28 enero 1930

El deterioro de salud clave en el fin de su Gobierno

La dimisión del General Miguel Primo de Rivera pone fin a la dictadura, le reemplaza el General Berenguer con su ‘dictablanda’

Hechos

El 28.01.1930, el Rey Alfonso XII designó al General Berenguer presidente del Gobierno reemplazando al General Primo de Rivera.

Lecturas

El 28 de enero de 1930 D. Miguel Primo de Rivera Orbaneja presenta su dimisión como presidente del consejo de ministros de España, tan sólo una semana después de la caída de su ministro de Hacienda, D. José Calvo Sotelo. Con la dimisión del general se pone fin a la dictadura iniciada con el golpe de estado de 1923.

Su dimisión supone, de facto, el fin del experimento de Unión Patriótica como partido político.

El nuevo presidente del consejo de ministros nombrado por el Rey D. Alfonso XIII es el general D. Dámaso Berenguer Fusté, que defiende moderar al máximo posible todas las restricciones de la dictadura, motivo por el que su etapa de gobierno es identificada como ‘dictablanda’, durará hasta febrero de 1931.

CONTEXTO Y MEDIOS

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Está claro que el periodismo no puede llevarse bien con los regímenes autoritarios. Las intenciones del general Primo de Rivera por llevar el orden al país acabaron, como había advertido EL LIBERAL, llenando de males al país traducidos en odios. El hecho de que ABC, el periódico tradicional por excelencia, tanto bajo la dirección de don Torcuato Luca de Tena, como bajo la de don Juan Ignacio Luca de Tena, que le sustituyó a su muerte (1929), criticara al régimen era la muestra de su fracaso.

– Cortes Constituyentes

Nos consideramos con la máxima autoridad para pedir la convocatoria de unas cortes constituyentes y legales con arreglo a la única legalidad aún vigente en España, es decir, por sufragio universal (ABC, 6-11-1926)

– Dimisión del ministro don José Calvo Sotelo

La retirada del señor Calvo Sotelo (…) en la gestión del ex ministro hay un punto lamentable para los que defendemos la libertad económica y combatimos los monopolios. (ABC, 22-1-1930).

– Dimisión del general Primo de Rivera

Sólo el país dispone de los destinos nacionales. Sólo la Corona, orientada en la voluntad del país, puede poner y quitar Gobierno. La restauración que hoy se inicia requiere que acabe para siempre toda intervención del ejército en la política. Sabemos que así piensa el Ejército (…) la retirada del general Primo de Rivera termina virtualmente la Dictadura. (ABC, 29-1-1930).

LA NACIÓN, el que fuera periódico más adicto al régimen del general Primo de Rivera, anuncia que este “tiene bien ganados unos días de reposo” y aprovecha para recordar a los periódicos como EL SOL que en su día apoyaron la dictadura aunque ahora reclamen un cambio de régimen.

29 Enero 1930

Nota oficiosa del General Primo de Rivera

Miguel Primo de Rivera

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La madrugada del sábado en que, dando suelta al lápiz, escribí a toda prisa las cuartillas de la nota oficiosa, publicada el domingo y sin consultarla con nadie ni siquiera conmigo mismo, sin releerla, listo el ciclista que había de llevarla a la oficina de información de prensa para no perder minuto, como si de publicarla en seguida dependiera la salvación del país, sufrí un pequeño mareo que me ha alarmado y me obligó a hacer todo lo posible para prevenir la repetición de caso parecido sometiéndome a un tratamiento y plan que fortalezca mis nervios y ya mi naturaleza domine en absoluto sobre ellos.

