13 marzo 2016

Méndez llevaba 22 años al frente del sindicato socialista y en su última etapa ha debido afrontar numerosos casos de corrupción en sus filas

Josep María Álvarez es elegido nuevo Secretario General de la UGT sucediendo a Cándido Méndez

Hechos

El 12.03.2016 el congreso del sindicato Unión General de Trabajadores eligió a D. Josep María Álvarez, por 306 votos frente a los 289 de D. Miguel Ángel Cilleros.

13 Marzo 2016

La responsabilidad de UGT

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

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La sucesión de Cándido Méndez en la Secretaría General de UGT se zanjó ayer con elección de Josep María Álvarez, líder del sindicato en Cataluña, por una ventaja muy corta (306 votos, el 51%, frente a 289 de Miguel Ángel Cilleros, el 48,9%). La escasa diferencia de 17 votos alienta el temor a una ruptura interna en la organización, agudizado por la polémica en torno a la defensa del derecho a decidir en Cataluña proclamada por el nuevo secretario general. La primera tarea, la más urgente para la supervivencia de UGT, consiste en garantizar la unidad de la organización; y esa unidad solo puede conseguirla Álvarez si implica a Cilleros y a su equipo en la tarea renovadora.

UGT, como como cualquier otro sindicato u organización patronal, tiene deberes para con la sociedad; uno de ellos es la defensa de las instituciones e instrumentos que sustentan el bienestar colectivo. Entre estas instituciones figuran la caja única de la Seguridad Social, la unidad fiscal, la de mercado y la aplicación de leyes laborales iguales para todos. Álvarez cometerá un grave error si introduce factores de confrontación territorial ajenos a la gestión sindical. Por eso, su declaración de que “es la primera vez en España que la catalanofobia no ha ganado en este país” es desafortunada e indica un desenfoque inicial en su concepción del sindicato.

UGT (como CC OO) tiene pendiente una durísima renovación. Debe diagnosticar (y corregir, si puede) males endémicos como la caída de la afiliación —especialmente entre los jóvenes y en las empresas privadas—, el descrédito de los sindicatos en la sociedad, su papel irrelevante en la economía actual y las debilidades de financiación que están detrás de las irregularidades detectadas en los cursos de formación o en casos concretos de corrupción. A esos problemas tienen que hacer frente Álvarez y la nueva dirección de UGT; distraerse con el derecho a decidir y sus consecuencias sería un engaño a los militantes.

13 Marzo 2016

Riesgos del populismo sindical

Juan Luis Cebrián

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El movimiento sindical forma parte del sistema democrático en pie de igualdad con los partidos políticos o la libertad de expresión. Sin el protagonismo de los sindicatos será imposible garantizar el Estado de bienestar europeo o un nuevo pacto social

El debate abierto con motivo del reciente congreso de la UGT se enmarca en una discusión más amplia sobre el papel histórico de los socialistas en nuestro país y la socialdemocracia europea, aparentemente en crisis. Desde su fundación, el Partido Socialista Obrero Español adoptó una política centralizadora, fruto tanto de sus orígenes marxistas como del jacobinismo de sus dirigentes. Convivieron en él, a veces con extrema dificultad, las dos almas del partido, la ortodoxa y la socialdemócrata. G.D.H. Cole, en el libro arriba citado, pone de manifiesto que los conflictos sociales de principios del pasado siglo condujeron a un protagonismo arrollador de los sindicatos de estirpe anarquista, cuya autonomía de acción local puso en jaque a los gobiernos de la República Española desde el primer día de su instauración. No es difícil encontrar en la CUP y en movimientos como el de Izquierda Anticapitalista resabios parecidos que pueden generar problemas de igual índole en nuestro actual régimen democrático.

La influencia del movimiento sindical en los partidos de izquierda hizo coincidir el liderazgo de la UGT con el del PSOE en el caso de Largo Caballero y décadas más tarde tendría su contrapartida en la estrecha relación entre Comisiones Obreras y el Partido Comunista. Tras la transición española, y desaparecidos sus líderes históricos, se debilitaron los lazos entre las fuerzas políticas y las sindicales, al tiempo que estas perdían liderazgo en amplios sectores de la empresa privada, mientras mantenían su capacidad de movilización en la administración y la empresa públicas.

