Fue noticia el 24 de enero de 2023.
La alumna Elisa María Lozano Triviño aprovecha su premio en la UCM para despreciar a los que no compartan su ideología, reivindicar twitter y abuchear a Isabel Díaz Ayuso
Elisa y sus verdades a Ayuso
Marta Sanz
He escrito para este periódico textos dedicados a mujeres y hombres ilustres que merecían una página. Por significar mucho para mucha gente. Por contar la realidad mejor que nadie. Por haber ganado el Premio Nobel, o por haber fallecido y habernos sumido en la desolación: Chirbes, Ernaux, Lessing, Almudena Grandes… Personas con radiante nombre propio que protagonizan un análisis o una evocación. Hoy, sin embargo, merece un elogio escrito una mujer joven, que aún no tiene un nombre radiante, pero que quizá lo tenga pronto. Porque ha demostrado ser lúcida y valiente, dos atributos nada comunes. Elisa Lozano Triviño, mejor alumna de su promoción en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, se ha atrevido, subida a la palestra, con un auditorio elegido para halagar a Isabel Díaz Ayuso, con un auditorio en contra y ante la propia presidenta, a decir verdades como puños y a solidarizarse con los compañeros y compañeras que protestaban, rodeados de coches de policía, sobrevolados por un helicóptero cuya misión era proteger a la política. El día de fiesta de Elisa Lozano Triviño, galardonada por sus méritos, se había transformado en un día triste, de luto, para una ciudadanía que asiste a la degradación de sus servicios públicos y a la devaluación de su vida cotidiana. Un Madrid sin Atención Primaria, un Madrid de propinas para camareros y camareras, un Madrid en el que “se empieza autorizando la creación de más universidades privadas, se deriva dinero para ellas, se ahoga a la pública detrayéndole estos fondos para generar agujeros económicos que influyen en la calidad y el prestigio de su docencia e investigación… Por último, Ayuso provoca su propio nombramiento como alumna ilustre para acabar de desprestigiar a la institución”. En el análisis del doctor en Filología italiana Manuel Gil Rovira, persona vinculada a la Complutense por genética y afectos, hay un chiste y una gran verdad. El proceso descrito se parece mucho al que ahora motiva la protesta y la huelga de los profesionales de la salud en Madrid.
Yo estudié en la Complutense y viví las protestas y manifestaciones contra las subidas de las tasas a finales de la década de los ochenta. Una estudiante fue herida de bala. La policía rebasó los límites de la universidad para reprimir a las personas que nos atrincherábamos allí. La acción del decano de la Facultad de Geografía e Historia, Dr. Estébanez, expulsó a las fuerzas del orden de un lugar en el que no deberían haber entrado con sus porras en ristre. Entonces, nos enorgullecimos de pertenecer al alumnado de la institución y de contar con decanos, tan buenos, coherentes y sensatos, como lo era Estébanez. Hoy, yo, igual que Elisa Lozano Triviño, no me siento orgullosa y estoy de luto. Sin embargo, ella esta mañana ha logrado conmoverme y movilizarme. Hacerme sentir extraordinariamente orgullosa de una mujer joven, lúcida y valiente, que se ha atrevido a enfrentarse a la realidad en condiciones adversas reforzando el prestigio de una universidad cuyo nombre se opaca con el nombramiento de hoy. Espero que la Complutense sea más Elisa Lozano Triviño que Isabel Díaz Ayuso. Yo no me habría atrevido a hacer lo que Elisa Lozano Triviño ha hecho. Habría pensado en mi futuro y en mi integridad física. Pero, sin acciones como las de esta maravillosa mujer joven, el futuro se queda en suspenso y solo podemos optar a conservar los restos del naufragio. Elisa me ha devuelto parte de la esperanza y, desde aquí, yo, como madrileña, estudiante complutense y mujer con voz pública, se lo quiero agradecer.
Salvador Sostres
El discurso de la chica antisistema que ha intervenido en el acto de la presidenta Ayuso en la Complutense. Es un tesoro que hay que ver y guardar porque resume todo. Todo lo que importa en nuestra era. Todo perfectamente explicado en tres minutos. Y en tres tiempos.
El primer tiempo es el odio sin argumento, el odio porque es ella, la presidenta. Porque es del Partido Popular, porque es la derecha. Porque no es “una de las nuestras”. El odio sin ninguna reflexión, el desprecio. Sólo por lo que es, sea lo que sea. “Yo soy Complutense”. ¿Qué significa eso? ¿En qué excluye a la presidenta? La chica cita Twitter como referencia. Los comentarios con los que no está de acuerdo son “comentarios de mierda”. Dice que hay que hacer cine político, “pero político de verdad”, supongo que refiriéndose al que tiene que ver con sus ideas. ¿Cuáles son sus ideas? ¿Qué pasó cuando se aplicaron? ¿Qué les pasó, sobre todo a las mujeres?
