3 septiembre 2015

Su familia oía de la guerra en un bote que no llegó a su destino: Alemania

La foto de un niño sirio muerto en la playa de Turquía tras un naufragio conmociona al mundo

Hechos

El 2 y 3 de septiembre de 2015 multitud de medios publicaron la foto del niño Aylan Kurdi

Lecturas

EL ‘DEBATE’ DE LA REDACCIÓN DE ‘EL MUNDO’

D. David Jiménez, director del diario EL MUNDO publicó un vídeo en la web de su medio sobre el título de ‘el debate’ sobre si publicar o no la foto. Curiosamente en el vídeo no había debate alguno. El director defendía publicar la foto y todos los empleados le daban la razón.

En el programa ‘Espejo Público’ de Atresmedia, el mismo día en que se estrenaba como tertuliano, D. David Jiménez volvió a defender la publicación de la foto. En la misma tertulia, el columnista de ABC, D. David Gistau, también defendía la publicación de la foto, aunque se diera la circunstancia de que ABC no la publicó en portada.

ALFREDO URDACI (13TV): «SI EUROPA NO PUEDE EVITAR ESTO, SER EUROPEO ES UNA BASURA»

02 Septiembre 2015

El niño de la playa

Pedro Simón

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Lo normal a los tres años es verlos en la orilla con el bañador y no vestidos. Lo normal es verlos dando saltos y no tumbados de este modo: boca abajo y de lado, como escuchando el latido de la tierra. Si es que ésta tiene todavía corazón.

Lo normal a los tres años es que te hagas el muerto y no que lo seas, que sea divertido mojarte, que prefieras las olas grandes a las pequeñas, que le pidas al hermano mayor que te entierre vivo para que saques la cabeza y después, con el cuerpo embadurnado en arena, corras muy deprisa hacia el mar.

Lo normal a los tres años es que poses para una foto en un lugar como éste que ven y que nadie tenga que pixelarte la cara.

La fotografía de Nilufer Demir ya forma parte del álbum migratorio de la infamia: un niño varado en la playa como si fuera un ballenato en pantalones cortos. Si querían una imagen que de verdad nos salpicara como el ácido, si querían una imagen evocadora del horror, aquí tienen una: para algunos críos el estío no es una tumbona; es una tumba.

Varios niños fallecen ahogados tratando de llegar a Grecia
Cinco niños. Refugiados sirios. Ahogados en aguas turcas. Tratando de alcanzar la isla griega de Kos. Y este colofón que por fin nos lo explica todo: la imagen salvaje de este caído de pala y cubo.

¿Cuántos niños sin nombre se ha tragado ya el océano? ¿Llevaban una camiseta azul o una verde cuando se ahogaron? ¿Hicieron alguna vez un castillo de arena?

Me acuerdo de la subsahariana Josephine, que estuvo una semana dándole sus propios orines a su hija Chioma en una patera, de camino a Canarias, hasta que al séptimo día no resucito. Me acuerdo de los que viven sin boya. Y también me acuerdo de aquella otra imagen cotidiana… Creo que tengo una foto tuya con una composición parecida, sólo que posando a gatas mirando al mar de Conil. Sonriendo. Lo normal a los tres años.

No vas a entender la fotografía. Pero quiero que la mires y no olvides una cosa: ya te he dicho mil veces, hijo, que en las playas de verano puede hacer un frío hondo y oscuro.

03 Septiembre 2015

Una fotografía de portada

Bieito Rubido

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Tomar decisiones, muchas, en poco tiempo y, en ocasiones, de cierto calado forma parte del quehacer diario de un periodista. Y como somos ferozmente humanos, no pocas veces nos equivocamos. El debate se abre cada tarde en la redacción, cuando nos sentamos a confeccionar la portada de ABC, el único diario de toda la prensa española que comparece con portada y no con primera página. Ayer resultó muy duro.

La fotografía que ahora ilustra esta página 2 debería haber sido la portada de ABC. No lo es porque, tras una larga reflexión entre un buen número de compañeros convocados ante la imagen, decidimos que podía herir la sensibilidad de los lectores tanto como estaba desgarrando la nuestra.

Debo reconocer que cedí a la opinión mayoritaria del Consejo de Redacción. Y que no estoy convencido de haber acertado. Creo que esta fotografía formará parte de la historia del fotoperiodismo. Es imposible no ver en ella el drama de un mundo desigual, cuya realidad y crudeza estamos obligados moralmente a denunciar los periodistas. Es imposible ser persona y no conmoverse ante el cuerpo de ese niño, que bien podría ser nuestro hijo o nuestro nieto.