La construcción del modelo social europeo se basó en un pacto entre la socialdemocracia y la democracia cristiana que contó con el aval de las fuerzas sindicales de la época. Ello explica algunas peculiaridades del capitalismo alemán, que acoge en el seno de los consejos de administración (por inspiración de la doctrina social cristiana) a representantes laborales. La contribución de los sindicatos de clase al establecimiento del nuevo contrato social emanado de la posguerra mundial fue decisiva, como lo fue también en España con ocasión de los Pactos de la Moncloa. El posterior fraccionamiento del movimiento obrero, sustituido en parte por agrupaciones gremiales (controladores, pilotos, transportistas…), ha contribuido a desfigurar el papel del sindicalismo en la esfera pública y en el devenir de la izquierda.

Los gobernantes socialistas adoptaron con demasiada frecuencia una actitud equidistante entre sindicatos y organizaciones empresariales, confundiendo los roles de cada una y rindiéndose a una onírica autorregulación de las relaciones industriales. Mientras las patronales suelen representar intereses concretos de quienes en ella se agrupan, lo mismo que los sindicatos o gremios sectoriales, el movimiento sindical forma parte del sistema democrático en pie de igualdad con los partidos políticos o el ejercicio de la libertad de expresión. Esto lo comprenden bien algunos voceros del populismo a la moda que no hacen distingos a la hora de entonar el “no nos representan”, envolviendo en su protesta a todo el entramado institucional, sindicatos incluidos. Pero sin el protagonismo de estos será imposible garantizar el futuro del Estado de bienestar europeo y elaborar un nuevo pacto social.

La necesidad de ese nuevo contrato social en la Europa desarrollada viene determinada por la globalización y falta de regulación del sistema capitalista —que provocó la crisis financiera—, el envejecimiento de la población, la mayor esperanza de vida y la baja productividad por hora trabajada en muchos de los países centrales. De todas estas cosas se habla abierta y públicamente por parte de los líderes de la socialdemocracia y de no pocos dirigentes sindicales europeos. Sin embargo, en nuestro país, los reclamos de renovación de la izquierda, incluida la izquierda sindical, tienden con facilidad pasmosa a refugiarse en eslóganes y frases de campaña, sin ofrecer soluciones o políticas alternativas.

Una cosa es la política suicida de austeridad hasta la muerte impuesta por la cazurrería de las burocracias comunitaria o germana y otra el reconocimiento de que algunas de las medidas que los Gobiernos europeos se han visto obligados a tomar no son coyunturales y responden a la necesidad de modificar el Estado del bienestar si queremos garantizarlo. La prolongación de la edad de jubilación, una flexibilidad de las leyes laborales que no amenace la seguridad del empleo, y el establecimiento de un sistema dual de pensiones públicas y privadas responden no tanto a la lucha a corto plazo contra el déficit público como a la búsqueda de un nuevo paradigma que haga sostenible el modelo tradicional al tiempo que impulse políticas de crecimiento.

Es responsabilidad de los políticos, del Gobierno y de los líderes de la izquierda abordar un debate público sobre estas cuestiones al margen de la dramática coyuntura por la que atravesamos, y será imposible hacerlo sin la colaboración activa de las centrales sindicales. La sensación de que estas han sido relegadas en sus funciones de representación social, vilipendiadas y estigmatizadas por fenómenos puntuales de corrupción, y empujadas a ocupar la calle, dificulta en mucho la elaboración de ese nuevo modelo. Los sindicatos han cometido excesos y algunos de sus dirigentes abusan del doble lenguaje, pero la descalificación global que de ellos se hace desde los medios de la derecha y las posiciones neoliberales de algunos cabecillas políticos, aparte de ser injusta, contribuye a deteriorar la cohesión social y a desestabilizar el sistema democrático.

Los sindicatos mayoritarios han de ocupar el lugar que les corresponde en el diseño de la futura sociedad. De otra manera se verán desbordados, como en muchos casos puede ya observarse, por las tendencias demagógicas y localistas que en su día contribuyeron de manera funesta a la fragmentación de la izquierda igual que amenazan con hacerlo hoy.

13 Marzo 2016

UGT: otro frente para Sánchez

Casimiro García-Abadillo

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La victoria por los pelos de Josep Maria Álvarez al frente de la UGT (306 votos contra los 289 de Miguel Ángel Cilleros) no significa una renovación del sindicato, sino tan solo un cambio en la nomenclatura que va a provocar tensiones internas y que, al mismo tiempo, va a complicarle la vida al PSC y al PSOE.

No sólo es una cuestión de edad (Álvarez cumple ahora 60 años, sólo cuatro menos de los que tiene su antecesor, Cándido Méndez), sino, lo que es más importante, de concepción del papel que debe jugar un sindicato en el siglo XXI.

