25 febrero 1993

Se especula que el hermano del Vicesecretario general del PSOE habría cobrado 30 millones de pesetas

Juan Guerra acepta sentarse en La Máquina de la Verdad de TELECINCO a hablar de su supuesta corrupción, cobrando

Hechos

El 25.02.1993 TELECINCO emitió una edición del programa ‘La Máquina de la Verdad’ de D. Julián Lago en el que el entrevistado fue D. Juan Guerra.

28 Marzo 1993

La Máquina

Jaime Campmany

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Lo de la máquina es demoniaco, es una cabronada diabólica y además una cabronada de diablesa que ya se sabe que las diablesas con más despiadadas y atroces que los diablos. Mi mujer ya se ha propuesto someterme a la máquina de la verdad para investigar mis presuntas infidelidades, naturalmente inexistentes, y ya le he explicado que esa máquina nos arrebata la dignidad y que no pienso humillarme ante ese electrocardiograma de amor conyugal. «¡Que se sometan lo políticos, que son los que más mienten!·, le he dicho para salirme por la tangente. Pero queda claro que esta publicidad que le están haciendo a la máquina resulta altamente nociva.

La Máquina de la Verdad es ni más ni menos que una ordalía electrónica, una ordalía que ya no utliza el agua ni el fuego, ni el hierro candante, ni el atracón de queso, ni el duelo o el juicio de Dios, sino que se vale de una escritura eléctrica como un radiograma arrancado al alma desnuda. Te meten una descarga o un rampazo en los entresijos del espíritu. Le enchufan a San Juan de la Cruz la máquina de la verdad y al o mejor en vez de salirle el Cántico espiritual, le sale un mal pensaiento con Santa Teresa. La Máquina de la Verdad es un regreso desde la posmodernidad a las tinieblas de la Edad Media, y como aquí están anatematizadas las ordalías desde el Concilio de Valladolid, no me extrañaría que un día de estos don Marcelo excomulgara a Julián Lago y pusiera a Valerio Lazarov en manos de fray Tomás de Torquemada.

El espectáculo de Juan Guerra electrocutado por La Máquina de la Verdad fue un espectáculo medieval y tenebroso como si alguien acudiera voluntariamente a arrojarse al a pira o sentarse en la silla eléctrica. Dicen que a Juan Guerra le han dado treinta millones de pesetas por someterse a esa ordalía mucho más dolorosa para el espíritu que caminar sobre ascuas o escaldarse el ‘body’ en agua caliente.

La pasión frenética por el dinero, la moda de adorar al Becerro de Oro, es lo único que puede explicar ese masoquismo de entregarse a la máquina bajo el ojo ciclópeo de la cámara. Está claro que Juan Guerra, por treinta millones, no sólo se entrega a la máquina, sino también a los alguaciles, a los jueces, a los rigores del Cödigo Penal y a los columnistas. Aquello era como una ejecución por contrato. Contemplar a Julián Lago llevar a Juan Guerra hasta el polígrafo americano era como ver al alcalde dejar al reo en manos del verdugo. El verdugo suele ser un forastero, y aquí también lo es, pero con todo, el polígrafo debería actuar con la cara tapada, como los vedugos medievales. POr unos momentos el plató quedó convertido en un patíbulo.
Y todo para que, a fin de cuentas, la máquina de la verdad no sirviera para nada, porque bastaba con mirarle a Juan Guerra la sonrisa disimulada que le bailaba bajo la maleza de la barba para percatarse de por dónde saltaba el gazado de la mentira. Cuando negaba la evidencia, se le notaba levemente el cachondeito al sevillano. Juan Guerra afirmó que no había hecho negocios en el despacho de la delegación del Gobierno, y la máquina dio un respingo y registró la trola. Natural. ¡Pues vaya una novedad que nos trajo la máquina! Como si le enchufan la Máquina de la Verdad a don Felipe González. Con algunas respuestas de don Felipe, la dichosa máquina no es que salgan las rayas del papel, es que se mea de risa. Y al polígrafo americano tienen que llevarlo a la ‘tele’ con dodotis.