3 noviembre 1981

Lertxundi y Mario Onaindia lo presentan como un intento de unificar a la izquierda

La federación vasca del PCE, el PCE-EPK que dirige Roberto Lertxundi, se integra en Euskadiko Ezkerra desafiando a la autoridad de Santiago Carrillo

Hechos

El 3 de noviembre de 1981 se hizo oficial la integración del PCE-EPK con EIA.

Lecturas

El 15 de septiembre de 1981 el secretario general del Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK), D. Roberto Lertxundi Barañano, anuncia el inicio del proceso de integración de la federación vasca del PCE en la formación EIA de D. Mario Onaindia, matriz de la coalición Euskadiko Ezkerra, que ahora aspira convertirse en partido. Una operación que cuenta con la oposición de la dirección nacional del PCE que encabeza D. Santiago Carrillo Solares.

El 13 de octubre de 1981 D. Roberto Lertxundi destituía de la dirección del PCE-EPK a su presidente D. Ramón Ormazábal Tife, y a otros dos miembros, D. Tomás Trueros y D. Francisco Martínez, fieles a D. Santiago Carrillo. El día 24 de octubre la dirección nacional del PCE anunció que anulaba esas destituciones-

El 3 de noviembre de 1981 El PCE-EPK dirigido por D. Roberto Lertxundi Barañano hizo oficial su fusión con EIA formando la nueva Euskadiko Ezkerra.

El 10 de noviembre de 1981 el Comité Central del PCE expulsó del partido a D. Roberto Lertxundi Barañano y a sus principales colaboradores, D. Sigfredo Domingo, D. Txemi Cantera y Dña. Pilar Pérez Fuentes y anunció que crearía su propio nuevo PCE-EPK encabezado por D. Ramón Ormazábal Tife y D. Ignacio Latierro.

El 15 de noviembre de 1981 un congreso extraordinario del PCE-EPK en que se ratificaba su integración en Euskadiko Ezkerra en un acto al que el PCE nacional no dio reconocimiento.

16 Octubre 1981

El PCE y los comunistas vascos

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Gortázar)

Leer

LA CRISIS por la que atraviesa el Partido Comunista de Euskadi, cuya definitiva escisión parece inevitable a corto plazo, apenas ofrecería importancia si el marco del análisis se redujera a su implantación electoral en el País Vasco. Partido extraparlamentario respecto a las Cortes Generales, los sufragios en favor de sus candidaturas en las elecciones de 1979 no llegaron al 3% sobre el censo y quedaron por debajo de los 46.000 votos obtenidos en junio de 1977. Los comicios para el Parlamento vasco, en marzo de 1980, no hicieron sino confirmar la tendencia descendente de la ya de por sí débil influencia electoral de los comunistas vascos.Seguramente estos ftacasos aconsejaron al sector mayoritario del Partido Comunista de Euskadi renunciar a seguir por un camino demasiado parecido a un callejón sin salida. Roberto Lertxundi, elegido en noviembre de 1977 como secretario general de la organización, para reemplazar a Ramón Ormazábal, un viejo estaliniano, apadrinó las negociaciones con EIA, el partido que aglutina la coalición Euskadiko Ezkerra, para estudiar la posibilidad de una formación unitaria de la izquierda vasca.

La falta de horizontes de los comunistas vascos está acentuada precisamente por el ascenso de Euskadiko Ezkerra (Izquierda de Euskadi), coalición que viene ganando terreno desde hace dos años.

Euskadiko Ezkerra, dirigida por líderes históricos de ETA y nacida por iniciativa del desaparecido Pertur, asesinado en Francia en oscuras circunstancias a las que no son ajenas actuales militantes de ETA Militar, ha realizado una abdicación de la violencia y ha ayudado recientemente al alto el fuego de los terroristas de ETA Político-militar. Nacida en el clima de la lucha armada, sus planteamientos iniciales estuvieron también coloreados por la tesis de que sólo son verdaderos vascos aquellos que aceptan las tradiciones del nacionalismo abertzale. Los debates más recientes dentro de la coalición apuntan a la superación de estas actitudes, que expulsan de la comunidad vasca a los cientos de miles de ciudadanos de origen inmigrante, que no se identifican con la tradición de Sabino Arana.