El ex líder de la UGT en Cataluña, cargo que ha ocupado durante casi 26 años, mantiene una idea esencialmente política de la actividad de la organización, que, teóricamente, debería defender los intereses de los trabajadores. Lo más relevante de su discurso, tras ser elegido secretario general, fueron las críticas «al capital y los poderosos» por la supuesta «criminalización» del sindicalismo y su llamada a la unidad de la izquierda para que «se deje de tonterías» en el Congreso y actúe contra la reforma laboral.

Álvarez pasó de puntillas sobre los graves casos de corrupción que han afectado al sindicato (ERE, cursos de formación, etc.) y se comprometió a una genérica mejora de la transparencia (los sindicatos son las únicas organizaciones que reciben fondos públicos y no son auditados por el Tribunal de Cuentas). Curiosamente, además de Cataluña, para su triunfo en el 42º Congreso, contó con el respaldo de la unión territorial de Andalucía.

El nuevo líder de la UGT enmarcó su triunfo en «la derrota de la catalanofobia» y presumió de que ésta había sido la primera vez que esa supuesta actitud anticatalana no había triunfado en España.

Álvarez, que está prejubilado por la empresa a la que se incorporó cuando llegó como emigrante desde Asturias a Barcelona (antes La Maquinista, después Alstom), y que forma parte del consejo asesor de Endesa en Cataluña (¿puertas giratorias?), es miembro del PSC y firme defensor del «derecho a decidir».

La UGT tiene situados a algunos de sus líderes en el gobierno independentista de la Generalitat: Neus Munté (consejera de Presidencia) y Dolors Bassa (consejera de Empleo y Asuntos Sociales). El ex jefe de prensa de Álvarez, Miguel Ángel Escobar (que acudió a las elecciones del 27-S en las listas de Junts pel Sí), es ahora delegado del Gobierno catalán en Barcelona.

El PSOE ha mantenido históricos lazos con la UGT. De hecho, durante muchos años, fue el núcleo de su base social y su fuerza de choque entre los trabajadores.

Tras unos años de relaciones frías entre el partido y el sindicato (la huelga general del 14-D de 1988 contra las políticas de Felipe González marcó un punto de inflexión en la fraternidad de la familia socialista), Rodríguez Zapatero recuperó la buena sintonía y convirtió a Cándido Méndez en un vicepresidente en la sombra (como recordaba en estas páginas Francisco Núñez). El ex presidente del Gobierno necesitaba su respaldo y mimó al sindicato, con el que negoció diversas reformas y al que proporcionó jugosas vías de financiación (aumentando el presupuesto de las políticas activas de empleo: formación).

Pero los días de vino y rosas terminaron con la victoria del PP. La UGT ha perdido casi 300.000 afiliados desde 2011 (aunque sigue manteniendo la hegemonía sindical con 928.846 carnets) y ello no ha sido debido al ataque de los poderosos, sino, fundamentalmente, a la corrupción y al hecho de que los sindicatos han dejado de atraer a sus filas a los jóvenes.

La UGT ha perdido una gran oportunidad para romper con el pasado y modernizarse como organización. Insistir en su carácter de clase, en lugar de profundizar en la defensa de los intereses profesionales de los trabajadores, es volver a situar al sindicato en un papel que no le corresponde y que aquí en España se justificó durante una época porque las organizaciones obreras fueron la punta de lanza de la lucha contra el franquismo.

Abril Martorell (vicepresidente del Gobierno con Adolfo Suárez), preocupado por consolidar la democracia, dio tanto a la UGT como a CCOO y la CEOE un enorme poder al establecer la capacidad de negociación de los convenios por encima de las empresas. Ese modelo ya no se corresponde con la realidad social y económica y si la UGT no lo entiende, su futuro será muy negro, por mucho que se aferre a las alianzas políticas.

Para Pedro Sánchez, el triunfo de Álvarez supone la apertura de un nuevo frente que, hasta ahora, se circunscribía sólo a Cataluña. La defensa del derecho a decidir va contra las resoluciones del Comité Federal del PSOE y ahora es toda la UGT quien defenderá esa política. El nuevo secretario general no sólo es aliado estratégico de Junts Pel Sí, sino que va a hacer todo lo posible para torpedear el pacto del PSOE con Ciudadanos (por ejemplo, cuestionando sus acuerdos en materia laboral y exigiendo la derogación completa de la reforma laboral).

Álvarez, que llevaba años clamando por «nuevos liderazgos», cuando le tocó el turno, ha decidido no predicar con el ejemplo.

