23 junio 1992

El felipista Alfredo Pérez Rubalcaba entra en el Gobierno como ministro de Educación

La enfermedad fuerza la dimisión de Francisco Fernández Ordóñez, que es reemplazado como ministro de Exteriores por Javier Solana Madariaga

Hechos

  • El 23 de junio de 1992 D. Francisco Fernández Ordóñez es reemplazado por D. Javier Solana Madariaga como ministro de Exteriores mientras D. Alfredo Pérez Rubalcaba es nombrado ministro de Educación.

Lecturas

El 23 de junio de 1992 se hace pública la dimisión de D. Francisco Fernández Ordóñez como ministro de Exteriores después de que este sea conocedor de que su enfermedad es ya incurable y entra en fase terminal.

El presidente del Gobierno ha aprovechado para hacer un cambio de Gobierno en el que el ‘sector felipista’ del PSOE frente al ‘sector guerrista’. Dado que el nuevo ministro de Exteriores es D. Javier Solana Madariaga, uno de los principales referentes del sector felipista y entra como nuevo ministro D. Alfredo Pérez Rubalcaba, que será el nuevo ministro de Educación. El Sr. Pérez Rubalcaba ha sido uno de los aliados de D. Joaquín Leguina Herrán en la lucha contra los ‘guerristas’ en la Federación Socialista Madrileña (FSM).

D. Alfredo Pérez Rubalcaba, nuevo ministro de Educación.

23 Junio 1992

Los cambios

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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ESTA VEZ, los pronósticos no iban descaminados: el nombramiento de Javier Solana como sustituto de Francisco Fernández Ordéñez en la cartera de Exteriores podía considerarse dentro de lo previsible, aunque no por ello carezca de significación política. Pero si era previsible, no acaban de entenderse del todo los motivos de haber dilatado el desenlace en más de tres semanas. La prioridad otorgada al área exterior en la actual política gubernamental y el delicado momento por el que atraviesa el proyecto de construcción europea, que habrá de discutirse este próximo fin de semana en la cumbre de Lisboa, aconsejaban acortar los plazos todo lo posible. Si no ha sido así, pese a que desde el primer momento se consideró a Solana el principal candidato -el otro habría sido el ministro de Agricultura, Pedro Solbes-, se debe posiblemente a los movimientos producidos en el seno del PSOE.Solana es, con Solchaga y Serra, uno de los tres ministros que han permanecido ininterrumpidamente en el Gabinete desde 1982. También es, de los tres, el único que no estaba situado al frente de una de las grandes áreas del Gobierno, aunque Educación sea un departamento paradigmático para cualquier Ejecutivo. Con su nombramiento, Felipe González ha elegido sin duda a un colaborador leal para un área controlada directamente por la Presidencia del Ejecutivo. Pero ha lanzado a la vez una señal política hacia su partido, colocando en la vía de salida a uno de los candidatos obvios a.la sucesión del actual secretario general.

Miembro del partido socialista desde mediados de los años sesenta, Javier Solana ha figurado como número dos en las candidaturas al Congreso de los Diputados por Madrid, inmediatamente detrás de Felipe González, en todas las elecciones celebradas desde la restauración de la democracia. Buen negociador y con clara vocación de componedor, ha pacificado los sectores en que ha intervenido, dentro o fuera del PSOE, y ha demostrado un talante poco sectario a la hora de llegar a acuerdos con la oposición. Ahora mismo se le atribuye un intento de recomponer las relaciones entre el Ejecutivo y los sindicatos. A ello habría que añadir el mérito de haber sabido concitar la inquina, nunca argumentada, de los sectores de la derecha cavernícola más aficionados a la caza de brujas: su consideración por esos sectores como un izquierdista doctrinario tiene poco que ver con el carácter pragmático de su gestión en los dos ministerios que ha encabezado.

Alfredo Pérez Rubalcaba, su sucesor en Educación, será sin duda un continuador de la labor de Solana y de la de José María Maravall; perteneciente también al sector más renovador del PSOE, la suma dé las dos biografías traza sin duda un punto y aparte en los antiguos equilibrios del Gabinete y representa una apuesta a favor de la apertura de los socialistas a la sociedad, imprescindible en estos momentos.

Los nombramientos de Exteriores y Educación podrían tal vez iluminar retrospectivamente algunos episodios recientes de la familia socialista, como esa desconcertante retirada a última hora del documento presentado por los llamados renovadores al Comité Federal del PSOE celebrado el pasado fin de semana. No resulta aventurado suponer que las reticencias de algunos de los principales representantes de ese sector a responsabilizarse del escrito pudieran tener que ver con el conocimiento genérico de una voluntad presidencial que podría verse alterada si había bronca en el sanedrín del PSOE. Pero ello refleja a su vez las contradicciones del debate socialista, caracterizado por el hecho de que la principal unidad de medida del éxito de las ideas renovadoras sea el eco que encuentren en el corazón y la mente del número uno. Lo cual, a su vez, determina los límites de esa renovación de cara a la evolución del llamado proyecto socialista.