Esa evolución de Euskadiko Ezkerra ha hecho posible la iniciativa del Partido Comunista de Euskadi. Hay todavía disensiones formales y de fondo del derecho a la autodeterminación y de las aspiraciones a la soberanía del pueblo vasco. No obstante, esas disensiones quedan difuminadas en la práctica por el apoyo inequívoco de Euskadiko Ezkerra al Estatuto de Guernica y las instituciones autonómicas, que implican la aceptación de la Constitución.

La decisión de Roberto Lertxundi de negociar con Euskadiko Ezkerra, ha desatado empero una crisis largo tiempo larvada. El sector minoritario, apoyado por Santiago Carrillo, que había ya designado a dos adversarios de Lertxundi -Tomás Tueros e Ignacio Latierro- para ocupar elevados cargos en los órganos de dirección del Partido Comunista de España, ha exigido la convocatoria de un congreso extraordinario.

Las medidas de expulsión de los disidentes tomadas por la dirección, encabezada por Lertxundi, son una lamentable confirmación de la incapacidad de los partidos comunistas para soportar un debate sin desenvainar la espada e impedir a los discrepantes la posibilidad de expresarse.

La clave de esta crisis no se encuentra en Bilbao, San Sebastián o Vitoria, sino que se esconde en Madrid. La propuesta del sector carrillista de convocar un congreso extraordinario parece más animada por el deseo de ganar tiempo, o de provocar una reaccion antidemocrática del sector mayoritario que por la voluntad de situar sobre bases más claras las negociaciones con Euskadiko Ezkerra. En este juego, en el que cada sector ha tratado astutamente de cargarse de razón para mejor descalificar al contrario y justificar la ruptura, sobresale la habilidad para la maniobra de la cúpula del PCE al aceptar en teoría la viabilidad de la fusión integradora, pero al establecer unas condiciones que en la práctica la hacen imposible. Porque la exigencia previa de una dependencia orgánica de la nueva formación respecto al Partido Comunista de España, o de la aceptación del término eurocomunista, condena al fracaso y de antemano esas negociaciones.

03 Noviembre 1981

La escisión de los comunistas vascos

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Gortázar)

Leer

LA ESPECTACULAR ruptura del Partido Comunista de Euskadi (EPK), con el corolario de las excomuniones cruzadas y las expulsiones recíprocas entre el sector Lertxundi y la fracción Ormazábal, amenaza con engrosar el repertorio de gags de las comedias cinematográficas italianas. La ocupación de la sede del EPK en Bilbao por militantes de la fracción de Ormazábal, que tiene el incondicional apoyo de la dirección del PCE, resulta, así, una minúscula caricatura tragicómica del asalto al Palacio de Invierno. Cabe esperar del sentido común de Santiago Carrillo y de Roberto Lertxundi que eviten la repetición de tan lamentables escenas y se avengan a resolver, al margen de los juzgados de guardia, el pleito sobre los activos patrimoniales del EPK, que posee personalidad jurídica independiente del PCE, pero cuya titularidad sobre los bienes puede ser puesta en duda por los estatutos aprobados en el X Congreso.La asamblea de Sestao, multitudinaria en relación con la militancia comunista en Euskadi, puso de manifiesto, por lo demás, que la oposición a la integración con Euskadiko Ezkerra no es sólo una decisión estratégica de Santiago Carrillo, sino que responde también a sentimientos antinacionalistas, profundamente arraigados, de las bases obreras en la margen izquierda del Nervión y en otras aglomeraciones industriales de Vizcaya y Guipúzcoa. Esa actitud enlaza directamente con las tradiciones de preguerra, cuando los trabajadores inmigrados que afluyeron al País Vasco desde finales del siglo XIX encontraron en la militancia socialista las señas de ¡¿entidad que el nacionalismo vasco fundado por Sabino Arana les negaba.

En este sentido, las declaraciones de Mikel Camio, miembro de la fracción Ormazábal, al reivindicar la alianza del EPK con los militantes vascos del PSOE, no hace sino reproducir los planteamientos ortodoxos del socialismo vizcaíno histórico y de su rivalidad con el PNV. Sin embargo, la afirmación de Camio de que la gran manifestación en defensa del Estatuto de Guernica y contra la LOAPA, convocada por el Gobierno de Vitoria el pasado 25 de octubre, no fue sino una «maniobra sectaria antisocialista» pone de relieve las contradicciones lógicas en las que incurren habitualmente los planteamientos del PCE referentes a, la estrategia autonómica.