13 Marzo 2016

UGT se aferra a un sindicalismo caduco y opaco

EL MUNDO (Director: David Jiménez)

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LA UNIÓN General de Trabajadores ha perdido una oportunidad en la celebración de su 42 Congreso confederal, que ayer se clausuró en Madrid, para acometer una verdadera renovación del perfil de sus dirigentes, modernizar sus estructuras internas y, sobre todo, actualizar un modelo sindical a todas luces impropio del tejido productivo en la España del siglo XXI. Josep Maria Álvarez, procedente de la federación del Metal y durante los últimos 26 años líder de UGT en Cataluña, fue elegido nuevo secretario general con un 51,1% de los votos frente al candidato oficialista, Miguel Ángel Cilleros, que se quedó en un 48%. El estrecho margen de victoria de Álvarez evidencia la división interna en un sindicato que en los últimos años ha visto mermada notablemente su representación entre los trabajadores, fruto en gran medida de los escándalos que han golpeado a su organización en Andalucía.

La entronización de Álvarez supone el adiós a la primera línea de Cándido Méndez, tras 22 años en la secretaría general y 36 en puestos directivos de la central. Sustituyó en el cargo a Nicolás Redondo, pero nunca consiguió el prestigio social y la influencia entre la masa trabajadora cosechados por su antecesor. La imagen del sindicato ha ido deteriorándose paulatinamente por varios motivos. Primero por la actitud refractaria de la dirección para actualizar un sindicalismo de raíz industrial que no se ajusta a la economía del conocimiento, ni tampoco al peso que ahora ejerce el sector servicios en la central. Segundo, por la incapacidad de sus dirigentes para liderar la presión en la calle, lo que queda patente cada año en la languidez de las celebraciones del Primero de mayo. Y, en tercer lugar, por los efectos de la reforma laboral en la pérdida de peso de la negociación colectiva, lo que evidentemente mengua la capacidad de maniobra de las organizaciones sindicales. En este contexto, sorprende que los delegados de UGT hayan decidido eternizar un modelo sindical ineficaz para dar respuesta a las necesidades de los trabajadores. UGT ha perdido el 12,5% de sus afiliados desde 2010, justo cuando eclosionó la corrupción en el seno de su federación andaluza. Pero, lejos de virar hacia un sindicato moderno y funcional, la segunda central del país ha apostado por la vía lampedusiana de que todo cambie para que todo siga igual.

Del discurso que ayer pronunció Álvarez no se desprende una voluntad real de enmendar los errores del pasado. «No hay ruptura, hay continuidad», sentenció. En su primera intervención como secretario general de UGT, con un lenguaje casposo y anacrónico que evoca el mundo previo a la caída del Muro de Berlín, Álvarez se mostró incapaz de hacer autocrítica hasta el punto de escudarse en una «campaña del capital y de los poderosos para criminalizar el sindicalismo». Como si el capital –así, en abstracto–, tuviera la culpa de los desmanes de UGT en el caso de los ERE o de los cursos de formación en Andalucía. Como si los poderosos –así, sin nombres ni apellidos– fueran responsables del latrocinio larvado a través del entramado de facturas falsas, destapado por EL MUNDO. Así que, dada la posición numantina exhibida por Álvarez, se hace difícil creer que pueda transformar el sindicato, tal como ha prometido. De momento, la única novedad introducida ha sido rebajar del 25% al 15% el porcentaje de avales requeridos para ser candidato. Pero el nuevo líder ugetista no se comprometió a introducir las elecciones primarias ni el voto directo del afiliado, lo que ayudaría a superar la falta de transparencia que arrastra UGT desde los años 80.

Donde sí puede dar un giro este sindicato es en su acción política. Álvarez exhortó a las formaciones de izquierda a dejarse de «tonterías» y «ponerse a trabajar» para derogar leyes como la reforma laboral. Su estrategia en Cataluña ha radicado en abrir el sindicato a miembros del independentismo. Aún es prematuro para extraer conclusiones, pero de extrapolar este planteamiento al conjunto de España no sería extraño que UGT empezara a mirar a sectores que exceden la tradicional relación fraternal que ha existido entre este sindicato y el Partido Socialista. No es casualidad que Pedro Sánchez declinara a última hora asistir al cierre del congreso del sindicato de referencia para los socialistas. Álvarez es un firme partidario del derecho a decidir, lo que representa un problema para Sánchez. Ayer no mencionó el desafío separatista en Cataluña, pero ante los medios de comunicación enfatizó que en UGT «la catalanofobia no funciona». La postura oficial del sindicato en esta materia estriba en impulsar una reforma constitucional y estatutaria, en sintonía con el PSOE. Deslizarse por la senda del derecho a decidir sería la puntilla a la declinante trayectoria de UGT.