Sin propósito de disculpa he de declarar que no me pesa la esencia de mi acto. Sin embargo, la forma verdaderamente extraña que di a su desarrollo, puesto que yo, atacado insidiosamente todos los días desde el punto de vista de imputarme la usurpación de la voluntad y criterio de los cuadros de mando militares y de cuya general confianza en mí vengo alardeando desde el 13 de septiembre, lo quisiera comprobar, no creo que sea injustificado, pero tomar por disculpa y medio de hacerlo la publicación de una nota oficiosa con riesgo de alarmar al país y de descomponer o, por lo menos, agitar el Ejército y Marina, hoy tan ponderados y firmes en la disciplina, infiriéndoles la ofensa de dudar de ellos por la acción de unos hechos anónimos, unas hojas clandestinas y unos rumores, es inexplicable y yo me lo sanciono.

Mucho he de agradecer, en primer término, a mis compañeros de Gobierno la delicadeza con que se han hecho cargo de mi acto, que no conocían hasta ser público, y mucho también a las altas autoridades por mí requeridas, que en su contestación, que en realidad por la forma del requerimiento podían haber excusado, han puesto palabras de la mayor consideración, benévolo juicio y concepto de firme lealtad y de preocupación para el país, el rey y el Gobierno. Esto me proporciona la inmensa satisfacción de contrastar en las instituciones militares un grado de capacidad, la serenidad y unidad de doctrina de que la Patria puede esperar mucho bien.

Pero todo lo anteriormente expuesto tiene de mi parte una consecuencia inevitable e inaplazable, que es mi retirada del Gobierno y mi apartamiento por el tiempo preciso de todo trabajo y función. Más la dificultad no está en mi sustitución personal, que muchos podrán suplir ventajosamente, sino en la orientación política a seguir en beneficio del país. Nunca como en este momento que me desintereso de todo subjetivismo, creo que podré hablar con igual sinceridad.

Desgraciadamente, los seis años de Dictadura, no cruel, pero sí muy celosa del mantenimiento de la disciplina social y en la persecución del hampa y gérmenes de perturbación y morbosidad, no han logrado la total extirpación de esos males. En algunos sectores, y dejo aparte los militares porque antes he consignado mi juicio sobre ellos, se han notado enormes mejoras, aludo a los obreros, que han superado a todos por su comprensión y que no han provocado casi dificultades adhiriéndose siempre a soluciones racionales.

No tengo por qué referirme a las teorías socialistas, que ya he dicho muchas veces que no comparto, sino a la organización social, capacidad profesional, progreso cultural y rendimiento del trabajo. Pero sin ser socialista se puede realizar una gran labor de paz social y progreso económico, poniendo interés el Gobierno en los problemas que afectan al obrero; cordialidad y comprensión libre de excesivo espíritu de clases y sin olvidar que los factores economía y perfección del producto son la base de la posibilidad comercial de ellas y por lo tanto manantial que ha de surtir al bienestar de todos y a la prosperidad económica nacional.

Por lo apuntado y otras muchas razones de peso que harían interminable esta mi última nota oficiosa, creo, con el pensamiento puesto en Dios y en España, que por muchos años debe seguir gobernando la Dictadura o cosa muy parecida, ejercida en forma de Consejo de Ministros, de labor colectiva, pero con responsabilidad exclusiva del dictador ante el país y el Rey.

Creo también indispensable la existencia de un órgano no deliberante, en buena parte de origen electivo, que estimule y fiscalice la labor gubernamental cooperando con sus iniciativas a hacerla eficaz.

Entiendo que la dirección de la Dictadura puede encomendarse igualmente a un hombre civil o militar, pero requiere completa compenetración y asistencia de ambos sectores y que por su proceder justo, claro y comunitativo, gane arraigo y simpatía en el pueblo.