El segundo tiempo es el fracaso del sistema educativo. Es la chica con la mejor notaen la rama del audiovisual, y su nivel de expresión oral es una pena. Dice que está de luto y el luto es ella. No sabe hablar. No puede encadenar dos frases ni expresar una idea completa. Sólo trozos de pancarta, eslóganes, palabras inconexas. Mezcladas con el odio, y con los gritos, sufrí por si había padecido un percance del que no me hubiera dado cuenta. Verlo en diferido me libró de llamar con ansia a la asistencia médica.
Y el tercer tiempo es el definitivo, el que más pesa. La explicación que siempre es la misma y que todo lo envuelve. Lo dice ella: “yo no he tenido una figura paterna”. Tu odio, tu inseguridad, tus gritos, tus frases sin sentido, tu vacío, tu poca inteligencia. Todo y siempre responde al mismo esquema. Al mismo drama, a la misma ausencia. Tú no tuviste una figura paterna y cuando a una chica le falla el padre, el hombre primero que la afirma y que la valida fuera del vientre; cuando una chica no tiene la seguridad del amor paterno, un padre que la hace sentir el centro del mundo, lo más importante, lo único, se desparrama la angustia como en la voz rota de esta chica.
El feminismo no refleja un problema de discriminación sino de padres ausentes. Por las brechas de las mujeres con problemas no se ven los hombres que están sino los padres que no las quisieron.
Ayuso y la alumna ilustre
Antonio R. Naranjo
Ilustre Elisa de los gatos
María Durán
Transcurría con total anormalidad el acto de la Universidad Complutense en el que se nombraba alumna ilustre a Isabel Díaz Ayuso. Con la anormalidad que ya es tan normal en nuestras universidades públicas: las personas sin filiación de izquierdas son «fascistas» y no pueden pisarlas. En un momento dado, en las televisiones, –en 7NN lo ofrecimos en directo– vimos subir a la tribuna a alguien que parecía gritar señalando hacia la presidenta madrileña. A mí, la pista de que íbamos a oír algo reseñable me la dio que de lejos no era capaz de distinguir si la persona gritona era hombre o mujer. Y ahí estaba: Elisa María Lozano.
Elisa no nos defraudó. La charo cachorra, como la llama mi director, Antonio O’Mullony, chilló, nos contó sus traumas, nos invitó a buscar «comentarios de mierda» en Internet, y por último se marchó amenazando con romper su diploma pero sin romperlo porque el título que la avala como la mejor de su promoción conlleva un premio económico. Elisa es progre pero no tonta –del todo–. Bastante que no nos tiró un gato como la señora de los Simpson.
La alumna elegida para hablar en nombre de sus compañeros terminó además su arenga con un grito que resumía perfectamente todo lo ocurrido: «¡Ayuso, pepera, los ilustres están fuera!«. Porque ese es realmente el problema. No la politización de la Universidad, no la titulitis, no la falta de becas -que ella, desde luego, no ha padecido-. El problema real para Elisa María y muchos de sus sectarios profesores y compañeros es que Ayuso es pepera. No es de izquierdas. Es facha, y si va a «su» universidad, provoca. Aunque lleve falda a media pierna o pantalón. No por haberlo visto más veces, con Rosa Díaz, Leopoldo López, Macarena Olona o Cayetana Álvarez de Toledo, el acoso a alguien conservador que se siente libre para ir a sitios que también le pertenecen, deja de ser espeluznante.
Elisa María Lozano es una digna representante de su tiempo. No sabe hablar español, pero nos quiere enseñar a los demás a pensar. A «tener criterio», según nos aulló. Pidió a sus compañeros dedicar sus esfuerzos a hacer «cine político». Podría ser buena alumna del irrelevate Eduardo Casanova, ese chico que nos vende que es artista, y ha resultado ser como mucho experto en lavativas; que pide dinero público para «cine antifascista». O de la propia Ángela Rodríguez Pam, experta en reírse de las víctimas de los violadores que salen en libertad gracias a su ministerio.
Para ser justos, seguro que Pam es experta en más cosas, solo que todavía las mantiene en secreto.
