego que, al sacrificar la democracia a la eficacia, la han hecho posible. Pero es que, en segundo lugar, a diferencia de un Roldán o una Salanueva, Mariano Rubio no era solo una importante pieza más del engranaje de la Administración, sino el epicentro de un Estado dentro del Estado, consentido y amparado por González en persona. Solchaga, Serra, Solana y Solbes pretenden tomarnos por imbéciles al fingir ahora caerse del guindo. Todos ellos han sido cómplices por activa o por pasiva de la incontrolada delegación de poder fáctico otorgada por González al grupo mafioso que con eficaces terminales en dos de los cuatro grandes bancos y tres de los seis principales periódicos, tenía a Mariano Rubio como mentor y padrino.

Cuando la mano de Dios ya no pasa por este perro

Desde mucho antes de que García-Abadillo y Jesús Cacho destaparan el caso Ibercorp era un secreto a voces en Madrid que De la Concha se beneficiaba sistemáticamente de información privilegiada y por eso hubo tantos ingenuos que le confiaron sus ahorros. Además Alfonso Guerra recordó entonces en público que él se había opuesto a la concesión de la ficha bancaria a Ibercorp. Luego cuando se descubrió buena parte del pastel, en contra de sus retóricas promesas parlamentarias, el Gobierno procedió, por acción u omisión, a una auténtica «operación tapadera», un clásico ejercicio de «cover up» muy bien traído a cuenta en relación con el caso Watergate por Alberto Ruiz Gallardón. Al final quedaba que Rubio tenía que ser honesto porque González había dicho públicamente en al menos cuatro ocasiones que lo era. Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Si hubiera sido por González y Solchaga el ex gobernador sería hoy el rehabilitado presidente de Pryca, víctima de una frustrada campaña de desprestigio, alentada por aquellos a quienes más hubo de hacer sentir el rigor de la autoridad monetaria. Igual da que se equivocaran o que quisieran equivocarse. A efectos de su ineludible responsabilidad política poco importa que actuaran así por «indignidad», «egoísmo», «cobardía» o por las tres cosas a la vez. La tozudez de un periodista al descorrer el telón de la verdad ha dado paso a un escenario nuevo que no sólo afecta al señor Rubio. Como puro formalismo es correcto lo que dice González: la depuración de responsabilidades políticas debe posponerse al esclarecimiento de los hechos. Le ha faltado añadir el compromiso irrevocable de que tanto él como Solchaga se irán a su casa el mismo día en que el fiscal presente una querella contra Rubio. Aznar debe intentar arrancarle ese compromiso durante el debate del Estado de la Nación y está obligado a presentar una moción de censura si, cumplido ese trámite, el presidente se obstina en llamarse andana.

Entre tanto, señor Hernández Moltó, haga el favor de quitar sus zarpas de ese cuerpo magullado. El preso es nuestro. Es decir, de la sociedad civil que ha logrado capturarlo no sólo sin su colaboración, sino muy a pesar suyo. El día en que haya que fusilarlo se hará al amanecer y rindiéndole los honores de ordenanza. Entre tanto una cosa es que, rectificando al poeta, la mano de Dios ya no pase por este perro y otra que vayamos a consentirle a usted que lo destripe a machetazos como hacen los tutsis en Ruanda. Comprendo que usted pretenda pasar directamente al desenlace, pero le advierto que no va a lograr engañarnos: antes que un condenado, aquí lo que hay es un testigo de cargo.