Desaparecido el obstáculo de mi persona, que aún sin ser ése mi deseo no he podido evitar sucesión de agravios y molestias y sufrir desgaste, deben, todos los políticos, viejos y nuevos y los que nunca lo fueron, que sean monárquicos o que aún sin serlo quieran servir al país sin otro afán que engrandecer la patria y presentarla ante el mundo fuerte por la homogeneidad del ideal y la Unión Patriótica y ciudadana de una gran mayoría, apoyar al Gobierno prestándole la asistencia que merezca, más por sus intenciones y buena voluntad que por su acierto mismo, que éste es siempre aleatorio y opinable. ¡Paz, españoles! Cordialidad de clases, cultura y trabajo y adelante, adelante por el camino emprendido hace seis años hasta que la nueva generación, formada en las escuelas y colegios de primera enseñanza, en los Institutos y en las Universidades, que son los verdaderos cimientos del edificio social, permitan dar al país una estructura más ciudadana y liberal; porque hasta ahora, es preciso confesarlo, la verdadera libertad, la que garantiza la propiedad, la vida, el pudor y la tranquilidad, necesitan ir acompañadas de guardias civiles, de parejas de ese noble instituto a que tanto debe España y que tanto la enaltece.

¡Paz, trabajo y cultura, que son la verdadera libertad que para estimarnos cada día más vienen contrastando y apreciando nuestros hermanos en América y los que, allí nacidos, sientan aún el calor de las entrañas de la Madre Patria! En muchos años de Gobierno de Dictadura justiciera, liberal, culta, humana, considerada fuera y con consideración y respeto, por el sentir de la conciencia universal, está la salvación y engrandecimien­to de España. Venga a realizarla los hombres de toga y los hombres de ciencia por muy radicales que sean, que sólo así, en la cordialidad de su radicalismo, recogerán, acentuando con firmeza inconmovible, un sentido fuerte, recio y culto de la ciudadanía capaz de digerir sin daño las drogas políticas más fuertes, que ése es el sino de la Humanidad.

No teman los hombres civiles el contacto con los militares; éstos, salvo las características que reservan para su ejercicio, son de valor civil inapreciable, incluso las más modestas clases; únanse con ellos en fraternidad ciudadana y a servir todos juntos a la Patria grande e imperecedera, lo mismo bajo un gobierno dictatorial que de régimen común, que, cualquiera que el procedimiento sea, no exculpa a nadie del deber de adaptación al momento nacional y de asistencia al poder público.

Y vayan en esta mi última nota oficiosa unas palabras de sinceridad y fervor para cuantos en los puestos oficiales o en acción ciudadana me ayudaron ayudando a España, y muy principalmente a la Unión Patriótica, que estoy seguro sabrá responder a su carácter y credo, siendo firme apoyo de todo gobierno digno de serlo y sostén de la monarquía, y al Somatén, que con su doctrina y su lema encontrará siempre las normas de su actuación; y a las mujeres españolas, que tan relevante participación vienen alcanzando en la vida nacional.

Los hombres del Directorio, como los del Gobierno, han sido esclavos del cumplimiento de sus deberes, movidos siempre por afán de acierto y estímulo de justicia, que el país ha de reconocer y proclamar.

Sean mis últimas palabras nueva expresión de mis sentimientos para el Ejército y la Marina, para los que a mis órdenes y a las del general Sanjurjo pusieron fin al trágico problema marroquí, y para los que ahora a las órdenes del general Jordana cimentan la paz y propulsan el progreso, y para los que antes, en días angustiosos, mantuvieron con derroche de sacrificios y entusiasmos las yermas tierras fertilizadas a fuerza de sangre.

No puedo saber qué suerte de actuación reserva el porvenir a la Asamblea Nacional, pero es de justicia el tributar un elogio a la labor importante que ha realizado, y más aún a sus componentes, que se han mostrado laboriosos, asiduos y puntuales en la asistencia a sesiones y plenos, independientes, documentados, sobrios de palabra, corteses, elocuentes y como hombres de corte gubernamental.

Todos sus miembros merecen de la Patria y merecen de la Dictadura el reconocimiento de sus servicios y de mí la expresión de eterna gratitud.

Antes de escribir esta nota, he sometido al Consejo de Ministros de hoy la resolución de resignar en manos de S.M. el Rey el poder que del Gobierno que he presidido tenía conferido.