Sin embargo, el prosaico y materialista tejer y destejer de nuestra cotidianidad quiere que miremos para otro lado y no nos enfrentemos a ese cadáver, que es uno de los miles de seres humanos que padecen el calvario de la inmigración. La foto es de portada. Usted sabrá perdonarme. Ya no sé si me perdonará esa pobre criatura, a la que muchos no quieren o no pueden mirar.

06 Septiembre 2015

Lo normal a los tres años

David Jiménez

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Al emitir en directo la reunión de portada de EL MUNDO, el pasado miércoles, nuestra intención era mostrar el debate sobre la conveniencia de publicar la imagen del cuerpo sin vida del pequeño Aylan. No hubo debate: todos los presentes coincidieron en que la imagen debía publicarse y que, hacerla más digerible para los lectores, traicionaba la realidad que viven los refugiados que tratan de llegar a Europa.

La fotografía ocupó más de la mitad de nuestra portada, pero no iba acompañada de grandes titulares. Ninguno habría podido añadir mucho: la guerra que Aylan había intentado dejar atrás, el intento de sus padres de darle una vida mejor, los sueños varados en esa playa donde unos niños jugaban y otros se ahogaban, la desigualdad que tan insoportable se nos hace hasta que el telediario da paso a los Deportes, todo quedaba dicho en la fotografía tomada por la reportera turca Nilufer Demir.

No es casualidad que las fotografías icónicas de nuestro tiempo sean las más absurdas, no sólo por la forma en la que nos quitan el disfraz con el que pretendemos haber dejado atrás el lado oscuro de la naturaleza humana, sino por la estupidez de los debates que generan. Algunos medios estadounidenses no publicaron la imagen de Kim Phuc, la niña de nueve años fotografiada huyendo con la piel quemada de un bombardeo durante la guerra de Vietnam. El motivo: el napalm había quemado también su ropa y aparecía desnuda. Cuando Kevin Carter capturó la escena del buitre esperando la muerte de una niña durante la hambruna en Sudán, en 1993, se encontró pocas muestras de agradecimiento por haber provocado la reacción internacional que salvó miles de vidas. En su lugar, sufrió el linchamiento moral de quienes le acusaban, desde el confort de sus hogares a miles de kilómetros de distancia, de ser también él un buitre que sacaba provecho de la desgracia africana. Carter se suicidó unos meses después.

La reacción de quienes critican la publicación de la foto de Aylan tiene mucho que ver con la pujante escuela del Disneyperiodismo, un reporterismo para todos los públicos que asume que el lector, el oyente o el espectador no tienen la madurez para ser enfrentados a la realidad. Y así, cuando hay una guerra, se muestra como un vídeojuego, con luces centelleantes que se mueven en una pantalla y edificios que vuelan por los aires desde la higiénica distancia. Todo es mucho más fácil así. Sin víctimas.

La fotografía de Kim Phuc contribuyó a parar la guerra de Vietnam, poniendo a la opinión pública estadounidense en contra, la de Carter en África salvó miles de vidas y las imágenes de la masacre del mercado de Markale, en Sarajevo en 1994, removieron las conciencias de políticos occidentales que no encontraban el coraje para intervenir en el conflicto. Si adornamos la realidad, si dejamos de ponernos delante del espejo que nos muestra de lo que somos capaces, de nuestras injusticias y crueldades, ¿quién nos dará ese golpe de indignación que de vez en cuando nos lleva a dar un puñetazo sobre la mesa y hacer algo?

La fotografía de Aylan es un absurdo porque nos recuerda que el niño sirio trataba de huir de un país donde los gays son arrojados desde balcones, las mujeres esclavizadas, los periodistas decapitados y los padres forzados a arriesgar la vida de sus hijos para darles una oportunidad, tratando de alcanzar esa Europa solidaria que desaparece ante sus ojos como un espejismo, cuando más cerca parecen estar de ella.

La fotografía de Aylan es absurda porque mientras él luchaba por no ahogarse, los líderes del mundo desarrollado discutían en sus despachos qué país debía acogerle en un reparto de cuotas que ha revelado la falta de sensibilidad de gran parte de los dirigentes europeos, incluidos los nuestros.

La fotografía de Aylan es absurda porque el niño sirio estuvo a punto de llegar a Europa y, si lo hubiera logrado, probablemente el drama de los refugiados se habría diluido entre naderías informativas. Porque, si la periodista no hubiera estado allí, no habríamos caído en los otros Aylan que han muerto antes que él.

La fotografía de Aylan es absurda porque, como escribía Pedro Simón en el artículo que mejor ha recogido lo que hemos sentido al verla, los padres guardamos en el álbum familiar una fotografía parecida, sólo que nuestro hijo está «posando a gatas mirando al mar de Conil. Sonriendo. Lo normal a los tres años».