Los gritos de Eli, para los amigos, pueden parecer una anécdota, pero son la advertencia de lo que nos espera a los disidentes siempre que nos atrevamos a salirnos un milímetro del guion que la izquierda nos ha diseñado: todo el espacio político, mediático y «cultural» es suyo. Y si intentamos reclamarlo, seremos castigados con golpes, como los que trataron de propinar a Ayuso algunos manifestantes; insultos –«rata», «asesina», «cucaracha»– y la superioridad moral de los inmorales que miserablemente afirman que se lo habría buscado. María Elisa, y las generaciones a las que dejemos educarse así, son el problema, no la solución.
A todo esto, ya es jueves y la ministra Irene Montero sigue sin condenar la «violencia política» sufrida por Díaz Ayuso. No sabemos si ser de derechas invalida el hecho de que sea mujer, o que la ministra de Igualdad está muy ocupada tratando de corregir la ley promulgada por ella misma que ha beneficiado a más de 250 violadores. Sí, debe ser eso.
La alumna no atacó solo a Ayuso
Matías Valles
(Reproducido por la cadena Prensa Ibérica)
El discurso más impresionante del año recién iniciado no corresponde al desfondamiento de la decepcionante Jacinda Ardern, sino a la alumna de la Complutense que censuró públicamente a Isabel Díaz Ayuso en un acto universitario bajo custodia policial, el símbolo de la nueva era del confinamiento. Frente a rectores obsequiosos y ante una audiencia que proclama «presidente» del Gobierno a la líder del PP/Vox, el atrevimiento juvenil de la premiada Elisa María Lozano Triviño acalló en tres minutos incluso los abucheos que recibía su soflama contra la protagonista del acto político. La estudiante recordaba a Susan Sontag, cuando recibió un premio en Israel con un mensaje de desagradecimiento contra el país que la homenajeaba.
La izquierda fervorosa ha celebrado la intervención de la alumna, la nueva Pasionaria o la Greta Thunberg española, como un manifiesto ideológico. Es otro error mayúsculo, porque el discurso de la número uno de la promoción no contaba a Ayuso como única destinataria. De hecho, la presidenta de momento solo madrileña horneó su texto de agradecimiento alrededor de los Peces de ciudad de Joaquín Sabina, en busca de protección transversal. La alumna que apagó con su coraje a los cachorros de la ultraderecha realizó una performance generacional, se manifestaba globalmente contra la herencia recibida.
En la Complutense se dio por iniciado, y esta vez en serio, el conflicto entre boomers y millennials. No todos los jóvenes están adormilados, a diferencia de sus mayores. La ecuación de sueldos más bajos que las pensiones no solo es insostenible en lo económico, también socialmente en cuanto alguien efectúe las sumas. Ayuso milita en el ejército culpable, pero quienes jalean a Lozano Triviño no permitirían que la alumna se expresara con contundencia paralela contra líderes progresistas, igualmente culpables de la brecha generacional. Quienes saben escuchar, han recibido esta semana el anuncio de que la guerra de edades sustituirá a la lucha de clases, con una violencia comparable.
Ilustres
Carlos Boyero
Me resulta muy problemático cruzar más de dos educadas palabras con gente que abusa impunemente en su lenguaje del conveniente signo de los tiempos, que repiten hasta la náusea términos farragosos, pero que han sido bendecidos por los nuevos poderes, igual de repelentes que los anteriores. Me provocan una grima similar a la que he sentido desde pequeño hacia los tratamientos que recibían determinadas personas. ¿Qué coño significaban, qué rasgos sobrenaturales encarnaban aquellos seres a los que definían como su ilustrísima, su eminencia, su santidad, su alteza, su excelencia, su majestad y otros títulos tan ostentosos como involuntariamente dadaístas?
No concibo a ningún verdadero artista, aunque sí a multitud de políticos, cuya meta sea recibir ese tipo de reconocimientos, lograr ser beatificados por academias e instituciones. Imagino que su máxima aspiración es que su obra le regale sensaciones maravillosas a su gente, a las personas que aman. Y, cómo no, también al público, tan agradecido en sus gestos con lo que les divierte, emociona, identifica, sana. Es comprensible el gozo y la misión cumplida de músicos, escritores, cineastas y demás artistas al constatar que lo que pretendían expresar le ha tocado el alma a la gente, les ha otorgado placer.
Se me ocurren estas naderías al observar el follón que se ha montado con el título de ilustre que le ha donado su antigua universidad a la presidenta Ayuso; que aceptes el reconocimiento de ilustre, condecoración que resulta tan grandilocuente como vana, es problema suyo. Pero lo más penoso y grotesco ha sido el discurso de la alumna más premiada de esa facultad, señora volcánica y jacobina con patéticas dificultades para expresarse con un mínimo de coherencia, inteligencia o gracia. Y me pregunto, escuchando a la estudiante más ilustre, cómo serán los peores alumnos de esa universidad. Yo me encontraría entre ellos.
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