Ha sido aceptada con las frases de mayor elogio que acrecen mis sentimientos de gratitud para con el soberano. Y escribo “mi última nota oficiosa”, estas notas de las que guardaré siempre buen recuerdo, pues aunque una de ellas haya sido la causa de mi dimisión, puede que para bien de la Patria y aún mío, a ellas debo mi constante comunicación con el pueblo español, y por ellas, tanto o más que por la «Gaceta», me ha conocido y fortalecido la asistencia suya, de la que me envanezco. Pero no puedo olvidar que la Prensa ha sido el vehículo, unas veces voluntario, otras obligatorio, que ha llevado mis palabras a través del país y aún fuera de las fronteras, Prensa cuya actuación he vigilado más que ningún otro elemento, porque sé bien por afición periodística que ella hace y deshace hombres y reputaciones y da color a las ideas, descubriendo unas veces con sofismas y otras con argumentos una visión a los que carecen de medios propios de pensar.

Y ahora a descansar un poco, lo indispensable para reponer la salud y el equilibrio a los nervios, ¡2.326 días seguidos de inquietudes, de responsabilidades y trabajos! y luego, si Dios quiere, a volver a servir a España, donde sea y como sea, hasta morir.

Miguel Primo de Rivera, 29 de enero de 1930.

29 Enero 1930

Editorial

LA NACIÓN (Director: Manuel Delgado Barreto)

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La tramitación de la crisis la encontrará el lector referida con todo detalle en la página tercera y siguientes. Un comentario, más bien reflejo de actitud, acompa a la información; pero nada más, poruqe nuestro papel del momento es de informadores y no de críticos. Dimitió el general Primo de Rivera por los motivos que esboza en su nota y sale del Gobierno a los seis años y medio de labor intensísima, inconcebible, sin haber sembrado odios ni desatado violentas tempestades. Rencorcillos, escozores, rasguños a flor de piel, molestias de amor propio, tal vez las sientan algunos. Es natural, humano; pero cuán pocos podrán decir que él hizo víctimas de injusticia a sabiendas, causó un dolor deliberadamente y sin necesidad, se ensangrentó las manos para reprimir desmanes, o persiguió sin cuartel a sus enemigos!

Después de asumir las facultades más amplias, los poderes más altos que a gobernante alguno le sea dable tener, sale del Gobierno sin soberbia, sonriente, tranquila la conciencia, como un hombre bueno, paternal, sin que se le ocurra hacer alarde de su actuación, a la misma hora en que, con humildad de cristiano y nobleza de caballero, declarar los que él cree que son sus errores.

El último capítulo de su vida de dictador está escrito tan sencillamente, con sinceridad y llaneza tan ejemplares, que produce intensa emoción. Ni el recuerdo de un agravio ni la sombra de un disgusto palpita en esos renglones de quien tanto ha padecido y luchado por salvar y engrandecer a España.

Planteada así la crisis, con gestación y desenvolvimientos de que ahora no hemos de hablar, y encargado de formar nuevo Gobierno el por tantos títulos ilustre general conde de Xauen, lo que en estas horas más interesa al público es la solución, y de ella no es posible dar noticias concretas, porque los trabajos para la formación del nuevo Gobierno continúan por parte del general Berenguer, que anoche y hoy ha hecho y recibido numerosas visitas.

Preferimos anticipar cuanto a estas horas se sabe, con el deseo de satisfacer la legítima curiosidad del país, y haciendo votos por que lo antes posible se constituya el Gobierno, y éste sea tal y como a España le conviene.

En circunstancias tan trascendentales, la Patria es lo que importa. Ella está por encima de todo y de todos, más en momentos en que todos los países de la tierra vuelven sus miradas hacia nosotros, según se advierte en los comentarios de la Prensa mundial, que dedica a la crisis española una atención sólo comparable a la que despiertan los grandes acontecimientos políticos en las potencias de primer orden.

