29 enero 1986

La nave espacial de Estados Unidos ‘Challenger’ explota nada más despegar matando a toda su tripulación

Hechos

El 28.01.1986 explotó la nave espacial tripulada de Estados Unidos ‘Challenger’.

29 Enero 1986

La explosión del 'Challenger'

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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En la empresa de la conquista del cosmos, la explosión del Challengerrepresenta la catástrofe más grave sufrida por EE UU. En esa larga carrera hacia espacios ayer desconocidos, que empezó hace casi 30 años, la humanidad ha vivido momentos de entusiasmo. Hoy, en cambio, son momentos de desgracia. Siete personas que entraron con sonrisas optimistas en la nave espacial han perecido en la catástrofe. Para EE UU, las consecuencias de esta explosión son muy serias en diversos terrenos. Baste considerar que, desde sus inicios, la llamada conquista espacial se ha presentado como la manifestación más emblemática del nivel científico y tecnológico norteamericano. Y sobre ella se ha basado tanto la propaganda política como una publicidad industrial, ahora dañadas.Sería irreal separar este accidente de la serie de circunstancias negativas que se han producido, sobre todo en los últimos tiempos, en muchos de los lanzamientos espaciales. El caso del Columbia, que tuvo que ser aplazado hace un mes, creó un retraso inicial en el plan de 1986; y existía una fuerte presión de la Casa Blanca sobre la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA) para que ese plan se lleve a cabo superando todos los obstáculos. A la vez, la NASA ha formulado diversas quejas sobre la insuficiencia de los fondos de que dispone y las dificultades que eso le acarrea en sus proyectos. El Challenger que acaba de hacer explosión había sufrido ya varios aplazamientos.

Hay razones sobradas para decir que, a medida que se han intensificado las expediciones al cosmos, el aspecto propiamente científico (que debería permitir una cooperación internacional amplia, y en particular entre norteamericanos y soviéticos) ha sido supeditado a factores de orden económico y de prestigio político. Además, claro está, de sus contenidos directamente militares. Con estos ingredientes no es extraño que hayan predominado, en ocasiones, menos los criterios de racionalidad científica que los ritmos impuestos por la competencia. En el caso del Challenger siniestrado, su lanzamiento era esencial en la carrera de los satélites de comunicaciones.

Del fracaso de esta nave, y de otros menores que han venido salpicando las misiones espaciales, se desprende una reflexión general sobre los porcentajes de inseguridad que siguen rodeando a las operaciones en el espacio. Cualquier retraso en el calendario de nuevos vuelos espaciales norteamericanos, aunque se exprese la determinación comprensible de llevar adelante el programa no hará sino reforzar, tras la tragedia del Challenger, los argumentos de los círculos científicos que aluden a los grandes peligros de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), así como intensificará las reticencias de los medios políticos y gubernamentales, particularmente de Europa occidental, a un proyecto cargado de riesgos y rodeado de interrogantes.

Pero, por otra parte, la investigación del espacio con fines civiles y no militares es un proyecto que no se podría abandonar sin culpa. En una gran medida el futuro de la humanidad, su economía, su progreso, su bienestar, depende de él. Los programas espaciales aplicados a la convivencia y no a la construcción de gigantescas máquinas ofensivas merecen el apoyo y el entusiasmo de los ciudadanos de este mundo.

11 Junio 1986

La NASA, en el banquillo

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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ACABA DE hacerse público el informe de la comisión designada por el presidente Reagan para investigar sobre el accidente que provocó la destrucción del transbordador Challenger el 28 de enero del presente año. La comisión, encabezada por un antiguo secretario de Estado, William Rogers, tuvo que extender el ámbito de su investigación y atender a las condiciones concretas en las que se produjo el accidente. Salieron a la luz gravísimos fallos en todo el funcionamiento de la Administración Nacional de Aeronaútica y del Espacio (NASA).Los resultados conducen a la conclusión de que el accidente podría haber sido evitado, puesto que la decisión de lanzar el Challenger se tomó con informaciones incompletas y, en parte, engañosas. La comisión considera que es preciso reformar la NASA e introducir cambios fundamentales en todo el programa espacial; considera, asimismo, equivocada la idea de estimar al transbordador como vehículo único de los lanzamientos espaciales.

Después de lo ocurrido con el Challenger, dos cohetes norteamericanos, el Titán y el Delta, destinados a cumplir misiones de gran importancia civil y militar, han hecho explosión también en el momento de su lanzamiento. Las pérdidas causadas por estas catástrofes son elevadísimas, no sólo por el coste del transbordador y de cada uno de los cohetes, sino porque el lanzamiento de satélites se ha convertido en un mercado en el que están en juego cifras astronómicas.

EE UU, después de haber enviado los primeros hombres a la Luna, se encuentra ahora en la tesitura de no Poder lanzar una carga al espacio. Todo indica que esta situación se va a prolongar cuando menos hasta julio del año próximo. Por otro lado, el cohete europeo Ariane, que había logrado en el último período incrementar considerablemente su cartera de pedidos para enviar satélites comerciales, falló en su último lanzamiento y, con ello, los países occidentales carecen de medios para efectuar este tipo de operaciones. Se ha creado así una coyuntura que nadie hubiese imaginado hace unos años: China, gracias a su cohete Larga Marcha 3, ha firmado contratos con empresas suecas y con la norteamericana Teresat, de Houston, para Poner en órbita dos satélites en 1987.

Paralelamente, la Unión Soviética desarrolla una política espacial muy ambiciosa. Según la última edición del Jane Spaceflight Directory, los EE UU padecen, respecto a al URSS, unos diez años de retraso en la utilización práctica del espacio. Los soviéticos han sufrido también graves accidentes, pero actualmente dan una sensación de relativa seguridad. Es sintomática la invitación que han dirigido a Gran Bretaña para que uno de sus astronautas tome parte en un futuro vuelo soviético.

Sería erróneo, sin embargo, exagerar la importancia de la ventaja de la URSS. Desde el. primer sputnik, períodos de neto avance soviético han sido seguidos de una evidente superioridad de EE UU. Pero la pretensión norteamericana de lograr una hegemonía mundial con la guerra de las galaxias supone, como premisa elemental, una superioridad tecnológica que conllevaría unas exigencias de precisión, rapidez y seguridad que, como muestra el informe sobre el Challenger, distan mucho de haberse logrado. Por añadidura, la propia magnitud y complejidad de estas empresas científicas generan vicios de burocratismo y rutina, capaces de incrementar los peligros. Los resultados de la encuesta sobre el Challenger han reforzado al sector del mundo científico norteamericano contrario al Sistema de Defensa Estratégica que, con arrogancia digna de mejor suerte, enarbola la Administración Reagan.