En efecto, Santiago Carrillo denunció los pactos entre UCD y PSOE y el proyecto de la LOAPA, al igual que puso el grito en el cielo cuando los centristas aprobaron en el Congreso el Estatuto gallego o trataron de encauzar la autonomía andaluza por la vía del artículo 143. Sin embargo¡ a la hora de extraer de las premisas autonómicas para el Estado las conclusiones prácticas para el PCE, Santiago Carrillo renuncia a la lógica y se despoja de su indumentaria autonomista para vestir el uniforme de un intransigente jacobinismo centralista. El conflicto del EPK ha llevado hasta sus últimas consecuencias ese enfoque esquizofrénico y ha hecho estallar a una organización desgarrada entre las exhortaciones a defender posiciones nacionalistas dentro del País Vasco y las conminaciones a obedecer la disciplina de la dirección del PCE en cuestiones específicamente partidistas. Pero esas mismas tensiones, aun sin alcanzar igual virulencia, también están presentes en Cataluña, en Galicia y en otras regiones. El pájaro del Martín Fierro obtenía, al menos, algunas ventajas al incubar sus crías en un lugar y gritar en otro. En cambio, la estrategia del PCE de colocarse a la cabeza de las manifestaciones autonomistas en el Congreso de los Diputados y de apretar luego las tuercas de sus organizaciones periféricas tan pronto como éstas intentan llevar a la práctica su autonomía teórica no parece estarle reportando -como se demostró en las últimas elecciones gallegas- más que fracasos.

La explosión del EPK y la presumible adhesión a la fracción de Ormazábal de buena parte de sus bases obreras reduce, por lo demás, el alcance del proyecto de fusión con Euskadiko Ezkerra. La debilidad del sector de Roberto Lertxundi convierte en asimétrica la relación de fuerzas y lesiona gravemente la tentativa de crear un instrumento político capaz de estimular la unidad, a medio o largo plazo, entre la izquierda vasca de origen nacionalista y la izquierda vasca que entronca con la vieja tradición socialista de los trabajadores inmigrados. Convergencia, por lo demás, que sólo llegaría a ser completa con la adhesión -hoy impensable- de los militantes vascos del PSOE. Euskadiko Ezkerra representa la voluntad de fomentar esa superación desde el nacionalismo, en competencia con ese aberrante conglomerado de apologistas de la violencia, revolucionarios verbalistas, sabinianos intransigentes, tercermundistas sin causa y mutantes del carlismo que confluyen en Herri Batasuna. Pero la oferta del partido de Mario Onaindía de iniciar la convergencia entre dos tradiciones -la autóctona y nacionalista, la inmigrada y socialista-, que ha desgarrado desde principios del siglo XX la sociedad vasca, estará condenada a la soledad en tanto que no sea aceptada por las fuerzas políticas que representan mayoritariamente al otro segmento de Euskadi. En este sentido, la adhesión del sector de Roberto Lertxundi es sólo un modesto paso en una larga marcha.

Euskadiko Ezkerra ha caminado en esa vía de convergencia al descabalgar de la violencia, al rechazar la falacia reduccionista de que sólo los nacionalistas herederos de Sabino Arana son auténticos vascos y al renunciar a los catecismos del marxismo-leninismo. Queda, sin embargo, el problema, situado en un terreno más retórico que político, del dercho a la autodeterminación y a la soberanía nacional vasca, que puede crear contradicciones, no por verbales e ideológicas menos aparatosas, entre el apoyo inequívoco de Euskadiko Ezkerra al Estatuto de Guernica, que implica la aceptación de la Constitución y de la unidad estatal, y un independentismo emocional, aun concebido como el proceso pacífico y sin plazo. En este sentido, las críticas de Múgica Arregui, líder de una corriente ultranacionalista dentro de Euskadiko Ezkerra, contra Mario Onaindía, defensor de la convergencia con el EPK, indican que Ramón Ormazábal no carece de aliados en el otro bando, aunque sea por razones diametralmente opuestas, para impedir la fusión.