29 Enero 1930

Supremacía del poder civil

ABC (Director: Juan Ignacio Luca de Tena)

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Nos parece de imperiosa oportunidad y nos urge reiterar un voto formulado más de una vez en estas páginas, y señaladamente al comentar la nota oficiosa en que se anunció la retirada del Directorio militar. Sólo el país dispone de los destinos nacionales. Sólo la Corona, orientada en la voluntad del país, puede poner y quitar Gobiernos. La restauración que hoy se inicia requiere que acabe para siempre toda intervención del Ejército en la política. Sabemos que así piensa el Ejército: que, como colectividad, no debe, ni quiere intervenir, ni aún opinar en la política, ni ofender la dignidad civil, ni comprometer la paz pública, ni hacerse incompatible con la nación.

El Rey aceptó anoche la dimisión del Gobierno, y en el acto encargó de formar otro al general Berenguer. Esta solución, prólogo de la normalidad constitucional, no es imprevista para nadie. El nombre de Berenguer ha sido el que con más insistencia se descontaba para la sucesión de la Dictadura, aunque, como es natural, no se había previsto fecha y ocasión. Recalcando el antecedente, queremos hacer notar que la solución de la crisis es lo que debía ser: una determinación absolutamente libérrima de la Corona, en la que no han influído presiones ni injerencias.

Ante la nueva situación

Con la retirada del general Primo de Rivera termina virtualmente la Dictadura. Los que han sentido el eclipse de la legalidad y de la libertad, si lo han sentido tanto como dicen han de poner todo su empeño en facilitar la empresa restauradora y en asegurarla cuando se logre. Ya saben cómo se pierde y con qué lentitud se reconquista: Ahora vamos a ver si ha servido para todos y en todas las esferas la lección de estos años.

Serenidad, patriotismo y concordia con los deberes del momento. La concordia supone la transigencia de las parcialidades en favor de los principios comunes. Poner lo fundamental, el derecho y el interés de todos, por encima de las ideas y de las aspiraciones de clase o partido. Y someterse con resolución o la prueba de que el régimen constitucional y liberal no es un peligro, no es el desorden para reconciliarlo con la opinión desencantada y descreída, y para evitarle una nueva crisis, que sería catastrófica.

El nuevo Gobierno tendrá, como todos, el concurso de nuestra crítica sincera y desapasionada para el aplauso de sus aciertos con esperanza y le deseamos la mayor fortuna en su cometido.

Deber de justicia

Fuera pueril desconocer el ambiente producido r la nota del general Primo de vera en demanda de un voto del Eje

20 Enero 1930

Editorial

LA ÉPOCA (Director: Alfredo Escobar, marqués de Valdeiglesias)

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A través de las vicisitudes de seis años y medio no hemos dejado de consignar nuestro lema político en estas columnas: Monarquía, Constitución, Parlamento.

Monarquía porque es la garantía del orden, de la paz y del engrandecimiento de España.

Constitución porque es el pacto de dos soberanías, que hizo posible la Restauración y garantiza al ciudadano en la posesión y ejercicio de sus derechos.

Parlamento porque no hay otra fórmula política para la participación del pueblo en el ejercicio de las funciones públicas.

Al cesar el General Primo de Rivera en sus poderes dictatoriales, la persona del sucesor simboliza aquel credo nuestro. El general Berenguer – todos lo sabemos – es un gran monárquico, un sincero constitucional y un convencido parlamentario. Creemos que tiene ante si una misión muy dura, de mayor lentitud en sus pasos que las que serían sus intenciones y las nuestras, y por eso mismo constituye un deber ineludible apoyarle para que venza esas dificultades.

Por fortuna, el nuevo presidente del Consejo es hombre de ponderación exento por igual de flaquezas y excesos, de gran capacidad y cultura; avezado al gobierno por el ejercicio de altos mandos militares llenos de gran responsabilidad, y por haber atravesado circunstancias difíciles; y todo eso son factores a facilitar sus tareas.

Siempre creímos que el primer Gobierno que se formase tras la Dictadura, si significaba cosa distinta de ésta, si iba a la normalidad jurídica, constitucional y parlamentaria; merecería la asistencia de la opinión conservadora y monárquica. El general Berenguer parece marchar sobre esos pasos, y nosotros elogiamos la decisión y el propósito sin reservas.