Sea como sea, el talante dialogante de Solana supone una garantía de continuidad respecto al estilo abierto de Fernández Ordóñez; en cuanto a la línea, no habrá modificaciones: seguirá siendo la marcada por Felipe González, la misma que siguió con lealtad, eficacia y brillantez el ministro saliente. Francisco Fernández Ordóñez ha sido un excepcional ministro de Asuntos Exteriores, pero mucho antes fue un inteligente servidor del Estado, algo especialmente digno en momentos como los actuales; fue un técnico eficiente en el INI, inició la reforma fiscal desde la cartera de Hacienda en el periodo de UCD, y abrió, desde la de Justicia, algunas de las ventanas que se empeñaban en mantener cerradas algunos de esos cazadores de brujas que le calumniaron tanto como ahora le elogian. En resumen, ha conseguido lo impensable en el mundo de la política: el aprecio unánime de sus compañeros de Gabinete, de sus adversarios, de la prensa y del hombre de la calle. Hay en España -y en Europa- un solo Paco, y a nadie estorba que sea él.

23 Junio 1992

Javier Solana, el otro vicepresidente

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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CON su decisión de nombrar a Javier Solana como nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Felipe González ha dado un paso político trascendental. Primero, porque -lo quiera o no- por fin ha tomado partido en las pugnas internas del PSOE y se ha colocado del lado de los reformistas del clan de Chamartín con el imaginable aunque soterrado malestar del sector «guerrista». Segundo, porque -escasas fechas después de volver a plantear públicamente sus dudas sobre su continuidad en la Presidencia del Gobierno- ha hecho otra hendidura en el «melón sucesorio» con este importante ascenso de Solana que pasa a convertirse, de hecho, en un vicepresidente bis en detrimento de las posiciones políticas de Narcís Serra. Desde el punto de vista de la relevancia política, Javier Solana era probablemente el mejor ministro posible para sustituir con ciertas garantías a Fernández Ordóñez, cuya excelente labor en Exteriores sólo los problemas de salud han podido interrumpir. Solana es un hombre experimentado, políticamente brillante y -aunque contestado en su última etapa como responsable de Educación- capaz de gestionar su nuevo Departamento. Pero, además, es un buen relaciones públicas (así lo demostró tanto como Portavoz del Gobierno como siendo ministro de Cultura) lo que supone un importante aval en sus futuros contactos con los líderes europeos. Este último aspecto, su próximo desembarco en la política comunitaria, le puede servir fácilmente de plataformaf1- política en una eventual carrera hacia la Presidencia del Ejecutivo. Y es a partir de aquí cuando se vislumbra con más claridad la denota de Narcís Serra. Primero porque no ha logrado acumular Exteriores a su actual cometido y queda enterrado en las labores grises de coordinación del Gobierno. Segundo, porque el elegido es, precisamente, su máximo rival para sustituir a ese Felipe González tan dubitativo sobre su futuro político. El currículum político de uno y otro no aguanta una comparación mínimamente rigurosa. Solana lleva casi 30 años en el PSOE y más de 20 ocupando puestos directivos -algo a tener muy en cuenta si, finalmente, al aparato no le queda más remedio que decidir entre uno de los dos- mientras que Serra es prácticamente un recién llegado y tiene limitado su apoyo interno a Cataluña. Es significativo también que desde 1977 ha sido siempre el número dos de la lista del PSOE por Madrid, detrás de Felipe González y con un carisma muy parecido al suyo. El PSOE cuenta ahora con dos delfines, diez años después de su llegada al poder. Pero el último en adquirir esta condición aparece ante la opinión pública como el verdadero «tapado». Falta por ver el resultado de su gestión en este nuevo, y por muchas razones trascendental, cometido. Si triunfa, puede ir pensando en abrir las puertas de La Moncloa.

23 Junio 1992

El número tres

Pedro Calvo Hernando

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EL nombramiento de Javier Solana como nuevo ministro de Exteriores es una decisión de superior trascendencia política, pues con ella Felipe González, se define claramente en favor de los renovadores del partido, cuarenta y ocho horas después de un comité federal en el que ese apoyo se había producido de manera un tanto velada. La decisión se toma el mismo día del cumpleaños de Fernández Ordóñez, como si el presidente hubiera querido hacerle este regalo de la liberación de la carga ministerial, tantas veces solicitada por el propio Paco Ordóñez. Solana, como se sabe, es el miembro más caracterizado del clan de Chamartín, que surgió hace un par de años en apoyo de Joaquín Leguina y en contra del acoso guerrista de que era objeto en la federación socialista madrileña. En la guerra interna del PSOE, el presidente nombra a Javier Solana para la cartera más apetitosa y más brillante, especialmente en un tiempo de fastos internacionales como es el presente. El nuevo titular de Exteriores se convierte así en el número tres indiscutible del Gobierno González, y en un claro aspirante a la sucesión de Felipe, junto con el vicepresidente, Narcís Serra, actual número dos del gabinete socialista. Naturalmente, en el otro lado se acusa la derrota del guerrismo en esta pugna, así como la irritación en este sector frente a la decisión presidencial. Es presumible que las relaciones Felipe-Alfonso se agríen un tanto con este motivo y quien sabe si no volverán a la confrontación anterior a la reunión del 6 de febrero. Anótese que además González nombra a Pérez Rubalcaba para sustituir a Solana en Educación. Y Rubalcaba es un hombre de la misma cuerda de Solana, y del mismo clan de Chamartín, para desesperación de los guerristas.